Lope de Vega

"Antología poética"

PRELIMINAR

El Corpus poético de Lope de Vega, extenso e intenso, se constituye medularmente como una historia personal que lo refleja en todas sus inquietudes. Tan fuerte es, que a veces se extiende por entre su amplitud teatral y a veces se nutre de lo que un personaje suyo dijo para decírselo a su amada como acaece con el conocido soneto "Ya no quiero más bien que sólo amaros", que de la comedia Los comendadores de Córdoba pasa a los oídos enamorados de Camila Lucinda. La transmisión sucede por lo que el personaje teatral de Lope participa de su propia experiencia vital, y, más importante, por lo que la poesía de Lope es reflejo de su experiencia, pero también de lo que desea experimentar. Esta doble vertiente: reflejar una experiencia y ser enunciado de lo que experimentará cohesiona la poesía de Lope dentro de una vital unidad de fuertes interrelaciones.

Se comprende que en esta unidad poética que ofrece la totalidad textual de Lope sea frecuente, directa o indirectamente, la autocita de sí mismo, poniéndose a veces como ejemplo de lo que predica. Es natural en él y es también seguir una práctica renacentista, desde Petrarca, alimentada en parte en la famosa Rhetorica ad C. Herennivm de Cornifici, donde en su libro IV, al tratar la elocutio, explicitaba la conveniencia de los ejemplos o citas del mismo autor de la teoría. Lo que no impide, claro está, ni en el renacentismo ni en Lope la frecuente apelación a otros autores para apoyarse.

En este último sentido es admirable cómo Lope asimila y apropia teorías o tópicos ajenos al reflejo poético de su trayectoria vital. Dado, por ejemplo, a unaexpresión poética realística en muchos de sus pasos amorosos con Elena Osorio, cuando en su última estación vive el amor por Marta de Nevares acomodará a su discurrir el ideal platónico-ficiniano, en gran parte defendido en II libro del Cortegiano de Castiglione. Es un proceso lógico, de primavera a invierno, que incluso explica en su epistolario con el Duque de Sessa. Pero he aquí que en

este su relativo invierno, cuando en las Rimas de Tomé de Burguillos va trazando un especial cancionero antipetrarquista con su amada Juana, lavandera del Manzanares, compone el soneto "Espíritus sanguíneos vaporosos..." que es toda una burla del extendido tópico de los "espíritus subtiles" nacidos con Cavalcanti y anidado en los tratados de amor neoplatónicos. De este modo, si, por un lado, se acoge al neoplatonismo, por otro, se burla de él, de un tópico que Garcilaso había empleado en el soneto "De aquella vista pura y excelente" y el propio Lope por voz del don Alonso de El Caballero de Olmedo.

Significa esta dualidad, entre las dualidades barrocas, que la poesía de Lope se mantiene dentro de una tensión cuyas contradicciones no merman la fuerte unidad que expresa su totalidad poética. La consecuencia es que, con las correlaciones e interdependencias de esa poesía, nos hallamos ante un corpus poético donde raramente aparece aquella satietas, aburrimiento o monotonía, frente a la que la época helenística proponía como ideal literario la variedad y contaminación. En la poesía de Petrarca, ya éste había acudido a la alternancia de formas métricas y de argumentos para quebrar la posible monotonía de su Canzoniere. En Lope, esta alternancia, variedad, corre con la naturalidad de ser expresión de un hombre cuya acción especialmente amorosa no le permitió mucho contacto con la satietas, tedio. Con lo que quiero apuntar la posibilidad de leer un cancionero petrarquista en la poesía de Lope, extraído de su totalidad, y donde sí ciertamente existiría el quebrantamiento de la amada única petrarquesca, encontraríamos una vigorosa e íntima poesía in morte de la amada, de Marta de Nevares, como la encerrada en el soneto "Resuelta en polvo ya, más siempre hermosa", o la que, por voz de Elisio, va descolgando en su égloga Amarilis, a cuya muerte siente que:

No quedó sin llorar pájaro en nido,

pez en el agua ni en el monte fiera,

flor que a su pie debiese haber nacido

cuando fue de sus prados primavera;

lloró cuanto es amor; hasta el olvido

a amar volvió porque llorar pudiera;

y es la locura de mi amor tan fuerte,

que pienso que lloró también la muerte.

Los primeros versos líricos de Lope que se conocen aparecieron en

1585, dentrodel Jardín espiritual de Pedro de Padilla. Por ese su vitalismo, en el que la poesía mucho más que ciencia es testimoniar la vida en palabra, Lope crea toda una trayectoria de herencia popular que son sus romances moriscos, por los que con los nombres de Gazul o Zaide canta y proclama sus amores con Zaida, Elena Osorio. Romances que corren como pregón de amores y que se hermanan a sonetos que irán avanzando argumentalmente conforme avanza su proceloso amor con Elena. Es toda una historia que luego, sin perder recuerdo, se continuará en otras historias con distinto nombre femenino hasta culminar en la luz y hermosura de Marta de Nevares.

Está enunciado que la vida se transforma, en Lope, en una personal creación literaria que es intensa parte de su acción de vivir. Pero acaece que su vivir amoroso se produce en acto poético, donde se descarga vitalmente, y es, a la vez, tema recurrente e incrementado a lo largo de su obra. Esto es: un hecho, una vivencia amorosa produce en Lope una respuesta poética inmediata(el soneto, por ejemplo, "Una dama se vende a quien la quiera", contra Elena), pero, a su vez, es una vivencia que se posa literariamente y que puede ir aflorando a lo largo de su trayectoria poética más o menos fundida con nuevas experiencias y la deformación que procura el recuerdo. Es el caso de la misma Elena Osorio, que se instaura en La Dorotea, donde se recupera lo que fue acto y es recuerdo, y donde Elena participa, con la deformación del tiempo, del encuentro de Lope con Marta de Nevares y de su lectura(literatura) del amor de Propercio por Cintia.

Este ser acto poético y motivo recurrente fortalece la unidad y coherencia del corpus lírico del poeta madrileño, que no se interrumpe por las contradicciones que ofrece, propias de su vida, y empujado por no pequeñas guerras y envidias literarias. Pero digamos pronto que su recuperación del pasado no participa de una melancolía o nostalgia del tiempo ido que le impida sentirse en nuevos actos. A veces, como en la evocación de Elena Osorio citada, casi parece tratarse de un recuperar por el recuerdo nuevas fuerzas para ser más acto poético y ofrecerlo como acción de vivir. Y en ocasiones es como desalojar de sí el recuerdo, entregándolo en palabra, para poder vivir la acción de su actualidad.

La palabra poética tiene así en Lope un mucho de razón de olvido, y de saber que por ella está alcanzando el ser en la memoria de los siglos, como expresará en su soneto "A la muerte":

La muerte para aquélserá terrible

con cuya vida acaba su memoria...

Este soneto es una de las escasas composiciones del poeta que tienen como argumento la muerte o el pasar del tiempo. Es casi una excepción, frente a la frecuente y profunda detención de Quevedo en el pasar de la vida camino de la muerte. Es lógico en su proceso vital. La entrega al presente, a la acción de vivir de Lope, hará que esta acción continua le impida la detención en el pensamiento de la muerte, en una nueva y personal conjugación del virtù vince fortuna renacentista. Por ello en Lope apenas si hay poemas detenidos en la muerte o en el pasar del tiempo o detenidos en túmulos y ruinas, cuando tanto se prodigaban. Y por ello sorprende menos que en 1634, rozando ya la despedida de su invierno, recupere su lejano seudónimo para conjuntar las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos que nos presentan un Lope lleno de humor, de vitalismo, de acción de vivir, con alguna excepción de hondo contraste, escrita "en seso", como el citado soneto a la muerte de Marta de Nevares.

A. P.

RIMAS

SONETO PRIMERO

Versos de amor, conceptos esparcidos,

engendrados del alma en mis cuidados;

partos de mis sentidos abrasados,

con más dolor que libertad nacidos;

expósitos al mundo, en que, perdidos,

tan rotos anduvistes y trocados,

que sólo donde fuistes engendrados

fuérades por la sangre conocidos;

pues que le hurtáis el laberinto a Creta,

a Dédalo los altos pensamientos,

la furia al mar, las llamas al abismo,

si aquel áspid hermoso no os aceta,

dejad la tierra, entretened los vientos:

descansaréis en vuestro centro mismo.

SONETO

Cuando imagino de mis breves días

los muchos que el tirano Amor me debe

y en mi cabello anticipar la nieve

más que los años las tristezas mías,

veo que son sus falsas alegrías

veneno que en cristal la razón bebe,

por quien el apetito se le atreve

vestido de mis dulces fantasías.

¿Qué hierbas del olvido ha dado el gusto

a la razón, que, sin hacer su oficio,

quiere contra razón satisfacelle?

Mas consolarse puede mi disgusto,

que es el deseo del remedio indicio,

y el remedio de amor querer vencelle.

SONETO

Cleopatra a Antonio, en oloroso vino,

dos perlas quiso dar de igual grandeza,

que por muestra formó naturaleza

del instrumento del poder divino.

Por honrar su amoroso desatino,

que fue mostruo en amor, como en belleza,

la primera bebió, cuya riqueza

comprar pudiera la ciudad de Nino.

Mas no queriendo la segunda Antonio,

que ya Cleopatra deshacer quería,

de dos milagros, reservó el segundo.

Quedó la perla sola en testimonio

de que no tuvo igual, hasta aquel día,

bella Lucinda, que naciste al mundo.

SONETO

Era la alegre vísperadel día

que la que sin igual nació en la tierra,

de la cárcel mortal y humana guerra,

para la patria celestial salía;

y era la edad en que más viva ardía

la nueva sangre que mi pecho encierra,

(cuando el consejo y la razón destierra

la vanidad que el apetito guía);

cuando Amor me enseñó la vez primera

de Lucinda en su sol los ojos bellos

y me abrasó como si rayo fuera.

Dulce prisión y dulce arder por ellos;

sin duda que su fuego fue mi esfera,

que con verme morir descanso en ellos.

SONETO

Sirvió Jacob los siete largos años,

breves, si el fin cual la aspereza fuera;

a Lía goza, y a Raquel espera

otros siete después, llorando engaños.

Así guardan palabra los extraños,

pero en efecto vive, y considera

que la podrá gozar antes que muera,

y que tuvieron término sus daños.

Triste de mí, sin límite que mida

lo que un engaño al sufrimiento cuesta,

y sin remedio que el agravio pida.

¡Ay de aquel alma a padecer dispuesta,

que espera su Raquel en la otra vida,

y tiene a Lía para siempre en ésta!

SONETO

Al sepulcro de Amor, que contra el filo

del tiempo hizo Artemisa vivir claro1,

a la torre bellísima de Faro,

un tiempo de las naves luz y asilo;

al templo efesio, de famoso estilo,

al coloso del sol, único y raro,

al muro de Semíramis reparo,

y a las altas pirámides del Nilo;

en fin, a los milagros inauditos,

a Júpiter olímpico y al templo,

pirámides, coloso y mauseolo,

y a cuantos hoy el mundo tiene escritos,

en fama vence de mi fe el ejemplo:

que es mayor maravilla mi amor solo.

SONETO

Estos los sauces son y ésta la fuente,

los montes éstos y ésta la ribera

donde vi de mi sol la vez primera

los bellos ojos, la serena frente.

Éste es el río humilde y la corriente

y ésta la cuarta y verde primavera

que esmalta el campo alegre y reverbera

en el dorado Toro el sol ardiente.

Árboles, ya mudó su fe constante.

Mas ¡oh gran desvarío!, que este llano,

entonces monte le dejé sin duda.

Luego no será justo que me espante

que mude parecer el pecho humano

pasando el tiempo que los montes muda.

SONETO

De hoy más las crespas sienes de olorosa

verbena y mirto coronarte puedes,

juncoso Manzanares, pues excedes

del Tajo la corriente caudalosa.

Lucinda en ti bañó su planta hermosa;

bien es que su dorado nombre heredes,

y que con perlas por arenas quedes,

mereciendo besar su nieve y rosa.

Y yo envidiar pudiera tu fortuna,

mas he llorado en ti lágrimas tantas

(tú, buen testigo de mi amargo lloro),

que mezclada en tus aguas pudo alguna

de Lucinda tocar lastiernas plantas,

y convertirse en tus arenas de oro.

SONETO

Tu ribera apacible, ingrato río,

y las orillas que en tus ondas bañas,

se vuelvan peñas cóncavas y extrañas

y fuego tu licor sabroso y frío.

Abrase un rayo tu frescor sombrío,

los rojos lirios y las verdes cañas,

niéguente el agua sierras y montañas,

y sólo te acompañe el llanto mío.

Hasta la arena que al correr levantas

se vuelva fieros áspides airados;

mas ¡ay!, ¡cuán vana maldición espera[s]!,

que cuando en ti mi sol bañó sus plantas,

con ofenderla tú, dejó sagrados

lirios, orilla, arena, agua y riberas.

A DON LUIS DE VARGAS

SONETO

Cuando la madre antigua reverdece,

bello pastor, y a cuanto vive aplace;

cuando en agua la nieve se deshace

por el sol que en el Aries resplandece,

la hierba nace, la nacida crece,

canta el silguero, el corderillo pace,

tu pecho, a quien su pena satisface,

del general contento se entristece.

No es mucho mal la ausencia, que es espejo

de la cierta verdad, o la fingida;

si espera fin, ninguna pena es pena.

¡Ay del que tiene, por su mal consejo,

el remedio imposible de su vida

en la esperanza de la muerte ajena!

SONETO

Cuando pensé que mi tormento esquivo

hiciera fin, comienza mi tormento,

y allí donde pensé tener contento,

allí sin él, desesperado, vivo.

Donde enviaba por el verde olivo,

me trujo sangre el triste pensamiento;

los bienes que pensé gozar de asiento

huyeron más que el aire fugitivo.

Cuitado yo, que la enemiga mía

ya de tibieza en hielo se deshace,

ya de mi fuego se consume y arde.

Yo he de morir, y ya se acerca el día:

que el mal en mi salud su curso hace,

y cuando llega el bien, es poco y tarde.

SONETO

Así en las olas de la mar feroces,

Betis, mil siglos tu cristal escondas,

y otra tanta ciudad sobre tus ondas

de mil navales edificios goces;

así tus cuevas no interrompan voces,

ni quillas toquen, ni permitan sondas,

y en tus campos tan fértil correspondas,

que rompa el trigo las agudas hoces;

así en tu arena el indio margen rinda,

y al avariento corazón descubras

más barras que en ti mira el cielo estrellas;

que si pusiere en ti sus pies Lucinda,

no por besallos sus estampas cubras:

que estoy celoso, y voy leyendo en ellas.

A UNA TEMPESTAD

SONETO

Con imperfectos círculos enlazan

rayos el aire, que, en discurso breve,

sepulta Guadarrama en densa nieve,

cuyo blanco parece que amenazan.

Los vientos campo y nubes despedazan;

el arco el mar con los extremos bebe;

súbele al polo, y otra vez le llueve;

con qué la tierra, el mar y el cielo abrazan.

Mezcló en un punto la disforme cara

la variedad con que se adornael suelo,

perdiendo Febo de su curso el modo.

Y cuando ya parece que se para

el armonía del eterno cielo,

salió Lucinda y serenóse todo.

SONETO

Vierte racimos la gloriosa palma

y sin amor se pone estéril luto;

Dafnes se queja en su laurel sin fruto,

Narciso en blancas hojas se desalma.

Está la tierra sin la lluvia en calma,

viles hierbas produce el campo enjuto;

porque nunca al Amor pagó tributo,

gime en su piedra de Anaxarte el alma.

Oro engendra el amor de agua y de arenas;

porque las conchas aman el rocío

quedan de perlas orientales llenas.

No desprecies, Lucinda hermosa, el mío,

que al trasponer del sol, las azucenas

pierden el lustre, y nuestra edad el brío.

A LA BATALLA DE ÁFRICA

SONETO

Oh, nunca fueras, África desierta,

en medio de los trópicos fundada,

ni por el fértil Nilo coronada

te viera el alba cuando el sol despierta;

nunca tu arena inculta descubierta

se viera de cristiana planta honrada,

ni abriera en ti la portuguesa espada

a tantos males tan sangrienta puerta.

Perdióse en ti de la mayor nobleza

de Lusitania una florida parte,

perdióse su corona y su riqueza.

Pues tú, que no mirabas su estandarte,

sobre él los pies, levantas la cabeza,

ceñida en torno del laurel de Marte.

DE ENDIMIÓN Y CLICIE

SONETO

Sentado Endimión al pie de Atlante,

enamorado de la Luna hermosa,

dijo con triste voz y alma celosa:

"En tus mudanzas ¿quién será constante?

"Ya creces en mi fe, ya estás menguante,

ya sales, ya te escondes desdeñosa,

ya te muestras serena, ya llorosa,

ya tu epiciclo ocupas arrogante;

"ya los opuestos indios enamoras;

y me dejas muriendo todo el día,

o me vienes a ver con luz escasa."

Oyóle Clicie, y dijo: Por qué lloras,

pues amas a la Luna, que te enfría?

¡Ay de quien ama al sol, que solo abrasa!"

AL CONDE DE NIEBLA

SONETO

El tierno niño, el nuevo Isac cristiano,

en el arena de Tarifa mira

el mejor padre, con piadosa ira,

la lealtad y el amor luchando en vano;

alta la daga en la temida mano,

glorioso vence, intrépido la tira,

ciega el sol, nace Roma, amor suspira,

triunfa España, enmudece el africano.

Bajó la frente Italia, y de la suya

quitó a Torcato el lauro en oro y bronces,

porque ninguno ser Guzmán presuma.

Y la fama, principio de la tuya,

Guzmán el Bueno escribe, siendo entonces

la tinta sangre y el cuchillo pluma.

SONETO

Píramo triste, que de Tisbe mira

teñido en sangre el negro manto, helóse;

vuelve a mirar, y sin morir, murióse;

esfuérzase a llorar, tiembla y suspira.

Ya llora con piedad y ya con ira;

al fin, para que el alma en paz repose,

sobre la punta de la espada echóse,

y sin partirel alma, el cuerpo expira.

Tisbe vuelve, y le mira apenas cuando

arroja el blanco pecho al hierro fuerte,

más que de sangre, de piedad desnudo.

Píramo, que su bien mira expirando,

diose prisa a morir, y así la muerte

juntó los pechos que el Amor no pudo.

SONETO

Pasando un valle escuro, al fin del día,

tal que jamás, para su pie dorado,

el sol hizo tapete de su prado,

llantos crecieron la tristeza mía.

Entrando, en fin, por una selva fría,

vi un túmulo de adelfas coronado,

y un cuerpo en él, vestido, aunque mojado,

con una tabla en que del mar salía.

Díjome un viejo de dolor cubierto:

"Éste es un muerto vivo(¡extraño caso!),

anda en el mar, y nunca toma puerto".

Como vi que era yo, detuve el paso:

que aun no me quise ver después de muerto,

por no acordarme del dolor que paso.

SONETO

Si culpa, el concebir; nacer, tormento;

guerra, vivir; la muerte, fin humano;

si después de hombre, tierra y vil gusano,

y después de gusano, polvo y viento;

si viento, nada, y nada el fundamento;

flor, la hermosura; la ambición, tirano;

la fama y gloria, pensamiento vano,

y vano, en cuanto piensa, el pensamiento,

¿quién anda en este mar para anegarse?

¿De qué sirve en quimeras consumirse,

ni pensar otra cosa que salvarse?

¿De qué sirve estimarse y preferirse,

buscar memoria habiendo de olvidarse,

y edificar, habiendo de partirse?

SONETO

A Baco pide Midas que se vuelva

oro cuanto tocare(¡ambición loca!);

vuélvese en oro cuanto mira y toca,

el labrado palacio y verde selva.

Adonde quiera que su cuerpo envuelva,

oro le ofende, y duerme en dura roca;

oro come, oro bebe, que la boca

quiere también que en oro se resuelva.

La Muerte, finalmente, su auricida,

triunfó de la ambición, y en oro envuelto,

se fue secando, hasta su fin postrero.

Así yo, triste, acabaré la vida,

pues tanto amor pedí, que, en amor vuelto

el sueño, el gusto, de abundancia muero.

A DOS NIÑAS

SONETO

Para tomar de mi desdén venganza,

quitóme Amor las niñas que tenía,

con que miraba yo, como solía,

todas las cosas en igual templanza.

A lo menos conozco la mudanza

en los antojos de la vista mía;

de un día en otro no descanso un día;

del tiempo huye la que el tiempo alcanza.

Almas parecen de mis niñas puestas

en mis ojos, que baña tierno llanto.

¡Oh niñas, niño Amor, niños antojos,

niño deseo que el vivir me cuestas!

Mas ¿qué mucho también que llore tanto

quien tiene cuatro niñas en los ojos?

SONETO

Pruebo a engañar mi loco pensamiento

con la esperanza de mi bien perdido,

mostrándole, en mil nubes escondido,

un átomo no más de algún contento.

Mas él, que sabe bien que cuantointento

es aparencia de placer fingido,

se espanta de que, estando al alma asido,

le engañe con fingir lo que no siento.

Voile llevando de uno en mil engaños,

como si yo sin él tratase dellos,

siendo el mayor testigo de mis daños.

Pero siendo forzoso padecellos,

¡oh quién nunca pensase en desengaños,

o se desengañase de tenellos!

SONETO

Del templo de la Fama en alta parte

vi diez, los que hasta agora fueron nueve:

aquel por quien Apolo no se mueve,

formaba un mármol excediendo el arte.

Con el rey de Sión, estaba aparte

Gedeón, cuya gente en Acab bebe;

el que a rendir la tierra y mar se atreve,

y Arturo con el ánglico estandarte;

Héctor, César y Carlos, con Gofredo,

que el gran sepulcro libertó de Cristo;

mas cuando entre los diez(para alabarlos),

reconocer el último no puedo,

oigo una voz que dijo: "A los que has visto

dio luz, y quitó fama, el Quinto Carlos".

SONETO

Antes que el cierzo de la edad ligera

seque la rosa que en tus labios crece,

y el blanco de ese rostro, que parece

cándidos grumos de lavada cera,

estima la esmaltada primavera,

Laura gentil, que en tu beldad florece,

que con el tiempo se ama y se aborrece,

y huirá de ti quien a tu puerta espera.

No te detengas en pensar que vives,

oh Laura, que en tocarte1 y componerte

se entrará la vejez sin que la llames.

Estima un medio honesto, y no te esquives;

que no ha de amarte quien viniere a verte,

Laura, cuando a ti misma te desames.

DESPIDIÉNDOSE DE UNA DAMA PORQUE AMANECÍA

SONETO

En el sereno campo de los cielos

entraba el sol, pisando las estrellas

sus caballos flamígeros, y dellas

limpiando el manto de color de celos.

Ya cuanto vive en últimos desvelos

pasaba de su sueño a sus querellas;

sale la abeja entre las flores bellas,

las aves por el aire esparcen vuelos.

Vase en el mundo dilatando el día

en cercos de oro y arreboles rojos,

y en las hojas las perlas del rocío;

mas cuando tan hermoso el sol salía,

anocheció para mis tristes ojos,

porque, como él salió, se puso el mío.

SONETO

Bien fue de acero y bronce aquel primero

que en cuatro tablas confió su vida

al mar, a un lienzo y a una cuerda asida,

y todo junto al viento lisonjero.

¿Quién no temió del Orïon severo

la espada en agua de la mar teñida,

el arca doble al Austro y la ceñida

obtusa luna de nublado fiero?

El que fió mil vidas de una lengua

de imán tocada, al Ártico mirando,

y en líneas treinta y dos, tres mil mudanzas,

pero más duro fue para su lengua

quien puso(las que tienen contemplando)

en marde una mujer sus esperanza[s].

UN CABALLERO, LLEVANDO SU DAMA A ENTERRAR ÉL MISMO

SONETO

Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre,

y en eclipse mortal las más hermosas

estrellas, nieve ya las puras rosas,

y el cielo tierra, en desigual costumbre.

Tierra, forzosamente pesadumbre,

y así, no Atlante, a las heladas losas

que esperan ya sus prendas lastimosas,

Sísifo sois por otra incierta cumbre.

Suplicóos me digáis, si Amor se atreve,

¿cuándo pesó con más pesar, Fernando,

o siendo fuego o convertida en nieve?

Mas el fuego no pesa, que, exhalando

la materia a su centro, es carga leve;

la nieve es agua, y pesará llorando.

SONETO

Fue Troya desdichada, y fue famosa,

vuelta en ceniza, en humo convertida,

tanto, que Grecia, de quien fue vencida,

está de sus desdichas envidiosa.

Así en la llama de mi amor celosa,

pretende nombre mi abrasada vida,

y el alma en esos ojos encendida,

la fama de atrevida mariposa.

Cuando soberbia y victoriosa estuvo,

no tuvo el nombre que le dio su llama:

tal por incendios a la fama subo.

Consuelo entre los míseros se llama

que quien por las venturas no la tuvo,

por las desdichas venga a tener fama.

A LA MUERTE DE ALBANIA

SONETO

Adonde vas con alas tan ligeras

del hemisferio nuestro al tuyo opuesto,

divino sol en Oriente puesto,

donde fuera más justo que nacieras?

"Apenas te gozaron las riberas

del Tajo, a ser tu antípoda dispuesto,

cuando las cubres de ciprés funesto,

robando en ti sus verdes primaveras.

"Los duros jaspes, los rebeldes bronces

se ablandan escuchando mis enojos;

dime, pues ya te vas, si podré verte."

Así Fabio lloraba. Albania entonces

miróle y quiso hablar, cerró los ojos,

y respondióle lo demás la Muerte.

SONETO

Albania yace aquí, Fabio suspira;

matóla un parto sin sazón, dejando

la Envidia alegre y al Amor llorando;

pues ya cualquiera fuerza le retira.

El Tajo crece por mostrar su ira

y corre, de la Muerte murmurando;

párase el sol, el túmulo mirando,

temiendo en sí lo que en Albania mira.

Mas él, si se eclipsare, volver puede,

y Albania no, que, de volver ajeno,

a Fabio deja en el postrero parto.

Venganza fue para que ejemplo quede

que quien fue basilisco en dar veneno,

muriese como víbora en el parto.

SONETO

Si gasta el mar la endurecida roca

con el curso del agua tierna y blanda;

si el español que entre los indios anda,

con largo trato, a su amistad provoca;

si al ruego el áspid la fiereza apoca,

si el fuego al hierro la dureza ablanda,

no yerra Amor cuando esperarle manda

un imposible a mi esperanza loca.

Que el tiempo que las rocas enternece,

indios, áspides, hierros, bien podría

sirviendo, amando, cuanto Amor concede

(por más que mi desdicha os endurece),

señora,enterneceros algún día:

que un inmortal amor todo lo puede.

A UN LOCO FAVORECIDO DE UNA DAMA

SONETO

De la ignorancia en que dormí recuerdo

el tiempo que a la envidia tuve en poco,

pues a tenerla agora me provoco

de los que viven fuera de su acuerdo.

Tú ganas sin sentir; sintiendo pierdo;

gozas tocando; imaginando toco;

dichoso loco, pues mereces loco

lo que jamás he merecido cuerdo.

Si es loco Amor, ¿por qué soy yo tenido

por cuerdo? Y si soy cuerdo, ¿qué procura

Amor con tanta fuerza en mi sentido?

Loco, pues me ganaste la ventura,

troquemos el discurso o el vestido:

toma mi seso, y dame tu locura.

SONETO

Deste mi grande amor, y el poco tuyo,

no tengo culpa yo, tengo la pena;

que a tu naturaleza, en todo ajena,

juntarse dos contrarios atribuyo.

Este mi amor y tu desdén arguyo

de aquel humor que de una misma vena

de dulce y agro fruto el ramo enllena,

siendo una tierra, un agua, un tronco el suyo.

Veo la cera, y veo el barro, al fuego,

ésta ablandarse, aquel endurecerse,

que uno se rinde, y otro se resiste;

y con igual efeto miro luego

(siendo una causa Amor para encenderse)

que si me enternecí, te endureciste.

SONETO

Árdese Troya, y sube el humo escuro

al enemigo cielo, y entretanto,

alegre, Juno mira el fuego y llanto:

¡venganza de mujer, castigo duro!

El vulgo, aun en los templos mal seguro,

huye, cubierto de amarillo espanto;

corre cuajada sangre el turbio Janto,

y viene a tierra el levantado muro.

Crece el incendio propio el fuego extraño,

las empinadas máquinas cayendo,

de que se ven ruinas y pedazos.

Y la dura ocasión de tanto daño,

mientras vencido Paris muere ardiendo,

del griego vencedor duerme en los brazos.

SONETO

Suena el azote, corredor Apolo,

sobre el carro que a Géminis alinda,

que falta para ver a mi Lucinda

de tu carrera un paralelo sólo.

Dafnes te espera en el opuesto polo,

que puede ser que su dureza rinda,

y a mí la imagen más hermosa y linda

que han visto el Panteón ni el Mauseolo.

Si quieres ver, para que no te admires,

la razón que me esfuerza a que la quiera,

mira su rostro, aunque es grande osadía.

Mas ¡ay, sol envidioso!, no le mires,

que no llegando al indio, que te espera,

harás eterno desta ausencia el día.

SONETO

Céfiro blando, que mis quejas tristes

tantas veces llevaste; claras fuentes,

que con mis tiernas lágrimas ardientes

vuestro dulce licor ponzoña hicistes;

selvas, que mis querellas esparcistes;

ásperos montes, a mi mal presentes;

ríos, que de mis ojos siempre ausentes,

veneno al mar, como a tirano, distes;

pues la aspereza de rigor tan fiero

no me permite voz articulada,

decid a midesdén que por él muero.

Que si la viere el mundo transformada

en el laurel que por dureza espero,

della veréis mi frente coronada.

AL DUQUE DE OSUNA Y CONDE DE UREÑA

SONETO

El Tiempo, a quien resiste el tiempo en vano,

llevó tras sí los griegos valerosos,

los Augustos, los Césares famosos,

después de las reliquias del troyano.

Llevóse con el griego y el romano

la gloria de los godos belicosos,

y aquellos españoles generosos,

origen claro del valor cristiano.

Apolo y Marte, ociosos en la tierra,

íbanse al cielo, y vuestro abuelo santo,

por tenerlos, asióles de la ropa.

Dejáronle, por irse en paz y en guerra,

los dos Girones, que hoy os honran tanto,

que dellos se vistió de gloria Europa.

A UNA DAMA QUE LE ECHO UN PUÑADO DE TIERRA

SONETO

Como a muerto, me echáis tierra en la cara;

yo lo debo de estar, y no lo siento;

que a un muerto en vuestro esquivo pensamiento,

menos sentido que éste le bastara.

Vivo os juré que muerto os confesara

la misma fe; cumplí mi juramento;

pues ya después del triste enterramiento,

ni cesa la afición, ni el amor para.

No sé si os pueda dar piadoso nombre,

¡oh manos que enterráis al muerto amigo!,

después que le mató vuestra hermosura.

Que es de ladrón fiel, ya muerto el hombre,

no de piedad, mas miedo del castigo,

darle en su propia casa sepultura.

SONETO

Mis pasos engañados hasta agora

por jardines hibleos y pensiles,

por pensamientos y esperanzas viles,

infancia noche, juventud aurora,

razón esclava, voluntad señora,

vistiendo mi virtud como a otro Aquiles,

me han traído, callados y sutiles,

adonde el alma sus engaños llora.

¡Oh pasos ciegos de mi edad perdida!

Que en polvo, en humo, en sombra se convierte

entrada triste y misera salida,

El primero que di(¡qué triste suerte!),

ese me descontaron de la vida,

y le puso en sus límites la muerte.

SONETO

Hermosos ojos, yo juré que había

de hacer en vos de mi rudeza empleo,

en tanto que faltaba a mi deseo

el oro puro que el Oriente cría.

Rústica mano desta fuente fría

ofrece el agua; mas mirad que a Orfeo

versos le dieron singular trofeo

de aquella noche que no ha visto el día.

Y pues por la crueldad que en toda parte

usáis conmigo, vuestro cuerpo tierno

puede temer la pena de Anaxarte,

no despreciéis el don, que al lago Averno

irá por vos mi amor, venciendo al arte...

Mas tal hielo aun no teme el fuego eterno.

SONETO

Dejadme un rato, pensamientos tristes,

que no me he de rendir a vuestra fuerza.

Si es gran contrario Amor, amor me esfuerza;

penad y amad, pues que la causa fuistes.

No permitáis, si de mi amor nacistes,

que la costumbre, quea volver me fuerza,

de mi firme propósito me tuerza,

pues en los desengaños me pusistes.

No queráis más que amar; amar es gloria;

no la manchéis con apetitos viles:

vencedme, y venceréis mayor vitoria.

Si en Troya no hay traidor, ¿qué importa Aquiles?

Mas ¡ay!, que es mujer flaca la memoria,

y vosotros, cobardes y sutiles.

A LAS OJERAS DE UNA DAMA

SONETO

Ojos, por quien llamé dichoso al día

en que nací, para morir por veros,

que por salir de noche a ser luceros

cercáis de azul la luz que al sol la envía;

hermosos ojos, que del alma mía

un inmortal engaste pienso haceros

de envidia del safir, que, por quereros,

entre cristal y rosa el cielo cría;

agora sí que vuestras luces bellas

son de mi noche celestial consuelo,

pues en azul engaste vengo a vellas.

Agora sí que sois la luz del suelo,

agora sí que sois, ojos, estrellas,

que estáis en campo azul, color de cielo.

SONETO

Que otras veces amé negar no puedo,

pero entonces Amor tomó conmigo

la espada negra, como diestro amigo,

señalando los golpes en el miedo.

Mas esta vez que batallando quedo,

blanca la espada y cierto el enemigo,

no os espantéis que llore su castigo,

pues al pasado amor amando excedo.

Cuando con armas falsas esgremía,

de las heridas truje en el vestido

(sin tocarme en el pecho) las señales;

mas en el alma ya, Lucinda mía,

donde mortales en dolor han sido

y en el remedio heridas inmortales.

SONETO

Tened piedad de mí, que muero ausente,

hermosas ninfas deste blando río;

que bien os lo merece el llanto mío,

con que suelo aumentar vuestra corriente.

Saca la coronada y blanca frente,

Tormes famoso, a ver mi desvarío;

así jamás te mengüe el seco estío,

y esta montaña tu cristal aumente,

Mas ¿qué importa que el llanto mió recibas,

si no vas a morir; al Tajo, adonde

mis penas pueda ver la causa dellas?

Tus ninfas en tus ondas fugitivas

y tu cabeza coronada esconde:

que basta que me escuchen las estrellas.

A LA JORNADA DE INGLATERRA

SONETO

Famosa armada de estandartes llena,

partidos todos de la roja estola,

árboles de la fe, donde tremola

tanta flámula blanca en cada entena;

selva del mar, a nuestra vista amena,

que del cristiano Ulises la fe sola

te saca de la margen española,

contra la falsedad de una sirena,

id, y abrasad el mundo, que bien llevan

las velas viento, y alquitrán los tiros,

que a mis suspiros y a mi pecho deban.

Segura de los dos podéis partiros,

fiad que os guarden, y fiad que os muevan:

tal es mi fuego, y tales mis suspiros.

SONETO

Retrato mío, mientras vivo ausente,

guardad la puerta, asido de la llave,

que haré a Guzmánque este bosquejo acabe,

con lo que me pusieren en la frente.

Laurel, decía la engañada gente,

no le afrentéis con otra rama grave,

porque si Midas el remedio sabe,

la tierra no lo sufre ni consiente.

Mi bien es de las Indias combatido;

decid si el alma consintió en mi daño;

que el alma no la compra mortal precio,

Y pues Guzmán no os acabó el vestido,

yo os lo daré por este desengaño;

aunque cualquiera desengaño es necio.

SONETO

El pastor que en el monte anduvo al hielo,

al pie del mismo derribando un pino,

en saliendo el lucero vespertino,

enciende lumbre y duerme sin recelo.

Dejan las aves con la noche el vuelo,

el campo el buey, la senda el peregrino,

la hoz el trigo, la guadaña el lino:

que al fin descansa cuanto cubre el cielo.

Yo solo, aunque la noche con su manto

esparza sueño y cuanto vive aduerma,

tengo mis ojos de descanso faltos.

Argos los vuelve la ocasión y el llanto,

sin vara de Mercurio que los duerma:

que los ojos del alma están muy altos.

RIMAS SACRAS

SONETO PRIMERO

Cuando me paro a contemplar mi estado,

y a ver los pasos por donde he venido,

me espanto de que un hombre tan perdido

a conocer su error haya llegado.

Cuando miro los años que he pasado,

la divina razón puesta en olvido,

conozco que piedad del cielo ha sido

no haberme en tanto mal precipitado.

Entré por laberinto tan extraño,

fiando al débil hilo de la vida

el tarde conocido desengaño;

mas de tu luz mi escuridad vencida,

el monstro muerto de mi ciego engaño,

vuelve a la patria la razón perdida.

II

Pasos de mi primera edad, que fuistes

por el camino fácil de la muerte,

hasta llegarme al tránsito más fuerte,

que por la senda de mi error pudistes,

¿qué basilisco entre las flores vistes,

que de su engaño a la razón advierte?

Volved atrás, porque el temor concierte

las breves horas de mis años tristes.

¡Oh pasos esparcidos vanamente!,

qué furia os incitó, que habéis seguido

la senda vil de la ignorante gente?

Mas ya que es hecho, que volváis os pido

que quien de lo perdido se arrepiente,

aun no puede decir que lo ha perdido.

III

Entro en mí mismo para verme, y dentro

hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada

una loca república alterada,

tanto que apenas los umbrales entro.

Al apetito sensitivo encuentro,

de quien la voluntad mal respetada

se queja al cielo, y de su fuerza armada

conduce el alma al verdadero centro.

La virtud, como el arte, hallarse suele

cerca de lo difícil, y así pienso

que el cuerpo en el castigo se desvele.

Muera el ardor del apetito intenso,

porque la voluntad alcentro vuele,

capaz potencia de su bien inmenso.

IV

Si desde que nací, cuanto he pensado,

cuanto he solicitado y pretendido

ha sido vanidad, y sombra ha sido,

de locas esperanzas engañado;

si no tengo de todo lo pasado

presente más que el tiempo que he perdido,

vanamente he cansado mi sentido,

y torres en el viento fabricado.

¡Cuán engañada el alma presumía

que su capacidad pudiera hartarse

con lo que el bien mortal le prometía!

Era su esfera Dios para quietarse,

y como fuera dél lo pretendía,

no pudo hasta tenerle sosegarse.

V

¿Qué ceguedad me trujo a tantos daños?

¿Por dónde me llevaron desvaríos,

que no traté mis años como míos,

y traté como propios sus engaños?

¡Oh puerto de mis blancos desengaños,

por donde ya mis juveniles bríos

pasaron como el curso de los ríos,

que no los vuel[y]e atrás el de los años!

Hicieron fin mis locos pensamientos,

acomodóse al tiempo la edad mía,

por ventura en ajenos escarmientos.

Que no temer el fin no es valentía,

donde acaban los gustos en tormentos,

y el curso de los años en un día.

VI

Si de la muerte rigurosa y fiera

principios son la sequedad y el frío,

mi duro corazón, el hielo mío

indicios eran que temer pudiera.

Mas si la vida conservarse espera

en calor y humidad, formen un río

mis ojos, que a tu mar piadoso envío,

divino autor de la suprema esfera.

Calor dará mi amor, agua mi llanto,

huya la sequedad, déjeme el hielo,

que de la vida me apartaron tanto.

Y tú, que sabes ya mi ardiente celo,

dame los rayos de tu fuego santo

y los cristales de tu santo cielo.

VII

¿Quién sino yo tan ciego hubiera sido,

que no viera la luz? ¿Quién aguardara

a que con tantas voces le llamara

aquel despertador de tanto olvido?

¿Quién sino yo por el abril florido

de caduco laurel se coronara,

y la opinión mortal solicitara

con tanto tiempo, en tanto error perdido?

¿Quién sino yo tan atrevido fuera,

que descolgara de Sión la lira,

y al babilonio vil música diera?

¿Y quién, sino quien es verdad, la ira

templara en mí, porque al morir dijera

que toda mi esperanza fue mentira?

VIII

¡Oh corazón más duro que diamante!,

¿qué repugnancia es ésta que te oprime?

¿No basta que con viva voz te anime

aquel lince del alma penetrante?

¿Qué importa el apetito repugnante

contra el objeto que su luz te imprime,

si la eficaz razón, que le reprime,

no deja que del suelo se levante?

Ánimo, pues, que la vitoria es tuya,

no pierdas tiempo, si el perdido sobra,

antes que mi proceso se concluya.

Pon los deseos, pues te importa, en obra,

no des lugar que la ocasión se huya,

que en el último fintan mal se cobra.

IX

Una vez habló Dios el día tercero

palabra de virtud y omnipotencia,

y no fue menester que a la obediencia

le reiterase lo que habló primero.

Mientras la habitación en su hemisfero

durare de los mixtos, su sentencia

por toda la mayor circunferencia

conservárase hasta su fin postrero.

Puso ley a las aguas convenible,

la tierra descubrió, dio al aire esfera,

y al fuego duración sin combustible.

Y yo, que por tener la razón fuera,

a sus preceptos, ¡oh rigor terrible!,

rebelde estoy, como la vez primera.

X

¿Será bien aguardar, cuerpo indiscreto,

al tiempo que, perdidos los sentidos,

escuchen, y no entiendan, los oidos,

por la flaqueza extrema del sujeto?

¿Será bien aguardar a tanto aprieto,

que ya los tenga el final hielo asidos,

o en la vana esperanza divertidos,

que no siendo virtud no tiene efeto?

¿Querrá el jüez entonces ser piadoso?

¿Admitirá la apelación, si tiene

tan justas quejas, y es tan poderoso?

Oh vida, no aguardéis que el curso enfrene

el paso de la muerte riguroso:

que no es consejo el que tan tarde viene.

XI

¿En qué bárbara tierra me guardara,

intricada de peñas y maleza;

o qué abismo formó naturaleza,

adonde el rayo de tu luz no entrara?

¿Qué mar en sus arenas me librara,

qué concha me prestara su corteza,

en qué región del aire la cabeza

contra tus armas de defensa armara?

Si le tragó la foca al que quería

huir de ti, más loco fue mi intento,

mayor mi atrevimiento y rebeldía.

Mas ya vuelvo a buscarte, y tan contento,

que me dan, para hallarte noche y día,

mis ojos mar, y mis suspiros viento.

XII

Si es el instante fin de lo presente,

y principio también de lo futuro,

y en un instante al riguroso y duro

golpe tengo de ver la vida ausente,

¿adonde voy con paso diligente?

¿Qué intento? ¿Qué pretendo? ¿Qué procuro?

¿Sobre qué privilegios aseguro

esto que ha de vivir eternamente?

No es bien decir que el tiempo que ha pasado

es el mejor, que la opinión condeno

de aquellos ciegos de quien es culpado.

Ya queda el que pasó por tiempo ajeno,

haciéndole dichoso o desdichado,

los vicios malo, y las virtudes bueno.

XIII

Engaño es grande contemplar de suerte

toda la muerte como no venida,

pues lo que ya pasó de nuestra vida

no fue pequeña parte de la muerte.

Con excepción se dio, puesto que es fuerte,

de morir el vivir, mas ya vencida

no deja que temer, si prevenida,

mientras vivimos, en morir se advierte.

Al que le aconteció nacer, le resta

morir; el intervalo, aunque pequeño,

hace la diferencia manifiesta.

La muerte, al fin de cuanto vive dueño,

está de dos imágines compuesta:

el tiempo, antes de nacer, y el sueño.

XIV

Pastorque con tus silbos amorosos

me despertaste del profundo sueño,

Tú, que hiciste cayado de ese leño,

en que tiendes los brazos poderosos,

vuelve los ojos a mi fe piadosos,

pues te confieso por mi amor y dueño,

y la palabra de seguirte empeño

tus dulces silbos y tus pies hermosos.

Oye, pastor, pues por amores mueres,

no te espante el rigor de mis pecados,

pues tan amigo de rendidos eres.

Espera, pues, y escucha mis cuidados;

¿pero cómo te digo que me esperes,

si estás para esperar los pies clavados?

XV

¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,

y cuántas con vergüenza he respondido

desnudo como Adán, aunque vestido

de las hojas del árbol del pecado!

Seguí mil veces vuestro pie sagrado,

fácil de asir, en una cruz asido,

y atrás volví otras tantas atrevido

al mismo precio en que me habéis comprado.

Besos de paz os di para ofenderos;

pero si, fugitivos de su dueño,

hierran, cuando los hallan, los esclavos,

hoy que vuelvo con lágrimas a veros,

clavadme vos a vos en vuestro leño,

y tendréisme seguro con tres clavos.

XVI

Muere la vida, y vivo yo sin vida,

ofendiendo la vida de mi muerte.

Sangre divina de las venas vierte,

y mi diamante su dureza olvida.

Está la majestad de Dios tendida

en una dura cruz, y yo de suerte

que soy de sus dolores el más fuerte,

y de su cuerpo la mayor herida.

¡Oh duro corazón de mármol frío!,

¿tiene tu Dios abierto el lado izquierdo,

y no te vuelves un copioso río?

Morir por él será divino acuerdo;

mas eres tú mi vida, Cristo mío,

y como no la tengo, no la pierdo.

XVII

¡Oh, bien hayan las lágrimas lloradas

por culpas en tus ojos cometidas,

aquellas de tu amor agradecidas,

y éstas de tu grandeza perdonadas!

¡Oh qué dulces que son bien empleadas,

y a los umbrales de tu Cruz vertidas!

Pluguiera a Dios tuviera yo mil vidas,

todas en llanto de tu amor bañadas.

Si lágrimas, si voces pueden tanto,

quien llora sus pasados desatinos,

da al cielo gloria y al infierno espanto.

No conocen los hombres tus caminos;

pero conocen que del alma el llanto

detiene el curso de tus pies divinos.

XVIII

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el Ángel me decía;

"Alma, asómate agora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía"!

¡Y cuántas, hermosura soberana,

"Mañana le abriremos", respondía,

para lo mismo responder mañana!

XIX

Aquí cuelgo la lira que desamo,

con quecanté la verde primavera

de mis floridos años, y quisiera

romperla al tronco, y no colgarla en ramo.

Culpo mi error, y la ocasión infamo,

por quien canté lo que llorar debiera,

que el vano estudio vano premio espera,

ladrón del tiempo con disfraz le llamo.

En otra lira, a cuyo son recuerdas,

dormida musa, en este breve plazo

canta segura de que el tiempo pierdas.

Templóla amor con poderoso brazo,

que en tres clavijas le subió las cuerdas,

y le labró de una lanzada el lazo.

XX

La lengua del amor, a quien no sabe

lo que es amor, ¡qué bárbara parece!;

pues como por instantes enmudece,

tiene pausas de música süave.

Tal vez suspensa, tal aguda y grave,

rotos conceptos al amante ofrece;

aguarda los compases que padece,

porque la causa su destreza alabe.

¡Oh dulcísimo bien, que al bien me guía!,

¿con qué lengua os diré mi sentimiento,

ya que tengo de hablaros osadía?

Mas si es de los conceptos instrumento,

¿qué importa que calléis, oh lengua mía,

pues que vos penetráis mi pensamiento?

XXI

Tardar en convertirse, error notable;

y diferirlo de uno en otro día,

loca desvanecida fantasía,

esperanza del hombre miserable.

La vida corre; la ocasión mudable,

cuán presto de los ojos se desvía.

¿Cómo tendrá resolución tardía,

al mismo que ha ofendido, favorable?

Señor, quien diligente y cuidadoso

las cosas de la vida mortal mira,

si vive en las del alma perezoso,

vendrá súbitamente vuestra ira,

y al discurrir el filo poderoso,

¿qué mano le tendrá, si el cuerpo expira?

XXII

Yo dormiré en el polvo, y si mañana

me buscares, Señor, será posible

no hallar en el estado convenible

para tu forma la materia humana.

Imprime agora, ¡oh fuerza soberana!,

tus efetos en mí, que es imposible

conservarse mi ser incorruptible,

viento, humo, polvo y esperanza vana.

Bien sé que he de vestirme el postrer día

otra vez estos huesos, y que verte

mis ojos tienen y esta carne mía.

Esta esperanza vive en mí tan fuerte,

que con ella no más tengo alegría

en las tristes memorias de la muerte.

XXIII

Nunca me vi tan lejos de temeros,

mi Dios, que me olvidase de estimaros,

porque cuando más cerca de olvidaros,

entonces me pesaba de ofenderos.

Impulsos tuve yo para quereros,

por quien con más razón podéis quejaros:

no sé cómo tardaba de buscaros

en medio del temor de conoceros.

Andaba yo cual suele el delincuente,

que se le antoja vara de justicia

cualquier rumor que a las espaldas siente;

pero de mis deleites la codicia

me daban armas y ánimo valiente,

para que se doblase mi malicia.

XXIV

En estos prados fértiles y sotos

de los deleites de la edad primera,

sentada en espantosa bestia fiera,

Babilonia me dio su mortal lotos.

Y mis sentidos, de aquel bien remotos

quela inmortalidad del alma espera,

durmieron mi florida primavera

de la razón, los memoriales rotos.

No sólo del veneno la bebida

sueño solicitó, mas de mí tuvo

la mejor parte en bestia convertida.

Circe con sus encantos me detuvo,

hasta que con tu luz salió mi vida

de la costumbre en que cautiva estuvo.

XXV

En esta tabla de tu Cruz divina

saldré de la tormenta del mar fiero

con el aliento del vivir postrero,

a donde el norte de su luz me inclina.

La nave de mi vida peregrina,

que las sirenas no temió primero,

en los bancos del mundo lisonjero

sin gobierno zozobra y desatina.

Tú sola en tal peligro, tú me alientas,

tabla dichosa, que mi vida entabla

por tantas olas de mi error violentas.

Cobróme en Ti, y a Ti llegué sin habla

que no puede anegarse en sus tormentas

quien se abrazare a tu divina tabla.

XXVI

Deten el curso a la veloz carrera,

desbocado apetito, que me pierdes,

pues ya es razón que a la razón recuerdes:

no se nos vaya la ocasión ligera.

Si te disculpas con la edad primera,

no puedo yo creer que no te acuerdes

que por los pasos de los años verdes

llegaste al puerto de la edad postrera.

¡En qué esperanza mis errores fundo,

blancas las sienes y las venas hielos,

vil nave, airado viento, mar profundo!

Corre a tu engaño los fingidos velos,

porque lo que es vergüenza para el mundo,

¿cómo no lo será para los cielos?

XXVII

¿Cómo puede, Señor, justificarse

con Vos el hombre, habiéndoos ofendido,

parecer limpio, de mujer nacido,

ni el polvo al que es eterno compararse?

¿Cómo puede la nada levantarse,

pues el más estimado y preferido

se ve en tan breve término caído,

que puede hasta la envidia lastimarse?

El bálsamo en los huesos no compone

segunda vez del hombre la armonía,

por más oro que el túmulo corone.

Si no es limpio con Vos el sol, el día,

¿qué será el hombre vil, que a Dios se opone,

resuelto en polvo y en ceniza fila?

XXVIII

Vos conocéis, Señor, la compostura

del hombre y sus primeros fundamentos;

Vos, de sus encontrados elementos

la guerra vil que hasta acabarle dura;

Vos, de qué suerte corre y se apresura

a convertirse en nada, y los intentos

con que fabrica en locos pensamientos

fantástica de error arquitectura.

Todo os obliga, cuando más airado,

a perdonarle, habiendo conocido

su culpa a vuestras plantas humillado.

Porque Vos, vencedor esclarecido,

como sois noble, nunca habéis probado

lo que corta la espada en un rendido.

XXIX

Luz de mis ojos, yo juré que había

de celebrar una mortal belleza,

que de mi verde edad la fortaleza

como enlazada yedra consumía.

Si me ha pesado, y si llorar querría

lo que canté coninmortal tristeza,

y si la que tenéis en la cabeza,

corona agora de laurel la mía,

Vos lo sabéis, a quien está presente

el más oculto pensamiento humano,

y que desde hoy, con nuevo celo ardiente,

cantaré vuestro nombre soberano,

que a la hermosura vuestra eternamente

consagro pluma y voz, ingenio y mano.

XXX

Si ya después de Leviatán vencido

y atravesado con la dura armella;

teñida en sangre Babilonia bella

la púrpura y el oro del vestido;

rota la copa, y el licor vertido,

que dio veneno a la mayor estrella,

en cítara suave, que con ella

cesara el llanto del eterno olvido,

el vencedor con dulce voz cantaba,

admirada de todas las naciones:

"¿Quién no te teme, gran Señor, y alaba?"

¡Oh Cordero Divino, qué canciones

te cantará quien a sus pies estaba,

si en el sagrado de tu Cruz le pones!

XXXI

Yo me muero de amor - que no sabía,

aunque diestro en amar cosas del suelo -;

que no pensaba yo que amor del cielo

con tal rigor las almas encendía.

Si llama la mortal filosofía

deseo de hermosura a amor, recelo

que con mayores ansias me desvelo,

cuanto es más alta la belleza mía.

Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante!

¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros,

qué tiempo que perdí como ignorante!

Mas yo os prometo agora de pagaros

con mil siglos de amor cualquiera instante

que, por amarme a mí, dejé de amaros.

XXXII

¿Quién no se muere de tu amor si mira

con la piedad que escuchas y respondes?

¿Cómo es posible que las puertas rondes

de un alma que te trata con mentira?

Mas eres Dios, Señor, ¿de qué me admira

el mirar que ofendido no te escondes?

A quien te quiere y ama correspondes,

y con quien te ofendió, templas la ira.

Cuando consideré mi desvarío,

temblaba yo tus iras y desdenes,

y hallé tu pecho fácil, tierno y pío.

¡Qué condición tan generosa tienes!

¿Quién es ingrato con tu amor, Dios mío,

pues apenas te llaman, cuando vienes?

XXXIII

¡Oh quién te amara, dulce vida mía,

como mereces tú que yo te amara!

Pero infinito amor, ¿dónde se hallara,

que a tu infinito ser correspondía?

Amemos, alma, amemos a porfía,

con infinito amor, con fe tan rara,

que dél saldrá el amor, pues en él para,

y nunca ha dado por Raquel a Lía.

¿Por qué te olvido yo, si tu amor muere

de amor por mí, si tú me das la vida?

¿Qué tiempo es bien que para amarte espere?

Mas ¿quién habrá que la distancia mida,

pues nadie como tú tanto me quiere,

y nadie como yo tanto te olvida?

XXXIV

Llamé mi luz a la tiniebla escura,

gloria a mi pena, a mi dolor consuelo,

provechoal daño y al infierno cielo,

¡Qué ciego error! ¡Qué bárbara locura!

¡Ay luz divina!, sobre todas pura

cuantas vivieron el humano velo,

o el intelectual de ardiente celo,

¡quién conociera entonces tu hermosura!

Origen de la luz, luz poderosa,

luz que ilumina el sol, las once esferas;

luz, ¿quién es luz, sino Tú, luz hermosa?

¡Ay loca ceguedad, cuál me pusieras,

si fiado de luz tan mentirosa

eterna noche de mis ojos fueras!

XXXV

Principios de virtud que no sabía,

porque el discurso a la razón faltaba,

cuando del cielo desterrado andaba,

áspera muestran la difícil vía.

Estaba, Elisio, el alma ingrata mía

en el Argel de su apetito esclava,

mariposa a la luz círculos daba,

buscando en la tiniebla puerta al día.

Ya mis potencias de cautivas salen,

ya levanto los ojos a los cielos,

y las olas del mar su furia aplacan.

Mas tales manos de piedad me valen,

que, como tienen clavos, son anzuelos

en que del mar de tanto error me sacan.

XXXVI

Sobre ocho veces treinta el sol corría

los años de un enfermo, que aguardaba

junto a Betsaida el ángel que bajaba,

y las sagradas aguas revolvía.

A Cristo, que salud le prometía,

de la falta del hombre se quejaba,

que la divina luz, que le llamaba,

la noche de su error desconocía.

Yo que imito sus obras y su nombre,

ciego a la viva luz que me reduce,

aguardo mi remedio descuidado.

Mas no puedo decir por falta de hombre,

pues tengo un hombre en Dios que me conduce

a las aguas del mar de su costado.

A UNA ROSA

SONETO

XXXVII

¡Con qué artificio tan divino sales

de esa camisa de esmeralda fina,

oh rosa celestial alejandrina,

coronada de granos orientales!

Ya en rubíes te enciendes, ya en corales,

ya tu color a púrpura se inclina,

sentada en esa basa peregrina

que forman cinco puntas desiguales.

Bien haya tu divino autor, pues mueves

a su contemplación el pensamiento

y aun a pensar en nuestros años breves.

Así la verde edad se esparce al viento,

y así las esperanzas son aleves

que tienen en la tierra el fundamento.

XXXVIII

Adonde quiera que su luz aplican,

hallan, Señor, mis ojos tu grandeza:

si miran de los cielos la belleza,

con voz eterna tu deidad publican;

si a la tierra se bajan, y se implican

en tanta variedad, Naturaleza

les muestra tu poder con la destreza

que sus diversidades significan;

si al mar, Señor, o al aire, meditando

aves y peces, todo está diciendo

que es Dios su autor, a quien está adorando.

Ni hay tan bárbaro antípoda que, viendo

tanta belleza, no te esté alabando:

yo solo, conociéndola, te ofendo.

XXXIX

Si es tanta gloria estar a los umbrales

de tu puerta, mi Dios, el estar dentro

¿cómo será, pues entan alto centro

se deben de gozar las celestiales?

Yo estoy entre los términos mortales

con tanto bien, que me parece que entro,

sino que al cuerpo en el camino encuentro

cargado con estorbos desiguales.

Miro por los resquicios los dichosos

que caminan a Ti, perdido el miedo

a los trances del mundo peligrosos.

Y como caminar tanto no puedo,

baño en llanto mis ojos envidiosos

de ver que van delante y yo me quedo.

XL

¡Oh quién muriera por tu amor, ardiendo

en vivas llamas, dulce Jesús mío,

y que las aumentara aquel rocío

que viene de los ojos procediendo!

¡Oh quién se hiciera un Etna despidiendo

vivas centellas deste centro frío,

o fuera de su sangre el hierro impío

de un africano bárbaro cubriendo!

Este deseo, que a morir se atreve,

recibe Tú, pues la ocasión venida,

bien sabes que no fuera intento aleve.

¿Y qué mucho que amor la muerte pida?

Pues no era muerte, sino puente breve

que me pasara a ti, mi eterna vida.

XLI

Si amare cosa yo que Dios no sea,

y lo que de su amor también procede,

que en odio al cielo y a la tierra quede,

que sí estaré, como sin Él me vea,

¿Y qué mucho que el alma, que desea

el centro, donde sólo parar puede,

ame aquel bien que todo bien excede,

pues no hay descanso que sin Dios posea?

Tú, Rey del cielo, que mi amor procuras,

serás el centro de las ansias mías,

de aquel eterno bien prendas seguras.

Son las del mundo breves tiranías

que no merecen nombre de hermosuras,

sujetas al imperio de los días.

XLII

Llorar cuando nací, señal fue cierta

de la miseria del vivir futuro,

¿pues qué será la vida que procuro,

si lágrimas le aguardan a la puerta?

Incierto el cuando, aunque la muerte cierta,

¿cómo a tantos peligros me aventuro?

¿Qué tiene el alma por defensa y muro,

aunque de terrapleno está cubierta?

Oh, pues, vida, llorad; llorar conviene,

que no reír, pues si reír pretendo,

no es el efeto que esta causa tiene.

Proporcionad el medio, porque entiendo

que, si reís, impropiamente viene

nacer llorando con vivir riendo.

A UNA CALAVERA

SONETO

XLIII

Esta cabeza, cuando viva, tuvo

sobre la arquitectura destos huesos

carne y cabellos, por quien fueron presos

los ojos que, mirándola, detuvo.

Aquí la rosa de la boca estuvo,

marchita ya con tan helados besos;

aquí los ojos de esmeralda impresos,

color que tantas almas entretuvo.

Aquí la estimativa en que tenía

el principio de todo el movimiento,

aquí de las potencias la armonía.

¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!,

¿donde tan alta presunción vivía

desprecian los gusanos aposento?

XLIV

Cuando lo que he de ser me considero,

¿cómo de mi bajeza me levanto?

Y si de imaginarme tal me espanto,

¿por quéme desvanezco y me prefiero?

¿Qué solicito, qué pretendo y quiero,

siendo guerra el vivir y el nacer llanto?

¿Por qué este polvo vil estimo en tanto,

si dél tan presto dividirme espero?

Si en casa que se deja, nadie gasta,

pues pierde lo que en ella se reparte,

¿qué loco engaño mi quietud contrasta?

Vida breve y mortal, dejad el arte:

que a quien se ha de partir tan presto, basta

lo necesario, en tanto que se parte.

XLV

Levantaréme de la seca tierra

que pacen estos rudos animales,

¡oh, Padre!, a tus entrañas paternales,

de donde mi locura me destierra.

Iré al palacio, dejaré la sierra,

donde estos rotos míseros sayales

me trocarán en púrpuras reales:

que a nadie que llamó, las puertas cierra.

Confesaréle que perdido anduve,

y aun que temo el llegar, pues lo más verde

de mis pasados años me detuve.

Para que llegue, basta que me acuerde;

que si perdí lo que de hijo tuve,

lo que tiene de padre no lo pierde.

XLVI

No sabe qué es amor quien no te ama,

celestial hermosura, esposo bello;

tu cabeza es de oro, y tu cabello

como el cogollo que la palma enrama.

Tu boca como lirio que derrama

licor al alba; de marfil tu cuello;

tu mano el torno y en su palma el sello

que el alma por disfraz jacintos llama.

¡Ay Dios!, ¿en qué pensé cuando, dejando

tanta belleza y las mortales viendo,

perdí lo que pudiera estar gozando?

Mas si del tiempo que perdí me ofendo,

tal prisa me daré, que un hora amando

venza los años que pasé fingiendo.

XLVII

Si de la sombra de tu cuerpo santo

puesto en la cruz un bárbaro homicida

recibe luz para pedirte vida,

y vida eterna por tan breve llanto;

si la divina fimbria de tu manto

salud concede a quien la tiene asida,

más es tenerte en celestial comida.

¡Dichosa el alma que merece tanto!

No sombra de tu cuerpo, o fimbria tuya,

sino tu cuerpo mismo, ¿cuál efeto

hará en el alma que a tu mesa llega?

¿Qué reino pedirá? ¿Qué salud suya,

que tú la niegues, si con dulce efeto

tan cerca te ama, abraza, goza y ruega?

XLVIII

Hombre mortal mis padres me engendraron,

aire común y luz los cielos dieron,

y mi primera voz lágrimas fueron,

que así los reyes en el mundo entraron.

La tierra y la miseria me abrazaron,

paños, no piel o pluma, me envolvieron;

por huésped de la vida me escribieron

y las horas y pasos me contaron.

Así voy prosiguiendo la jornada,

a la inmortalidad el alma asida:

que el cuerpo es nada, y no pretende nada.

Un principio y un fin tiene la vida;

porque de todos es igual, la entrada,

y conforme ala entrada la salida.

XLIX

En señal de la paz que Dios hacía

con el hombre, templando sus rigores,

los cielos dividió con tres colores

el arco hermoso que a la tierra envía:

lo rojo señalaba el alegría,

lo verde paz y lo dorado amores;

secó las aguas, y esmaltaron flores

el pardo limo que su faz cubría.

Vos sois en esa cruz, Cordero tierno,

arco de sangre y paz, que satisfizo

los enojos del Padre sempiterno;

vos sois, mi buen Jesús, quien los deshizo;

ya no teman los hombres el infierno,

pues sois el arco que las paces hizo.

LA FILOMENA

A la ilustrísima señora

doña Leonor Pimentel.

CANTO PRIMERO

Dulcísima de amor ave engañada,

reina del aire en su región primera,

alma sin cuerpo, en sola voz fundada,

principio de la verde primavera;

de tu garganta armónica traslada

la tragedia a mi pluma, y la ribera

te oirá poeta a ti cantar llorando,

y Filomena a mí llorar cantando.

Si en ramo de laurel, si en olmo verde

trinando dulcemente estás, agora

que el invierno feroz el rigor pierde,

y el mes de Marte se consagra a Flora,

deciende al valle. Así jamás te acuerde

tu virginal temor la blanca aurora;

cantaremos los dos entre las flores,

tú quejas en desdén, yo en nieve amores.

Vos, Leonor ilustrísima, a quien tanto

debe España de honor, gloria y decoro,

sujeto digno de apolíneo canto,

décima musa del castalio coro,

no despreciéis de Filomena el llanto,

y la dulce prisión en hierros de oro

haréis que estime, y de la verde selva

a los palacios que aborrece vuelva.

Que mal podrá mi voz, mi humilde acento,

hablar del sol que en vuestro cielo mira,

si aun no permite ofensa al pensamiento,

y al mismo amor privilegiado admira.

Conténtese la fe del rendimiento,

pues a serviros solamente aspira,

y cante Filomena, aunque presuma

con imitar su voz hurtar su pluma.

¿Atreveréme yo, si sois mi genio,

a decir cómo fue princesa y ave?

¡Oh clara luz! ¡Oh estrella, que mi ingenio

miró de trino con aspecto grave!

Yo, que canté del Ménalo y Partenio,

y transformada Angélica süave,

trágica voz aplicaré sonora

a la primera lengua del Aurora.

De la abrasada margen de Aqueronte

a la luz se atrevió por verdes quiebras

la furia de la guerra, Tesifonte,

crinada la cabeza de culebras;

Atenas vio su imagen en su monte,

ardiendo el jaspe en viperinas hebras,

y en vez del cetro el hacha furibunda,

con que aire, tierra y agua en fuego inunda.

Armado Pandión, su gente ordena

contra Lisandro, rey de Macedonia;

enmudece la paz, la guerra suena,

tiembla de Europa la mayor colonia;

selva parece el mar, y selva amena,

llena de naves, la ribera jonia:

que la falta de ramas,hierba y flores

flámulas adornaban de colores.

Los dos cabos de Sunio y Cinosura,

donde el Atica estéril se remata,

cubren naciones que a probar ventura

pisan por alta mar campos de plata;

cabo de Maina conducir procura,

imitando a Corón y Chelonata,

soldados fuertes, y el valiente Alcino

la gente de Patraso y Navarino.

Entre el Peneo y el famoso Alceo,

desde Elide y Olimpia, la remota

Micenas y Argos vienen, y el maleo

seno, donde desagua el claro Eurota;

pasado el promontorio siceleo,

los engios siguen la naval derrota,

y los de Acaya, Tebas y Corinto,

ardientes rayos del planeta quinto.

Donde el río Strimón, del dulce Orfeo

sepulcro transparente, margen pone

al reino macedón; viene Tereo;

la Tracia a guerra y a furor dispone.

Valiente con el ático trofeo,

Amor solicitó que le corone

el rey de Atenas, y al nacer su fama,

vencedor macedónico le llama.

En un caballo cuya clin enlazan

rosas de nácar a debidos trechos,

tan airoso, que piensa que le abrazan

las altas manos los fogosos pechos;

cuyas estampas aceradas trazan

orbes, que deja con los pies deshechos,

tan veloces, que aun linces no divisan

si en las arenas o en el aire pisan.

Los dorados balcones de palacio,

donde fue la hermosura arquitetura,

pues en cualquiera intercolunio espacio

estaba en vez de estatuas la hermosura,

laureado pasea el joven tracio;

no fugitiva ya, sino segura.

Dafnes en su cabeza, por la parte

que Venus deja a Apolo y sigue a Marte.

De tantas damas la hermosura ociosa

en las lucientes armas de manera

se retrataba, que la más hermosa

sin levantar los ojos conociera;

formando espejos de su luz fogosa,

Progne, princesa ilustre, reverbera

en el armado pecho de Tereo:

que no defienden armas el deseo.

Desconociera en su divina cara,

opuesta al sol, su resplandor la nieve,

que porque alguna parte la quitara,

a ser rubio el cabello no se atreve;

comienza en pardo y en trigueño para,

pagando en rizos lo que al sol le debe,

sol de sus ojos que le encrespa luego,

para mostrar la vecindad del fuego.

A su dosel estaban coronados

de dos arcos sin cuerda, tan serenos

y en tanta luz y actividad templados,

que a ser su fuego más, mataran menos;

la boca en dos claveles animados,

sin envidiar la grana a los amenos

campos de las mejillas, que a las rosas

prestaran sangre a no quedar celosas.

Tierno la mira el rey, no le responde,

tirana de sus ojos, Progne bella;

que está el amor, si alguno ignora adonde,

en el imperio de una misma estrella.

Quien tarde a lo que debe corresponde,

o ingrato paga o no le tiene en ella;

que en afectos y efectos tan humanos,

si norepugna el cielo, no hay tiranos.

Era Tereo un joven que encubría

feroz ingenio con blandura grave;

ya de enrizar el bozo presumía;

edad que quiere amar, no sé si sabe;

moreno de color, que permitía

entre menos rigor mezcla süave;

alto de cuerpo y de hombros dilatado,

tierno gustoso, y ofendido airado.

Aquella noche, Pandión, contento

de presumir el yerno que imagina,

espléndido convite y opulento

previene al joven, que a su gusto inclina;

baja la sombra en el silencio atento,

que la postrera línea al sol termina,

y saca en nube parda y importuna

disforme rostro la purpúrea luna.

Sale Progne a la mesa, y de la mano

conduce a la divina Filomena,

ángel por hermosura en velo humano,

gloria a los ojos y a las almas pena;

pintarla Zeusis presumiera en vano,

pero pudiera retratar a Helena,

sin que hurtaran jazmines y claveles

a cinco perfecciones, sus pinceles.

Rubio el cabello transformar pudiera

la escura noche como sol en día,

y el de sus ojos convertir en cera

la nieve humana más helada y fría;

la boca, donde halló la primavera,

cuando el abril al mayo desafía,

la perfección de la primera rosa,

dejó, por celestial, de ser hermosa.

No diera el cuello a perfección humana

ventaja en la blancura, sí no viera

sus manos propias, que la nieve cana,

de amor, si no de envidia, deshiciera;

así, de la razón dulce tirana,

las voluntades, fugitiva, altera;

así, señora de cuanto ha mirado,

se queda libre en su primero estado.

En dos lustros y medio el sol había

doce veces no más corrido el Toro

desde que vieron el primero día

los años, ya por ella siglo de oro.

La sala toda en suspensión tenía,

así del rey por único tesoro,

como por ver en su belleza grave

cuanto naturaleza puede y sabe.

Cenó Tereo por los ojos, dando

sustento al alma de otros ojos bellos,

a Progne dulcemente contemplando,

vivo por ellos y muriendo en ellos;

pero aunque estaba ardiendo, y deseando

la prisión de sus lazos y cabellos,

dicen que, del amor que le tenía,

el eco en Filomena respondía.

Bien puede persuadir su entendimiento

quien viere en profecía su vitoria,

que sólo puede amor del pensamiento

pasar más adelante la memoria;

llegar puede veloz conocimiento

a prometer de la hermosura gloria,

amar lo por venir en otro empleo,

y antes que llegue Amor llegar Deseo.

Aquella noche el viejo rey de Atenas

concertadas dejó las tristes bodas,

de agüeros ciertos y de enojos llenas,

puesto que alegres y engañadas todas.

¿Por qué dulce principio, Amor, ordenas,

donde trágicos fines acomodas?

¡Ay! Dieras ocasión contra su efecto,

si no te excusa el celestial decreto.

Duerme el contento padre, y cuando mira

la noche iguallos polos estrellados,

su difunta mujer, bañada en ira,

le da con triste voz brazos helados;

él, de su sombra, en sueños, se retira,

y ella, entre mil suspiros abrasados,

"¡Oh Pandión! - le dice - , ¿por qué huyes,

cuando tu imperio y sucesión destruyes?"

Tienta el anciano rey la débil sombra,

que le parece que oprimirle intenta;

ella otra vez con triste voz le nombra,

y con amores trágicos le afrenta;

últimamente más feroz se nombra,

y con pesado cuerpo le atormenta;

"Arminda soy", le dice; y él al viento,

si en sueños puede ser, escucha atento.

"Arminda soy; yo soy tu esposa cara,

madre de Progne y Filomena hermosa;

en estas bodas míseras repara,

tragedia de tus hijas lastimosa."

Pintaba cielo y tierra el alba clara,

aquél de resplandor y éste de rosa,

cuando, afligido, el rey, triste, despierta,

y el sueño sale por la córnea puerta.

Ya por precisos discurrir los hados,

ya porque el sueño imaginó fingido,

los dioses de las bodas invocados,

dio a Progne hermoso y bárbaro marido.

Asistieron los numes enlutados

entre las sombras del escuro olvido,

Venus llorosa en el común deseo,

y muerta el hacha el trágico Himeneo.

En vez de musas, las funestas aves

cantaron, por los frisos y acroteras,

por las pizarras altas y arquitrabes,

fúnebres himnos, alternando fieras.

Manda Tereo prevenir las naves,

rimbomba el bronce herido las riberas,

y sale del metal la voz fingida,

alma del viento y ley de la partida.

Abraza Pandïón a Progne, y llora;

dura pensión de un rey, que de su tierra

destierra, si se casa, lo que adora,

y a veces para siempre lo destierra.

Retrato Filomena del Aurora,

perlas da a Progne, y en su nácar cierra:

porque en partidas tales halla gloria

en conservar su pena la memoria.

Al casto pecho encomendó Tereo

incastos brazos, cuyo fuego helado

soplan alas de amor; arde el deseo,

y queda el fuego por nacer sembrado;

la nave, haciendo sólo el masteleo,

rompe las crespas ondas al salado

tridente, y los tritones y sirenas

desprecian por la quilla las arenas.

Mas cuando ya de velamentos carga,

y soberbias de si las blancas lonas,

veloz al viento las escotas larga,

temblando obencaduras y coronas;

la tierra, que parece que se alarga,

en perspectiva muestra las personas,

y con saber su error, se maravilla

de ver siempre correr la firme orilla.

Llegó Tereo con su amada esposa

a la tierra, en que dio, cantando Orfeo,

pies a la selva de Estrimón umbrosa,

por cuya orilla vio la del Leteo;

provincia por mujeres siempre odiosa

y lamentable al coro pegaseo,

que vio su lira, y, con mortal tristeza,

sirena de sus aguas, su cabeza.

Bañó templado el sol las armas bellas

delfrigio vellocino en su tesoro

un lustro alegre, y viose en sus estrellas

el pez de plata cinco veces oro;

en tanto que, benévolo por ellas,

gozaba con pacífico decoro

Progne su esposo, sin temer desdicha,

que para posesión se tiene a dicha.

Bello Cupido, sin Anteros, nace

Itis, hermoso niño, al matrimonio

paz, a amor gloria y bien, que satisface

sólo, con tanto ejemplo en testimonio.

La Fama, que las mismas cosas que hace,

deshace, como el Tiempo, del mar Jonio

vuela al Bosforo tracio diligente,

Mercurio en lengua y alas eminente.

Refiere que la infanta Filomena

creció con tanta gracia y hermosura,

de tantas partes y donaires llena,

que el limite mortal pasar procura;

Progne, tan lejos de su sangre ajena,

aunque de celos y de amor segura,

con mil deseos de su hermosa hermana,

sueña en su vista su esperanza vana.

En los robustos brazos de Tereo,

tierna, amorosa y dulce se regala;

intrépida le dice su deseo,

con que su amor al de su hermana iguala;

pasar quiere los campos de Nereo,

y no sólo la mar, que donde exhala

Etna fuego voraz, poner se atreve

con abrasado amor plantas de nieve.

¡Oh condición de nuestra sangre extraña,

debiendo ser en los efetos propia!

Lejos nos solicita y acompaña,

y cerca nos parece cosa impropia.

El pecho de su esposo en perlas baña;

en sus ojos mirándole se copia,

cuando pide mujer, que afecto ardiente

muestra hasta ver lo que pidió presente.

Tierno Tereo al amoroso llanto

de Progne, dice: "No es razón que a Atenas

vuelvas, esposa, aunque tras tiempo tanto

te llamen ansias y te inciten penas;

el mar del más valiente horror y espanto,

montes de sal, euripos y sirenas,

pasan los hombres, que obligados nacen

a los prodigios que los cielos hacen.

"Yo iré por Filomena; a mí me toca

romper las ondas, los escollos duros,

donde el ático seno desemboca,

y Estinfalo le ofrece arroyos puros."

Progne la ausencia juzga, amando, poca,

los cuidados que en ella están seguros

no son de amor, que amor cuanto ama teme,

por más que quien se va en amar sé extreme.

Gustosa Progne, el tracio rey se parte

de la que fue Bisando, donde agora

Grecia, que tanto honró Minerva y Marte,

bárbaro, sin honor, imperio adora;

la ciudad de las aguas mueve el arte,

que en tanta claridad la senda ignora,

y buscando camino por el cielo,

niega, neutral, la deuda al patrio suelo.

A Atenas llega, y Pandíón recibe

su yerno, aun no traidor, y de la pena

de la ausencia de Progne, alegre vive,

que no la juzga de su pecho ajena;

mas luego el joven la traición concibe,

y le baña los ojos Filomena

de luz,que le dejó de incendios lleno:

que suele, ardiendo, ser el sol veneno.

La fama culpa, que alabarla intenta,

y en imposibles lo que dice abona;

aumenta el nuevo amor la vista atenta,

y el ser que va tomando perficiona;

de la sangre más viva se alimenta,

que las venas del alma no perdona,

si lo son las potencias, cuya calma,

como si fuera cuerpo, sangra el alma.

Aquella noche pasa el joven triste

en mortales cuidados y congojas;

ya se deja vencer, ya se resiste.

¡Oh Amor, todo lo rindes y despojas!

Ya cuando el alba los jazmines viste,

vecina al sol de clavellinas rojas,

fin a su amor indigno constituye,

y el alma a la esperanza restituye.

A Filomena, tierno y cauteloso,

persüade y oprime a la jornada,

pintándole de Progne el amoroso

afecto, de quien es tan deseada;

cuéntale que la nombra el niño hermoso

con amores y lengua regalada,

y que es retrato suyo en los cabellos

y en la hermosura de los ojos bellos.

Los palacios espléndidos que vive,

el oro, plata, joyas y diamantes,

el quieto mar, que la ciudad recibe

en hombros de sus puertos circunstantes;

las coronadas barcas le describe,

de tendales de seda y de triunfantes

laureles, que en la mar forman pensiles

en popas de cristales y marfiles;

la pesca por la mar o por los ríos,

ya de nudosa red, ya débil caña,

y cómo hasta en los mismos centros fríos

engaña el arte y la codicia engaña;

y en los amenos bosques y sombríos

valles, tal vez en áspera montaña,

la caza de las aves y las fieras,

guerra de burlas y temor de veras.

Dícele que verá rendir leones

sus encrespados cuellos a los traces,

que los suelen sacar de los arzones

del ligero jinete, pertinaces;

que desbaratan fuertes escuadrones,

y deshacen, feroces y voraces,

armado un hombre, y que segura puede

ver cuanto al fiero el pecho humano excede.

Los jardines le pinta siempre hermosos,

las retóricas fuentes, porque luego

son todas artificios sonorosos,

y las burlas del agua en las del fuego;

los estanques, que nadan bulliciosos

ánades mansos con lascivo fuego,

y el cisne, que compite con la espuma,

con alta presunción nave de pluma.

A BALTASAR ELISIO DE MEDINILLA

EPÍSTOLA TERCERA

Elisio, ocupaciones y negocios

al estudio, a la pluma, al gusto adversos,

que apenas al amor permiten ocios,

tal vez me obligan, aunque son diversos,

a responder a vuestros versos prosa,

tal como agora a vuestra prosa versos.

En fe tan pura, limpia y amorosa,

lo primero no fue descortesía,

ni lo segundo diferente cosa.

Aquel lazo del alma vuestra y mía

que el estudio juntó con las estrellas,

los cuerpos solamente nos desvía.

Y aunque en silencio, porque gustande ellas,

yace algún tiempo sepultado el gusto,

no debe vuestro amor formar querellas:

que yo os tengo presente, y tan al justo

venís agora con mi propio genio,

que no os podrá romper mortal disgusto.

Minerva invicta quotiescumque venio,

ad scribendum tantos detractores,

quamvis fero cequanimiter, invenio,

ut tabulam ab horream et colores,

quibus pingere valeo jam conceptos

animi partus et ingenii flores.

Con esto a los amigos más perfetos

tengo quejosos de mi largo olvido,

si es uno el escribir de sus precetos.

Magis industries, quam fortunce fido;

ocultóme de todos; mas ¿qué importa?,

porque si no soy visto, soy oído,

Diferente ejercicio me reporta

que no responda a quien tan mal me trata,

y tal edad a tal paciencia exhorta.

Evacuandis cordibus est lata

et tennis lingua, ostium, os et verba

in vía augescunt, temere delata.

De muchas desventuras me preserva;

a lo menos yo sigo otro camino,

latentem anguem si conspicio in herba.

Verdad es que mil veces pierdo el tino

del rumbo en que navego y paro en voces:

Elisio, soy mortal, no soy divino.

Relinchos sufro ya, pero no coces;

por lo menos permítanme las quejas,

pues andan en mi trigo tantas hoces.

¡Dichoso aquel que las lucientes rejas

arrima a las paredes ahümadas,

más debajo de pajas que de tejas,

y las coyundas fuertes desatadas,

al macilento buey el heno arroja,

las piernas al pesebre reclinadas,

mientras que su mujer, del fuego roja,

que del afeite no, con los manteles

su capotudo ceño desenoja!

Allí, mejor que en sillas y doseles,

el pecho pone a la grosera estopa,

sin cuidados, porteros y canceles.

El tosco jarro es la dorada copa,

y en el sabroso pan, aunque moreno,

cifra la gula, que entorpece a Europa.

Sale el vapor del nabo y del relleno;

la gruesa vaca la mostaza aviva,

a pesar de la salva y del veneno.

Remata el blanco rábano y la oliva

la cena alegre, y en la pobre cama

pasan los dos la noche fugitiva.

¿Qué es menester más honra ni más fama,

Elisio, en esta vida trabajosa,

donde tanto reloj a morir llama?

Huyen los días; el que ayer lustrosa

mostró la barba, hoy de carbón teñida,

la espera de ceniza vergonzosa:

que muchos, de quien es aborrecida,

hallaron en la tinta al tiempo engaños,

pero a la muerte no, fin de la vida.

Bendiga el cielo aquellos desengaños,

que me trajeron al presente asilo

antes de ver precipitar mis años.

Mucho pudo conmigo el falso estilo

de un amigo traidor: que hay entre nobles

tantos gitanos como baña el Nilo.

Son propios de mujer los tratos dobles,

porque es pedirles que lealtad mantengan

olorosas cermeñas a los robles.

Mas que los hombres, siendo nobles, vengan

a hacer vilesoficios de villanos,

y que diez años en engaño os tengan;

si no son desengaños en las manos,

canonícelos otro majadero,

y sufra infamias por deleites vanos.

Vos entendéis lo que deciros quiero:

capítulo de embustes de madama,

libro segundo, párrafo tercero.

Asido estoy de tan valiente rama,

que ni falsa mujer ni doble amigo

me servirán de pulgas en la cama.

Con vos quisiera yo, si vos conmigo,

pasar otros estudios diferentes

que por sendas más fáciles prosigo.

Aquí a la margen de nevadas fuentes,

coronadas de hierbas y de flores,

moldura del cristal de sus corrientes

(o en esos montes, para hablar mejores,

o en la ribera, donde ya sentados

escuchábamos dulces ruiseñores;

viendo la risa de los verdes prados,

que dejaron las gomas del rocío,

para el oro de Febo preparados;

al son del agua del sagrado río,

adonde el viento con las verdes cañas

compone flautas por lo más sombrío;

dando materia lirios, espadañas,

bosque, agua, fuentes, árboles y flores,

aves, peñas, ganados y montañas);

habláramos los dos de los favores

que hace aquel señor que me ha sufrido,

y dé la diferencia en sus amores;

miráramos el cielo, revestido

de azul y plata al alba, o al ocaso

de sangre y oro a círculos teñido.

Fuera nuestro divino Garcilaso

el rey profeta, el cardenal famoso,

para entender algún difícil paso.

¡Y ojalá que asistiera el milagroso

ingenio del amigo que padece

donde sabéis, que es el callar forzoso!

Mas bien puedo decir que le encarece

por único en el mundo quien conoce

lo que su ingenio y su virtud merece.

Espero en Dios que su justicia goce

la libertad que buenos le desean,

por mucho que la envidia se reboce.

Lo que quisieren de mis cosas crean;

si algunos dicen que le soy ingrato,

que ni hablan bien ni en bien hacer se emplean,

yo sé que en letras, en virtud, en trato,

en generoso pecho, en cortesía,

que en lo moral es el mayor ornato,

no tiene igual de donde nace el día

hasta el último círculo en que muere,

cuando de nuestros ojos se desvía.

Volviendo, en fin, adonde el alma quiere

que asistan los sentidos divertidos,

que con razón a lo demás prefiere,

digo que allí sentados y encendidos

de amor de aquel Amor omnipotente,

y a su contemplación divina asidos,

escribiéramos versos dulcemente,

ya en la lengua vulgar, ya en la latina,

prestándonos los números la fuente.

Allí mejor que en la pintada china,

bebiéramos los dos perlas deshechas,

cayendo por la barba plata fina.

¡Oh vida santa, libre de sospechas,

de traiciones, cuidados y de agravios,

anchura destas cárceles estrechas!

Hinche la ciencia a los soberbios sabios,

ensanche a los señores la grandeza,

abra el dinero a la ambiciónlos labios;

duerma en plumas de cisne la pereza,

y con la de Calígula vomite

la gula, afrenta de naturaleza;

arda en lascivia y su beldad marchite

la blanda, juvenil, loca hermosura;

vidas, airada, la venganza quite;

opóngase la envidia a la luz pura

del sol cuando las sombras tiene iguales,

y báñese en azahar el que murmura;

muera el ingenio pobre a los umbrales

del avariento rico; al pretendiente

engañen esperanzas inmortales;

sirva quien tiene estrella, diligente,

y saque al fin de tan prolijos años

fuego en el corazón, nieve en la frente;

y yo, con estos justos desengaños,

pase la poca vida que me queda

cansando propios y admirando extraños:

que no se me da nada que en la rueda

sobre la popa del gigante santo,

papagayo andaluz, hablando exceda;

pues vos sabéis que nunca ofende tanto

quien habla por costumbre en lo que ignora,

que más que en sus iguales ponga espanto.

Bien haya la que agora le enamora,

pues se lleva de aquí tan gran poeta,

aunque deje sin retos a Zamora.

Bien habla de la brida y la jineta,

bien pinta caballitos y veranos,

lepidum caput, repentona seta.

Aquí también veréis ciertos enanos,

si los príncipes son caballerías,

que se llamaron pardos cortesanos.

En sus mesas comiendo como arpías,

con harta maldición de los criados,

que los dejan sin platos muchos días;

hablar en los poetas desdichados,

en las comedias y en sus versos tristes:

que también van allí con los bocados.

¡Oh vosotros, hidalgos, que nacistes

de estiércol y ámbar, y jamás pasastes

de cuatro redondillas que escribistes!,

callad mientras coméis, ya que llegastes

a veros entre platos diferentes

de lo que no heredastes ni comprastes.

¡Oh dulce murmurar de los ausentes!

¡Mal hubiese la fábula y poesía,

que su principio dieron a las fuentes!

Mas todo aquesto es ya filatería,

pues es, para los miedos de la muerte,

quejarse de la vida, niñería.

Murióse un hombre aquí, ¡qué triste suerte!

en cuatro días, con cien mil ducados:

que el oro es poderoso, mas no es fuerte.

Mirad para negocios intricados,

cuentas, cambios, recambios y papeles,

qué términos tan breves y engañados.

El primero, entre médicos crueles,

que al rico por la bolsa el pulso toman,

y no corren jamás sin cascabeles;

y como en el tercero flebotoman,

el segundo se pasa en "esperemos",

que indicaciones de aparato asoman.

Pues cuando ya del daño las tenemos,

está el enfermo y su mujer llorosa,

él en lo extremo, y ella haciendo extremos,

acude allí la trápala furiosa

del oro, del cuidado y las cautelas,

y, partiéndose, dicen que reposa

el alma, pues, calzadas las espuelas,

aquí se deja el oro, allí los tratos,

y sin ir por la mar previenen velas.

Cuando tocanal arma estos rebatos,

y salen a la playa los sentidos,

¿qué importan escrituras y contratos?

¡Oh ricos de la tierra divertidos!

Si cuanto más tenéis partís más tristes,

¿de qué sirven los bienes adquiridos?

La muerte de los dos que me escribistes,

a quien el Tajo sepultó en su arena,

y con tanta razón encarecistes,

me dio, sábelo Dios, notable pena.

¡Ay, de la Muerte, gustos importunos,

que olvidos come, que descuidos cena!

Tan presto se merienda los ayunos

como los hartos del capón de leche,

y pasados por agua sorbe algunos:

que no hay remedio humano que aproveche

para esconderse, como el arco pida,

o para negociar que no le fleche.

¡Que siempre ha de vivir esta homicida!

Pues no dudéis, Elisio, que hay remedio,

y yo he pensado que es la buena vida.

Pero ya es tiempo de poner en medio

las cosas que diviertan sus castigos,

si bien es su memoria el mejor medio.

¡Dichoso vos, que allá con los amigos,

los libros digo yo, pasáis los días,

de vuestra santa ocupación testigos!

Cuando las noches del invierno frías,

el mozo a los balcones se desvela,

y celos quiere ver por celosías;

y de sus mismos pasos centinela,

a las siestas del picaro verano

en agua ardiente del sudor se pela;

cual otro paraninfo soberano,

vos ensalzáis la estrella, la azucena,

la Esther divina del linaje humano.

Escribid, dilatad la dulce vena;

nada os estorbe: que a sufrir anima

la propia envidia, la alabanza ajena.

Antes, en fin, de la postrera lima

quisiera, Elisio, ver vuestro poema;

por lo menos será cuando se imprima.

Pero si vos ponéis por lima extrema

la Reina del Sagrario algunas horas,

ningún peligro vuestra musa tema:

que no hay para escribir tales auroras.

A DON DIEGO FÉLIX QUIJADA Y RIQUELME

EPÍSTOLA CUARTA

Amor me manda que mi vida os cuente,

don Diego amigo, en forma de poeta,

si hallase el gusto estilo suficiente.

No es ésta excusa, escapatoria, treta;

Dios sabe que quisieran mis deseos

poblar la estafetífera maleta.

Destos de amor dulcísimos correos

yo sé que tengo más que el mar espumas,

palacio envidias y Madrid ateos.

Pero el hacer tan infinitas sumas,

como sabéis, de fáciles virotes,

me ocupa el tiempo acomodando plumas.

Hállome bien en versos tagarotes,

que vuelan por corrales de comedias

a entretener ociosos marquesotes.

Suelen algunas parecer tragedias,

merced de los barbados licenciados,

que las entienden con el vulgo a medias:

Los versos más sonoros, más limados,

altas imitaciones y concetos

no es verde hierba para todos prados.

Al que aborrecen oyen inquïetos,

como si fuera así Celio y Otavio:

que no nacieron todos tan discretos.

Sale al teatro aborrecido Fabio;

no le escuchan por él, y anda el poeta

a mendigar algún aplausoal sabio.

Con esto yo tal vez, no sé si es treta,

donaires de Ganasa y de Trastulo

les digo que me trajo la estafeta.

Las sales de Marcial y de Catulo

allá las hurten páticos cinedos;

que yo por limpio ejemplo me regulo.

El vulgo a las acciones llama enredos:

tiene razón, y quien mejor los hace

enriquece Riquelmes y Pinedos.

La urbanidad civil no me desplace;

no sé qué es criticar, aunque podría,

por lo que a la ignorancia satisface.

Barbiponiente he visto la poesía;

hablando de dragmáticos poemas,

temo que es Helicón Fuenterrabía.

El mundo tuvo siempre algunas temas.

¡Bien haya el inventor de las tortillas,

que así mezcló las claras con las yemas!

¡Oh cómo os escribiera maravillas

si fuera yo de aquestos nadadores

que van a mariscar por las orillas!

En ajenos trabajos inventores,

pasan a nuestra lengua la extranjera,

destruyendo libreros y impresores.

Trasladan el librazo comoquiera,

y dirigido a un príncipe, le venden

el nombre de la página primera.

Tras esto, con la lengua y pluma ofenden

los estudios y márgenes de aquellos

de quien después secretamente aprenden.

Pues escribir de historiadores bellos,

que, como los antiguos ciniflones,

se rizan los bigotes y cabellos,

es ofender con bajas locuciones

vuestros oídos, hechos a la fama

de tan heroicos y ínclitos varones.

Herrera viva, a quien divino llama

la envidia misma, y Garcilaso viva:

ciña a los dos la siempre verde rama.

Laberintos enfáticos escriba

poeta Minotauro, que no importa;

redime el tiempo la verdad cautiva.

Desto que a muchos tiene el alma absorta,

diciendo que de Apolo a Magallanes

se pudo hallar navegación más corta,

celebro los primeros capitanes;

que los que agora son imitadores,

quedáronse en melindres y ademanes.

¡Ay!, mi primera juventud, que en flores

pasó lo que debiera en dulce fruto,

dulce canté, porque canté de amores.

Murió lo verde y acercóse el luto,

porque a tener el tiempo no es bastante

ni sabio Salomón ni griego astuto.

Aqui todos caminan de portante,

todos pretenden, y presumen todos

en premio fugitivo honor constante.

No sé quién puso a los galanes godos,

que más parece sarraceno traje,

y más con las muñecas en los codos.

Rezaba un portugués, y daba al paje

que iba detrás las cuentas, y decía

que deytase otra conta, en su lenguaje.

Y aquí la castellana bizarría

lleva en los hombros una pieza entera

de holanda almidonada todo el día.

Mas cuanto a trajes y del alma afuera

el uso no se excusa, poco importa;

haya buen siglo capa, calza y cuera;

mas donde todo se cercena y corta,

aunque vaya en jumento la paciencia,

perdiendo los estribos se reporta,

en todo cuanto letras, experiencia,

estudios y cuidado el mundo llama,

pues lo que no es verdad nocabe en ciencia.

De cuantos coronó febea rama,

jamás supe la causa de dos temas:

perdone de Aristóteles la fama;

que no hallaréis en todos sus problemas,

supuesto que la máquina os asombre

de tantas variedades de dilemas,

por qué causa, en hablando de algún hombre

o bien o mal, allí se muestra luego,

como si le llamaran por su nombre.

La otra es que cómo está tan ciego

quien es, en los defetos de otros, lince,

y dentro de si mismo ignora el fuego,

no hay mota tan sutil que no despince

en toda falta ajena y en la propia,

cuantas veces en vida pierde quince.

Lo primero es buscar en Etiopia

cabellos rubios; lo segundo tiene

réplica alguna, pero toda impropia.

Que el amor natural, cuando ya viene

a estar solo en un hombre, bien conoce

con qué vicios su dueño se entretiene.

Y así se ve que afuera desconoce

los vicios que le ofenden en secreto,

por más que en barba y calva se remoce.

¿Queréis un cuento que escribió Fileto,

un sabio que no fue de los de Grecia?

Pues escuchalde para el mismo efeto:

Liseno, ya patricio de Venecia,

no la fundada en el señor Neptuno,

sino en el eco que responde necia,

dio en ser galán, si lo era en corte alguno,

con inorme corcova en las espaldas,

siendo a todos y a todas importuno.

Negaba a gorras, cuanto más a faldas,

aquel defeto con igual destreza:

¡oh necios!, o creeldas o encerraldas.

Júpiter, conociendo su flaqueza,

la misma carga le pasó delante

que le puso detrás naturaleza,

y dijole: "Pues fue causa arrogante

el no ver tu defeto como ajeno,

el ser de tus espaldas vivo Atlante,

"agora le verás". Pero Liseno

hizo una treta a Júpiter notable,

que no la hiciera el asno de Sileno.

Y porque fuese el mal comunicable,

fingióse sastre y inventó los petos,

con que fue su defeto razonable.

De suerte que mirando los efetos

que él mismo en otros de algodón fingía,

desmintió la verdad de sus defetos.

Tal es del propio amor la filautía;

pero yo no me agrado y satisfago

que tanta pueda ser su fuerza impía.

No hay hombre, no hay camello, no hay cuartago

que a la naturaleza no dé luego

de lo que recibió, carta de pago.

¿Qué importa que se esté para sí ciego,

si todos han de ver lo bueno o malo,

y lo excelente en vos, señor don Diego?

La sangre del hidalgo Arias Gonzalo

retaba por nacer aquel valiente,

que a muchos hombres de este tiempo igualo.

Si florece un ingenio, antes que intente

dar a luz el fruto de sus años

ya que tiene quien le rete y quien leafrente.

¡Oh España, grandes fueron tus engaños

desde que Dios mezcló, por tu castigo,

al montañés honor reinos extraños!

Tan poco bien le debe al rey Rodrigo,

como en Jerusalén a Vespasiano,

que vendió tan barato su enemigo.

Padezco yo sin límite en humano

planeta los cuadrados desta gente,

a quien mi proceder se oculta en vano.

¡Ay Dios!, si os viera yo, no en la corriente

del claro Betis, de quien sois Apolo,

ceñido del laurel resplandeciente,

sino en aqueste pobre, humilde y solo

bosque de Manzanares, que no ha visto

las naves que permite el otro polo.

Aquí jamás se espera ni se ha visto

siquiera un barco de la vez; ¿qué fuera

si viniera de Arcturo y de Calisto?

Pero podéis creer que en su ribera,

no del árbol de Palas coronada,

ni donde Apolo amante reverbera,

pero del verde salce y la intricada

vid, que crece en las ramas del espino,

con sus cándidas flores abrazada;

que desde allí se ve del gran Felino,

que guarde Dios, el sumptüoso templo,

mayor que el de Semiramis y Nino,

Como lejos del vulgo me contemplo,

por dicha en mis engaños os contara

futuras cosas del pasado ejemplo.

Manzanares corriente se parara,

y hiciera poco, que en verano es río

que con cualquiera música se para.

Pero ya recostado en lo sombrío,

que tantos juncos, mimbres y verbena

dosel le tejen a su asiento frío,

oyera que os cantaba Filomena,

ya en olmo verde, ya en mi ruda pluma,

dulce a los dos, aunque imitada, pena.

No porque yo de presumir presuma

agradaros a vos, Marte, de Febo

valiente ingenio, en breve o larga suma:

mas porque he visto un ruiseñor, que, nuevo

en estas selvas, canta al alba pura

lo que me debe y lo que yo le debo

No os quiero encarecer tanta hermosura;

que no creeréis que es este amor platónico,

cosa por estos tiempos mal segura.

Confúndase el estilo babilónico

en murmurar amor tan firme y casto

a un ángel dulce, a un ruiseñor armónico,

Dejo qué pueda ser; yo sé que basto

a sólo amar el alma con la mía,

en que la vida honestamente gasto.

Mal hubiesen los años la porfía

de aquel estar las noches castellanas

a ver peinar escarcha al alba fría.

Amar la juventud empresas vanas

paréceme muy bien, ¡Dichoso el hombre

que supo amar lo que permiten canas!

¿Qué importa, Félix, que al grosero asombre

pensar que en solas almas vive el gusto,

que al cuerpo descortés impuso el nombre?

Yo tengo aquel amor por solo y justo,

que no se mancha en lo que al alma daña,

después de ser tan áspero disgusto.

Diréis que traigo nuevo amor a España;

por Diosque os engañáis con vuestros años,

aunque vuestra virtud me desengaña.

Dijo Menandro en estos desengaños

que quien hasta las canas difería

del natural amor los dulces daños,

lo que a la misma juventud debía,

pagaba justamente; ¿quién pensara

que tal restitución de mí tendría?

Si esto no fuera así, no le llamara

de la inmortalidad Platón deseo,

ni el alma, que lo es, sin cuerpo amara.

Un argumento desto en vos empleo;

pues que sois catedrático, escuchalde,

que vuestra solución saber deseo.

Dice Augustín que es el amor en balde

de lo que no se ve ni se conoce:

el alma no se ve, respuesta dalde.

El filósofo quiere que se goce,

por lo que vemos, lo que nunca vimos,

aforismo que nadie desconoce.

Así por lo visible conocimos

lo invisible de Dios, cuya grandeza

en la naturaleza percibimos.

¿Quién mira de las flores la belleza,

libro abierto en sus hojas? ¿Quién, sacando

el sol por el oriente la cabeza,

que no conozca que su Autor, mostrando

su divino poder en las criaturas,

es principio sin fin, sin cómo y cuándo?

Así el amar humanas hermosuras,

cristales de las almas en esencias,

de virtudes angélicas y puras,

se puede hacer mirando las potencias;

pero diréis que tienen fundamentos

en más altas y ocultas diferencias.

Gozar se pueden dos entendimientos,

como agora yo a vos, que no os he visto,

y dar la voluntad sus pensamientos.

Mas como el apetito tan malquisto

de la razón, en femenil belleza,

que es el que yo, platónico, resisto,

no da lugar a tanta sutileza,

no sé cómo esta conclusión responde,

si vos no presidís a mi rudeza.

Mas ¿no os causa donaire ver adonde

vine a parar de tal principio? Amando,

ninguna cosa el corazón esconde.

Allá pensaba ir, pero cortando

Atropos fiera el hilo de una vida

que estaba nuestras vidas animando,

suspendió don Francisco la partida,

y quedamos aquí con tanto luto,

que cuanto fue placer el llanto olvida.

No a vos, mi justo amor, porque en tributo

debido al mar de vuestro ingenio inmenso,

presto veréis, si es esto flor, el fruto.

Que es justo que yo os pague el mismo censo

que los pequeños ríos a los mares;

cosa, Félix, que ya prevengo y pienso:

así se rinde al Betis Manzanares.

BELARDO A AMARILIS

EPÍSTOLA SÉPTIMA

Agora creo, y en razón lo fundo,

Amarilis indiana, que estoy muerto,

pues que vos me escribís del otro mundo.

Lo que en duda temí tendré por cierto,

pues, desde el mar del Sur, nave de pluma

en las puertas del alma toma puerto.

¡Qué clara, qué copiosa y dulce suma!

Nunca la hermosa vida de su dueño

voraz el tiempo consumir presuma.

Bien sé que en responder crédito empeño;

vos,de la línea equinocial, sirena,

me despertáis de tan profundo sueño.

¡Qué rica tela, qué abundante y llena

de cuanto al más retórico acompaña!

¡Qué bien parece que es indiana vena!

Yo no lo niego, ingenios tiene España:

libros dirán lo que su musa luce,

y en propia rima imitación extraña;

mas los que el clima antártico produce

sutiles son, notables son en todo;

lisonja aquí ni emulación me induce.

Apenas de escribiros hallo el modo,

si bien me le enseñáis en vuestros versos,

a cuyo dulce estilo me acomodo.

En mares tan remotos y diversos,

¿cómo podré yo veros, ni escribiros

mis sucesos, o prósperos o adversos?

Del alma que os adora sé deciros

que es gran tercera la divina fama;

por imposible me costáis suspiros.

Amo naturalmente a quien me ama,

y no sé aborrecer quien me aborrece:

que a la naturaleza el odio infama.

Yo os amo justamente, y tanto crece

mi amor, cuanto en mi idea os imagino

con el valor que vuestro honor merece.

A vuestra luz mi pensamiento inclino,

de cuyo sol antípoda me veo,

cual suele lo mortal de lo divino,

aunque para correr libre el deseo

es rémora pequeña el mar de España

y todo el golfo del mayor Nereo.

El ciego, que jamás se desengaña,

imagina mayor toda hermosura,

y le deleita más lo que le engaña;

así yo, penetrando la luz pura

de vuestro sin igual entendimiento,

tendré más sol en noche más escura.

Mas ¿qué os diré de mí? Porque no siento

que un átomo merezca de alabanza

quien tiene presunción de su talento.

Deciros faltas es desconfianza,

y porque yo jamás las dije ajenas,

no quiero hacer de mí tan gran mudanza:

que no era gala de quien sirve apenas

pintarse con defetos a quien tiene

aquellas obras cuales son por buenas.

Si me decís quién sois, y que previene

un platónico amor vuestro sentido,

que a provocaros desde España viene,

para quereros yo licencia os pido:

que dejaros de amar injuria fuera,

por eso mismo que de vos lo he sido.

Pues escuchad de mi persona afuera,

que dicen que fue buena no ha mil años,

y donde algún aliento persevera,

partes, sin dar a la distancia engaños:

que adonde amor es alma, el cuerpo es sombra,

y la misma alabanza desengaños.

Tiene su silla en la bordada alfombra

de Castilla el valor de la Montaña

que el valle de Carriedo España nombra.

Allí otro tiempo se cifraba España,

allí tuve principio; mas ¿qué importa

nacer laurel y ser humilde caña?

Falta dinero allí, la tierra es corta;

vino mi padre del solar de Vega:

así a los pobres la nobleza exhorta.

Siguióle hasta Madrid, de celos ciega,

su amorosa mujer, porque élquería

una española Elena, entonces griega.

Hicieron amistades, y aquel día

fue piedra en mi primero fundamento

la paz de su celosa fantasía.

En fin, por celos soy, ¡qué nacimiento!

Imaginalde vos, que haber nacido

de tan inquieta causa fue portento.

Apenas supe hablar, cuando advertido

de las febeas musas, escribía

con pluma por cortar versos del nido.

Llegó la edad y del estudio el día,

donde sus pensamientos engañando

lo que con vivo ingenio prometía,

de los primeros rudimentos dando

notables esperanzas a su intento,

las artes hice mágicas volando.

Aquí luego engañó mi pensamiento

Raimundo Lulio, laberinto grave,

rémora de mi corto entendimiento.

Quien por sus cursos estudiar no sabe,

no se fíe de cifras, aunque alguno

de lo infuso de Adán su genio alabe.

Matemática oí: que ya importuno

se me mostraba con la flor ardiente

cualquier trabajo, y no admití ninguno.

Amor, que Amor en cuanto dice miente,

me dijo que a seguirle me inclinase:

lo que entonces medré mi edad lo siente.

Mas como yo beldad ajena amase,

dime a letras humanas, y con ellas

quiso el poeta Amor que me quedase.

Favorecido, en fin, de mis estrellas,

algunas lenguas supe, y a la mía

ricos aumentos adquirí por ellas.

Lo demás preguntad a mi poesía:

que ella os dirá, si bien tan mal impresa,

de lo que me ayudé cuando escribía.

Dos veces me casé, de cuya empresa

sacaréis que acerté, pues porfiaba:

que nadie vuelve a ver lo que le pesa.

Un hijo tuve, en quien mi alma estaba;

allá también sabréis por mi elegía

que Carlos de mis ojos se llamaba.

Siete veces el sol retrocedía

desde la octava parte al Cancro fiero,

igualando la noche con el día,

a círculos menores, lisonjero,

y el de su nacimiento me contaba,

cuando perdió su luz mi sol primero.

Allí murió la vida que animaba

la vida de Jacinta. ¡Ay muerte fiera,

la flecha erraste al componer la aljaba!

¡Cuánto fuera mejor que yo muriera

que no que en los principios de su aurora

Carlos tan larga noche padeciera!

Lope quedó, que es el que vive agora.

¿No estudia Lope? ¿Qué queréis que os diga,

si él me dice que Marte le enamora?

Marcela con tres lustros ya me obliga

a ofrecérsela a Dios, a quien desea;

si Él se sirviere, que su intento siga.

Aquí, pues no ha de haber nadie que crea

amor de un padre, no es decir exceso

que no fue necia y se libró de fea.

Feliciana el dolor me muestra impreso

de su difunta madre en lengua y ojos:

de su parto murió. ¡Triste suceso!

Porque tan gran virtud a sus despojos

mis lágrimas obliga y mi memoria:

que no curan los tiempos mis enojos.

De sus costumbres santas hice historia

para mirarme en ellas cada día,

envidia de su muerte y de su gloria.

Dejé las galas que seglar vestía;

ordenéme, Amarilis; que importaba

el ordenarme a la desorden mía.

Quien piensa que yo amé cuanto miraba,

vanamente juzgó por el oído;

engaño que aun apenas hoy se acaba.

Los dulces versos tiernamente han sido

piadosa culpa en los primeros años.

¡Ay, si los viera yo cubrir de olvido!

Bien hayan los poetas que en extraños

círculos enigmáticos escriben,

pues por ocultos no padecen daños.

Los claros pensamientos que perciben

sin molestia, Amarilis, los oídos,

menos seguros de ser castos viven.

Tiernos concetos del amor nacidos

no son para la vida imperfecciones,

ni está sujeta el alma a los sentidos.

Matemáticas son demostraciones,

la variedad del gusto y la mudanza

indigna de los ínclitos varones.

No pienso que a la vida parte alcanza,

juzgando bien de la amorosa pluma,

si el alma es posesión, la fe esperanza.

Dígalo mi salud cuando presuma

mayor descompostura el maldiciente,

que forma torres sobre blanda espuma.

Y así podréis amarme justamente,

como yo os amo, pues las almas vuelan

tan ligeras, que no hay amor ausente.

Ésta es mi vida; mis deseos anhelan

sólo a buen fin, sin pretensiones locas,

que por tan corta vida se desvelan.

Dijo el Petrarca con razones pocas

que de Laura esperaba la hermosura

(¡oh casto amor, que a lo inmortal provocas!),

después de muerta en la celeste y pura

parte que peregrinas impresiones

no admite, como aquí la noche escura.

Mi vida son mis libros, mis acciones

una humildad contenta, que no envidia

las riquezas de ajenas posesiones.

La confusión a veces me fastidia,

y aunque vivo en la Corte, estoy más lejos

que está de la Moscovia la Numidia.

Tócanme solamente los reflejos

de los grandes palacios a mis ojos,

más solos que las hayas y los tejos.

Para dar a la tierra los despojos

que sirvieron al alma de cortina,

¿quién trueca blanda paz por sus enojos?

Yo tengo una fortuna peregrina,

que tarde la venció poder humano:

así me destinó fuerza divina.

Tal vez la estimación me finge enano,

tal vez gigante, y yo con igual frente

ni pierdo triste ni contento gano.

Séneca lo enseñó divinamente,

que el aplauso vulgar y el vituperio

han de sentir los sabios igualmente.

El hombre que gobierna bien su imperio

desprecia la objeción y la alabanza

deste, aunque infame, breve cautiverio;

porque dar él mordaz desconfianza

al hombre ya provecto no es cordura,

que por ventura dice lo que alcanza.

Estimo la amistad sincera y pura

de aquellos virtuosos que son sabios:

que sin virtud no hay amistad segura.

Que de la ingratitud tal vez mis labios

formen alguna queja, no esdelito:

que han hecho muchos necios los agravios.

De mi vida, Amarilis, os he escrito

lo que nunca pensé; mirad si os quiero,

pues tantas libertades me permito.

No he querido con vos ser lisonjero

llamándoos hija del divino Apolo,

que mayores hipérboles espero.

Pues aunque os tenga tan distinto polo,

os podrán alcanzar mis alabanzas

a vos, de la virtud ejemplo solo.

Que no son menester las esperanzas

donde se ven las almas inmortales,

ni sujetas a olvidos ni a mudanzas.

No se pondrá jamás en los umbrales

deste horizonte el sol, aunque perciba

Anfitrite sus perlas y corales,

sin que le diga yo que así la esquiva

Dafne sus rayos amorosa espere,

presa en laurel la planta fugitiva;

os diga cuánto el pensamiento os quiere;

que os quiere el pensamiento, y no los ojos:

que éste os ha de querer mientras no os viere.

Sin ojos ¿quién amó? ¿Quién en despojos

rindió sin vista el alma? ¡Oh gran victoria,

amor sin pena y gloria sin enojos!

Que no hay gloria mortal, si llaman gloria

la que es mortal, como querer adonde

se baña en paz del alma la memoria.

Aquí los celos el amor esconde,

aunque os he dicho que nací de celos,

y si ellos no le llaman, no responde.

Por varios mares, por distintos cielos

muchas cosas se dicen que no tienen

tanta verdad al descubrir los velos.

Celias de sólo el cielo me entretienen;

no las temáis, que Celias de la tierra

a ser infiernos de las almas vienen.

Si tanta tierra y mar el paso cierra

a celos, y no amor imaginado,

huya de nuestra paz tan fiera guerra

Y pues habéis el alma consagrado

al cándido pastor de Dorotea,

que inclinó la cabeza en su cayado,

cantad su vida vos, pues que se emplea

virgen sujeto en casto pensamiento,

para que el mundo sus grandezas vea.

Que vuestro celestial entendimiento

le dará gloria accidental cantando

entre las luces del impíreo asiento.

Honrad la patria vuestra propagando

de tan heroicos padres la memoria,

su valor generoso eternizando,

pues lo que con la espada su vitoria

ganó a su sangre, vos, en dulce suma,

coronando laurel de mayor gloria,

dos mundos de Filipe vuestra pluma.

EL JARDÍN DE LOPE DE VEGA

Al licenciado Francisco de Rioja, en Sevilla.

EPÍSTOLA OCTAVA

Divino ingenio, a quien están sujetas

romanas musas, griegas y españolas,

que ennobleces, aumentas y interpretas;

tú, que del cortesano mar las olas

cuerdo olvidaste, y donde quietas yacen

vives las horas del estudio solas;

claro Febo andaluz, por quien ya nacen,

en vez de olivas, lauros en el Betis,

que más ardientes los ingenios hacen;

la gran ciudad por quien discurre a Tetis,

mayor que la que dio, famosa, aNino

la hija del gran ídolo Dercetis,

honrada ya de tu laurel divino,

se precia más de ti que de la infusa

ciencia del Esmírneo y Venusino.

Como la tierra innoble, aunque difusa,

vemos estar de la naturaleza,

que es el aire animable circunfusa;

así la ciencia, aunque es mayor grandeza,

tu parte superior sublime baña

poco menos que angélica belleza.

Tú, pues, por quien la línea más extraña

de nuestro polo ha de ofrecer gustosa

memoria a las corónicas de España,

oye de mi jardín la artificiosa

máquina, donde vivo, retirado,

si no virtuosa vida, nunca ociosa.

Yace en el centro de un ameno prado,

como virtud de extremos tan viciosos,

un cuadro hibleo a Flora dedicado.

Sirven de cerca pámpanos hojosos

de mil hermosas intricadas parras,

a quien abrazan álamos esposos.

Rúbricas verdes las primeras arras

rinden a los decrépitos sarmientos,

que suben a ceñir pardas pizarras.

La puerta firme en sólidos cimientos

de rústica se viste arquitectura,

y la adornan también mis pensamientos.

No trato aquí la griega compostura,

la montea y perfil del edificio,

clara en el arte, y en la lengua escura.

Pudiera el oriental polo ser quicio,

donde jambas, linteles y tresdoses

sustenta en jaspe el terso frontispicio.

¡Oh Apolo, aquí te ruego que reposes,

pues consagré tus hechos a sus nichos,

pudiendo dedicarlos a otros dioses!

Dos pilastras cuadradas a los dichos

mármoles van subiendo, y la cornisa

adornan hieroglíficos caprichos.

Allí la fuente, que con tanta prisa

agotan los poetas aguadores,

a Momo causa boquituerta risa.

No faltan inscripciones y primores

al zócalo que corre por lo bajo,

si bien al arco superior mayores.

Como en las basas puse al claro Tajo,

que coronado de membrillos sube,

de las azudas inmortal trabajo;

también puse el Parnaso en una nube,

a quien Pegaso vil, con quien en vano

estuve siempre mal y siempre estuve,

bañaba de cristal, pero en la mano

fantástica una letra que decía:

"Pegaso siempre para mí Seyano."

Desta famosa puerta al mediodía,

que forman blancos mármoles, dorando

el capitel que al sol rayos envía,

por un verde pretil se va pasando

a un arenoso cuadro, en que una fuente

está fingiendo perlas y engañando.

Como viene tan alta la corriente,

aquello mismo que bajó levanta,

por imitar a su perene oriente.

Y entre los versos que ella propia canta,

dice que el arte en la naturaleza

imperio tiene con violencia tanta.

De aquí se pasa a la mayor belleza

que ha visto el mundo en sus milagros todos,

que es una estatua de imperial grandeza.

Dicen que fue del tiempo de los godos.

¡Notable calidad en cosas mías!

¡Venturas hay por peregrinos modos!

Ésta, en un cuerpo(¡extrañas fantasías!),

retrata a Salmacis ceñida a Troco:

tal puede arder amor en aguas frías.

Laninfa en mármol muestra el amor loco,

como pudiera en carne, y el mancebo

tibio, que siente sus singultos, poco.

Coronados están de verde acebo

dos sátiros lascivos en la basa,

como el que quiso competir con Febo.

De aquesta fuente undísona se pasa

a cuatro cuadros de diversas flores,

eternos incensarios de mi casa.

Entre varios dibujos y labores

las armas de los Carpios representan

con veintidós castillos vencedores.

Y no os riáis, que estos hidalgos cuentan

que vienen de Bernardo(ellos lo dicen);

sobre campo de golas los asientan.

Yo no lo sé, por Dios, mas no desdicen

destas antigüedades sus papeles;

dejaldos que sus armas solenicen.

Y creedme que plumas y pinceles

han hecho sucesiones y linajes:

tanto puede Virgilio, tanto Apeles.

La virtud no repara en viles trajes:

a Alcestes dio Marón sangre troyana,

lo mismo agora que Amadís y Agrajes.

Bien dijo Juvenal: gente romana,

sólo insigne en la sangre, y que no importa

de los mayores la portada cana.

Mejor Ovidio en el De Ponto exhorta

a lo que obliga la mayor nobleza,

imagen que de ajeno árbol se corta.

En unas falta origen por pereza,

en otras la venganza afrentas cría,

y en ninguna faltó naturaleza.

Hicieron la humildad y cortesía

más hidalgos que el tiempo; que éste aprueba

por largos años posesión tardía;

y la humildad perdona alguna prueba:

demostración tan cierta y matemática,

que hará sangre decrépita la nueva.

¡Qué necia digresión! Mas no es dragmática

la epistolar poesía; estad gustoso,

que ya están los paréntesis en prática.

Volviendo a mi jardín, del oloroso

cuadro que os dije, a un sitio peregrino

se pasa por un prado nemoroso.

Ofrece en un estanque cristalino

las bulliciosas ondas a los ojos

Baco en el agua, así le templa el vino.

No le coronan frágiles hinojos,

sino verdes y arpadas pempinelas,

a pesar de la juncia y lirios rojos.

Pequeños barcos de dobladas velas

parecen cisnes, que por alas remos,

para correr su mar calzan espuelas.

Los árboles retratan Polifemos,

y mirándose en él con ojos de hojas,

estampan en las nubes sus extremos.

Aquí las vides, por otubre rojas,

trepan, en vez de yedra; que no gusto

que les aprieten tanto sus congojas.

Síguese luego un plátano robusto,

mayor que el cordobés que dedicaba

Marcial al césar Domiciano Augusto.

Aquí dicen algunos que a la Cava

forzó el último godo. ¿Quién creyera

que tal memoria en mi jardín estaba?

Luego de hierba una celeste esfera

ocupa el mayor cuadro y forma vivos

los signos donde Apolo reverbera.

En círculos aquí vegetativos

los trópicos se ven y los coluros,

los solsticios hiemales, los estivos;

la línea equinocial y en verdes muros

el horizonte, el moble meridiano,

si bien todos en tierras están seguros.

¿Qué es ver porel zodiaco el humano

Sagitario, dulcísimo poeta,

y el arco de Beoda, armado en vano?

No pudo la figura estar perfecta;

de treinta y una estrellas no cabían

en una cifra a un círculo sujeta.

Allí los otros discurrir se vían

media parte del cielo, que debajo,

como no era voluble, se encubrían.

Aquí, a manera de vistoso atajo,

se corona de verdes balaústres

margen que lo pudiera ser del Tajo;

y a espaldas de floridos alegustres

están algunos césares romanos,

que describe Suetonio, tan ilustres;

luego algunos ingenios castellanos,

andaluces también y portugueses,

con libros y laureles en las manos.

¿Quién duda que tú aquí lugar tuvieses,

Francisco ilustre, y mi querido Elisio?

Elisio, que me pesa que no vieses;

Elisio, que ya vive el campo elisio,

muerto por una espada rigurosa,

que pienso que animó licor dionisio.

Aquí tuvo lugar el verso y prosa

de don Tomás Tamayo, en cuyo estilo

alta deidad científica reposa;

Hortensio celestial, a quien Zoílo

respeta el dulce, el casto, el alto ingenio,

Crisóstomo español, nuevo Cirilo;

con Alonso de Salas tengo a Eugenio

de Narbona, famoso toledano,

y a Bonilla andaluz, celeste genio;

aquí don Juan de Jáurigui, en la mano

de Apolo el arco y el pincel de Apeles;

aquí don Diego Félix, sevillano;

aquí don Luis de Góngora, en laureles

los olivos del Betis transformando

para su honor, que no por ser crueles;

aquí al retor de Villahermosa honrando

al Ebro con el coro pegaseo,

y al divino Ledesma equivocando;

aquí de Valdivieso el santo empleo,

de Luis Vélez, florido y elocuente,

la lira, que ya fue del dulce Orfeo;

Garay, en tantas letras eminente,

y el docto Marco Antonio de la Vega,

ceñida de laurel la ilustre frente;

en don Juan de Fonseca el mármol niega,

que no pudo dar alma tan divina,

sí bien Lisipo al fin del arte llega.

Descubre en artificio peregrina

de don Diego Jiménez la sonora

lira lustrosa, imagen cristalina;

y de Pedro de Soto un mármol dora

la fama en mil canciones celebradas

hasta los cercos de la blanca aurora.

De Lobo portugués las matizadas

primaveras se ven en basas de oro,

de acantos y narcisos coronadas.

Aquí don Luis Ferrer con tal decoro

muestra el semblante en pórfido del Turia,

que le respeta de Aganipe el coro.

Retrata un blanco mármol de Liguria

a Gaspar Aguilar, a quien ha hecho,

avaro el siglo, en no premiarle, injuria.

De Salucio del Poyo muestra el pecho

bronce inmortal, por basa la tragedia,

de Avalos gloria, del privar despecho.

El divino pincel del mudo Heredia

(que entera no pudiera) al doctor Mira

de su figura retrató la media.

Don Félix Arias, relevado, admira,

ya con heroica espada en el Piamonte,

y ya en España con la dulcelira.

Resplandece en su fábrica Belmonte,

don Lorenzo Vander honra a Granada,

y Miguel Sánchez el Castalio monte.

Tiene Martín Chacón la frente, ornada

de verdes hojas, español Tibulo,

en cándido alabastro retratada;

y en un jacinto del doctor Angulo

viva la efigie, a cuya docta frente

de Dafne los desdenes acumulo.

Fray Juan Bautista a su pincel valiente

halló un Ticiano en jaspes de colores,

menos el rostro de cristal luciente

Mezcladas al laurel diversas flores,

dieron al catalán fray Tomás Roca

las artes liberales mil favores;

y, por el nombre, en una excelsa roca

colocaron tan alto su retrato,

que por laureles las estrellas toca.

Para fray Diego López el recato

doró la lengua en Ágata preciosa,

y aun le llamó la misma envidia ingrato.

La mano en este siglo más famosa,

aunque el valor de intrépida la culpe,

lo que no pudo ser de artificiosa,

para que el imposible la disculpe,

dos hermanos Ramírez, dos Apolos,

dos Prados en metal dorado esculpe;

y como del jardín opuestos polos,

los nueve de la fama hicieron once,

Juan Blas de Castro y Palomares solos.

A Gil González de Ávila en un bronce

puso la historia humana y la divina,

y el estudio inmortal a Manuel Ponce.

A la inmortalidad Liñán camina

en una estatua, que de plata y oro

sólo el color, si vive, determina.

Camoes, que ya vio del indio y moro

cuánto su espada obró, cuánto su pluma,

dejó a su patria por mayor tesoro,

de tal manera al nieto de la espuma,

deidad impone en voz enternecida,

porque el bronce animado hablar presuma,

que parece que dice a su querida

Raquel que mais servirá, se naon fora

pera tan longo amor tan curta a vida.

Juan Bautista Marino, que enamora

las piedras, Anfión es, sol del Taso,

si bien el Taso le sirvió de aurora.

Polimnia, de marfil, en el Parnaso,

ciñe a Gregorio Hernández mil laureles,

al lado del divino Garcilaso.

Pararon los buriles y cinceles

en el docto Tribaldos de Toledo,

para quien fue Vicencio griego Apeles.

Con tal vivacidad jurarte puedo

que está Luis de Cabrera retratado,

que parece que tuvo el arte miedo;

ni pudo prevenir mayor cuidado

para Francisco Sánchez la escultura:

así quedó el artífice turbado.

En un arco formó la arquitetura

de Juan Luis de la Cerda, honor de España,

un pedestal a su inmortal figura.

Mariana, cuyos labios cerca y baña

del teólogo aítar celeste fuego,

vivo en diamante, a quien le mira engaña.

Diáfano cristal retrata luego

un Pedro generoso, honor y gloria

de Castro, Lemos y del Sil gallego.

Una basa, que ciñe varia historia

del conde de Salinas, dulcemente

los conceptos consagra a la memoria.

Al pie de la pegásida corriente,

Villamediana el menosino coro

honraen puro metal resplandeciente;

como Simón Xabelo el lirio de oro,

corona de su patria y del latino

y griego verso, pasíteo decoro.

En urna de alabastro el cristalino

Turia, de don Guillen a la alta musa,

jazmines dedicó, laurel previno.

Y Dafnes, ya de su desdén excusa,

el mármol parió de don Juan de Vera,

enamorada, coronó difusa;

y de la mar del Sur, de la frontera

del bárbaro, Amarilis, bella indiana,

en versos Safo, en flores primavera.

Aquí Espinel la lira castellana

muestra dépositar en el sagrado

templo, aunque fue divina, cuando humana.

Aqui el insigne Mariner, versado

en cuanto supo ya la escuela griega,

premiado en griego, porque no premiado;

de Antonio López, portugués, la vega

de su nombre encarece un verde jaspe,

que en arte y resplandor los ojos ciega.

Retratado en un mármol arimaspe,

pudiera don Antonio de Mendoza

ser gloria del amante de Campaspe,

La envidia tantos áspides destroza

a los pies de Silveira lusitano,

cuantos laureles y coronas goza;

y ocupan frente digna y docta mano

en nicho de alabastro, lustre en nieve,

a Sebastián Francisco de Medrano.

La imagen que la lengua hispana debe

a Emanuel Süeiro ilustra un arco,

que al que forma en el agua el sol se atreve;

y a pesar de la furia de Aristarco,

Zárate vive un cuadro de pintura

a quien Dafnes tejió lustroso marco.

Honró con su retrato la escultura

don Juan de Arguijo, y dio a la fama gloria

Juan Pérez, retratado en plata pura.

Aquí tiene dignísima memoria

el maestro Aguilar, y está postrado

Galeno al nombre del doctor Vitoria.

Don Francisco de Herrera Maldonado,

celebrando la virgen palestina

en prosa y verso, canta retratado.

Sánchez, a quien la altiva frente inclina

Henares, que escuchó la lengua santa,

de duplicada cátreda dotrina;

y en imagen famosa se levanta

el singular ingenio de Pedrosa,

Crisólogo, que a España se trasplanta.

Herrera tiene aquí la más famosa

estatua que vio Grecia dignamente,

en verso sin igual, divino en prosa.

De don Francisco López no consiente

mi amor más alabanza que ser mío,

porque en el alma retratarle intente.

Mas porque ya del campo me desvío,

la docta pluma, en frey Miguel divina,

supla por mí lo que a su fe confío.

Y sólo don Antonio de Molina

término ponga al número infinito,

que el monte de las musas peregrina.

Ni méritos les pongo ni les quito;

yo pinto mi jardín sin dar lugares,

y que ellos se los tomen les permito.

Concierto hice con los dioses lares,

que han de honrar una breve chimenea,

de ambrosia no, de rústicos manjares.

En lo demás yo pienso que hermosea

la clara majestad a la poesía:

el que quisiere lo contrario crea.

Quien tiene natural, nunca porfía

en las sentencias seranfibologio,

como un cierto poeta de ataujía,

que, por decir reloj, dijo horologio,

pues basta que, con breves pensamientos,

dedique a todo ingenio un breve elogio.

Siempre tuve de honrar dulces intentos,

siempre tuve por necia valentía

quitar, y no poner, merecimientos.

La envidia nunca fue sabiduría.

Reprehender al que más quien sabe menos

es vanidad injerta en bobería.

Mas volviendo a mis cuadros, siempre amenos,

aqui descanse yo, y allá la envidia

rompa laureles de vitorias llenos.

Correspondientes a la diosa Gnidia,

a Juno y Palas en marfil retrata

mejor cincel que de Lisipo y Fidia;

y la fachada un sátiro remata,

que ofrece a Apolo un cuadro de pintura,

en ébano engastado y tersa plata.

Aquí un famoso perro es la figura

más principal, a quien ladrando atajan,

sin advertir en él descompostura,

mil intrépidos gozques, que trabajan

por inquietar su vida, con algunos

que a Manzanares desde el Tormes bajan.

Nombres tienen allí los importunos,

mas sólo os diré dos, Raminto y Maya,

ahitos de ladrar, de ciencia ayunos.

No es este Maya aquel famoso Amaya,

de quien en tierna edad canté contento

la Dragontea de la indiana playa;

es un cierto sabueso macilento,

ingrato a las riberas de Corbones,

que no degeneró su nacimiento.

Después de algunas fuentes y invenciones,

un hexágono forman a caballo

algunos nobles y ínclitos varones.

Aquí dirás, y es bien, que cómo callo

el Guzmán generoso, el de Olivares,

en quien ciencia y virtud iguales hallo.

Pero también es justo que repares

en que alabanzas cortas son ofensas,

y que todas en él serán dispares.

Bien pienso yo que de mi celo piensas

que a mayor ocasión Euterpe guarda

asunto de virtudes tan inmensas.

Aquí para la imagen se acobarda

del duque de Pastrana el bronce, el oro,

si bien del vivo imitación gallarda;

aquí, grave terror del turco y moro,

el gran marqués de Santa Cruz, mostrando

la majestad del ínclito decoro.

Tengo al marqués Espínola animando

los españoles, a quien tanto deben,

cuando estaban las armas expirando;

y aunque al conde de Fuentes no se atreven

ni musas, ni cinceles, ni buriles,

por más que a referir sus glorias prueben,

le puse entre bombardas y esmeriles,

dos lauros recibiendo de las manos

del Córdoba andaluz y el griego Aquiles;

y entre galos, flamencos y germanos

al docto condestable de Castilla,

honrando tres elogios castellanos.

Y puse por octava maravilla

al claro Pimentel de Benavente,

a quien los nueve dan décima silla;

y en el lugar a su valor decente,

al generoso duque de Berganza,

ceñida de laurel la heroica frente;

principe de magnánima esperanza,

y de los reyes lusitanos gloria,

pues tanta parte de su sangre alcanza.

Del retrato saqué de mi memoria

al gran duque de Sesa, aquien debiera

en láminas de bronce eterna historia.

Mas porque no te canse, y porque fuera

infinito el proceso si pintara

de tantos héroes la suprema esfera,

sólo te alabo en escultura rara

tres gracias, cuya acción, por ser tan viva,

a la naturaleza admira y para.

Están pidiendo a Júpiter reciba

por cuarta gracia algún entendimiento,

que en la inmortalidad su nombre escriba;

y el Panonfeo dios, mirando atento

la divina Leonor Pimentel, muestra

que sólo mereció su pensamiento.

Esta heroina es la Mecenas nuestra,

reina deste jardín y de sus flores,

naturaleza más hermosa y diestra.

Alegre de sus gracias y favores

entre la copia de tan dulces fuentes,

que unas piden cristal y otras colores,

hace oficio de sol, en sus corrientes

es iris celestial, y en verdes plantas

aurora en cercos de oro transparentes.

Mas si de tanta máquina te espantas,

en Venus pongo fin al jardín mío,

fénix de mármol en bellezas tantas.

La esbelteza de Italia, español brío,

hace tan vivo y amoroso efeto,

que pone en contingencia el albedrío.

En esta perfeción el arquiteto

mostró mayor primor, enamorado

de la escultura, celestial sujeto.

Está a los pies del Cupidillo alado,

rendido, en forma de gigante, Alcides,

cuanto posible fue proporcionado.

Mas tú, si mis pequeñas fuerzas mides,

¿quién duda que estarás como dudoso,

y que la cuenta del jardín me pides?

Pues todo cuanto he dicho es fabuloso,

menos las alabanzas y retratos

de quien he sido historiador famoso.

Que sin mirar si algunos son ingratos,

los adorné de elogios y epigramas,

llamándolos Horacios y Torcatos.

Todos los ciñen vitoriosas ramas:

que todo lo demás fábula ha sido,

si así la parte verisímil llamas.

Nunca mayor se ha escrito ni se ha oído;

porque es tan esencial en el poeta,

como es el alma al corporal vestido.

Que mi jardín, más breve que cometa,

tiene solos dos árboles, diez flores,

dos parras, un naranjo, una mosqueta.

Aquí son dos muchachos ruiseñores,

y dos calderos de agua forman fuente

por dos piedras o conchas de colores.

Pero, como de poco se contente

naturaleza, para mí son viles Hibla,

monte feraz, Tempe eminente,

hespérides, adóneos y pensiles.

A DON JUAN DE ARGUIJO, VEINTICUATRO DE SEVILLA

EPÍSTOLA NONA

En humilde fortuna, mas contento,

aquí, señor don Juan, la vida paso;

ella pasa por mí, yo por el viento.

Y como nadie sabe el postrer paso,

de toda loca vanidad me río,

por no perder el seso como el Taso.

No, porque tanto del ingenio fío,

que me tiraran piedras los tasistas,

que aun no quieren dejarnos albedrío.

Yo he visto enloquecer dos mil versistas,

a quien el seso la afición ofusca,

en seguir su opinión monjas bautistas.

Difícilmente la verdad se busca,

si quisieren saber qué mundo corre,

trasladoa la academia de la Crusca.

Así con aficiones me socorre

la contraria opinión, si bien no ha sido

tal que su fama al gran Torcato borre.

Es nuestro entendimiento parecido,

por las especies que recibe dentro,

a la potencia del común sentido.

Sale con las fantasmas al encuentro

que de las cosas exteriores siente,

y por más noble, se las lleva al centro.

No puede inteligible constar ente,

como sin luz no viven las colores,

sin este noble entendimiento agente.

Con esto, de las formas exteriores

percibe cada cual su estimativa,

y da lugar, si sabe, a las mayores.

Mas cuando la potencia aprehensiva

se deja gobernar de afición loca,

no hay luz que alumbre y resplandezca viva.

Pero diréis que a mí por qué me toca

aristotelizar epistolando,

si no es que el Ariosto me provoca.

Peregrina invención, furioso Orlando,

defiéndete de tantos Rodamontes

que están en el Torcato idolatrando:

que hay hombres que, si no es que por los montes

más ásperos camine la poesía,

vestida de remotos horizontes,

no la tendrán en más que yo la mía;

mirad si lo encarezco; mas ¿qué importa,

si vive la verdad donde solía?

Pero volviendo a lo que más me exhorta,

que es el discurso de mi humilde vida,

me admira el verla tan ligera y corta.

Pasan las horas de la edad florida,

como suele escribir ringlón de fuego

cometa por los aires encendida.

Viene la edad mayor, y viene luego,

tal es su brevedad, y finalmente

pone templanza el varonil sosiego.

Mas cuando un hombre de sí mismo siente

que sabe alguna cosa, y que podría

comenzar a escribir más cuerdamente,

ya se acaba la edad, y ya se enfría

la sangre, el gusto, y la salud padece

avisos varios que la muerte envía.

De suerte que la edad, cuando florece,

no sabe aquello que adquirió pasando,

y cuando supo más, desaparece.

¡Oh quién pudiera recoger, rasgando

tanto escrito papel, pues cuando un hombre

comenzara mejor está acabando!

Pero deste discurso no os asombre

el propuesto rigor, que en fin se adquiere

por lo pasado algún humilde nombre.

Tal vez la edad a la mitad prefiere

los dos extremos de la vida humana:

tal, fuerza el escribir, tal, luz requiere.

Sale bañada en plata la mañana,

vestida de aires frescos y de olvido,

habiéndose de ver tan presto cana;

deja las pajas del caliente nido

el pajarillo por la hierba y flores,

del horror de la noche detenido;

cubren nuestro cénit los resplandores,

y pénense en quietud al mediodía

hasta las sombras que hace el sol menores.

Así la edad, que en su principio ardía,

en el medio se muestra más quïeta,

y a la tarde decrépita se enfría.

¿Cuál es la edadmejor para el poeta?

No sé cómo os lo diga: que en España

es varia en opiniones esta seta.

Dicen que en todo siglo, ¡cosa extraña!,

ha de tener Apolo un hombre solo;

rigor que la verdad nos desengaña.

Bueno estuviera monseñor Apolo

con sólo un hombre en tiempo de cien años,

y hablando nuestra lengua el otro polo.

Veleyo nos dejó los desengaños,

igualando a Virgilio con Rabirio,

que Lipso entre sus notas juzga extraños.

Nombra a Ovidio y Tibulo, y por delirio

tiene alabar ingenios mientras viven:

que a mí me cuesta un áspero martirio.

En fin, en una edad muchos escriben;

pero si en ésta no ha de haber más de uno,

¡oh cuántos a escucharme se aperciben!

Dijera yo que no llegó ninguno

donde Bartolomé Leonardo llega,

aunque se enoje la opinión de alguno:

que tener a ninguno se le niega

la que quisiere, pues es suyo el gusto,

y la amistad, como la patria, ciega.

A nadie la verdad causó disgusto.

Divino aragonés, ciñe las sienes

no del árbol vitorioso y siempre augusto.

Tú solo el cetro del imperio tienes

en esta edad por natural, por arte,

con que a mezclar lo dulce y útil vienes.

Pero dejando la opinión aparte,

que ni quita lugar ni canoniza

de bello a Adonis ni de bravo a Marte,

sabed que un gran señor nos autoriza

en una floridísima academia

que el agua de Aganipe fertiliza.

Esto es decir que las virtudes premia

en tiempo que escribir docta poesía

se llama entre los bárbaros blasfemia.

Señalan presidente, eligen día,

dan sujetos a todos, y despierta

la emulación, que los ingenios cría.

Y para que sepáis cómo concierta

Apolo este ejercicio, oíd el caso

antes que otra materia me divierta.

En la dorada cumbre del Parnaso,

donde el trabajo y la virtud famosa

descubren senda a su difícil paso,

corona un llano de arboleda hermosa

eterna primavera, y todo el suelo

cubre Narciso en flor y Clicie en rosa.

De un risco en punta, con tan presto vuelo

se despeña una fuente, que hasta el prado

no se alcanzara a no volverse en hielo.

Cuelgan del olmo y del laurel sagrado

en festones diversos mil escudos

de negra banda y de cuartel dorado.

Jamás le inquietan animales rudos;

que, por respeto de las sacras musas,

hasta los arroyuelos pasan mudos.

Allí de la ciudad, de las confusas

voces del vulgo, vi un mancebo hermoso

con las tres Gracias, que merece infusas.

Retirado asimismo, y codicioso

de la fama inmortal que dan las letras,

y ceñido del árbol vitorioso,

"¡oh tú, dije, mancebo!, que penetras

las nubes del olvido cortesano,

y tan divina luz de Apolo impetras,

"¿ayer no estabas con la diestra mano

el caballo espumoso revolviendo

a los ojos del Júpiter hispano,

"y él, a tu acero y voz obedeciendo,

pisando fuego más que en el arena,

al aire las estampas imprimiendo?

"¿No fue primero móvil tu serena

vista, cuando tras si llevó los cielos

de la hermosura que la tuya ordena?

"Pues ¿cómo aquí para abrasarla en celos

de nueve damas eres docto Apolo,

tus casas Delfos y tus salas Délos?"

Templó la luz el sol de nuestro polo,

el Mecenas de España mantüano,

que mientras la aumentaba le vi solo.

Y vi sentados en el verde llano,

en forma de academia, hombres famosos,

desde el Tajo español al Gange indiano.

Los árboles miraban envidiosos

el laurel de sus frentes, y decían,

de verse en tantas honras codiciosos:

"¡Que de una ingrata vuestro honor confían

ingenios raros! ¡Que un desdén os goza!"

Y las fuentes llorando respondían.

Traspuso Febo su oriental carroza,

cuando vi juntos a don Juan de España

y al galán don Antonio de Mendoza;

aquél, que enmudeció la rima extraña

con la española; y éste, que enternece

a Dafne en lauro y a Siringa en caña.

Al docto lusitano, que ennoblece

las castellanas musas; al divino

Silveira, en cuya silva Amor florece.

Vi que aumentaba el celestial camino

con todas las grandezas que atesora

del cielo de la luna al cristalino.

Y que Pedro de Vargas la sonora

lira templaba, que su nombre hacía

claro a los cercos de la blanca aurora.

Y al famoso Luis Vélez, que tenía

en éxtasis las musas, que a sus labios

iban por dulce néctar y ambrosía.

Arias tan digno, entre varones sabios,

de gran lugar, estaba componiendo

paces del alma, y de la vida agravios.

Y vi que estaba una corona haciendo

Barrionuevo ingenioso, de mil flores,

y al darla a Apolo, al mismo dios diciendo:

"Ciñan tus nobles sienes sus colores,

pues en cuantos de amor tomaron pluma,

ninguno como tú trató de amores."

Luego con puro estilo en larga suma

pintar la diosa del amor, y el llanto,

que a ser fuego inmortal nació de espuma.

A don Antonio de Mendoza en tanto

que en verdes años, de esperanzas llenos,

promete a España honor, a Italia espanto,

y a Bosque vi, que entre los más amenos

cantaba, al son del agua, cómo crecen

con el desdén las esperanzas menos.

Y luego, con la vida que merecen

versos debidos al albano Vida,

los que por Medinilla resplandecen,

para que se conozca traducida

el arte de escribir con los precetos,

tan poco usada, aunque tan bien reñida.

Aquí llega también de los discretos

señores deste tiempo alguna parte,

y al igual de la causa los efetos.

Pero sus altos nombres dejo aparte,

cansado de escribir en su alabanza,

con pura voluntad, si no con arte.

Dicen que no se queje quien no alcanza

premio de sus estudios; pocos tiene

quien el silencio tiene por venganza.

Venció Alejandro a Poro en la perene

fuente de Hidaspe, y Doricleo, poeta,

no ingrato a los cristales de Hipocrene,

viendo su dicha a no alcanzar sujeta

cosa que pretendiese, al indio Poro

volvió la pluma, a Grecia toda aceta.

Pintóle vencedor contra el decoro

de la verdad, y al macedón vencido,

cuando le coronaba Dafne en oro.

Supo Alejandro el caso, y conducido

a su presencia el desleal soldado,

la causa le pidió de haber mentido.

"Los reyes, dijo al rey el griego airado,

estáis sólo sujetos a la fama,

la fama sola al escritor premiado.

"Y pues la pluma, como alaba, infama,

de aquí a cien años, que no habrá testigos,

Poro tendrá tu vitoriosa rama;

"que mejor premiarán los enemigos,

¡oh rey!, estas heridas y estos versos

que la lisonja vil de tus amigos."

Pero ¿por dónde vine a tan diversos

pensamientos, don Juan, y digresiones,

ni sentenciosas ellas, ni ellos tersos?

Las cartas ya sabéis que son centones,

capítulos de cosas diferentes,

donde apenas se engarzan las razones.

Las varias opiniones de las gentes

me dieron ocasión para escribiros,

y la pluma siguió los acidentes.

De críticos no tengo qué deciros;

no faltan por acá; dinero falta;

éste, que no laurel, cuesta suspiros.

Una inorante reprehensión esmalta

el oro de una joya bien escrita,

y donde más la humilla más la exalta.

Ni el sueño lo que el otro erró me quita,

ni presunción me ha de engañar tan vana,

que a muchos en su daño solicita.

Dicen que un portugués cada mañana,

oíd si era discreto y cortesano,

si bien no afecto a gente castellana,

decía, y con razón, que no era en vano:

Gracias os dou, Siñor, por as mercedes

de naon facerme bestia, o castellano.

¡Oh tú, mi corto ingenio!, darlas puedes:

que crítico ni bestia no naciste,

con que es razón que satisfecho quedes.

Loores ajenos profesaste, y fuiste

agradecido siempre, con que alcanzas

a vivir retirado, mas no triste.

Caducas están ya mis esperanzas,

mas no pude decir que tuve alguna

en tantas ocasiones y mudanzas.

Encerróse conmigo mi fortuna

en un rincón de libros y de flores:

ni me fue favorable ni importuna.

En tierna edad canté guerras y amores;

para sin protección disculpa tengo

de no ser más que letras los errores.

Y no penséis que al desengaño vengo,

divino ingenio, vos, tarde y sin gusto;

años ha que le tengo y le entretengo.

Las pretensiones no me dan disgusto,

porque conozco mi contraria estrella,

y porque conocer me fue más justo.

Vos sois la imagen más valiente y bella

para ejemplo del mundo; a vuestro asilo

envíctima me ofrezco, viendo en ella

mi historia propia por mejor estilo.

LA CIRCE

A DON FRANCISCO DE HERRERA MALDONADO

EPÍSTOLA CUARTA

Las quejas que de mí tendréis por justas,

honor del Tajo y del Parnaso gloria,

y que mi justo amor las llama injustas,

Francisco, a quien respeta mi memoria,

que intenta a vuestro claro entendimiento,

si no bronce inmortal, eterna historia;

aunque os pueden mover a sentimiento,

con otro nombre ocupación las llama

mi fe, mi voluntad, mi rendimiento.

De mal correspondiente me dan fama;

porque, como el ausencia causa olvido,

no ha de olvidarse de escribir quien ama.

No ha sido ingratitud, desdicha ha sido;

que nunca a mí me falta alguna pena

entre las pajas de mi pobre nido.

Bien es verdad que la fortuna ajena

suele hacer infeliz la propia mía,

que a menores cuidados me condena.

Mas yo quiero pagaros en un día

deuda de un año, que intentarlo agora

más tiene de humildad que de osadía.

Así, las dulces musas, al aurora,

de ambrosia os bañen los sonoros labios,

donde Apolo sus joyas atesora,

que perdonéis, Francisco, los agravios

de tanta dilación, si ha sido exceso,

con la modestia de los hombres sabios.

Tal vez de eterno estudio el grave peso,

sin las obligaciones del oficio,

cuyo cuidado, como vos, profeso,

sin tener otro gusto ni ejercicio,

me conducen al campo, que a la vida

fue siempre saludable beneficio.

Allí la parte superior rendida,

de la contemplación de tanta idea,

descansa, por las flores, divertida,

o ya en la fértil copia de Amaltea,

o cuando en la mitad deste horizonte

Febo por alta nieve se pasea.

De suerte que mirar vestido un monte

de plata helada, o ver un campo verde,

por donde el pensamiento se remonte,

sin que de tantas penas se le acuerde,

para volver con ánimo a las musas,

parte del tiempo justamente pierde.

Y no penséis que califico excusas;

que han menester el ocio, aunque pequeño,

para volver en sí las más infusas.

Dio la Naturaleza al hombre el sueño

para descanso al cuerpo fatigado,

que de la nutrición también es dueño;

y como entonces vive sin cuidado

que impidan las virtudes animales,

de que es su entendimiento molestado,

lo que suelen obrar las naturales

recibe en el descanso justo aumento,

aunque las obras son tan desiguales.

No menos el humano entendimiento

tiene por sueño el ocio, en que repara

lo que perdió por el estudio atento.

Y desto viene a ser máxima clara

enflaquecer los hombres estudiosos,

cuya animal virtud tan poco para.

Así me suelen dar ratos ociosos

algún descanso, pero no sin pena,

pues los amigos han de estar quejosos.

Pero advertid de qué manera ordena

el discurso del tiempo que ha pasado

la obligación, de ocupacionesllena.

Marcela, de mi amor primer cuidado,

se trató de casar, y libremente

una noche me dijo el desposado.

Yo, viendo que era término prudente

examinar mejor su pensamiento,

que hay cosas que gobierna el acidente,

hice mis diligencias, siempre atento

a no quitarla el gusto, si tenía

en la verdad del alma fundamento;

mas creciendo sus ansias cada día,

determinéme a dársela a su Esposo,

que con tan grande amor la pretendía.

Era galán, discreto, rico, hermoso,

altamente nacido, y con un Padre

que no es menos que todopoderoso.

Yo os juro que por parte de su Madre

toca en sangre real, y que es tan buena,

que no hay gloria y virtud que no le cuadre.

Es Madre de tan altas gracias llena,

que las dispensa Dios por ella al mundo;

lirio, rosa, ciprés, palma, azucena.

Con esto yo(si bien rigor profundo

apartarla de mí) las escrituras,

tierno, concierto y, concertado, fundo.

Las esposas de Dios, las almas puras,

que aquí llaman Descalzas trinitarias,

que andan descalzas, pero van seguras,

advertidas las cosas necesarias,

y adornando su templo mi cuidado

de ricas telas, de riquezas varias,

previenen a la boda el Desposado,

supuesto que él estaba prevenido,

si bien las hace siempre disfrazado.

Visten un Niño, que de sol vestido

(no digo bien, que él viste al sol), y luego

se suena en voz alegre que ha venido.

Sale Marcela, y perdonad os ruego

si el amor se adelanta; que quien ama,

juzga de las colores como ciego.

No vi en mi vida tan hermosa dama,

tal cara, tal cabello y gallardía:

mayor pareció a todos que su fama.

Ayuda a la hermosura la alegría,

al talle el brío, al cuerpo, que estrenaba

los primeros chapines aquel día.

Madrina, de la mano la llevaba

la señora marquesa de la Tela,

que pues no la deshizo, hermosa estaba.

No pudo encareceros a Marcela

hipérbole mayor que su hermosura:

si a la envidia deslumbra, al sol desvela.

Aunque iba nuestra novia tan segura,

el marqués de Povar fue con la guarda

honrando su modestia y compostura;

pero mejor el Ángel de la Guarda,

que la llevaba a su divino esposo,

para quien años deciséis la guarda.

Iba el duque de Sesa generoso,

y otros señores, de quien siempre he sido

honrado, no por bueno, por dichoso.

Cantó las letras tierno y bien oído

el canario del cielo, de su canto

dulce traslado, Florian florido,

Ponce y Valdés; que encareceros cuanto

extremaron sus gracias, fuera agora

contar las luces al celeste manto.

Sonaba el arpa de Anfión sonora

entre mis versos, dulces por llorados,

que no por ayudados del del aurora.

Estaba de la puerta en los sagrados

umbrales el Esposo, que tenía

una Niña en los brazos regalados.

Niñoel esposo y niña le traía;

que gusta Dios, para tratar de amores,

de disfrazarse en tanta niñería;

y como si ella le pidiera flores,

cubierto dellas el divino Infante,

a desmayos de amor le dio favores.

Aquel descalzo templo militante

estaba con las velas encendidas,

y los velos del tálamo delante.

Marcela, las dos rosas encendidas,

y bañada la boca en risa honesta,

miróme a mí para apartar dos vidas;

y el alma, a tanta vocación dispuesta,

con una reverencia dio la espalda

a cuanto el mundo llama aplauso y fiesta;

y ofreciéndole al Niño la guirnalda

de casta virgen, abrazo su Esposo,

besándole los ojos de esmeralda.

Cerró la puerta el cielo a mi piadoso

pecho, y llevóme el alma que tenía;

de que no fueron mil estoy quejoso.

Bañóme en tierno llanto de alegría,

que mis pocas palabras y turbadas

con sentimiento natural rompía.

Volvimos a la iglesia, y despojadas

las galas de la novia, piedras y oro,

las vi en sayales toscos transformadas;

cortados los cabellos, que el decoro

tienen de la hermosura, sin cabellos,

testigo de las vírgines el coro,

asió su Esposo la ocasión por ellos,

y se la tuvo un año por tan suya,

que apenas nos quedó reliquia dellos.

Pidióme luego a voces que concluya

el casamiento; así con Él se hallaba,

porque el deseo del contento arguya;

y la que yo tan tiernamente amaba,

que, más galán que padre, en oro y seda

su persona bellísima engastaba,

como la rosa que marchita queda,

cayó en sí misma al expirar el día,

perdió la pompa la purpúrea rueda.

Sobre unas pajas ásperas dormía,

y, descalza y desnuda, en pobre mesa,

el alma por los ojos descubría.

Fundando el fin de tan gloriosa empresa

en darle el velo, y que a su dulce Esposo

besase los sagrados pies, profesa.

Peinaba el vellocino luminoso

con rayos de oro el sol, y el prado en flores

bañaba alegre el céfiro amoroso,

cuando, por dar descanso a sus temores,

que aún no pensaba verse en gloria tanta,

pintó la iglesia de oro y de colores.

Lo poco que la fábrica levanta

con varios hieroglíficos y versos

a las máquinas altas se adelanta.

Gradas de tela, flores, vasos tersos,

forman altar vistoso relevados,

en oro iguales y en labor diversos.

Sustentaban las piras de los lados

los dos mejores primos, el lucero

y el sol, del alba hermosa acompañados.

En medio estaba el cándido Cordero,

que disfrazado al desposorio vino,

a quien la novia recibió primero.

El dulce Hortensio, Hortensio peregrino,

elocuente Crisóstomo segundo,

Crisólogo español, Tubo divino 210,

predicó tan valiente y tan profundo,

que nunca vi más rico al dulce Esposo,

ni con menos valor pintado el mundo.

Fue el coro de la músicafamoso,

y celebró con devoción la misa

un caballero docto y generoso.

En claveles, en gloria, en cielo, en risa

bañado el dulce Esposo, trujo el velo,

de las arras espléndidas divisa.

Allí postrada en el sagrado suelo,

sus exequias penúltimas cantaron,

tan triste el mundo cuanto alegre el cielo.

Todas, una por una, la abrazaron,

fuéronse con su Esposo, y a la mesa

con el divino Niño la sentaron.

Allí Marcela vive, allí profesa;

lejos del loco mundo y sus engaños,

del cielo sigue la divina empresa.

¡Oh santos, oh floridos desengaños,

pues tan hermosa virgen, tierna y casta,

consagra al Dios de amor deciséis años!

Esto, Francisco, de Marcela basta.

Lope se fue a la guerra; que la guerra

muchos estudios fértiles contrasta.

Por eso no os le di, que en vuestra tierra

sirviéndoos, se criara más seguro

que en ésta, de quien tanto se destierra.

Creciera yedra en tan valiente muro,

y de vuestras virtudes aprendiera

aquel estilo vuestro, honesto y puro;

mas, ya que Lope de Belona fiera

quiere seguir el arte, tan distinto

de lo que yo pensé que le tuviera;

ya que del cortesano labirinto

salió a otro cielo, haced, Francisco, cuenta

que halló las armas del planeta quinto.

Un Aquiles cristiano representa

el gran Marqués de Santa Cruz, que el nombre

entre los nueve de la fama intenta.

A su sombra podrá Lope ser hombre,

si no es que la fiereza de Minerva

tierno le canse o tímido le asombre.

Mas, como nace, crece y se conserva

la tierna vid al verde tronco asida,

y por los prados fértiles la hierba,

la sombra de Bazán le dará vida;

Bazán, terror del Asia, honor de España,

la espada en sangre bárbara teñida;

aquel valor de la marcial campaña,

a quien su padre consagró a la guerra,

de sus vitorias la mayor hazaña;

aquél que entre sus límites encierra

con tanto sol las fugitivas lunas,

adonde el tracio Bosforo las cierra;

aquél por quien están temblando algunas

a las espaldas del numida Atlante,

menguadas en sus prósperas fortunas;

aquél que, retratado en un diamante,

los pórfidos ocupa de la fama,

con el eterno bronce resonante,

¡Oh quién pudiera a su divina llama

(puesto que fuera con humilde suma,

que todo se recibe de quien ama)

llegar las alas, acercar la pluma!

Mas no quiere mi suerte, que me lleva

de un orbe en otro, como breve espuma.

Esto en ejemplos fáciles se prueba

de tantas varias fábulas escritas,

que apenas queda al mundo cosa nueva.

Ya tienen las culturas inauditas

un castellano Horacio en una puente,

aficionado a voces trogloditas.

Dice que quiero yo que se contente

de bajos ornamentos la poesía,

sintiendo lo contrario quien no siente.

Yo la lengua defiendo;que en la mía

pretendo que el poeta se levante,

no que escriba poemas de ataujía.

Con la sentencia quiero que me espante,

de dulce verso y locución vestida,

que no con la tiniebla extravagante.

Finalmente, después de defendida

esta nueva opinión, dice lo mismo,

sin que otra cosa la verdad le pida.

Allí nos acusó de barbarismo

gente ciega vulgar, y que profana

lo que llamó Patón culteranismo.

Yo voy con la dotrina castellana,

que fray Ángel Manrique me aconseja,

por fácil senda, permitida y llana;

y tengo para mí que quien se aleja

de la opinión de ingenio tan divino,

la luz del sol por las tinieblas deja.

Por esta senda a la alta cumbre vino

el Príncipe famoso de Esquilache,

sin envidiar el griego ni el latino.

No que en diciendo "sombras de azabache"

se han de entender los negros, y las crestas

llamándolas "turbantes de Alarache".

Estancias tiene el Príncipe compuestas,

fértiles de arte y de divino ingenio,

a cuantas hizo Italia contrapuestas.

Y ¿qué ejemplo mayor que vuestro genio,

que así mezcláis lo dulce con lo grave,

poeta toledano, que no armenio?

Declárese quien sabe y quien no sabe;

no emprenda ser Merlín si no es Virgilio;

¿de qué sirven las jarcias si no hay nave?

A mí me basta sólo vuestro auxilio;

que el honor de un varón tan eminente

derriba todo bárbaro concilio.

Dándole en una epístola elocuente

gracias a Cicerón Planeo, su amigo,

por la defensa de su honor, ausente,

le dijo(y yo por vos lo mismo digo):

"obligado he quedado a ser tan bueno,

como he tenido la opinión contigo".

Y pues también la ingratitud condeno

a ser agradecido a tu alabanza,

cuanto de merecerla estoy ajeno;

con esto, y la segura confianza

que tendréis de mi amor, por esta enmienda,

que desde enero hasta diciembre alcanza,

os dejo aquí, después de la encomienda

del güertecillo y libros, todo flores;

que como ya perdí la mejor prenda,

no hay que esperar que las tendré mayores.

AL DOCTOR MATÍAS DE PORRAS, CORREGIDOR Y JUSTICIA MAYOR DE LA PROVINCIA DE CANTA EN EL PIRÚ

EPÍSTOLA QUINTA

Después, señor doctor, que me dejastes,

y sin morir al otro mundo os fuistes,

que gran parte del alma me llevastes,

paso la vida en soledades tristes,

creciendo de mis males el aumento

desde los bienes que perder me vistes.

Si bien el nuevo oficio me da aliento;

que si por él no fuera, de mis años

cayera por la tierra el fundamento.

¡Oh vanas esperanzas, cuán extraños

son los caminos por quien va la vida

pasando días y adquiriendo engaños!

La entrada, que de todos conocida,

comienza los discursos y los pasos,

hasta el estado de la edad florida,

ignora siempre los futuroscasos,

porque todos sabemos los orientes,

pero ningún nacido los ocasos.

¡Por cuántas variedades de acidentes

pasan los hombres, nunca imaginados,

de cuanto imaginamos diferentes!

En los tiempos floridos ya pasados,

que siempre los pasados son floridos,

pasaron al descuido mis cuidados.

Olvido de los pasos que perdidos

lleva la juventud en sus antojos,

al vuelo de las aves parecidos;

cuando a la furia de unos libres ojos

se sujetan del alma las potencias,

por quien suelen llorar tantos enojos;

entonces; quién tendrá las resistencias

debidas al peligro y a los daños,

que nos muestran después las experiencias?

¿Que sujete el Amor a sus engaños

esta divina luz agente y pura,

sin admitir los ojos desengaños?

Y ¿que en el dulce Argel de la hermosura

esta ilustre potencia esté cautiva,

pues siendo más que el sol, es noche oscura;

luz que, por especial prerrogativa,

en la frente del alma Dios nos puso,

de aquella dignidad intelectiva;

este luciente rayo en ella infuso,

de la divinidad vestigio claro,

y en tanta claridad viva confuso?

Pero diréis, doctor, que no reparo

en que dijo el Filósofo(y ha sido

de nuestro juvenil error amparo)

que es forzoso tener de algún sentido

principio el natural conocimiento,

de quien ha de entender lo conocido;

luego podrá, con este fundamento,

si entiende por los ojos la hermosura,

el alma disculpar su entendimiento.

No que inmediatamente su luz pura

las especies reciba intelegibles,

porque fuera llamar su luz escura;

pero por las ideas perceptibles

que de la estimativa comprehende;

y que él las recibió de las visibles,

paréceme que aquí también se entiende

que no ha salido del error pasado

quien con tantas disculpas le defiende.

Que no pretendo yo que disculpado

quede el error de tantos en mí solo;

pero tengo pesar de haber errado.

Hable aquel sabio que de polo a polo

no tuvo igual, y más cuando contemplo

la vanidad en cuanto mira Apolo.

Hable de amor aquel gigante ejemplo,

postrado entre los jaspes y colunas

que abrazaron la cúpula del templo.

Ya, en efeto, pasaron las fortunas

de tanto mar de amor, y vi mi estado

tan libre de sus iras importunas,

cuando amorosa amaneció a mi lado

la honesta cara de mi dulce esposa,

sin tener de la puerta algún cuidado;

cuando Cadillos, de azucena y rosa

vestido el rostro, el a[l]ma me traía,

contando por donaire alguna cosa.

Con este sol y aurora me vestía,

retozaba el muchacho, como en prado

cordero tierno al prólogo del día.

Cualquiera desatino mal formado

de aquella media lengua era sentencia,

y el niño a besos de los dos traslado.

Dábale gracias a la eterna ciencia,

alteza de riquezas soberanas,

determinado mal a breve ausencia;

y contento de ver tales mañanas,

después de tantas nochestan escuras,

lloré tal vez mis esperanzas vanas;

y teniendo las horas más seguras,

no de la vida, mas de haber llegado

a estado de lograr tales venturas,

íbame desde allí con el cuidado

de alguna línea más, donde escribía,

después de haber los libros consultado.

Llamábanme a comer; tal vez decía

que me dejasen, con algún despecho:

así el estudio vence, así porfía.

Pero de flores y de perlas hecho,

entraba Garlos a llamarme, y daba

luz a mis ojos, brazos a mi pecho.

Tal vez que de la mano me llevaba,

me tiraba del alma, y a la mesa,

al lado de su madre, me sentaba.

Allí, doctor, donde el cuidado cesa,

y el ginovés discreto cerrar manda,

que aun una carta recebir le pesa,

sin ver en pie por una y otra banda

tanto criado, sin la varia gente

que aquí y allí con los servicios anda;

sin ver el maestresala diligente,

y el altar de la gula, cuyas gradas

viste el cristal y la dorada fuente;

sin tantas ceremonias tan cansadas

(si bien confieso el lustre a la grandeza,

y el ser las diferencias respetadas),

nos daba honesta y liberal pobreza

el sustento bastante; que con poco

se suele contentar naturaleza.

Pero en aqueste bien(¡ay Dios, cuán loco

debe de ser quien tiene confianza,

por quien a justo llanto me provoco,

en bienes tan sujetos a mudanza!)

me quitó de las manos muerte fiera

el descanso, el remedio y la esperanza.

Yo ví para no verla(¡quién pudiera

volverla a ver!) mi dulce compañía,

que imaginaba yo que eterna fuera.

Pero excusando la tristeza mía

por un lienzo de Rómulo famoso,

veréis el sentimiento de aquel día.

Pintóme en hieroglífico un hermoso

prado con aguas, lejos, perspectiva

de un campo para mí tan lastimoso.

Allí caía de una verde oliva

una paloma blanca ensangrentada,

dejando el pequeñuelo pollo arriba;

el padre, por lo alto de la amada

prenda, mirando el caso atroz y fuerte,

y enfrente una pistola disparada:

sobre ella sólo el rostro de la muerte,

como la mano del delito autora:

¡qué trágico pintor, qué triste suerte!

Con estos pensamientos a la aurora,

y con estas memorias a la tarde,

que quien siempre padece, siempre llora,

aunque por tanta indignidad cobarde,

el ánimo dispuse al sacerdocio,

porque este asilo me defienda y guarde.

La epístola, solícito, negocio;

dalmática evangélica me visto,

puestas las musas por gran tiempo en ocio.

De todo cuanto es bien mortal desisto;

humilde adquiero la cruzada estola,

y la suprema dignidad conquisto.

No fuera aquí mi soledad tan sola,

como os tuviera a vos; que el tiempo adverso

la fe de los amigos acrisola.

En la parte mayor del universo

estáis sirviendo agora aquel Apolo

que honró las musascon ilustre verso.

En fin, estáis, doctor, en otro polo;

que pudo bien el Príncipe llevaros,

como era sol, aunque me deja solo;

que tanto le gocéis quiero envidiaros,

pues a sus dos crepúsculos lucero,

veis la corona de sus rayos claros.

Pero también saber de vos espero

cómo os halláis en Lima, tierra extraña,

tan lejos ya de vuestro sol primero;

cómo pasáis la soledad de España;

España, al fin, que es vuestra patria y mía,

puesto que el mismo sol os acompaña.

Pero, en efeto, cuando cierra el día

su luz a España, a Lima le amanece,

y sucede a la luz la sombra fría.

Tal mudanza de cielo se me ofrece

que hacerla debe en todo; mas no importa,

que aquello es dia en que la luz parece.

Esa provincia, aunque en extremo es corta,

es larga de riquezas en que trata,

con que la ausencia al sufrimiento exhorta.

De la ciudad que llaman de la Plata

(nunca tan dulce nombre se aniquile)

hasta Pasto se extiende y se dilata.

No son las noches de la negra Tile;

igual la mira el sol, y en medio puesto

el mar del Sur de Popayán a Chile.

Los llanos que gozáis es sitio opuesto

a las sierras fragosas y los Andes;

Andes, del indio término compuesto.

No hay prados de más verde hierba en Flandes,

con no llover jamás, aunque la sierra

molestan siempre tempestades grandes.

Debe de humedecer el mar la tierra;

en fin, sin ríos, lleva el campo, enjuto,

cuanto con lluvias el de España encierra.

La sierra con mil selvas lleva en fruto

por montes asperísimos y opacos

(cual es el principal, tal el tributo)

gran copia de vicuñas y guanacos,

cuya caza es mejor que de otras fieras,

con otras aves y animales flacos.

Mas nunca en montes, bosques y riberas

vemos andar quien de los libros trata:

que no son burlas para tantas veras.

Mejor será cazar el oro y plata

que le tocó a la línea de Castilla,

y que hoy por Magallanes se dilata;

cosa que a todo el orbe maravilla.

¿Que Alejandro, pontífice romano,

que Carlos Quinto halló en la sacra silla,

el mundo dividiese el orbe indiano

con una línea sola imaginaria,

al bravo portugués y al castellano?

El oro, pues es caza necesaria

a quien al otro mundo peregrina

por tanto cielo y tanta mar contraria,

críe el valle de Jauja, y la vecina

tierra de Chinea y Andagaila el trigo;

que vos no vais a Lima por harina.

La plata en barras prósperas bendigo,

la cosecha del sol en granos de oro,

puesto que no le he sido muy amigo.

Pero desdice mucho del decoro

que se debeal honor, pasar dos mares,

y de su inmensa copia de tesoro

volver un hombre pobre a Manzanares,

sino traer el nuevo mundo a cuestas,

y descansar entre los patrios lares.

Pasó a las Indias con las manos puestas

por su favor un hombre de Zamora,

para rogar y recibir dispuestas.

Éste por largo tiempo(que en un hora

no se ganó Zamora) adquirir pudo

treinta mil pesos, la codicia autora.

Vino a su patria, y no por necio y rudo,

mas para parecer filosofante,

no quiso que ganase un solo escudo,

y dijo: "Si el descanso es importante,

yo me quiero comer este dinero,

sin dar, sin emprestar, sin ser tratante.

"No quiero censos, ni mohatras quiero,

pues hijos no me heredan, que me lleven

a ver las Relaciones del Botero.

"Mis años, cuando mucho(aunque los ceben

Baco en aromas y perdiz pintada),

durar quince años cortésmente deben.

"Treinta mil pesos, plata ya labrada,

justos les caben a dos mil por año,

con que queda la vida rematada."

Hízolo así, gastando sin engaño

cada año dos mil pesos, y al postrero

olvidóse la muerte de su daño.

Pues como vio gastado su dinero

(su vida a la limosna remitida),

andaba por las calles muy severo,

diciendo en voz de todos entendida:

"Señores, den por Dios a un hombre honrado,

a quien faltó dinero y sobró vida."

No tengo yo por hombre el que ha pasado

tanta mar turbulenta, tanto cielo,

sin tierra, entre dos tablas enterrado,

y vuelve a España con el mismo pelo,

si por ventura no le muda en canas,

y a ver sin sol el castellano hielo.

Tantas las nuevas son cuantas mañanas

amanece en la corte el claro Febo;

mas ya sabéis que todas salen vanas;

que, como priva más lo que es más nuevo,

nos comemos de nuevas cada día:

cosa, doctor, que yo ni doy ni llevo.

Soy, como vos, por el contrario día,

antípoda del patío de palacio,

en cuyas losas este humor se cría.

No traigo, como algunos, cartapacio

donde escribir y trasladar gacetas;

que no anda mi fortuna tan despacio.

En materia de bárbaros poetas

había que decir notablemente,

y más donde hay tan pocas estafetas.

Pero ni aun esto el tiempo me consiente,

perdido el gusto en lo que a todos sobra,

porque hay después que os fuistes brava gente.

Hay ya maestros de cortar la obra,

y otros que juntan, cosen y desviran;

autor que paga y recetor que cobra.

Éstos a aquellos envidiosos miran,

y porque los alaben los consortes,

lo que aborrecen en presencia admiran.

Ya conocéis el rumbo destos nortes;

como me respondáis, tened por cierto

que tendréis que pagar algunos portes.

Veréis escribir versos a concierto,

saliendo un fiero monstrodestas bodas,

que parece la vida de Roberto 300.

Y que un cierto gramático de Rodas

ha hecho dos tramoyas vergonzantes,

y dice que es el príncipe de todas.

Bien puedo hablar así por consonantes,

que no se quejarán formando agravios,

pues hablo de los rudos y ignorantes.

Porque si son los únicos y sabios,

ninguno querrá ser de los que digo,

ni moverá contra mi honor los labios.

Yo soy, doctor, vuestro mayor amigo,

vuestra virtud y letras me aficionan;

que sola esta verdad puede conmigo.

Parcas son estos hombres, no perdonan,

y en alabando alguno en cortesía,

como si fuese obligación, se entonan.

Aquella condición tan necia mía

se cansa ya de verse despreciada.

¡Mal haya condición que cuervos cría!

Si el estilo doméstico os enfada,

en Lima estáis, doctor, y yo en la vuestra;

porque también valdrá sobre borrada.

Ni de tanta amistad antigua nuestra

podréis dar a los hombres de ese mundo

más amorosa y evidente muestra.

Besad por mí la mano a aquel fecundo

ingenio, cuyos partos dan a España

gloria y honor, y en cuanto el mar profundo

corona, cerca, ciñe y baña.

SONETOS

FAUSTI SABEALI

CARMEN

Demulsi tigres, firmavi flumina et tequor placavi Eumenides, tergeminumque canem.

Inter serpentes, Ínter jera tartara tutum, me miserum!, thraces desecuere nurus.

Crudeles et plusquam tigres, flumina et cequor, plusquam etiam Eumenides, tergeminusque canis.

SONETO

Los tigres ablandé, paré los ríos,

templé la mar con mi sonoro canto,

Euménides, Cerbero y Radamanto,

seguro entre el rigor de áspides fríos.

¡Mísero yo!, que locos desvaríos

de las mujeres tracias, entre tanto,

me dieron muerte, convirtiendo en llanto

los dulces ecos de los versos míos.

Así Fausto lloró del claro Orfeo

la muerte con afrentas desiguales,

poeta ilustre, y músico divino;

mas olvidóse de decir Sabeo,

que, como eran mujeres bacanales,

el vino disculpó su desatino.

COELII SEDULII

CARMEN

Sola fuit mulier, patuit qua janua letho: et qua vita redit, sola fuit mulier.

SONETO

¿Qué Scitia fiera, qué Cimeria escura

fue patria de aquel bárbaro que trata

ofensa de mujer con alma ingrata,

más que las almas de los montes dura?

¿Qué Baco le infundió sangre tan pura,

que así - fuera de sí - rompe y maltrata

la imagen donde el cielo más retrata

su cristalina luz, y su hermosura?

¡Qué mal la deuda general advierte

mano que en tal flaqueza imprime herida,

pues nunca fue blasón de brazo fuerte!

Porque si fue mujer la que atrevida

abrió tan dura puerta a nuestra muerte,

también lo fue la que nos dio la vida.

SONETO

La parte doce de los peces de oro

tocó la luna cándida de plata

en dignidad de Venus, que retrata

de mi ascendente el natural decoro.

Si tú en el mismo grado, o si en el toro

tienes el sol, no me serás ingrata:

indisoluble amornos prende y ata,

y por aspecto celestial te adoro.

Verdad es que no pueden las estrellas

vencer, bella Leonarda, el albedrío,

y que el hombre nació para vencellas.

Mas yo de lo que puedo me desvío,

y les permito que me venzan ellas:

así es honesto y dulce el amor mío.

SONETO

Si vas a conocer un gran poeta,

¿qué señas llevas tú, Leonido hermano?

¿Ha de ser alto o ha de ser mediano?

¿Ha de andar a la brida o la jineta?

¿Ha de ser texto o ha de ser receta?

¿Ha de hablar bergamasco o castellano?

¿Ha de ser barbinegro o barbicano,

lampiño Alexis o barbón Dameta?

Tú, que tan sabio en todas artes eres,

que sepa este secreto me permite,

y algunos te diré, si me le enseñas.

Silvio, si conocer poetas quieres,

a las obras impresas te remite:

que aquéllas son las verdaderas señas.

SONETO

Justissime vivís, si altos reprehendis, quod ipse non facis. Diog., lib. I.

De letras grandes el ajeno escrito,

y el propio error del propio amor borrado,

todo hombre juzga, y el juicio errado

tiene en su idea bárbara prescrito.

Es la culpa del hombre el sobrescrito,

y así juzga el culpado del culpado,

que, de sus propias culpas olvidado,

es juez severo de cualquier delito.

Vive, Licinio, tú, vida tan buena,

que de toda virtud parezcas templo,

riñe ejemplar y cándido condena.

No como agora indigno te contemplo:

que el hombre ha de culpar la vida ajena,

no con su entendimiento, con su ejemplo.

SONETO

Habla Tebandro, y saca de la frente

una disparatada librería;

y si escribe, parece algarabía,

gramática de niño balbuciente.

La memoria es tesoro, y excelente,

pero es, si no hay doctrina, hipocresía;

parece ciencia, y es bachillería;

que no hay ciencia en el mundo de repente.

El jüicio vulgar le da la gloria

del inmenso parlar, confuso y vario:

que sin doctrina es bárbara la historia.

Y yo siento, Damón, por lo contrario,

que es pregonero vil de su memoria,

y de su entendimiento secretario.

SONETO

Pravus est amator ille vulgaris, qui Corpus magis quam animum amat. Plat., De amore.

Pasaba el claro Eveno a Deyanira

Neso, centauro; Alcides, sin sospecha,

en la contraria margen, por la estrecha

senda del agua, la contempla y mira.

Mas viendo que la fuerza, ardiendo en ira,

del arco venenoso se aprovecha,

toma el centauro la sangrienta flecha,

y en estas voces últimas expira.

No fuera tan cruel mi airada suerte

si amara tu hermosura con modestia,

y del ser racional me aprovechara.

Ser hombre y bestia me causó la muerte,

que no te codiciara como bestia,

si con la parte superior te amara.

SONETO

Immortalis est inuria, tunc vivit, cum mortuam esse credis. Plaut. in Persa.

Albano, a nadie ofendas entu vida,

y si ofendieres, teme iguales daños;

no te fíes del curso de los años,

mira que el ofendido nunca olvida.

Escribe en agua el ofensor la herida,

que no le dan ejemplos desengaños,

y el que la recibió, fingiendo engaños,

la tiene en duro mármol esculpida.

Imagínale siempre con la mano

sobre tu corazón, que en las supremas

deidades no está Némesis en vano;

presume siempre fuego y que te quemas;

si calla, teme y guarda el pecho, Albano;

pero si te amenaza, no le temas.

SONETO

Tyrannis forma brevis. Socrat.

Silvio, ¿para qué miras las rüinas

deste edificio, fáciles vitorias

del tiempo en largos años, cuyas glorias

con lágrimas parece que imaginas?

Estas colunas, ya del sol vecinas,

hojas son que rompió de sus historias,

ejemplo a las humanas vanaglorias,

que respetaron mal fuerzas divinas.

No mires piedras donde vive y dura

reliquia alguna deste excelso templo;

mira, Silvio, de Filis la hermosura.

Que si te acuerdas, como yo contemplo,

que fue dorado sol y es noche escura,

¿en quién podrás hallar tan breve ejemplo?

SONETO

Amor geminus. Ex Marsilio Ficino, In conviv. Plat.

Como de aquella imagen que recibe

del cuerpo engendra Amor la fantasía,

que los sentidos de la luz desvía

a su apetito irracional proclive;

así de las especies que percibe

de la razón, el puro Amor se cría:

aquél la voluntad sin ojos guía,

y éste en el cielo contemplando vive.

De aquesta celestial naturaleza

es, Francisco, mi amor, amor sagrado,

que el otro amor ya fuera en mí bajeza.

Esto le debo al tiempo, que me ha dado

conocimiento de inmortal belleza

por lo que de la vida me ha quitado.

SONETO

Tú, que epitafios a los vivos haces,

y en tu imaginación muertos los tienes;

¿qué exequias para ti, qué honras previenes?

Pero si no las tienes, no las traces.

Todos yacen por ti. Tú, ¿por quién yaces?

¿Qué funesto ciprés das a tus sienes?

¿Qué mal dirás de ti? Porque los bienes

vendrán aun a ti mismo pertinaces.

No es bien que vivos como muertos trates,

y aun muertos con libelos descubiertos:

no es tanta tu virtud que lo presuma.

Pues que no los heredas, no los mates:

que abrir las sepulturas a los muertos

más es del azadón que de la pluma.

SONETO

Beatus qui invenit arnicum verum. Eccl., cap. 35.

Yo dije siempre, y lo diré, y lo digo,

que es la amistad el bien mayor humano;

mas ¿qué español, qué griego, qué romano

nos ha de dar este perfeto amigo?

Alabo, reverencio, amo, bendigo

aquél a quien el cielo soberano

dio un amigo perfeto, y no es en vano;

que fue, confieso, liberal conmigo.

Tener un grande amigo y obligalle

es el último bien, y, por querelle,

el alma, el bien yel mal comunicalle;

mas yo quiero vivir sin conocelle;

que no quiero la gloria de ganalle

por no tener el miedo de perdelle.

SONETO

Cuéntame, Lidia, que la reina Helena

nació de un güevo, y que el rocín troyano

parió mil hombres, y con fiera mano

vengado a Pirro y muerta a Policena.

Cuéntame, Lidia, el caso de Porsena,

pues conociste a Scévola romano;

cuéntame las desdichas de Seyano,

pues tú le viste en la sangrienta arena.

O si esto es mucho, porque no te alteres,

cuéntame la traición que a Valdovinos

hicieron de Carloto los engaños;

y no me cuentes que casarte quieres:

que no es justo que diga desatinos

mujer de tanto ingenio y tantos años.

JOHANNIS SECUNDI

Ausus fórmica nanus conscendere tergum, credebat domito sese elephante vehi.

At vero ut cursu fertur nimis illa superbo, infelix media praecipitatur humo.

Calcatusque miser. Quid rides, invide, casum, dixit, communem cum

Phaetnte mihi? Epig. lib. unus.

SONETO

Subió, atrevido, miserable enano

en una hormiga, de su cuerpo Atlante,

gloriosa de llevar su semejante:

tal puede en proporción el arte humano.

Sin espuela en el pie, rienda en la mano,

caminaba tan bravo y arrogante,

como pudiera el César más triunfante

en el aplauso del laurel romano.

Corrió la hormiga y dio con él en tierra,

y entonces dijo: "Envidia, ¿qué te ríes?

De una suerte caímos yo y Faetonte".

Lidio, camina en paz, no me des guerra,

que es grande diferencia, aunque porfíes,

caer de hormiga y de celeste monte.

SONETO

Honorata altos, se ipsum honorat. Chrysost. Hom. 25, super Epist. ad Heb.

Yo he visto en tierra y mar casos extraños,

en mal y en bien materias prodigiosas

a eternos versos, a historiales prosas,

Celio, por el discurso de mis años;

guerras, paces, amor, envidia, engaños,

letras premiadas, armas vitoriosas,

imperios nuevos, muertes poderosas,

de toda humana gloria desengaños.

Y no he visto jamás, aunque he notado

lo que el orbe más bárbaro contiene:

que deje de dar honra el que es honrado;

que sí de la que da también le viene,

¿cómo la puede dar el deshonrado?

Que nadie puede dar lo que no tiene.

SONETO

Vive en las flores del rosado Oriente

un ave sola al mundo, a quien decoro

guarda hasta el mismo sol, el pico de oro,

los ojos de un safiro trasparente;

con punta de rubí, ciñe su frente

de azules plumas un turbante moro,

sin nácar, plata, y púrpura no hay poro

que no produzga pluma diferente.

Salve, fénix hermosa, a quien consagro

cuantas mirras Sabá, y inciensos, corta,

y en cuanto el Ganges y Eufrates pasean.

Este honor de su patria, este milagro,

Licinio, no eres tú, pues ¿qué te importa,

si no lo puedes ser, que otros lo sean?

FAUST. SAB.

Ut cantu, est visu tuasic miserabilis, Orpheu, quasit a Euridice, perdita est Euridice.

SONETO

Pasó las negras aguas del Leteo,

pidiendo al reino del eterno llanto

su ya difunta esposa, en dulce canto,

el siempre amante en vida y muerte Orfeo.

Ganó el Amor allí tan gran trofeo,

que le volvió a Euridice Radamanto,

mas no pudiendo estar sin verla tanto,

quedóse con la sombra su deseo.

Deja, Lisena, el arte con que mides

el reino de Plutón, de engaños lleno:

Amor no es fuerza, voluntad se nombra.

Que si a tan bajos dioses favor pides,

cuando pienses que tienes a Fileno,

podrás apenas abrazar la sombra.

SONETO

Vecinitas mala instar infortunii est.

Concediendo el gran Júpiter las fiestas

en que había convites celestiales,

por algunos servicios personales,

a cualquier animal cosas honestas,

le pidió el caracol, las manos puestas

- que así lo escriben fábulas morales - ,

le concediese por servicios tales

que pudiese llevar su casa a cuestas.

Rióse el buey, y díjole: "¿A qué efeto,

bestia infeliz, con general asombro

pides tan gran trabajo y desatino?"

Y respondióle el caracol discreto:

"Buey, yo me entiendo, que, mi casa al hombro,

mejor me mudaré de un mal vecino".

A LA INGRATITUD

SONETO

Vides y arpadas nuezas a labores

un verde templo estaban componiendo,

cuando en ellas, medroso ciervo, huyendo,

se libró de valientes cazadores.

Luego que los lebreles voladores

pasaron la campaña discurriendo,

como inútiles ya, quedó rompiendo

pámpanos, lazos, hojas, fruto y flores.

Como se descubrió, viola un montero,

y tirando una flecha venenosa,

cayó diciendo: "Justamente muero;

"pues ingrata rompí la selva hermosa

que la vida me dio, que ya no espero:

así es la ingratitud al cielo odiosa."

A VICENCIO GARDUCHO, PINTOR ILUSTRE

SONETO

Si Atenas tus pinceles conociera,

¡qué poca gloria diera a Apolodoro,

ni en parió mármol ilustrara el oro

el nombre a Zeuxis, que a tus obras diera!

Parrasio en la palestra se rindiera,

como en el grave estilo Metrodoro;

ni pluma se atreviera a tu decoro;

sólo pintarte tu pincel pudiera.

Bien pueden tus colores alabarse,

y el arte de tu ingenio peregrino,

cuanto puede imitar docta cultura.

Que si el cielo quisiera retratarse,

sólo fiara a tu pincel divino

la inmensa perfección de su hermosura.

SONETO

Iniicietque manus formae damnosa senectud. Ovid., lib. 3 de Trist.

Flora, aunque viva, para el mundo muerta,

Leonardo, yace en sí, sepulcro duro

de güesos, que el azogue mal seguro

tiene por alma para vida incierta.

La boca, un tiempo manutisa abierta,

reliquias viles, derribado el muro

que la lengua cercó de marfil puro,

de toda vecindad está desierta

Aunque ha vengado a tantos, ¿quién dijera

que aquella primavera se acabara,

y que tal sequedad le sucediera?

¡Oh frágil hermosura!, ¿quién pensara

que el tiempo con el trato se atreviera

a ponerte las manos en lacara?

SONETO

Tuvo Platón por firme fundamento

que toda inteligible especie estaba,

desde el punto que el alma se formaba,

asida a nuestro humano entendimiento;

y que las ciencias que estudiaba atento,

era que el alma entonces se acordaba

por la especie existente, que causaba

de lo que ya pasó conocimiento.

Reprobóle Aristóteles, diciendo

que era tabla desnuda susceptiva,

hasta saber las ciencias, torpe y rudo.

Yo, por tu ejemplo, la verdad entiendo,

Mario, pues es tu forma intelectiva

de toda ciencia espíritu desnudo.

SONETO

Fabio, yo creo que eres más valiente

que pinta Homero al griego Telamonio,

más dichoso en amor que Marco Antonio,

y que el astuto Ulises, elocuente.

Demóstenes no fue tan eminente,

como nos dan tus prosas testimonio;

ni fue tan liberal el Macedonio,

ni el severo Catón fue tan prudente.

Yo creo que no hay cosa tan perfeta,

tan linda, tan suprema, tan altiva,

tan docta, tan sutil, tan elegante;

pero no he de creer que eres poeta

aunque digas "ostenta", "brilla", y "liba",

con lo demás durillo relevante.

SONETO

De la abrasada eclíptica que ignora,

intrépido, corrió las líneas de oro

mozo infeliz, a quien el verde coro

vio sol, rayo temió, difunto llora.

Centellas, perlas no, vertió el aurora,

llamas el Pez austral, bombas el Toro,

Etnas la nieve del Atlante moro,

la mar incendios, y cenizas Flora.

Así me levanté, y a la presencia

llegué de un sol; así también me asombra,

cayendo en noche eterna de su ausencia.

Así a los dos el Po Faetones nombra,

pero muertos con esta diferencia:

que él quiso ser el sol, y yo la sombra.

ACT. SINC. SANAZARII

CARMEN

Immemor ac miseree cur ensem linquis Elisa, Aeneaf Prófugas non gravet illa rates.

Anne parum fuerat causam daré mortis acerba, ni ferrum fugiens tu quoque triste daresf

Tolle precor, gélidas tecum hoc jam tolle per undas: discessu, sat est, si perit illa tuo.

SONETO

¿Para qué dejas olvidado, Eneas,

la espada a Elisa, fugitivo amante?

Carga tu nave prófuga y errante

su peso más que tus hazañas feas.

¿No basta dar la causa que deseas

sin dar la espada? Llévala delante

por las frígidas ondas, que bastante

será tu ausencia a que morir la veas.

¡Oh más dura y cruel!, si en tus enojos

imitas su crueldad para olvidarme,

no me dejes memorias por despojos.

¿Qué más espada quieres que dejarme?

Vuelve la luz a tus hermosos ojos,

que basta su rigor para matarme.

HABIENDO MUERTO SU MAJESTAD UN JABALÍ EN EL PARDO

SONETO

Opuesto al español, como al tebano,

el animal que a Venus tanto ofende,

las medias lunas, que del sol defiende,

de espumoso furor argenta en vano.

El rayo artificial, la tierna mano,

con privación de un sol, al aire extiende,

divide instantes, átomos enciende,

por senda estrecha, tronador Vulcano.

Cayó el terrordel Pardo; el horizonte

todo tembló; y, entre el humor adusto,

Adonis dio sus flores más perfetas.

Vengóse Venus. No te admires, monte,

que menos rayo de Filipe augusto,

estrellas fijas, encendió cometas.

A LA MÁSCARA EN QUE SALIO SU MAJESTAD

SONETO

De azules rayos coronó la frente

Febo, a los ojos de su misma aurora,

fénix deidad que tantas plumas dora

cuantos orbes bañó su sacro oriente.

Sintió su viva luz el polo ausente,

que la mitad de su corona ignora;

temió la noche, que la luna adora,

y retiró su sombra al ocidente.

Envidiosa de si la Envidia estaba

viendo correr al sol, dando colores,

al aire, que seguirle deseaba.

Levantóse a sus claros resplandores

todo el jardín de Amor que le miraba:

que cuando sale el sol, crecen las flores.

EN LA ENTRADA DEL SERENÍSIMO PRÍNCIPE DE GALES

SONETO

Arco divino, que, en color, celosa

Iris del cielo de la gran Bretaña,

después de tanta tempestad, España

te mira en breve esfera luminosa;

hijo del gran Neptuno y de la hermosa

reina del mar en su cerviz montaña,

donde la selva Calidonía baña

eterna de cristal corona undosa,

tú que en cielo portátil partes solo

luz con el sol, en paz, amor y celo

triforme resplandece en nuestro polo;

dilata esmaltes al celeste velo,

que en darte su lugar promete Apolo

que nuestra luna ilustrará tu cielo.

A UN CADAHALSO

SONETO

Estos que presumió mármoles parios

la esperanza mortal, siempre fingida,

mudos testigos son de una caída,

a quien ceden valor cónsules Marios.

Aquí sujeto ya de dos contrarios,

glorioso fin calificó la vida;

nació la fama de una breve herida,

materia al mundo de discursos varios.

Corrióse la Fortuna de haber sido

causa del nombre que muriendo alcanza

quien ella pretendió cubrir de olvido;

y el ejemplo mayor de su mudanza

con tan alta virtud quedó vencido:

que respetó su muerte la venganza.

SONETO

Semper enim praeclari et sapientis hominis esse judicavi, stultorum et improvissimorum calumnias magno animo posse parvi faceré. Natal, Com, de Momo.

No te fatigues, Celio, porque veas

la soberbia mordaz del ignorante,

- que nunca en vidro se rompió diamante - ,

si la defensa de tu honor deseas.

Al limpio, al noble, al docto es bien que creas,

que si todo ha de amar su semejante,

¿cómo ha de amar un bárbaro arrogante

de tu ingenio las cándidas ideas?

Cuando la envidia a la virtud contrasta,

deja correr el siglo, y no te asombres;

defiéndase, pues es tan limpia y casta.

Retírate contento destos nombres,

que para despreciar el mundo, basta

ser los hombres juzgados de los hombres.

SONETO

Claudio, si no inventé las bigoteras

ni he traducido libros de toscano;

si respeté; severo, al tiempo cano,

sin envidiar ajenas primaveras;

si arbitrios, si fantásticas quimeras

nome han tenido pervertida y vano;

si hablé, como mis padres, castellano,

sin dar mohatras ni labrar esteras;

si siempre alabo a cuantos son versistas,

y no quiero que a mí nadie me alabe,

y confieso que todos me prefieren,

¿qué murmuran de mi los censuristas?

Si sé, ¿por qué no estiman al que sabe?

Y si soy ignorante, ¿qué me quieren?

SONETO

¡Oh qué envidia me da, Fernando, el hombre

que se tiene por sabio, y que no sabe,

pues no le falta un necio que le alabe,

si tiene algún discreto que le asombre!

El que cree que es rico y gentilhombre

ya vive vida próspera y süave;

buena es la discreción, pero es muy grave,

y mata por las leyes de su nombre.

Mejor es no saber, siendo arrogante,

si el hombre, porque es sabio, desconfía,

y vive vida al necio semejante.

No digas tal, Leónido, porque el día

que afrenta su ignorancia al inorante,

bien sabe conocer que no sabía.

A JUAN DE VANDER HAMEN VALDERRAMA,

PINTOR INSIGNE

SONETO

Al Olimpo de Júpiter divino,

donde rayos de sol forman doseles,

a quejarse de vos - oh nuevo Apeles - ,

con triste voz, Naturaleza vino.

Dijo que vuestro ingenio peregrino

le hurtó, para hacer frutas, sus pinceles;

que no pintáis, sino criáis, claveles,

como ella en tierra, vos en blanco lino.

Júpiter, las querellas escuchadas,

hizo traer un lienzo, y viendo iguales con las que ella crió las retratadas,

mandó que vos pintéis las naturales,

y ella pueda sacar de las pintadas,

quedándose en el cielo, originales.

RIMAS DE TOMÉ DE BURGUILLOS

DESCONFIANZA DE SUS VERSOS

Los que en sonoro verso y dulce rima

hacéis conceto de escuchar poeta

versificante en forma de estafeta,

que a toda dirección número imprima,

oíd de un caos la materia prima,

no culta como cifras de receta,

que en lengua pura, fácil, limpia y neta,

yo invento, Amor escribe, el tiempo lima.

Estas, en fin, reliquias de la llama

dulce que me abrasó, si de provecho

no fueren a la venta, ni a la fama,

sea mi dicha tal, que, a su despecho,

me traiga en el cartón quien me desama:

que basta por laurel su hermoso pecho.

PROPONE LO QUE HA DE CANTAR EN FE DE LOS MÉRITOS DEL SUJETO

Celebró de Amarilis la hermosura

Virgilio en su bucólica divina,

Propercio de su Cintia, y de Corina

Ovidio en oro, en rosa, en nieve pura;

Catulo de su Lesbia la escultura

a la inmortalidad pórfido inclina;

Petrarca por el mundo, peregrina,

constituyó de Laura la figura;

yo, pues Amor me manda que presuma

de la humilde prisión de tus cabellos,

poeta montañés, con ruda pluma,

Juana, celebraré tus ojos bellos:

que vale más de tu jabón la espuma,

que todas ellas, y que todosellos.

DEDICATORIA DE LA LIRA CON QUE PIENSA CELEBRAR SU BELLEZA

A ti la lira, a ti de Delfo y Delo,

Juana, la voz, los versos y la fama;

que mientras más tu hielo me desama,

más arde Amor en su inmortal desvelo.

Crióme ardiente salamandra el cielo,

como sirena a ti, menos la escama;

para ser mariposa no eres llama:

fuerza será mariposar en hielo.

Mi amor es fuego elementar segundo;

de Scitia tu desdén los hielos bebe:

tal imposible a mi esperanza fundo.

Pues a decir que fuéramos se atreve

(cuando no los hubiera en todo el mundo)

yo Amor, Juana desdén, su pecho nieve.

DISCULPA LA HUMILDAD DEL ESTILO CON LA DIVERSIÓN DE ALGUNA PENA

Versos de almíbar y de miel rosada

Amor me pide siempre que me topa;

y dame acíbar en la dulce copa

de un partido clavel, gloria penada.

Yo cantaré con lira destemplada,

¡oh sirena bellísima de Europa!,

tu enfaldo ilustre, tu jabón, tu ropa,

del patrio río en su cristal bañada.

Quien no me entiende como yo me entiendo

sepa, dejando lo Aristarco aparte,

que del profano vulgo me defiendo.

Bien fuera justo del flamenco Marte

cantar las iras, pero yo pretendo

templar tristezas despreciando el arte.

CUENTA EL POETA LA ESTIMACIÓN QUE SE HACE EN ESTE TIEMPO DE LÓS LAURELES POÉTICOS

Llevóme Febo a su Parnaso un día,

y vi por el cristal de unos canceles

a Homero y a Virgilio con doseles,

leyendo filosófica poesía.

Vi luego la importuna infantería

de poetas fantásticos noveles,

pidiendo por principios más laureles

que anima Dafnes y que Apolo cría.

Pedíle yo también por estudiante,

y díjome un bedel: "Burguillos, quedo:

que no sois digno de laurel triunfante".

Por qué?", le dije; y respondió sin miedo:

"Porque los lleva todos un tratante

para hacer escabeches en Laredo".

PÉSALE DE SER POETA Y SE LE DEBE CREER. HABLA CON EL PARNASO

Excelso monte, cuya verde cumbre

pisó difícil poca planta humana,

aunque fuera mejor que fuera llana

para subir con menos pesadumbre.

Tú que del sol a la celeste lumbre

derrites loco la guedeja cana,

y por la hierba de color de rana

deslizas tu risueña mansedumbre,

a tu fuente conducen mi persona,

poeta en pelo mientras tengo silla,

vanos deseos de inmortal corona.

Que para don Quijote de Castilla,

desdichas me trajeron a Helicona,

pudiéndome quedar en la Membrilla.

NO SE ATREVE A PINTAR SU DAMA MUY HERMOSA POR NO MENTIR QUE ES MUCHO PARA POETA

Bien puedo yo pintar una hermosura,

y de otras cinco retratar a Elena,

pues a Filis también, siendo morena,

ángel, Lope llamó, de nieve pura.

Bien puedo yo fingir una escultura,

que disculpe mi amor, y en dulce vena

convertir a Filene en Filomena,

brillando claros en la sombra escura.

Mas puede ser quealgún letor extrañe

estas musas de Amor hiperboleas,

y viéndola después se desengañe.

Pues si ha de hallar algunas partes feas,

Juana, no quiera Dios, que a nadie engañe:

basta que para mí tan linda seas.

ALUDE A LA SAETA DE FILIPO, PADRE DEALEJANDRO, QUE LE SACÓ DE LOS OJOS CRISTOBOLO, EXCELENTE MÉDICO

Púsose Amor en la nariz el dedo,

jurando, por la vida de Accidalia,

castigar mi rigor, aunque a Tesalia,

fuese por hierbas para algún enredo.

Y Juana, por la puente de Toledo,

más en holanda que en tabí de Italia,

pasó con cuatro puntos de sandalia:

¡máteme Amor si medio punto excedo!

Del pie a mis ojos, de su pie despojos,

tal flecha de oro entonces enherbola,

como la que a Filipo daba enojos.

Pero halló el macedón farmacopola,

yo no; que, con la flecha por los ojos,

remedio espero de la muerte sola.

DICE EL MES EN QUE SE ENAMORÓ

Érase el mes de más hermosos días,

y por quien más los campos entretienen,

señora, cuando os vi, para que penen

tantas necias de Amor filaterías.

Imposibles esperan mis porfías,

que como los favores se detienen,

vos triunfaréis cruel, pues a ser vienen

las glorias vuestras, y las penas mías.

No salió malo este versillo octavo,

ninguna de las musas se alborote

si antes del fin el sonetazo alabo.

Ya saco la sentencia del cogote;

pero si, como pienso, no le acabo,

echaréle después un estrambote.

DESCRIBE UN MONTE SIN QUÉ NI PARA QUÉ

Caen de un monte a un valle, entre pizarras

guarnecidas de frágiles helechos,

a su margen carámbanos deshechos,

que cercan olmos y silvestres parras.

Nadan en su cristal ninfas bizarras,

compitiendo con él cándidos pechos,

dulces naves dé Amor, en más estrechos

que las que salen de españolas barras.

Tiene este monte por vasallo a un prado

que para tantas flores le importuna:

sangre las venas de su pecho helado.

Y en este monte y líquida laguna,

para decir verdad como hombre honrado,

jamás me sucedió cosa ninguna.

TÚRBASE EL POETA DE VERSE FAVORECIDO

Dormido, Manzanares discurría

en blanda cama de menuda arena,

coronado de juncia y de verbena,

que entre las verdes alamedas cría,

cuando la bella pastorcilla mía,

tan sirena de Amor, como serena,

sentada y sola en la ribera amena,

tanto cuanto lavaba, nieve hacía.

Pedíle yo que el cuello me lavase,

y ella sacando el rostro del cabello,

me dijo que uno de otro me quitase.

Pero turbado de su rostro bello,

al pedirme que el cuello le arrojase,

así del alma, por asir del cuello.

SATISFACIONES DE CELOS

Si entré, si vi, si hablé, señora mía,

ni tuve pensamiento de mudarme,

máteme un necio a puro visitarme,

y escuche malos versos todo un día.

Cuando de hacerlos tenga fantasía,

dispuesto el genio, parano faltarme

cerca de donde suelo retirarme,

un menestril se enseñe a chirimía.

Cerquen los ojos, que os están mirando,

legiones de poéticos mochuelos,

de aquellos que murmuran imitando.

¡Oh si os mudasen de rigor los cielos!

Porque no puede ser(o fue burlando)

que quien no tiene amor pidiese celos.

LO QUE HICIERA PARIS SI VIERA A JUANA

Como si fuera cándida escultura

en lustroso marfil de Bonarrota,

a París pide Venus en pelota

la debida manzana a su hermosura.

En perspectiva, Palas su figura

muestra, por más honesta, más remota;

Juno sus altos méritos acota

en parte de la selva más escura;

pero el pastor a Venus la manzana

de oro le rinde, más galán que

honesto, aunque saliera su esperanza vana.

Pues cuarta diosa, en el discorde puesto,

no sólo a ti te diera, hermosa Juana,

una manzana, pero todo un cesto.

A LA IRA CON QUE UNA NOCHE LE CERRÓ LA PUERTA

¿Qué estrella saturnal, tirana hermosa,

se opuso, en vez de Venus, a la luna,

que me respondes grave y importuna,

siendo con todos fácil y amorosa?

Cerrásteme la puerta rigurosa,

donde me viste sin piedad alguna,

hasta que a Febo en su dorada cuna

llamó la aurora en la primera rosa.

¿Qué fuerza imaginó tu desatino,

aunque fueras de vidro de Venecia,

tan fácil, delicado y cristalino?

O me tienes por loco o eres necia:

que ni soberbio soy para Tarquino,

ni tú romana para ser Lucrecia.

A UN PEINE, QUE NO SABÍA EL POETA SI ERA DE BOJ U DE MARFIL

Sulca del mar de Amor las rubias ondas,

barco de Barcelona y por los bellos

lazos navega altivo, aunque por ellos,

tal vez te muestres y tal vez te escondas.

Ya no flechas, Amor, doradas ondas

teje de sus espléndidos cabellos;

tú con los dientes no le quites dellos,

para que a tanta dicha correspondas.

Desenvuelve los rizos con decoro,

los paralelos de mi sol desata,

boj o colmillo de elefante moro,

y en tanto que, esparcidos, los dilata,

forma por la madeja sendas de oro,

antes que el tiempo les convierta en plata.

QUÉJASE DEL POCO RESPETO QUE JUANA TIENE A SUS LETRAS, EN QUE SE VE LA NECEDAD DE LOS QUE AMAN

Aquí de Amor, que mata la dureza

de Juana, sin respeto de su grado,

el más impertinente licenciado

que en sus leyes formó naturaleza.

Lo de menos valor es la corteza

en cuantas cosas vemos que ha criado,

y a ti, al contrario, el corazón te ha dado

de dura piedra en exterior belleza.

Pues no pueden mis quejas ablandarte,

bien merecieras, Juana rigurosa,

suceder en el mármol de Ánaxarte.

Pero ¿en qué piedra, para ser mi losa,

pudiera el dulce Ovidio transformarte,

si ya eres jaspe de azucena yrosa?

PREGÓNASE EL POETA PORQUE NO SE HALLA EN SÍ MISMO

Quien supiere, señores, de un pasante

que de Juana a esta parte anda perdido,

duro de cama y roto de vestido,

que en lo demás es blando como un guante;

de cejas mal poblado, y de elefante

de teta la nariz, de ojos dormido,

despejado de boca y mal ceñido,

Nerón de sí, de su fortuna Atlante;

el que del dicho Bártulo supiere

por las señas extrínsecas que digo,

vuélvale al dueño, y el hallazgo espere;

mas; que sirven las señas que prosigo,

si no le quiere el dueño, ni él se quiere?

Tan bien está con él, tan mal consigo.

PROMETIERON FAVORECERLE PARA CUANDO TUVIESE SESO

Señora mía, vos habéis querido

a cautela de amor entretenerme,

de suerte que ya estoy para perderme

al mayor imposible reducido.

Para el tiempo que cobre mi sentido,

piadosa, prometéis favorecerme;

si fuistes vos quien pudo enloquecerme,

¿dónde hallaré lo que he por vos perdido?

Vos sois la culpa, vos la causadora

deste deliquio y amoroso exceso:

tanto vuestra hermosura me enamora.

Pero si está mi seso y mi suceso

en el que me quitáis, dulce señora,

dejad de ser hermosa y tendré seso.

DICE CÓMO SE ENGENDRA AMOR, HABLANDO COMO FILÓSOFO

Espíritus sanguíneos vaporosos

suben del corazón a la cabeza,

y, saliendo a los ojos, su pureza

pasan a los que miran, amorosos.

El corazón, opuesto, los fogosos

rayos sintiendo en la sutil belleza,

como de ajena son naturaleza,

inquiétase en ardores congojosos.

Esos puros espíritus que envía

tu corazón al mío, por extraños

me inquietan, como cosa que no es mía.

Mira, Juana, qué amor; mira qué engaños

pues hablo en natural filosofía

a quien me escucha jabonando paños.

ENVIDIA A UN SASTRE QUE TOMABA LA MEDIDA DE UN VESTIDO A UNA DAMA

Más eres sol que sastre(¡extraño caso!),

Jaime, pues sólo el sol dicen que ha sido

quien a la aurora le cortó vestido

con randas de oro, en turquesado raso.

Tú le mides el pecho, aunque de paso,

y yo en mis versos mis desdichas mido,

cortando galas en papel perdido,

a manera de sastre del Parnaso.

Este soneto, Jaime, cosa es clara,

que si dijese aquí lastre o arrastre

el consonante dice en lo que para.

Mas si envidiar un sastre no es desastre,

cuando te acerques a su hermosa cara,

se tú el poeta y déjame ser sastre.

POR LAS SEÑAS DESTE SONETO, CONSTA QUE SE HIZO POR NAVIDAD

Juana, para sufrir tu armado brío

ya no hay defensa en Bártulo ni en Baldo;

Juana ¿qué olla te vertí, qué caldo,

que tratas como a perro el amor mío?

Juana, si tus estampas sigo al río,

cargas de piedras el honesto enfaldo;

Juana, antenoche te pedí aguinaldo,

y me llamaste licenciado frío.

Cruel naturaleza en nievepura

la fábrica exterior del cuerpo informa,

alma tan criminal, áspera y dura:

que mal el cuerpo al alma se conforma,

pues fue, de tan hermosa arquitectura,

la materia cristal, bronce la forma.

A LAS FUGAS DE JUANA EN VIENDO AL POETA, CON LA FÁBULA DE DAFNE

Como suele correr desnudo atleta

en la arena marcial al palio opuesto,

con la imaginación tocando el puesto,

tal sigue a Dafne el fúlgido planeta.

Quitósele al coturno la soleta,

y viéndose alcanzar, turbó el incesto,

vuelto en laurel su hermoso cuerpo honesto,

corona al capitán, premio al poeta.

Si corres como Dafne, y mis fortunas

corren también a su esperanza vana,

en seguirte anhelantes y importunas,

¿cuándo serás laurel, dulce tirana?

Que no te quiero yo para aceitunas,

sino para mi frente, hermosa Juana.

QUE AL AMOR VERDADERO NO LE OLVIDAN EL TIEMPO NI LA MUERTE. ESCRIBE EN SESO

Resuelta en polvo ya, mas siempre hermosa,

sin dejarme vivir, vive serena

aquella luz, que fue mi gloria y pena,

y me hace guerra, cuando en paz reposa.

Tan vivo está el jazmín, la pura rosa,

que, blandamente ardiendo en azucena,

me abrasa el alma de memorias llena:

ceniza de su fénix amorosa.

¡Oh memoria cruel de mis enojos!,

¿qué honor te puede dar mi sentimiento,

en polvo convertidos sus despojos?

Permíteme callar sólo un momento:

que ya no tienen lágrimas mis ojos,

ni concetos de amor mi pensamiento.

AL BAÑO DE DOS NINFAS ALOQUES

Una morena y otra blanca dama,

siendo por sus riberas y malezas

Manzanares la tabla destas piezas,

de su breve cristal hicieron cama.

La escultura en las dos era de fama,

compitiendo colores y bellezas,

si bien de dos iguales gentilezas

más la blancura se apetece y ama.

En esta clara y fácil competencia,

un galán que pasaba por la orilla

dijo, por sosegar la diferencia:

"Buenas entrambas son a maravilla,

la una de jazmines de Valencia,

la otra de polvillos de Sevilla."

ENCARECE EL POETA EL AMOR CONYUGAL DESTE TIEMPO

Fugitiva Eurídice entre la amena

hierba de un valle, por la nieve herida

del blanco pie, de un áspid escondida,

pisándola clavel, cayó azucena.

Lloróla Orfeo, y a la eterna pena

bajó animoso, y con la voz teñida

en lágrimas, pidió su media vida:

así la lira dulcemente suena.

La gracia entonces, con tremendo labio,

Plutón concede al conyugal deseo

del marido, más músico que sabio.

En fin, sacó su esposa del Leteo;

pero en aqueste tiempo, hermano Fabio,

¿quién te parece a ti que fuera Orfeo?

DE LA BUENA COSECHA DE POETAS CONFORME AL PRONÓSTICO DE LOS ALMANAQUES

A Baltasar Elisio de Medinilla

Si de poetas la abundancia apruebas,

Elisio, en nuestro hispánico destrito,

a los panes y peces te remito,

si no sabes el número que llevas.

Año de brevas, y de malas nuevas,

nunca le veas,tiene el vulgo escrito;

mas cierto matritense manuescrito

dice poetas donde dijo brevas.

¿Piensas que alguno, en tantos, la campaña

podrá cantar de Marte, en las ajenas,

con las banderas de la invicta España,

las naves contra Holanda de armas llenas?

Pero de tal acción te desengaña

sobrar poetas y faltar mecenas.

QUÉJASE A VENUS EL POETA CON UN POCO DE MÁS SESO QUE SUELE

Luciente estrella con quien nace el día,

que el escuro crepúsculo interpreta,

alma Venus gentil, luz que sujeta

cuanto mortal naturaleza cría;

dulce, dispara a la enemiga mía

flecha sutil en forma de cometa;

así de trino estés con el planeta

que parece español en la osadía.

Si sales a la tarde en el safiro,

purpúreo ya, si al alba en oro y grana,

siempre me ves en un mortal suspiro.

¡Oh dulce, hasta del cielo, envidia humana!

Pues siempre al lado de tu sol te miro,

tú a mí jamás al de mi hermosa Juana.

DÁNDOLE A UNA DAMA UN ABANILLO QUE SE LE HABÍA CAÍDO

Este que en el jardín de vuestra cara,

céfiro artificial, templó la rosa,

rosa donde yo fuera mariposa,

si Venus licenciados transformara;

este padre del aire, en cuya clara

región tanta cometa luminosa

sale encendida de la luz hermosa

que de esos ojos el Amor dispara,

pongo en mi frente y doy a vuestra pura

nieve, con el debido acatamiento,

con que podéis, señora, estar segura

que no os podrá faltar este elemento,

ni faltará jamás vuestra hermosura,

si fuera el tiempo como soy el viento.

JUNTÁBANSE EN UNA CASA, A MURMURAR DE LOS QUE SABÍAN, CIERTOS HOMBRES QUE NO SABÍAN

Cubre banda de pájaros difusa

torre de iglesia o capitel de quinta;

de negra vana las pizarras tinta

máquina chilladora circunfusa.

Pero al primer rumor de voz intrusa,

cuando más el pirámide se pinta,

partiendo el aire, de volante cinta,

con descompuesto error huye confusa.

Así cubren, Leonel, los detractores

tu casa en rudo son, y los espanta

la voz de los canoros ruiseñores.

Chillen en tanto, pues, que los levanta

el rumor de las aguas y las flores

para aplaudir: que Filomena canta.

QUE NO HAY REMEDIO CONTRA MALOS VECINOS

Trujo un galán de noche una ballesta

al sitio en que una dama requebraba,

con que de su ventana retiraba

una vecina, en escuchar, molesta;

entonces ella, una caldera puesta

en la cabeza, volvió a ver si hablaba;

tiraba el caballero, y resonaba

en el herido cobre la respuesta.

En carros dijo él Momo peregrino

que las casas debieran fabricarse,

O como son portátiles al chino;

que a quien le conviniere recatarse

de lengua y ojos de un traidor vecino,

no tiene más remedio que mudarse.