Miguel de Cervantes Saavedra

"Sobre el amor"

Primera parte, Capítulo I

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él:

- Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendido: "Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante"? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

Don Quijote de la Mancha,

Primera parte, Capítulo XIII

- Cuanto más, que yo tengo para mí que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son

enamorados.

-Eso no puede ser - respondió don Quijote -: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; y por el mesmo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo, y que entró en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón.

- Con todo eso - dijo el caminante - , me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero.

A lo cual respondió nuestro don Quijote:

- Señor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto más, que yo sé que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera que, aquello de querer a todas bien cuantas bien le parecían era condición natural, a quien no podía ir a la mano. Pero, en resolución, averiguado está muy bien que él tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero.

- Luego, si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado - dijo el caminante - , bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la profesión. Y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto como don Galaor, con las veras que puedo le suplico, en nombre de toda esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama; que ella se tendría por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece.

Aquí dio un gran suspiro don Quijote, y dijo:

- Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposiblesy quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos

son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerla(s), y no compararlas.

- El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber - replicó Vivaldo.

A lo cual respondió don Quijote:

- No es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos; ni de los Moneadas y Requesenes de Cataluña, ni menos de los Rebellas y Villanovas de Valencia; Palafoxes, Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón; Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla; Alencastros, Pallas y Meneses de Portogal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos. Y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía:

"Nadie las mueva

que estar no pueda con Roldán a prueba".

- Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo - respondió el caminante - , no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos.

La casa de los celos y selvas de Ardenia,

Tercera jornada

REINALDOS:

¿Que no quieres parecer,

oh bien, por mi mal perdido?

¿Has visto, pastor, acaso,

por entre aquesta espesura,

un milagro de hermosura

por quien yo mil muertes paso?

¿Has visto unos ojos bellos

que dos estrellas semejan,

y unos cabellos que dejan,

por ser oro, ser cabellos?

¿Has visto, a dicha, una frente

como espaciosa ribera,

y una hilera y otra hilera

de ricas perlas de Oriente?

Dime si has visto una boca

que respira olor sabeo,

y unos labios por quien creo

que el fino coral se apoca.

Di si has visto una garganta

que es coluna deste cielo,

y un blanco pecho de yelo,

do su fuego Amor quebranta;

y unas manos que son hechas

a torno de marfil blanco,

y un compuesto que es el blanco

do Amor despunta sus flechas.

CORINTO:

¿Tiene, por dicha, señor,

ombligo aquesa quimera,

o pies de barro, como era

la de aquel rey Donosor?

Porque, a decirte verdad,

no he visto en estas montañas

cosas tan ricas y estrañas

y de tanta calidad.

Y fuera muy fácil cosa,

si ellas por aquí anduvieran,

por invisibles que fueran

verlas mi vista curiosa.

Queuna espaciosa ribera,

dos estrellas y un tesoro

de cabellos, que son oro,

¿dónde esconderse pudiera?

Y el sabeo olor que dices,

¿no me llevara tras sí?

Porque en mi vida sentí

romadizo en mis narices.

Mas, en fin, decirte quiero

lo que he hallado, y no ser terco.

REINALDOS:

¿Qué son? Habla.

CORINTO:

Tres pies de puerco

y unas manos de carnero.

REINALDOS:

¡Oh hi de puta, bellaco!;

pues, ¿con Reinaldos de burlas?

CORINTO:

De mis donaires y burlas

siempre tales premios saco.

El gallardo español,

Tercera jornada

MARGARITA:

Quise casarme yo misma;

mas no supe en qué manera

ni con quién; que pocos años

en pocos casos aciertan.

Dejóme un viejo mi padre,

hidalgo y de intención buena,

con el cual me aconsejase

en mis burlas y en mis veras.

Comuniquéle mi intento;

respondióme que él quisiera

que el caballero que tuvo

con mi hermano la pendencia,

fuera aquel que me alcanzara

por su legítima prenda,

porque eran tales las suyas,

que por estremo se cuentan.

Pintómele tan galán,

tan gallardo en paz y en guerra,

que en relación vi a un Adonis,

y a otro Marte vi en la Tierra.

Dijo que su discreción

igualaba con sus fuerzas,

puesto que valiente y sabio

pocas veces se conciertan.

Estaba yo a sus loores

tan descuidada y atenta,

que tomó el pincel la fama,

y en el alma las asienta;

y amor, que por los oídos

pocas veces dicen que entra,

se entró entonces hasta el alma

con blanda y honrada fuerza;

y fue de tanta eficacia

la relación verdadera,

que adoré lo que los ojos

no vieron ni ver esperan;

que, rendida a la inclemencia

de un antojo honrado y simple,

mudé traje y mudé tierra.

A mi sabio consejero

fuerzo a que conmigo venga;

que ánimo determinado,

de imposibles no hace cuenta.

(...)

Enamorada de oídas

del caballero que dije,

me salí del monesterio,

y en traje de hombre vestíme.

Dejé el hermano y la patria,

y, entre alegre y entre triste,

con mi consejero anciano

a la bella Italia vine.

(...)

DON FERNANDO:

Puede ser que a ese español,

que agora tanto se encubre,

alguna causa le encubre,

como alguna nube al sol.

Mas dime: ¿quién te asegura

que, después de haberle visto,

quede en tu pecho bienquisto?

Que engendra amor la hermosura,

y si él carece della,

como imagino y aun creo,

faltando causa, el deseo

faltará, faltando en ella.

MARGARITA:

La fama de su cordura

y valor es la que ha hecho

la herida dentro del pecho:

no del rostro la hermosura;

que ésa es prenda que la quita

el tiempo breve y ligero,

flor que se muestra en enero,

que a la sombra se marchita.

Ansí que, aunque en él hallase

no el rostro y la lozanía

que pinté en mi fantasía,

no hay pensar que no le amase.

El rufián dichoso,

Primera jornada

PERALTA:

Pues, ¿por qué le queréis tanto?

ANTONIA:

Porque me alegro y me espanto

de lo que con hombres vale.

¿Hay más que ver que le dan

parias los másarrogantes,

de la heria los matantes,

los bravos de San Román?

¿Y hay más que vivir segura,

la que fuere su respeto,

de verse en ningún aprieto

de los de nuestra soltura?

Quien tiene nombre de suya,

vive alegre y respetada;

a razón enamorada,

no hay ninguna que la arguya.

La española inglesa

Todas estas gracias, adqueridas y puestas sobre la natural suya, poco a poco fueron encendiendo el pecho de Ricaredo, a quien ella, como a hijo de su señor, quería y servía. Al principio le salteó amor con un modo de agradarse y complacerse de ver la sin igual belleza de Isabel, y de considerar sus infinitas virtudes y gracias, amándola como si fuera su hermana, sin que sus deseos saliesen de los términos honrados y virtuosos. Pero, como fue creciendo Isabel, que ya cuando Ricaredo ardía

tenía doce años, aquella benevolencia primera y aquella complacencia y agrado de mirarla se volvió en ardentísimos deseos de gozarla y de poseerla: no porque aspirase a esto por otros medios que por los de ser su esposo, pues de la incomparable honestidad de Isabela(que así la llamaban ellos) no se podía esperar otra cosa, ni aun él quisiera esperarla, aunque pudiera, porque la noble condición suya, y la estimación en que a Isabela tenía, no consentían que ningún mal pensamiento echase raíces en su alma.

Mil veces determinó manifestar su voluntad a sus padres, y otras tantas no aprobó su determinación, porque él sabía que le tenían dedicado para ser esposo de una muy rica y principal doncella escocesa, asimismo secreta cristiana como ellos. Y estaba claro, según él decía, que no habían de querer dar a una esclava(si este nombre se podía dar a Isabela) lo que ya tenían concertado de dar a una señora. Y así, perplejo y pensativo, sin saber qué camino tomar para venir al fin de su buen deseo, pasaba una vida tal, que le puso a punto de perderla. Pero, pareciéndole ser gran cobardía dejarse morir sin intentar algún género de remedio a su dolencia, se animó y esforzó a declarar su intento a Isabela.

La ilustre fregona

- Pues ¿qué piensas hacer con el imposible que se te ofrece en la conquista desta Porcia, desta Minerva y desta nueva Penélope, que en figura de doncella y de fregona te enamora, te acobarda y te desvanece?

- Haz la burla que de mí quisieres, amigo Lope, que yo sé que estoy enamorado del más hermoso rostro que pudo formar naturaleza, y de la más incomparable honestidad que ahora se puede usar en el mundo. Costanza se llama, y no Porcia, Minerva o Penélope; en un mesón sirve, queno lo puedo negar, pero, ¿qué puedo yo hacer, si me parece que el destino con oculta fuerza me inclina, y la elección con claro discurso me mueve a que la adore? Mira, amigo: no sé cómo te diga - prosiguió Tomás - de la manera con que amor el bajo sujeto desta fregona, que tú llamas, me le encumbra y levanta tan alto, que viéndole no le vea, y conociéndole le desconozca. No es posible que, aunque lo procuro, pueda un breve término contemplar, si así se puede decir, en la bajeza de su estado, porque luego acuden a borrarme este pensamiento su belleza, su donaire, su sosiego, su honestidad y recogimiento, y me dan a entender que, debajo de aquella rústica corteza, debe de estar

encerrada y escondida alguna mina de gran valor y de merecimiento grande. Finalmente, sea lo que se fuere, yo la quiero bien; y no con aquel amor vulgar con que a otras he querido, sino con amor tan limpio, que no se estiende a más que a servir y a procurar que ella me quiera, pagándome con honesta voluntad lo que a la mía, también honesta, se debe.

A este punto, dio una gran voz el Asturiano y, como exclamando, dijo:

- ¡Oh amor platónico! ¡Oh fregona ilustre! ¡Oh felicísimos tiempos los nuestros, donde vemos que la belleza enamora sin malicia, la honestidad enciende sin que abrase, el donaire da gusto sin que incite, la bajeza del estado humilde obliga y fuerza a que le suban sobre la rueda de la que llaman Fortuna!

Las dos doncellas

Pasósele en esto la mayor parte de la noche sin dormir sueño. Y no la pasó con más descanso don Rafael, su hermano; porque, así como oyó decir quién era Leocadia, así se le abrasó el corazón en su amores, como si de mucho antes para el mismo efeto la hubiera comunicado; que esta fuerza tiene la hermosura, que en un punto, en un momento, lleva tras sí el deseo de quien la mira(y) la conoce; y, cuando descubre o promete alguna vía de alcanzarse y gozarse, enciende con poderosa vehemencia el alma de quien la contempla: bien así del modo y facilidad con que se enciende la seca y dispuesta pólvora con cualquiera centella que la toca.

La Galatea,

Primero libro

Desta manera me volví al aldea, con tan diferente corazón del con que había salido, que yo mesma de mí mesma me maravillaba. La compañía me era enojosa, y cualquiera pensamiento que me viniese, que a pensar en mi pastor no se encaminase, con gran presteza procuraba luego de desecharle de mimemoria, como indigno de ocupar el lugar que de amorosos cuidados estaba lleno. Yo no sé cómo en tan pequeño espacio de tiempo me transformé en otro ser del que tenía, porque yo ya no vivía en mí, sino en Artidoro - que ansí se llama la mitad de mi alma que ando buscando -: doquiera que volvía los ojos me parecía ver su figura; cualquiera cosa que escuchaba, luego sonaba en mis oídos su suave música y armonía; a ninguna parte movía los pies, que no diera por hallarle en ella mi vida, si él la quisiera; en los manjares no hallaba el acostumbrado gusto, ni las manos acertaban a tocar cosa que se le

diese. En fin, todos mis sentidos estaban trocados del ser que primero tenían, ni el alma obraba por ellos como era acostumbrada.

Don Quijote de la Mancha,

Primera parte, Capítulo XXV

Y en lo que toca a la carta de amores, pondrás por firma: "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura". Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin extenderse a más que a un honesto mirar. Y aun esto, tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre destos ojos que han de comer la tierra, no la he visto cuatro veces; y aun podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con que su padre Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales la han criado.

- ¡Ta, ta! - dijo Sancho - . ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?

- Ésa es - dijo don Quijote - , y es la que merece ser señora de todo el universo.

- Bien la conozco - dijo Sancho - , y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora! ¡Oh, hi de puta, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se pusoun día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos se burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señor Caballero de la Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que con justo título puede desesperarse y ahorcarse; que nadie habrá que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien, puesto que le lleve el diablo. Y querría ya verme en camino, sólo por vella; que ha muchos días que no la veo, y debe de estar ya trocada; porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire. Y confieso a vuestra merced una verdad, señor don Quijote: que hasta aquí he estado en una

grande ignorancia; que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea debía de ser alguna princesa de quien vuestra merced estaba enamorado, o alguna persona tal, que mereciese los ricos presentes que vuestra merced le ha enviado, así el del vizcaíno como el de los galeotes, y otros muchos que deben ser, según deben de ser muchas las vitorias que vuestra merced ha ganado y ganó en el tiempo que yo aún no era su escudero. Pero bien considerado, ¿qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo, digo, a la señora Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas delante della los vencidos que vuestra merced le envía y ha de enviar? Porque podría ser que al tiempo que ellos llegasen estuviese ella rastrillando lino o trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se riese y enfadase del presente.

- Ya te tengo dicho antes de agora muchas veces, Sancho - dijo don Quijote - , que eres muy grande hablador y que, aunque de ingenio boto, muchas veces despuntas de agudo; mas para que veas cuán necio eres tú y cuán discreto soy yo, quiero que me oyas un breve cuento. Has de saber que una viuda hermosa, moza, libre y rica, y, sobre todo, desenfadada, se enamoró de un mozo motilón, rollizo y de buen tomo; alcanzólo a saber su mayor, y un día dijo a la buena viuda, por vía de fraternal reprehensión: "Maravillado estoy, señora, y no sin mucha causa, de que una mujertan principal, tan hermosa y tan rica como vuestra merced se haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, tantos presentados y tantos teólogos, en quien vuestra merced pudiera escoger, como entre peras, y decir: "éste quiero, aquéste no quiero"". Mas ella le respondió con mucho donaire y desenvoltura: "Vuestra merced, señor mío, esta muy engañado, y piensa muy a lo antiguo si piensa que yo he escogido mal en fulano, por idiota que le parece; pues para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe, y más, que Aristóteles". Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas que alaban damas debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen. ¿Piensas tú que las Amarilis, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Fílidas y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquéllos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que las más se las fingen, por dar subjeto a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. Y así, bástame a mi pensar y

creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje, importa poco; que no han de ir a hacer la información dél para darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar, más que otras; que son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa, ninguna le iguala; y en la buena fama, pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y pintóla en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina. Y diga cada uno lo que quisiere; que si por esto fuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos.

- Digo que en todo tiene vuestra merced razón - respondió Sancho - , y que yosoy un asno.

Don Quijote de la Mancha,

Segunda parte, Capítulo LVIII

- Maravillado estoy, señor, de la desenvoltura de Altisidora, la doncella de la Duquesa: bravamente la debe de tener herida y traspasada aquel que llaman Amor, que dicen que es un rapaz ceguezuelo que, con estar lagañoso, o por mejor decir, sin vista, si toma por blanco un corazón, por pequeño que sea, le acierta y traspasa de parte a parte con sus flechas. He oído decir también que en la vergüenza y recato de las doncellas se despuntan y embotan las amorosas saetas; pero en esta Altisidora más parece que se aguzan que despuntan.

- Advierte, Sancho - dijo don Quijote - , que el amor ni mira respetos ni guarda términos de razón en sus discursos, y tiene la misma condición que la muerte: que así acomete los altos alcázares de los reyes como las humildes chozas de los pastores, y cuando toma entera posesión de una alma, lo primero que hace es quitarle el temor y la vergüenza; y así, sin ella declaró Altisidora sus deseos, que engendraron en mi pecho antes confusión que lástima.

- ¡Crueldad notoria! - dijo Sancho - . ¡Desagradecimiento inaudito! Yo de mí sé decir que me rindiera y avasallara la más mínima razón amorosa suya. ¡Hi de puta, y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamasa! Pero no puedo pensar qué es lo que vio esta doncella en vuesa merced que así la rindiese y avasallase: qué gala, qué brío, qué donaire, qué rostro, que cada cosa por sí déstas, o

todas juntas, la enamoraron; que en verdad en verdad que muchas veces me paro a mirar a vuesa merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo más cosas para espantar que para enamorar; y habiendo yo también oído decir que la hermosura es la primera y principal parte que enamora, no teniendo vuesa merced ninguna, no sé yo de qué se enamoró la pobre.

- Advierte, Sancho - respondió don Quijote - , que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas. Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso; perotambién conozco que no soy disforme; y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tengas los dotes del alma que te he dicho.

Los trabajos de Persiles y Segismunda,

Libro segundo, Capítulo VI

-(...) Considera, señora, que el amor nace y se engendra en nuestros pechos, o por elección o por destino: el que por destino, siempre está en su punto; el que por elección, puede crecer o menguar, según pueden menguar o crecer las causas que nos obligan y mueven a querernos; y, siendo esta verdad tan verdad como lo es, hallo que mi amor no tiene términos que le encierre, ni palabras que le declare: casi puedo decir que desde las mantillas y fajas de mi niñez te quise bien, y aquí pongo yo la razón del destino; con la edad y con el uso de la razón fue creciendo en mí el conocimiento, y fueron creciendo en ti las partes que te hicieron amable; vilas, contemplélas, conocílas, grabélas en mi alma, y de la tuya y la mía hice un compuesto tan uno y tan solo, que estoy por decir que tendrá mucho que hacer la muerte en dividirle. Deja, pues, bien mío, Sinforosas; no me ofrezcas ajenas hermosuras, ni me convides con imperios ni monarquías, ni dejes que suene en mis oídos el dulce nombre de hermano con que me llamas. Todo esto que estoy diciendo entre mí, quisiera decírtelo a ti por los mismos términos con que lo voy fraguando en mi imaginación, pero no será posible, porque la luz de tus ojos, y más si me miran airados, ha de turbar mi vista y enmudecer mi lengua. Mejor será escribírtelo en un papel, porque las razones serán siempre unas, y las podrás ver muchas veces, viendo siempre en ellas una verdad misma, una fe confirmada, y un deseo loable y digno de ser

creído; y así, determino de escribirte.

La gran sultana doña Catalina de Oviedo,

Jornada primera

TURCO:

Sabe igualar el amor

el vos y la majestad.

De los reinos que poseo,

que casi infinitos son,

toda su juridición

rendida a la tuya veo;

ya mis grandes señoríos,

que grande señor me han hecho,

por justicia y por derecho,

son ya tuyos más que míos;

y, en pensar no te demandes

esto soy, aquello fui;

que, pues me mandas a mí,

no es mucho que al mundo mandes.

Que seas turca o seas cristiana,

a mí no me importa cosa;

esta belleza es mi esposa,

y es de hoy más la Gran Sultana.

SULTANA:

Cristiana soy, y de suerte,

que de la fe que profeso

no me ha de mudar exceso

de promesas ni aun demuerte.

Y mira que no es cordura

que entre los tuyos se hable

de un caso que, por notable,

se ha de juzgar por locura.

¿Dónde, señor, se habrá visto

que asistan dos en un lecho,

que el uno tenga en el pecho

a Mahoma, el otro a Cristo?

Mal tus deseos se miden

con tu supremo valor,

pues no junta bien Amor

dos que las leyes dividen.

Allá te avén con tu alteza,

con tus ritos y tu secta,

que no es bien que se entremeta

con mi ley y mi bajeza.

TURCO:

En estos discursos entro,

pues Amor me da licencia;

yo soy tu circunferencia,

y tú, señora, mi centro;

de mí a ti han de ser iguales

las cosas que se trataren,

sin que en otro punto paren

que las haga desiguales.

La majestad y el Amor

nunca bien se convinieron,

y en la igualdad le pusieron,

los que hablaron del mejor.

Deste modo se adereza

lo que tú ves despüés:

que, humillándome a tus pies,

te levanto a mi cabeza.

Iguales estamos ya.

SULTANA:

Levanta, señor, levanta,

que tanta humildad espanta.

MAMÍ:

Rindióse; vencido está.

SULTANA:

Una merced te suplico,

y me la has de conceder.

TURCO:

A cuanto quieras querer

obedezco y no replico.

Suelta, condena, rescata,

absuelve, quita, haz mercedes,

que esto y más, señora, puedes:

que Amor tu imperio dilata.

Pídeme los imposibles

que te ofreciere el deseo,

que, en fe de ser tuyo, creo

que los he de hacer posibles.

No vengas a contentarte

con pocas cosas, mi amor;

que haré, siendo pecador,

milagros por agradarte.

SULTANA:

Sólo te pido tres días,

Gran Señor, para pensar...

TURCO:

Tres días me han de acabar.

SULTANA:

... en no sé qué dudas mías,

que escrupulosa me han hecho,

y, éstos cumplidos, vendrás,

y claramente verás

lo que tienes en mi pecho.

TURCO:

Soy contento. Queda en paz,

guerra de mi pensamiento,

de mis placeres aumento,

de mis angustias solaz.

Sobre los efectos del amor

La Galatea,

Primero libro

GALATEA:

Afuera el fuego, el lazo, el yelo y flecha

de amor, que abrasa, aprieta, enfría y hiere;

que tal llama mi alma no la quiere,

ni queda de tal ñudo satisfecha.

Consuma, ciña, yele, mate; estrecha

tenga otra la voluntad cuanto quisiere;

que por dardo, o por nieve, o red no'spere

tener la mía en su calor deshecha.

Su fuego enfriará mi casto intento,

el ñudo romperé por fuerza o arte,

la nieve deshará mi ardiente celo,

la flecha embotará mi pensamiento;

y así, no temeré en segura parte

de amor el fuego, el lazo, el dardo, el yelo.

Don Quijote de la Mancha,

Primera parte, Capítulo XIV

- Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios meha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo

hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir "Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo". Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?

"Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si losdeseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con

todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.

"El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con elotro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras - de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos - de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole

que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo:

- Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive.

La guarda cuidadosa

SACRISTÁN:

¿Hasle enviado otra cosa?

SOLDADO:

Suspiros, lágrimas, sollozos, parasismos, desmayos, con toda la caterva de las demonstraciones necesarias que para descubrir su pasión los buenos enamorados usan, y deben de usar en todo tiempo y sazón.

SACRISTÁN:

¿Hasle dado alguna música concertada?

SOLDADO:

La de mis lamentos y congojas, las de mis ansias y pesadumbres.

SACRISTÁN:

Pues a mí me ha acontecido dársela con mis campanas a cada paso; y tanto, que tengo enfadada a toda la vecindad con el continuo ruido que con ellas hago, sólo por darle contento y porque sepa que estoy en la torre, ofreciéndome a su servicio; y, aunque haya de tocar a muerto, repico a vísperas solenes.

SOLDADO:

En eso me llevas ventaja, porque no tengo qué tocar, ni cosa que lo valga.

SACRISTÁN:

¿Y de qué manera ha correspondido Cristina a la infinidad de tantos servicios como le has hecho?

SOLDADO:

Con no verme, con no hablarme, con maldecirme cuando me encuentra por la calle, con derramar sobre mí las lavazas cuando jabona y el agua de fregar cuando friega; y esto es cada día, porque todos los días estoyen esta calle y a su puerta; porque soy su guarda cuidadosa; soy, en fin, el perro del hortelano, etc. Yo no la gozo, ni ha de gozarla ninguno mientras yo viviere; por eso, váyase de aquí el señor sotasacristán; que, por haber tenido y tener respeto a las órdenes que tiene, no le tengo ya rompidos los cascos.

Don Quijote de la Mancha,

Segunda parte, Capítulo XLIV

- ¡Que tengo de ser tan desdichado andante, que no ha de haber doncella que me mire que de mí no se enamore...! ¡Que tenga de ser tan corta de ventura la sin par Dulcinea del Toboso, que no la han de dejar a solas gozar de la incomparable firmeza mía...! ¿Qué la queréis, reinas? ¿A qué la perseguís, emperatrices? ¿Para qué la acosáis, doncellas de a catorce a quince años? Dejad, dejad a la miserable que triunfe, se goce y ufane con la suerte que Amor quiso darle en rendirle mi corazón y entregarle mi alma. Mirad, caterva enamorada, que para sola Dulcinea soy de masa y de alfeñique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar; para mí sola Dulcinea es la hermosa, la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las de peor linaje; para ser yo suyo, y no de otra alguna, me arrojó la naturaleza al mundo. Llore o cante, Altisidora; desespérese Madama por quien me aporrearon en el castillo del moro encantado; que yo tengo de ser de Dulcinea, cocido o asado, limpio, bien criado y honesto, a pesar de todas las potestades hechiceras de la tierra.

La casa de los celos y selvas de Ardenia,

Tercera jornada

REINALDOS:

O le falta al Amor conocimiento,

o le sobra crueldad, o no es mi pena

igual a la ocasión que me condena

al género más duro de tormento.

Pero si Amor es dios, es argumento

que nada ignora, y es razón muy buena

que un dios no sea cruel. Pues, ¿quién ordena

el terrible dolor que adoro y siento?

Si digo que es Angélica, no acierto;

que tanto mal en tanto bien no cabe,

ni me viene del cielo esta rüina.

Presto habré de morir, que es lo más cierto;

que, al mal de quien la causa no se sabe,

milagro es acertar la medicina.

CORINTO:

¡Ta, ta! De amor viene herido;

bien tenemos que hacer.

Don Quijote de la Mancha,

Primera parte, Capítulo XLIII

Es, pues, el caso que en toda la venta no había ventana que saliese al campo, sino un agujero de un pajar, por donde echaban la paja por defuera. Aeste agujero se pusieron las dos semidoncellas, y vieron que don Quijote estaba a caballo, recostado sobre su lanzón, dando de cuando en cuando tan dolientes y profundos suspiros, que parecía que con cada uno se le arrancaba el alma. Y asimesmo oyeron que decía con voz blanda, regalada y amorosa:

- ¡Oh mi señora Dulcinea del Toboso, extremo de toda hermosura, fin y remate de la discreción, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad, y, ultimadamente, idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo! Y ¿qué fará agora la tu merced? ¿Si tendrás por ventura las mientes en tu cautivo caballero, que a tantos peligros, por sólo servirte, de su voluntad ha querido ponerse? Dame tú nuevas della, ¡oh luminaria de las tres caras! Quizá con envidia de la suya la estás ahora mirando, que, o paseándose por alguna galería de sus suntuosos palacios, o ya puesta de pechos sobre algún balcón, está considerando cómo, salva su honestidad y grandeza, ha de amansar la tormenta que por ella este mi cuitado corazón padece, qué gloria ha de dar a mis penas, qué sosiego a mi cuidado, y, finalmente, qué vida a mi muerte y qué premio a mis servicios. Y tú, sol, que ya debes de estar apriesa ensillando tus caballos, por madrugar y salir a ver a mi señora, así como la veas, suplícote que de mi parte la saludes; pero guárdate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro; que tendré más celos

de ti que tú los tuviste de aquella ligera ingrata que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia, o por las riberas de Peneo; que no me acuerdo bien por dónde corriste entonces celoso y enamorado.

Don Quijote de la Mancha,

Segunda parte, Capítulo LXVIII

Amor, cuando yo pienso

en el mal que me das, terrible y fuerte,

voy corriendo a la muerte,

pensando así acabar mi mal inmenso;

mas, en llegando al paso

que es puerto en este mar de mi tormento,

tanta alegría siento,

que la vida se esfuerza y no le paso.

Así el vivir me mata,

que la muerte me torna a dar la vida.

¡Oh condición no oída

la que conmigo muerte y vida trata!

Cada verso déstos acompañaba con muchos suspiros y no pocas lágrimas, bien como aquél cuyo corazón tenía traspasado con el dolor del vencimiento y con la ausencia de Dulcinea.

Don Quijote de la Mancha,

Segunda parte, Capítulo X

- Anda, hijo - replicó don Quijote - , y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vasa buscar. ¡Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo! Ten memoria, y no se te pase della cómo te recibe: si muda las colores el tiempo que la estuvieres dando mi embajada; si se desasosiega y turba oyendo mi nombre; si no cabe en la almohada, si acaso la hallas sentada en el estrado rico de su autoridad; y si está en pie, mírala si se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie; si te repite la respuesta que te diere dos o tres veces; si la muda de blanda en áspera, de aceda en amorosa; si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté desordenado; finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos; porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacaré yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis amores toca; que has de saber,

Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes, las acciones y movimientos exteriores que muestran, cuando de sus amores se trata, son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en lo interior del alma pasa. Ve, amigo, y guíete otra mejor ventura que la mía, y vuélvate otro mejor suceso del que yo quedo temiendo y esperando en esta amarga soledad en que me dejas.

El laberinto de amor,

Jornada primera

ANASTASIO:

Poco me alegra el campo ni las flores.

CORNELIO:

Ni a mí tus sinsabores me contentan;

porque es cierto que afrentan los amores

que en tan bajos primores se sustentan,

y en mil partes nos cuentan mil autores

cien mil varios dolores que atormentan

al miserable amante no entendido,

poco premiado y menos conocido.

ANASTASIO:

Ya te he dicho, Cornelio, que te dejes

de darme esos consejos escusados,

y nunca a los amantes aconsejes

cuando tienen por gloria sus cuidados;

que es como quien predica a los herejes,

en sus vanos errores obstinados.

El laberinto de amor,

Jornada segunda

PORCIA:

Si al fuego natural no se le pone

materia que en la tierra le sustente,

volveráse a su esfera fácilmente,

que así naturaleza lo dispone.

Y el amante que quiere que se abone

su fe con afirmar que no consiente

en su alma esperanza, poco siente

de amor, pues que a su ley justa se opone.

Cual sin el agua quedaría la tierra,

sin sol el cielo, el aire sin vacío,

el mar en tempestad, nunca en bonanza,

y sin su objeto, que es la paz, la guerra,

forzado sin su gusto el albedrío,

tal quedara amor sin esperanza.

Pedro de Urdemalas,

Jornada segunda

BELICA:

El huir y hacer mudanza

de lugares no aprovecha

al que en las entrañas lleva

el hierro de amor agudo,

que hasta en elalma se ceba.

MALDONADO:

Ésta dará, no lo dudo,

de su locura aquí prueba.

REY:

¿Qué decís, gitana hermosa?

BELICA:

Señor, yo digo una cosa:

que el Amor y el cazador

siguen un mismo tenor

y condición rigurosa.

Hiere el cazador la fiera,

y, aunque va despavorida,

huyendo en larga carrera,

consigo lleva la herida,

puesto que huya dondequiera;

hiere Amor el corazón

con el dorado harpón,

y el que siente el parasismo,

aunque salga de sí mismo,

lleva tras sí su pasión.

Los trabajos de Persiles y Segismunda,

Libro segundo, Capítulo VII

Con diferentes pensamientos estaba Sinforosa, que no se aseguraba de su suerte, por ser cosa natural que quien mucho desea, mucho teme; y las cosas que podían poner alas a su esperanza, como eran su valor, su linaje y hermosura, esas mismas se las cortaban, por ser propio de los amantes rendidos pensar siempre que no tienen partes que merezcan ser amadas de los que bien quieren. Andan el amor y el temor tan apareados que, a doquiera que volváis la cara, los veréis juntos; y no es soberbio el amor, como algunos dicen, sino humilde, agradable y manso; y tanto, que suele perder de su derecho por no dar a quien bien quiere pesadumbre; y más, que, como todo amante tiene en sumo precio y estima la cosa que ama, huye de que de su parte nazca alguna ocasión de perderla.

La Galatea,

Primero libro

ELICIO:

¿Con qué milagro, amor, abres el pecho

del miserable amante que te sigue,

de la llaga interna que le has hecho

crecida gloria muestra que consigue?

¿Cómo el daño que haces es provecho?

¿Cómo en tu muerte alegre vida vive?

L'alma que prueba estos efectos todos

la causa sabe, pero no los modos.

(...)

ELICIO:

Yo ardo y no me abraso, vivo y muero;

estoy lejos y cerca de mí mismo;

espero en solo un punto y desespero;

súbome al cielo, bájome al abismo;

quiero lo que aborrezco, blando y fiero;

me pone el amaros parasismo;

y con estos contrarios, paso a paso,

cerca estoy ya del último traspaso.

Don Quijote de la Mancha,

Primera parte, Capítulo XXVII

¿Quién menoscaba mis bienes?

Desdenes.

Y ¿quién aumenta mis duelos?

Los celos.

Y ¿quién prueba mi paciencia?

Ausencia.

De ese modo, en mi dolencia

ningún remedio se alcanza,

pues me matan la esperanza

desdenes, celos y ausencia.

¿Quién me causa este dolor?

Amor.

Y ¿quién mi gloria repugna?

Fortuna.

Y ¿quién consiente en mi duelo?

El cielo.

De ese modo, yo recelo

morir deste mal extraño,

pues se aúnan en mi daño

amor, fortuna y el cielo.

¿Quién mejorará mi suerte?

La muerte.

Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?

Mudanza.

Y sus males, ¿quién los cura?

Locura.

De ese modo, no es cordura

querer curar la pasión,

cuando los remedios son

muerte, mudanza y locura.

La Galatea,

Segundo libro

- Cuando los casos de amor, hermosa Nísida, con libresojos se miran, tantos desatinos se veen en ellos, que no menos de risa que de compasión son dignos; pero si de la sotil red amorosa se halla enlazada el alma, allí están los sentidos tan trabados y tan fuera de su proprio ser, que la memoria sólo sirve de tesorera y guardadora del objecto que los ojos miraron, y el entendimiento en escudriñar y conocer el valor de la que bien ama, y la voluntad de consentir de que la memoria y entendimiento en otra cosa no se ocupen; y así, los ojos veen como por espejo de alinde, que todas las cosas se les hacen mayores: ora cresce la esperanza cuando son favorescidos, ora el temor cuando desechados; y así, sucede a muchos lo que a Timbrio ha sucedido, que, pareciéndoles a los principios altísimo el objecto a quien los ojos levantaron, pierden la esperanza de alcanzarle; pero no de manera que no les diga amor allá dentro en el alma: "¿Quién sabe? Podría ser...". Y con esto anda la esperanza, como decirse suele, entre dos aguas, la cual si del todo les desamparase, con ella huiría el amor. Y de aquí nasce andar, entre el temor y osar, el corazón del amante tan afligido que, sin aventurarse a decirla, se recoge y aprieta en su llaga, y espera, aunque no sabe de quién, el remedio de que se vee tan apartado.

El laberinto de amor,

Jornada tercera

MANFREDO:

¡A qué locura, oh Amor,

tu locura me provoca!

No hay piloto tan famoso

que en tus mares no se ahogue;

hieres, amor, como azogue

penetrante y bullicioso.

JULIA:

De hoy más diré que es, Amor,

tu rigor blandura santa;

ya(a) mi pena se adelanta

mi gozo; ya me contemplo,

libre del mar de mis penas,

colgar, ¡oh Amor!, las cadenas,

en los muros de tu templo.

Tragedia de la Numancia

MORANDRO:

¿Que soy simple en querer bien?

LEONCIO:

Sí, si al querer no se mide,

como la razón lo pide,

con cuándo, cómo y a quién.

MORANDRO:

¿Reglas quiés poner a amor?

LEONCIO:

La razón puede ponellas.

MORANDRO:

Razonables serán ellas,

mas no de mucho primor.

LEONCIO:

En la amorosa porfía,

a razón no hay conocella.

MORANDRO:

Amor no va contra ella,

aunque de ella se desvía.

LEONCIO:

¿No es ya contra la razón,

siendo tú tan buen soldado,

andar tan enamorado

en esta estrecha ocasión?

¿Al tiempo que del dios Marte

has de pedir el furor,

te entretienes con Amor,

que mil blanduras reparte?

¿Ves la patria consumida

y de enemigos cercada,

y tu memoria, turbada

por amor, de ella se olvida?

MORANDRO:

En ira mi pecho se arde

por verte hablar sin cordura:

¿hizo el amor, por ventura,

a ningún pecho cobarde?

¿Dejo yo la centinela

por ir dónde está mi dama,

o estoy durmiendo en la cama

cuando mi capitán vela?

¿Hasmetú visto faltar

de lo que debo a mi oficio

por algún regalo o vicio,

ni menos por bien amar?

Y si nada me has hallado

de que deba dar disculpa,

¿por qué me das tanta culpa

de que sea enamorado?

Y si de conversación

me ves que ando siempre ajeno,

mete la mano en tu seno,

verás si tengo razón.

¿No sabes los muchos años

que tras Lira ando perdido?

¿No sabes que era venido

el fin de mis tristes daños,

porque su padre ordenaba

de dármela por mujer,

y que Lira su querer

con el mío concertaba?

También sabes que llegó

en tan dulce coyuntura

esta fuerte guerra dura,

por quien mi gloria cesó.

Dilatóse el casamiento

hasta acabar esta guerra,

porque no está nuestra tierra

para fiestas y contento.

Mira cuán poca esperanza

puedo tener de mi gloria,

pues está nuestra victoria

toda en la enemiga lanza.

De la hambre fatigados,

sin medio de algún remedio,

tal muralla y foso en medio,

pocos, y esos encerrados.

Pues, como veo llevar

mis esperanzas del viento,

ando triste y descontento,

ansí cual me ves andar.

Don Quijote de la Mancha,

Segunda parte, Capítulo XXI

- Teneos, señores, teneos; que no es razón toméis venganza de los agravios que el amor nos hace; y advertid que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas para vencer al enemigo, así en las

contiendas y competencias amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas que se hacen para conseguir el fin que se desea, como no sean en menoscabo y deshonra de la cosa amada. Quiteria era de Basilio, y Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición de los cielos. Camacho es rico, y podrá comprar su gusto cuando, donde y como quisiere. Basilio no tiene más desta oveja, y no se la ha de quitar alguno, por poderoso que sea; que a los dos que Dios junta no podrá separar el hombre; y el que lo intentare, primero ha de pasar por la punta desta lanza.

La Galatea,

Primero libro

LENIO:

Un vano, descuidado pensamiento,

una loca, altanera fantasía,

un no sé qué, que la memoria cría,

sin ser, sin calidad, sin fundamento;

una esperanza que se lleva el viento,

un dolor con renombre de alegría,

una noche confusa do no hay día,

un ciego error de nuestro entendimiento,

son las raíces proprias de do nasce

esta quimera antigua celebrada

que amor tiene por nombre en todo el suelo.

Y el alma qu'en amor tal se complace,

meresce ser del suelo desterrada,

y que no la recojan en el cielo.

(...)

ELICIO:

Meresce quien en el suelo

en su pecho a amor no encierra,

que lo desechen del cielo

y no le sufra la tierra.

Amor, que es virtudentera,

con otras muchas que alcanza,

de una en otra semejanza

sube a la causa primera.

Y meresce el que su celo

de tal amor le destierra,

que le desechen del cielo

y no le acoja la tierra.

Un bello rostro y figura,

aunque caduca y mortal,

es un traslado y señal

de la divina hermosura.

Y el que lo hermoso en el suelo

desama y echa por tierra,

desechado sea del cielo

y no le sufra la tierra.

Amor tomado en sí solo,

sin mezcla de otro accidente,

es al suelo conviniente,

como los rayos de Apolo.

Y el que tuviere recelo

de amor que tal bien encierra,

meresce no ver el cielo

y que le trague la tierra.

Bien se conoce que amor

está de mil bienes lleno,

pues hace del malo bueno,

y del qu'es bueno, mejor.

Y así el que discrepa un pelo

en limpia amorosa guerra,

ni meresce ver el cielo,

ni sustentarse en la tierra.

El amor es infinito,

si se funda en ser honesto,

y aquel que se acaba presto,

no es amor sino apetito.

Y al que sin alzar el vuelo,

con su voluntad se cierra,

mátele rayo del cielo

y no le cubra la tierra.

FLORISA:

Crezcan las simples ovejuelas mías

en el cerrado bosque y verde prado,

y el caluroso estío e invierno helado

abunde en yerbas verdes y aguas frías.

Pase en sueños las noches y los días,

en lo que toca al pastoral estado,

sin que de amor un mínimo cuidado

sienta, ni sus ancianas niñerías.

Éste mil bienes del amor pregona;

aquél publica dél vanos cuidados;

yo no sé si los dos andan perdidos,

ni sabré al vencedor dar la corona:

sé bien que son de amor los escogidos

tan pocos, cuanto muchos los llamados.

La Galatea,

Cuarto libro

LENIO

Es, pues, amor, según he oído decir a mis mayores, un deseo de belleza, y esta difinición le dan, entre otras muchas, los que en esta questión han llegado más al cabo. Pues, si se me concede que el amor es deseo de belleza, forzosamente se me ha conceder que, cual fuere la belleza que se amare, tal será el amor con que se ama. Y, porque la belleza es en dos maneras, corpórea a incorpórea, el amor que la belleza corporal amare como último fin suyo, este tal amor no puede ser bueno, y éste es el amor de quien yo soy enemigo. Pero, como la belleza corpórea se divide asimesmo en dos partes, que son en cuerpos vivos y en cuerpos muertos, también puede haber amor de belleza corporal que

sea bueno. Muéstrase la una parte de la belleza corporal en cuerpos vivos de varones y de hembras, y ésta consiste en que todas las partes del cuerpo sean de por sí buenas, y quetodas juntas hagan un todo perfecto y formen un cuerpo proporcionado de miembros y suavidad de colores. La otra belleza de la parte corporal no viva consiste en pinturas, estatuas, edificios, la cual belleza puede amarse sin que el amor con que se amare se vitupere. La belleza incorpórea se divide también en dos partes, en las virtudes y sciencias del ánima; y el amor que a la virtud se tiene, necesariamente ha de ser bueno, y ni más ni menos el que se tiene a las virtuosas sciencias y agradables estudios. Pues, como sean estas dos suertes de belleza la causa que engendra el amor en nuestros pechos, síguese que en el amar la una a la otra, consista ser el amor bueno o malo. Pero, como la belleza incorpórea se considera con los ojos del entendimiento, limpios y claros, y la belleza corpórea se mire con los ojos corporales, en comparación de los incorpóreos, turbios y ciegos, y, como sean más prestos los ojos del cuerpo a mirar la belleza presente corporal, que agrada, que no los del entendimiento a considerar la ausente incorpórea, que glorifica, síguese que más ordinariamente aman los mortales la caduca y mortal belleza, que los destruye, que no la singular y divina, que los mejora. Pues deste amor o desear la corporal belleza, han nascido, nascen y nascerán en el mundo asolación de ciudades, ruina de estados, destruición de imperios y muertes de amigos; y, cuando esto generalmente no suceda, ¿qué desdichas mayores, qué tormentos más graves, qué incendios, qué celos, qué penas, qué muertes puede imaginar el humano entendimiento que a las que padece el miserabre amante puedan compararse? Y es la causa desto que, como toda la felicidad del amante consista en gozar la belleza que desea, y esta belleza sea imposible poseerse y gozarse enteramente, aquel no poder llegar al fin que se desea, engendra en él los sospiros, las lágrimas, las quejas y desabrimientos. Pues, que sea verdad que la belleza de quien hablo no se puede gozar perfecta y enteramente, está manifiesto y claro, porque no está en mano del hombre gozar cumplidamente cosa que esté fuera dél y no sea toda suya; porque las estrañas, conoscida cosa es que están siempre debajo del arbitrio de la que llamamos fortuna y caso, y no en poder de nuestro albedrío. Y así, se concluye que, donde hay amor, hay dolor, y quien esto negase negaría asimesmo que el sol es claro y que el fuego abrasa. Mas, porque se venga con más facilidad en conocimiento de la amargura que amor encierra, por las pasionesdel ánimo discurriendo se verá clara la

verdad que sigo. Son, pues, las pasiones del ánimo, como mejor vosotros sabéis, discretos caballeros y pastores, cuatro generales, y no más: desear demasiado, alegrarse mucho, gran temor de las futuras miserias, gran dolor de las presentes calamidades; las cuales pasiones, por ser como vientos contrarios que la tranquilidad del ánima perturban, con más proprio vocablo, perturbaciones son llamadas. Y destas perturbaciones la primera es propria del amor, pues el amor no es otra cosa que deseo; y así, es el deseo principio y origen de do todas nuestras pasiones proceden, como cualquier arroyo de su fuente; y de aquí viene que todas las veces que el deseo de alguna cosa se enciende en nuestros corazones luego nos mueve a seguirla y a buscarla; y, buscándola y siguiéndola, a mil desordenados fines nos conduce. Este deseo es aquél que incita al hermano a procurar de la amada hermana los abominables abrazos, la madrastra del alnado, y lo que peor es, el mesmo padre de la propria hija. Este deseo es el que nuestros pensamientos a dolorosos peligros acarrea: ni aprovecha que le hagamos obstáculo con la razón, que, puesto que nuestro mal claramente conozcamos, no por eso sabemos retirarnos dél. Y no se contenta amor de tenernos a una sola voluntad atentos; antes, como del deseo de las cosas, como ya está dicho, todas las pasiones nascen, así, del primer deseo que nasce en nosotros, otros mil se derivan; y éstos son en los enamorados no menos diversos que infinitos. Y, aunque todas las más de las veces miren a un solo fin, con todo eso, como son diversos los objectos y diversa la fortuna de cada uno de los amadores, sin duda alguna, diversamente se desea. Hay algunos que, por llegar a alcanzar lo que desean, ponen toda su fuerza en una carrera, en la cual ¡oh cuántas y cuán duras cosas se encuentran, cuántas veces se cae, y cuántas agudas espinas atormentan sus pies, y cuántas veces primero se pierde la fuerza y el aliento, que den alcance a lo que procuran! Algunos otros hay que ya de la cosa amada son poseedores, y ninguna otra desean, ni piensan sino en mantenerse en aquel estado; y, tiniendo en esto sólo ocupados sus pensamientos, y en esto sólo todas sus obras y tiempo consumido, en la felicidad son míseros, en la riqueza pobres y en la ventura desventurados. Otros, que ya están fuera de la posesión de sus bienes, procuran tornar a ellos, usando para ello mil ruegos, mil promesas, mil condiciones, infinitas lágrimas, y al cabo, en estasmiserias ocupándose, se ponen a términos de perder la vida. Mas no se ven estos tormentos en la entrada de los primeros deseos, porque entonces el engañoso amor nos muestra una senda por do entremos, al parecer

ancha y espaciosa, la cual después poco a poco se va cerrando, de manera que para volver ni pasar adelante ningún camino se ofrece. Y así, engañados y atraídos los míseros amantes con una dulce y falsa risa, con un solo volver de ojos, con dos malformadas palabras que en sus pechos una falsa y flaca esperanza engendran, arrójanse luego a caminar tras ella, aguijados del deseo; y después, a poco trecho y a pocos días, hallando la senda de su remedio cerrada y el camino de su gusto impedido, acuden luego a regar su rostro con lágrimas, a turbar el aire con sospiros, a fatigar los oídos con lamentables quejas; y lo peor es que, si acaso con las lágrimas, con los sospiros y con las quejas no puede venir al fin de lo que desea, luego muda estilo y procura alcanzar por malos medios lo que por buenos no puede. De aquí nascen los odios, las iras, las muertes, así de amigos como de enemigos; por esta causa se han visto, y se veen a cada paso, que las tiernas y delicadas mujeres se ponen a hacer cosas tan estrañas y temerarias que aun sólo el imaginarlas pone espanto; por ésta se veen los sanctos y conyugales lechos de roja sangre bañados, ora de la triste mal advertida esposa, ora del incauto y descuidado marido. Por venir al fin deste deseo, es traidor el hermano al hermano, el padre al hijo y el amigo al amigo. Éste rompe enemistades, atropella respectos, traspasa leyes, olvida obligaciones y solicita parientas. Mas, porque claramente se vea cuánta es la miseria de los enamorados, ya se sabe que ningún apetito tiene tanta fuerza en nosotros, ni con tanto ímpetu al objecto propuesto nos lleva, como aquél que de las espuelas de amor es solicitado; y de aquí viene que ninguna alegría o contento pasa tanto del debido término, como aquélla del amante cuando viene a conseguir alguna cosa de las que desea. Y esto se vee porque, ¿qué persona habrá de juicio, si no es el amante, que tenga a summa felicidad un tocar la mano de su amada, una sortijuela suya, un breve amoroso volver de ojos y otras cosas semejantes, de tan poco momento cual las considera un entendimiento desapasionado? Y no por estos gustos tan colmados que, a su parecer, los amantes consiguen, se ha dedecir que son felices y bienaventurados, porque no hay ningún contento suyo que no venga acompañado de innumerables disgustos y sinsabores, con que amor se los agua y turba, y nunca llegó gloria amorosa adonde llega y alcanza la pena. Y es tan mala el alegría de los amantes, que los saca fuera de sí mesmos, tornándolos descuidados y locos, porque, como ponen todo su intento y fuerzas en mantenerse en aquel gustoso estado que ellos se imaginan, de toda otra cosa se descuidan, de que no poco daño se les sigue, así de hacienda

como de honra y vida, pues, a trueco de lo que he dicho, se hacen ellos mesmos esclavos de mil congojas y enemigos de sí proprios; pues que, cuando sucede que en medio de la carrera de sus gustos les toca el hierro frío de la pesada lanza de los celos, allí se les escurece el cielo, se les turba el aire y todos los elementos se les vuelven contrarios. No tienen entonces de quién esperar contento, pues no se le puede dar el conseguir el fin que desean; allí acude el temor contino, la desesperación ordinaria, las agudas sospechas, los pensamientos varios, la solicitud sin provecho, la falsa risa y el verdadero llanto, con otros mil estraños y terribles accidentes que le consumen y atierran. Todas las ocasiones de la cosa amada les fatigan: si mira, si ríe, si torna, si vuelve, si calla, si habla; y, finalmente, todas las gracias que le movieron a querer bien, son las mesmas que atormentan al amante celoso. ¿Y quién no sabe que si la ventura a manos llenas no favoresce a los amorosos principios, y con presta diligencia a dulce fin los conduce, cuán costosos le son al amante cualesquier otros medios que el desdichado pone para conseguir su intento? ¿Qué de lágrimas derrama, qué de sospiros esparce, cuántas cartas escribe, cuántas noches no duerme, cuántos y cuán contrarios pensamientos le combaten, cuántos recelos le fatigan y cuántos temores le sobresaltan? ¿Hay, por ventura, Tántalo que más fatiga tenga entre las aguas y el manzano puesto, que la que tiene el miserable amante entre el temor y la esperanza colocado? Son los servicios del amante no favorescido los cántaros de las hijas de Dánao, tan sin provecho derramados que jamás llegan a conseguir una mínima parte de su intento. ¿Hay águila que así destruya las entrañas de Ticio, como destruyen y roen los celos las del amante celoso? ¿Hay piedra que tanto cargue las espaldas de Sísifo, como carga el temor contino los pensamientos de los enamorados? ¿Hay rueda de Ixión quemás presto se vuelva y atormente, que las prestas y varias imaginaciones de los temerosos amantes? ¿Hay Minos ni Radamanto que así castiguen y apremien las desdichadas condemnadas almas, como castiga y apremia el amor al enamorado pecho que al insufrible mando suyo está subjeto? No hay cruda Megera, ni rabiosa Tesifón, ni vengadora Alecto que así maltraten el ánima do se encierran, como maltrata esta furia, este deseo, a los sin ventura que le reconocen por señor y se le humillan como vasallos; los cuales, por dar alguna disculpa de las locuras que hacen, dicen, o a lo menos dijeron los antiguos gentiles, que aquel instinto que incita y mueve al enamorado para amar más que a su propria vida la ajena, era un dios a quien pusieron por nombre Cupido, y

que así, forzados de su deidad, no podían dejar de seguir y caminar tras lo que él quería. Movióles a decir esto y a dar nombre de dios a este deseo, el ver los efectos sobrenaturales que hace en los enamorados. Sin duda, parece que es sobrenatural cosa estar un amante en un instante mesmo temeroso y confiado, arder lejos de su amada y helarse cuando más cerca della, mudo cuando parlero y parlero cuando mudo. Estraña cosa es asimesmo seguir a quien me huye, alabar a quien me vitupera, dar voces a quien no me escucha, servir a una ingrata y esperar en quien jamás promete ni puede dar cosa que buena sea. ¡Oh amarga dulzura, oh venenosa medicina de los amantes no sanos, oh triste alegría, oh flor amorosa que ningún fruto señalas, si no es de tardo arrepentimiento! Éstos son los efectos deste dios imaginado, éstas son sus hazañas y maravillosas obras. Y aun también puede verse en la pintura con que figuraban a este su vano dios cuán vanos ellos andaban: pintábanle niño, desnudo, alado, vendados los ojos, con arco y saetas en las manos, por darnos a entender, entre otras cosas, que, en siendo uno enamorado, se vuelve de la condición de un niño simple y antojadizo, que es ciego en las pretensiones, ligero en los pensamientos, cruel en las obras, desnudo y pobre de las riquezas del entendimiento. Decían asimesmo que entre las saetas suyas tenía dos, la una de plomo y la otra de oro, con las cuales diferentes efectos hacía, porque la de plomo engendraba odio en los pechos que tocaba, y la de oro, crescido amor en los que hería, por sólo avisarnos que el oro rico es aquél que hace amar, y el plomo pobre aborrecer. Y, por esta ocasión, noen balde cantan los poetas Atalante vencida de tres hermosas manzanas de oro, y a la bella Dánae preñada de la dorada lluvia, y al piadoso Eneas descender al infierno con el ramo de oro en la mano. En fin, el oro y la dádiva es una de las más fuertes saetas que el amor tiene y con la que más corazones subjeta; bien al revés de la de plomo, metal bajo y menospreciado, como lo es la pobreza, la cual antes engendra odio y aborrecimiento donde llega, que otra benevolencia alguna. Pero si las razones hasta agora por mí dichas no bastan a persuadir la que yo tengo de estar mal con este pérfido amor de quien trato, oí en algunos ejemplos verdaderos y pasados los efectos suyos, y veréis, como yo veo, que no vee ni tiene ojos de entendimiento el que no alcanza la verdad que sigo. Veamos, pues: ¿quién, sino este amor, es aquel que al justo Loth hizo romper el casto intento y violar a las proprias hijas suyas? Éste es, sin duda, el que hizo que el escogido David fuese adúltero y homicida; y el que forzó al libidinoso Amón a procurar el torpe ayuntamiento de Tamar, su querida

hermana; y el que puso la cabeza del fuerte Sansón en las traidoras faldas de Dalida, por do, perdiendo él su fuerza, perdieron los suyos su amparo, y al cabo, él y otros muchos la vida; éste fue el que movió la lengua de Herodes para prometer a la bailadora niña la cabeza del precursor de la vida; éste hace que se dude de la salvación del más s(a) bio y rico rey de los reyes, y aun de todos los hombres; éste redujo los fuertes brazos del famoso Hércules, acostumbrados a regir la pesada maza, a torcer un pequeñuelo huso y a ejercitarse en mujeriles ejercicios; éste hizo que la furiosa y enamorada Medea esparciese por el aire los tiernos miembros de su pequeño hermano; éste cortó la lengua a Progne, arrastró a Hipólito, infamó a Pasífae, destruyó a Troya, mató a Egisto; éste hizo cesar las comenzadas obras de la nueva Cartago, y que su primera reina pasase su casto pecho con la aguda espada; éste puso en las manos de la nombrada y hermosa Sofonisba el vaso del mortífero veneno que le acabó la vida; éste quitó la suya al valiente Turno, y el reino a Tarquino, el mando a Marco Antonio, y la vida y la honra a su amiga; éste, en fin, entregó nuestras Españas a la bárbara furia agarena, llamada a la venganzadel desordenado amor del miserable Rodrigo. Mas, porque pienso que primero nos cubriría la noche con su sombra, que yo acabase de traeros a la memoria los ejemplos que se ofrecen a la mía de las hazañas que el amor ha hecho y cada día hace en el mundo, no quiero pasar más adelante en ellos, ni aun en la comenzada plática, por dar lugar a que el famoso Tirsi me responda, rogándoos primero, señores, no os enfade oír una canción que días ha tengo hecha en vituperio deste mi enemigo, la cual, si bien me acuerdo, dice desta manera:

Sin que me pongan miedo el yelo y fuego,

el arco y flechas del amor tirano,

en su deshonra he de mover mi lengua;

que ¿quién ha de temer a un niño ciego,

de vario antojo y de juicio insano,

aunque más amenace daño y mengua?

Mi gusto cresce y el dolor desmengua

cuando la voz levanto

al verdadero canto

qu'en vituperio del amor se forma,

con tal verdad, con tal manera y forma,

que a todo el mundo su maldad descubre,

y claramente informa

del cierto daño qu'el amor encubre.

Amor es fuego que consume al alma,

yelo que yela, flecha que abre el pecho

que de sus mañas vive descuidado;

turbado mar do no se ha visto calma,

ministro de ira, padre del despecho,

enemigo en amigo disfrazado,

dador de escaso bien y mal colmado,

afable, lisonjero,

tirano crudo y fiero,

y Circe engañadora que nos muda

en varios mostruos, sin que humana ayuda

pueda al pasado ser nuestro volvernos,

aunque ligera acuda

la luz de la razón a socorrernos;

yugo que humilla al más erguido cuello,

blanco a do se encaminan los deseos

del ocio blando sin razón nascidos,

red engañosa de sotil cabello

que cubre y prende en torpes actos feos

los que del mundo son en más tenidos,

sabroso mal de todos los sentidos,

ponzoña disfrazada

cual píldora dorada,

rayo que adonde toca abrasa y hiende,

airado brazo que a traición ofende,

verdugo del captivo pensamiento

y del que se defiende

del dulce halago de su falso intento;

daño que aplace en los principios, cuando

se regala la vista en el subjeto,

que, cual el cielo, bello le parece;

mas tanto cuanto más pasa mirando,

tanto más pena en público y secreto

el corazón, que todo lo padece.

Mudo hablador, parlero que enmudece,

cuerdo que desatina,

pura total ruina

de la más concertada alegre vida,

sombra de bien en males convertida,

vuelo que nos levanta hasta la esfera,

para que en la caída

quede vivo el pesar y el gusto muera;

invisible ladrón que nos destruye

y roba lo mejor de nuestra hacienda,

llevándonos el alma a cada paso;

ligereza que alcanza al que más huye,

enigma que ninguno hay que la entienda,

vida quede contino está en traspaso,

guerra elegida y que nasce acaso,

tregua que poco dura,

amada desventura,

preñez que por jamás a sazón llega,

enfermedad que al ánima se pega,

cobarde que se arroja al mal y atreve,

deudor que siempre niega

la deuda averiguada que nos debe,

cercado laberinto do se anida

una fiera crüel que se sustenta

de rendidos humanos corazones,

lazo donde se enlaza nuestra vida,

señor que al mayordomo pide cuenta

de las obras, palabras e intenciones;

codicia de mil varias pretensiones,

gusano que fabrica

estancia pobre o rica,

do poco espacio habita, y al fin muere;

querer que nunca sabe lo que quiere,

nube que los sentidos escurece,

cuchillo que nos hiere.

Éste es el amor. ¡Seguidle, si os parece!

(...)

TIRSI

Y así, ayudado del amor, a quien llamo, pienso en pocas palabras dar a entender cuán otras son sus obras y efectos de los que tú dél has publicado, hablando sólo del amor que tú entiendes, el cuál tú definiste diciendo que era un deseo de belleza, declarando asimesmo qué cosa era belleza, y poco después desmenuzaste todos los efectos que el amor, de quien hablamos, hacía en los enamorados pechos, confirmándolo al cabo con varios y desdichados sucesos por el amor causados. Y, aunque la difinición que del amor hiciste sea la más general que se suele dar, todavía no lo es tanto que no se pueda contradecir, porque amor y deseo son dos cosas diferentes: que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama. La razón está clara en todas las cosas que se poseen, que entonces no se podrá decir que se desean, sino que se aman, como el que tiene salud no dirá que desea la salud, sino que la ama, y el que tiene hijos no podrá decir que desea hijos, sino que ama los hijos; ni tampoco las cosas que se desean se pueden decir que se aman, como la muerte de los enemigos, que se desea y no se ama. Y así, que, por esta razón, el amor y deseo vienen a ser diferentes afectos de la voluntad. Verdad es que amor es padre del deseo, y entre otras difiniciones que del amor se dan, ésta es una: amor es aquella primera mutación que sentimos hacer en nuestra mente, por el apetito que nos conmueve y nos tira a sí, y nos deleita y aplace; y aquel placer engendra movimiento en el ánimo, el cual movimiento se llama deseo; y, en resolución, deseo es movimiento del apetito acerca de lo que se ama, y un querer de aquello que se posee, y el objecto suyo

esel bien; y, como se hallan diversas especies de deseos, y el amor es una especie de deseo que atiende y mira al bien que se llama bello. Pero para más clara difinición y diversión del amor, se ha de entender que en tres maneras se divide: en amor honesto, en amor útil y en amor deleitable. Y a estas tres suertes de amor se reducen cuantas maneras de amar y desear pueden caber en nuestra voluntad, porque el amor honesto mira a las cosas del cielo, eternas y divinas; el útil, a las de la tierra, alegres y perecederas, como son las riquezas, mandos y señoríos; el deleitable, a las gustosas y placenteras, como son las bellezas corporales vivas, que tú, Lenio, dijiste. Y cualquiera suerte destos amores que he dicho no debe ser de ninguna lengua vituperada, porque el amor honesto siempre fue, es y ha de ser limpio, sencillo, puro y divino, y que sólo en Dios para y sosiega; el amor provechoso, por ser, como es, natural, no debe condemnarse; ni menos el deleitable, por ser más natural que el provechoso. Que sean naturales estas dos suertes de amor en nosotros la experiencia nos lo muestra claro, porque luego que el atrevido primer padre nuestro pasó el divino mandamiento, y de señor quedó hecho siervo, y de libre esclavo, luego conosció la miseria en que había caído y la pobreza en que estaba; y así, tomó en el momento las hojas de los árboles que le cubriesen, y sudó y trabajó, rompiendo la tierra para sustentarse y vivir con la menos incomodidad que pudiese; y, tras esto, obedeciendo mejor a su Dios en ello que en otra cosa, procuró tener hijos y perpetuar y dilatar en ellos la generación humana; y, así como por su inobediencia entró la muerte en él y por él en todos sus descendientes, así heredamos juntamente todos sus afectos y pasiones, como heredamos su mesma naturaleza; y, como él procuró remediar su necesidad y pobreza, también nosotros no podemos dejar de procurar y desear remediar la nuestra. Y de aquí nasce el amor que tenemos a las cosas útiles a la vida humana, y tanto cuanto más alcanzamos dellas, tanto más nos parece que remediamos nuestra falta, y por el mesmo consiguiente heredamos el deseo de perpetuarnos en nuestros hijos; y deste deseo se sigue el que tenemos de gozar la belleza viva corporal, como solo y verdadero medio que tales deseos a dichoso fin conduce. Así que, este amor deleitable, solo y sin mezcla de otro accidente, es digno antes de alabanza que de vituperio,y este es el amor que tú, Lenio, tienes por enemigo; y cáusalo que no le entiendes ni conoces, porque nunca le has visto solo y en su mesma figura, sino siempre acompañado de deseos perniciosos, lascivos y mal colocados. Y esto no es culpa de amor, que siempre es bueno, sino de los accidentes que se

le llegan, como vemos que acaece en algún caudaloso río, el cual tiene su nascimiento de alguna líquida y clara fuente que siempre claras y frescas aguas le va ministrando, y, a poco espacio que de la limpia madre se aleja, sus dulces y cristalinas aguas en amargas y turbias son convertidas, por los muchos y no limpios arroyos que de una y otra parte se le juntan. Así que, este primer movimiento - amor o deseo, como llamarlo quisieres - no puede nascer sino de buen principio; y aun dellos es el conocimiento de la belleza, la cual, conoscida por tal, casi parece imposible que de amar se deje. Y tiene la belleza tanta fuerza para mover nuestros ánimos, que ella sola fue parte para que los antiguos filósofos, ciegos y sin lumbre de fe que los encaminase, llevados de la razón natural, y traídos de la belleza que en los estrellados cielos y en la máquina y redondez de la tierra contemplaban, admirados de tanto contento y hermosura, fueron con el entendimiento rastreando, haciendo escala por estas causas segundas, hasta llegar a la primera causa de las causas; y conoscieron que había un solo principio sin principio de todas las cosas. Pero lo que más los admiró y levantó la consideración, fue ver la compostura del hombre, tan ordenada, tan perfecta y tan hermosa, que le vinieron a llamar mundo abreviado; y así es verdad, que en todas las obras hechas por el mayordomo de Dios, naturaleza, ninguna es de tanto primor ni que más descubra la grandeza y sabiduría de su Hacedor, porque en la figura y compostura del hombre se cifra y cierra la belleza que en todas las otras partes della se reparte, y de aquí nasce que esta belleza conoscida se ama, y como toda ella más se muestre y resplandezca en el rostro, luego como se ve un hermoso rostro, llama y tira la voluntad a amarle. De do se sigue que, como los rostros de las mujeres hagan tanta ventaja en hermosura al de los varones, ellas son las que son de nosotros más queridas, servidas y solicitadas, como a cosa en quien consiste la belleza que naturalmente más a nuestra vista contenta. Pero, viendo el hacedor y criadornuestro que es propria naturaleza del ánima nuestra estar contino en perpetuo movimiento y deseo, por no poder ella parar sino en Dios, como en su proprio centro, quiso, porque no se arrojase a rienda suelta a desear las cosas perecederas y vanas, y esto sin quitarle la libertad del libre albedrío, ponerle encima de sus tres potencias una despierta centinela que la avisase de los peligros que la contrastaban y de los enemigos que la perseguían, la cual fue la razón, que corrige y enfrena nuestros desordenados deseos. Y, viendo asimesmo que la belleza humana había de llevar tras sí nuestros afectos e inclinaciones, ya que no le pareció

quitarnos este deseo, a lo menos quiso templarle y corregirle, ordenando el sancto yugo del matrimonio, debajo del cual al varón y a la hembra los más de los gustos y contentos amorosos naturales le(s) son lícitos y debidos. Con estos dos remedios, puestos por la divina mano, se viene a templar la demasía que puede haber en el amor natural, que tú, Lenio, vituperas, el cual amor de sí es tan bueno que si en nosotros faltase, el mundo y nosotros acabaríamos. En este mesmo amor de quien voy hablando están cifradas todas las virtudes, porque el amor es templanza que el amante, conforme la casta voluntad de la cosa amada, la suya tiempla; es fortaleza, porque el enamorado cualquier variedad puede sufrir por amor de quien ama; es justicia, porque con ella a la que bien quiere sirve, forzándole la mesma razón a ello; es prudencia, porque de toda sabiduría está el amor adornado. Mas yo te demando, ¡oh Lenio!, tú que has dicho que el amor es causa de ruina de imperios, destruición de ciudades, de muertes de amigos, de sacrilegos hechos, inventor de traiciones, transgresor de leyes, digo que te demando que me digas cuál loable cosa hay hoy en el mundo, por buena que sea, que el uso della no pueda en mal ser convertida. Condémnese la filosofía, porque muchas veces nuestros defectos descubre, y muchos filósofos han sido malos; abrásense las obras de los heroicos poetas, porque con sus sátiras y versos los vicios reprehenden y vituperan; vitupérese la medicina, porque los venenos descubre; llámese inútil la elocuencia, porque algunas veces ha sido tan arrogante que ha puesto en duda la verdad conoscida; no se forjen armas, porque los ladrones y los homicidas las usan; no se fabriquen casas, porque puedan caer sobre sus habitadores; prohíbanse la variedad de los manjares, porque suelen ser causa de enfermedad; ninguno procure tener hijos, porque Edipo, instigado de cruelísima furia, mató a su padre,y Oreste hirió el pecho de la madre propria; téngase por malo el fuego, porque suele abrasar las casas y consumir las ciudades; desdéñese el agua, porque con ella se anegó toda la tierra; condémnense, en fin, los elementos, porque pueden ser de algunos perversos perversamente usados; y desta manera cualquier cosa buena puede ser en mala convertida, y proceder della efectos malos, si en las manos de aquéllos son puestas que, como irracionales sin mediocridad, del apetito gobernar se dejan. Aquella antigua Cartago, émula del imperio romano; la belicosa Numancia, la adornada Corinto, la soberbia Tebas, la docta Atenas y la ciudad de Dios, Hierusalém, que fueron vencidas y asoladas: digamos por eso que el amor fue causa de su destruición y ruina. Así que, debrían los que tienen

por costumbre de decir mal del amor, decirlo dellos mesmos, porque los dones de amor, si con templanza se usan, son dignos de perpetua alabanza, pues siempre los medios fueron alabados en todas las cosas, como vituperados los estremos; que si abrazamos la virtud más de aquello que basta, el sabio granjeará nombre de loco y el justo de inicuo. Del antiguo Cremo trágico fue opinión que, como el vino mezclado con el agua es bueno, así el amor templado es provechoso, lo que es al revés en el immoderado. La generación de los animales racionales y brutos sería ninguna si el amor no procediese, y, faltando en la tierra, quedaría desierta y vacua. Los antiguos creyeron que el amor era obra de los dioses, dada para conservación y cura de los hombres. Pero, viniendo a lo que tú, Lenio, dijiste de los tristes y estraños efectos que el amor en los enamorados pechos hace, tiniéndolos siempre en continas lágrimas, profundos sospiros, desesperadas imaginaciones, sin co(n) cederles jamás una hora de reposo, veamos, por ventura, ¿qué cosa puede desearse en esta vida que el alcanzarla no cueste fatiga y trabajo? Y tanto cuanto más es de valor la cosa, tanto más se ha de padecer y se padece por ella, porque el deseo presupone falta de lo deseado, y hasta conseguirlo es forzosa la inquietud del ánimo nuestro, pues si todos los deseos humanos se pueden pagar y contentarse sin alcanzar de todo punto lo que desean, con que se les dé parte dello, y con todo eso se padece por cons(e) guirla, ¿qué mucho es que, por alcanzar aquello que no puede satisfacer ni contentar al deseo sino con ello mesmo, se padezca, se llore, se tema y se espere? El que desea señoríos, mandos, honras y riquezas, ya que ve que no puede subir al últimogrado que quisiera, como llegue a ponerse en algún buen punto, queda en parte satisfecho, porque la esperanza que le falta de no poder subir a más, le hace parar donde puede y como mejor puede, todo lo cual es contrario en el amor, porque el amor no tiene otra paga ni otra satisfación sino el mesmo amor, y él proprio es su propria y verdadera paga. Y por esta razón es imposible que el amante esté contento hasta que a la clara conozca que verdaderamente es amado, certificándole desto las amorosas señales que ellos saben. Y así, estiman en tanto un regalado volver de ojos, una prenda cualquiera que sea de su amada, un no sé qué de risa, de habla, de burlas, que ellos de veras toman, como indicios que le(s) van asegurando la paga que desean, y así, todas las veces que ven señales en contrario déstas, esle fuerza al amante lamentarse y afligirse, sin tener medio en sus dolores, pues no le puede tener en sus contentos, cuando la favorable fortuna y el blando amor se los concede.

Y, como sea hazaña de tanta dificultad reducir una voluntad ajena a que sea una propria con la mía, y juntar dos diferentes almas en tan disoluble ñudo y estrecheza que de las dos sean uno los pensamientos y una todas las obras, no es mucho que, por conseguir tan alta empresa, se padezca más que por otra cosa alguna, pues, después de conseguida, satisface y alegra sobre todas las que en esta vida se desean. Y no todas veces son las lágrimas con razón y causa derramadas, ni esparcidos los sospiros de los enamorados, porque si todas sus lágrimas y sospiros se causaron de ver que no se responde a su voluntad como se debe y con la paga que se requiere, habría de considerar primero adónde levantaron la fantasía, y si la subieron más arriba de lo que su merescimiento alcanza, no es maravilla que, cual nuevos Ícaros, caigan abrasados en el río de las miserias, de las cuales no tendrá la culpa amor, sino su locura. Con todo eso, yo no niego, sino afirmo, que el deseo de alcanzar lo que se ama por fuerza ha de causar pesadumbre, por la razón de la carestía que presupone, como ya otras veces he dicho; pero también digo que el conseguirla sea de grandísimo gusto y contento, como lo es al cansado el reposo y la salud al enfermo. Junto con esto, confieso que si los amantes señalasen, como en el uso antiguo, con piedras blancas y negras sus tristeso dichosos días, sin duda alguna que serían más las infelices; mas, también conozco que la calidad de sola una blanca piedra haría ventaja a la cantidad de otras infinitas negras. Y, por prueba desta verdad, vemos que los enamorados jamás de serlo se arrepienten; antes, si alguno les prometiese librarles de la enfermedad amorosa, como a enemigo le desecharían, porque aun el sufrirla les es suave. Y por esto, ¡oh amadores!, no os impida ningún temor para dejar de ofreceros y dedicaros a amar lo que más os pareciere dificultoso, ni os quejéis ni arrepintáis si a la grandeza vuestra las cosas bajas habéis levantado, que amor iguala lo pequeño a lo sublime, y lo menos a lo más; y con justo acuerdo tiempla las diversas condiciones de los amantes, cuando con puro afecto la gracia suya en sus corazones rescibe. No cedáis a los peligros, porque la gloria será tanta que quite el sentimiento de todo dolor. Y, como a los antiguos capitanes y emperadores, en premio de sus trabajos y fatigas, les eran, según la grandeza de sus victorias, aparejados triunfos, asi a los amantes les están guardados muchedumbre de placeres y contentos, y, como a aquéllos el glorioso rescibimiento les hacía olvidar todos los incómodos y disgustos pasados, así al amante de la amada amado. Los espantosos sueños, el dormir no seguro, las veladas noches, los inquietos días, en

summa tranquilidad y alegría se convierten. De manera, Lenio, que si por sus efectos tristes les condemnas, por los gustosos y alegres les debes de absolver; y a la interpretación que diste de la figura de Cupido, estoy por decir que vas tan engañado en ella, como casi en las demás cosas que contra el amor has dicho. Porque, píntanle niño, ciego, desnudo, con las alas y saetas; no quiere significar otra cosa, sino que el amante ha de ser niño en no tener condición doblada, sino pura y sencilla; ha de ser ciego a todo cualquier otro objecto que se le ofreciere, sino es a aquel a quien ya supo mirar y entregarse; ha de ser desnudo, porque no ha de tener cosa que no sea de la que ama; ha de tener alas de ligereza, para estar prompto a todo lo que por su parte se le quisiere mandar; píntanle con saetas, porque la llaga del enamorado pecho ha de ser profunda y secreta, y que apenas se descubra sino a la mesma causa que ha de remedialla. Que el amor hiera con dos saetas, las cuales obran en diferentes maneras, es darnos a entender que en el perfecto amor,no ha de haber medio de querer y no querer en un mesmo punto, sino que el amante ha de amar enteramente, sin mezcla de alguna tibieza. En fin, ¡oh Lenio!, este amor es el que si consumió a los troyanos, engrandeció a los griegos; si hizo cesar las obras de Cartago, hizo crescer los edificios de Roma; si quitó el reino a Tarquino, redujo a libertad la república. Y, aunque pudiera traer aquí muchos ejemplos en contrario de los que tú trujiste de los efectos buenos que el amor hace, no me quiero ocupar en ellos, pues de sí son tan notorios; sólo quiero rogarte te dispongas a creer lo que he mostrado, y que tengas paciencia para oír una canción mía, que parece que en competencia de la tuya se hizo; y si por ella y por lo que te he dicho no quisieres reducirte a ser de la parte de amor, y te pareciere que no quedas satisfecho de las verdades que dél he declarado, si el tiempo de agora lo concede, o en otro cualquiera que tú escogieres y señalares, te prometo de satisfacer a todas las réplicas y argumentos que en contrario de los míos decir quisieres. Y, por agora, estáme atento y escucha:

CANCIÓN DE TIRSI

Salga del limpio enamorado pecho

la voz sonora, y en süave acento

cante de amor las altas maravillas,

de modo que contento y satisfecho

quede el más libre y suelto pensamiento,

sin que las sienta con no más de oíllas.

Tú, dulce amor, que puedes referillas

por mi lengua, si quieres,

tal gracia le concede,

que con la palma quede

de gusto y gloria por decir quién eres,

que si me ayudas, como yo confío,

veráse en presto vuelo

subir al cielo tu valor y el mío.

Es el amor principio del bien nuestro,

medio por do se alcanza y se granjea

el más dichoso fin que se pretende;

de todas sciencias sin igual maestro;

fuego que, aunque de yelo un pecho sea,

en claras llamas de virtud le enciende;

poder que al flaco ayuda, al fuerte ofende;

raíz de adonde nasce

la venturosa planta

que al cielo nos levanta,

con tal fruto que al alma satisface

de bondad, de valor, de honesto celo,

de gusto sin segundo,

que alegra al mundo y enamora al cielo;

cortesano, galán, sabio, discreto,

callado, liberal, manso, esforzado;

de aguda vista, aunque de ciegos ojos;

guardador verdadero del respecto,

capitán que en la guerra do ha triunfado

sola la honra quiere por despojos;

flor que cresce entre espinas y entre abrojos,

que a vida y alma adorna;

del temor enemigo,

de la esperanza amigo;

huésped que más alegra cuando torna;

instrumento de honrosos ricos bienes,

por quien se miray medra

la honrosa yedra en las honradas sienes;

Instinto natural que nos conmueve

a levantar los pensamientos, tanto

que apenas llega allí la vista humana;

escala por do sube, el que se atreve,

a la dulce región del cielo sancto;

sierra en su cumbre deleitosa y llana,

facilidad que lo intricado allana,

norte por quien se guía

en este mar insano

el pensamiento sano,

alivio de la triste fantasía,

padrino que no quiere nuestra afrenta;

farol que no se encubre,

mas nos descubre el puerto en la tormenta;

pintor que en nuestras ánimas retrata,

con apacibles sombras y colores,

ora mortal, ora inmortal belleza;

sol que todo ñublado desbarata,

gusto a quien son sabrosos los dolores;

espejo en quien se ve naturaleza

liberal, que en su punto la franqueza

pone con justo medio;

espíritu de fuego

que alumbra al que es más ciego;

del odio y del temor solo remedio;

Argos que nunca puede estar dormido,

por más que a sus orejas

lleguen consejas de algún dios fingido;

ejército de armada infantería

que atropella cien mil dificultades,

y siempre queda con victoria y palma;

morada adonde asiste el alegría;

rostro que nunca encubre las verdades,

mostrando claro lo que está en el alma;

mar donde la tormenta es dulce calma

con sólo que se espere

tenerla en tiempo alguno;

refrigerio oportuno

que cura al desdeñado cuando muere;

en fin, amor es vida, es gloria, es gusto,

almo feliz sosiego.

¡Seguilde luego, qu'el seguirle es justo!

Sobre los celos

La Galatea,

Tercero libro

- Confieso que es terrible dolor querer y no ser querido, pero mayor sería amar y ser aborrecido. Y si los nuevos amadores nos guiásemos por lo que la razón y la experiencia nos enseña, veríamos que todos los principios en cualquier cosa son dificultosos, y que no padece esta regla excepción en los casos de amor, antes en ellos más se confirma y fortalece; así que, quejarse el nuevo amante de la dureza del rebelde pecho de su señora, va fuera de todo razonable término, porque, como el amor sea y ha de ser voluntario, y no forzoso, no debo yo quejarme de no ser querido de quien quiero, ni debo hacer caudal del cargo que le hago, diciéndole que está obligada a amarme porque yo la amo; que, puesto que la persona amada debe, en ley de naturaleza y en buena cortesía, no mostrarse ingrata con quien bien la quiere, no por eso le ha de ser forzoso y de obligación que corresponda del todo y por todo a los deseos de su amante; que si esto así fuese, mil enamorados importunos

habría que por su solicitud alcanzasen lo que quizá no se les debría de derecho. Y, como el amor tenga por padre al conocimiento,puede ser que no halle en mí la que es de mí bien querida, partes tan buenas que la muevan e inclinen a quererme; y así, no está obligada, como ya he dicho, a amarme, como yo estaré obligado a adorarla, porque hallé en ella lo que a mí me falta. Y por esta razón no debe el desdeñado quejarse de su amada, sino de su ventura, que le negó las gracias que al conocimiento de su señora pudieran mover a bien quererle. Y así, debe procurar con continos servicios, con amorosas razones, con la no importuna presencia, con las ejercitadas virtudes, adobar y enmendar en él la falta que naturaleza hizo, que este es tan principal remedio, que estoy por afirmar que será imposible dejar de ser amado el que con tan justos medios procurase granjear la voluntad de su señora. Y, pues este mal del desdén tiene el bien deste remedio, consuélese Marsilo y tenga lástima al desdichado y celoso Orfinio, en cuya desventura se encierra la mayor que en las de amor imaginar se puede.

"¡Oh celos, turbadores de la sosegada paz amorosa; celos, cuchillo de las más firmes esperanzas! No sé yo qué pudo saber de linajes el que a vosotros os hizo hijos del amor, siendo tan al revés, que por el mesmo caso dejara el amor de serlo si tales hijos engendrara. ¡Oh celos, hipócritas y fementidos ladrones, pues, para que se haga cuenta de vosotros en el mundo, en viendo nascer alguna centella de amor en algún pecho, luego procuráis mezclaros con ella, volviéndoos de su color, y aun procuráis usurparle el mando y señorío que tiene! Y de aquí nasce que, como os ven tan unidos con el amor, puesto que por vuestros efectos dais a conoscer que no sois el mesmo amor, todavía procuráis que entienda el ignorante que sois sus hijos, siendo, como lo sois, nascidos de una baja sospecha, engendrados de un vil y desastrado temor, criados a los pechos de falsas imaginaciones, crescidos entre vilísimas envidias, sustentados de chismes y mentiras. Y, porque se vea la destruición que hace en los enamorados pechos esta maldita dolencia de los rabiosos celos, en siendo el amante celoso, conviene - con paz sea dicho de los celosos enamorados - , conviene, digo, que sea, como lo es, traidor, astuto, revoltoso, chismero, antojadizo y aun mal criado; y a tanto se estiende la celosa furia que le señorea, que a la persona que más quiere es a quien más mal desea. Querría el amante celoso que sólo para él su dama fuese hermosa, y fea para todoel mundo; desea que no tenga ojos para ver más de lo que él quisiere, ni oídos para oír, ni lengua para hablar; que sea retirada, desabrida, soberbia y mal acondicionada;

y aun a veces desea, apretado desta pasión diabólica, que su dama se muera y que todo se acabe.

"Todas estas pasiones engendran los celos en los ánimos de los amantes celosos; al revés de las virtudes que el puro y sencillo amor multiplica en los verdaderos y comedidos amadores, porque en el pecho de un buen enamorado se encierra discreción, valentía, liberalidad, comedimiento y todo aquello que le puede hacer loable a los ojos de las gentes. Tiene más, asimesmo, la fuerza deste crudo veneno: que no hay antídoto que le preserve, consejo que le valga, amigo que le ayude, ni disculpa que le cuadre; todo esto cabe en el enamorado celoso, y más: que cualquiera sombra le espanta, cualquiera niñería le turba y cualquier sospecha, falsa o verdadera, le deshace; y a toda esta desventura se le añade otra: que con las disculpas que le dan, piensa que le engañan. Y no habiendo para la enfermedad de los celos otra medicina que las disculpas, y no queriendo el enfermo celoso admitirlas, síguese que esta enfermedad es sin remedio, y que a todas las demás debe anteponerse. Y así, es mi parecer que Orfinio es el más penado, pero no el más enamorado, porque no son los celos señales de mucho amor, sino de mucha curiosidad impertinente; y si son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta; y así, el enamorado celoso tiene amor, mas es amor enfermo y mal acondicionado. Y también el ser celoso es señal de poca confianza del valor de sí mesmo. Y que sea esto verdad nos lo muestra el discreto y firme enamorado, el cual, sin llegar a la escuridad de los celos, toca en las sombras del temor, pero no se entra tanto en ellas que le escurezcan el sol de su contento, ni dellas se aparta tanto que le descuiden de andar solícito y temeroso; que si este discreto temor faltase en el amante, yo le tendría por soberbio y demasiadamente confiado, porque, como dice un común proverbio nuestro: "quien bien ama, teme"; teme, y aun es razón que tema el amante que, como la cosa que ama es en estremo buena, o a él le pareció serlo, no parezca lo mesmo a los ojos de quien la mirare, y por la mesma causa se engendre elamor en otro que pueda y venga a turbar el suyo. Teme y tema el buen enamorado las mudanzas de los tiempos, de las nuevas occasiones que en su daño podrían ofrecerse, de que con brevedad no se acabe el dichoso estado que goza; y este temor ha de ser tan secreto que no le salga a la lengua para decirle, ni aun a los ojos para significarle; y hace tan contrarios efectos este temor del que los celos hacen en los pechos enamorados, que cría en ellos nuevos deseos

de acrescentar más el amor, si pudiesen; de procurar con toda solicitud que los ojos de su amada no vean en ellos cosa que no sea digna de alabanza, mostrándose liberales, comedidos, galanes, limpios y bien criados; y tanto cuanto este virtuoso temor es justo se alabe, tanto y más es digno que los celos se vituperen.

La casa de los celos y selvas de Ardenia,

Segunda jornada

AMOR:

¿Qué quieres, madre querida,

que con tal priesa me llamas?

VENUS:

Está en peligro una vida,

ardiendo en tus vivas llamas,

y en un yelo consumida.

Los celos, que en opinión

están que tus hijos son,

ciego y simple desvarío,

le tienen el pecho frío

y abrasado el corazón.

Conviene que te resuelvas

en su bien, y que le vuelvas

en su antigua libertad.

AMOR:

Remedio a su enfermedad

ha de hallar en estas selvas.

Por tiempo hallará una fuente,

cuyo corriente templado

apaga mi fuego ardiente,

y mi pena enamorada

vuelve en desdén insolente.

Beberá Reinaldos della,

y de Angélica la bella,

la hermosura que así quiere,

si agora por vella muere,

ha de morir por no vella.

Levanta, guerrero invicto,

y tiende otra vez el paso

cerca de aqueste distrito,

que en él hallarás acaso

medio a tu mal infinito.

Aunque has de pasar primero

trances que callarlos quiero,

pues decillos no conviene.

REINALDOS:

Aquel que celos no tiene,

no tiene amor verdadero.

La gran sultana doña Catalina de Oviedo,

Jornada tercera

TURCO:

Más precio verte celosa,

que mandar a todo el mundo,

si es que son los celos hijos

del Amor, según es fama,

y, cuando no son prolijos,

aumentan de amor la llama,

la gloria y los regocijos.

Pedro de Urdemalas,

Jornada tercera

REY:

Ello es cosa averiguada

que no hay celos sin locura.

REINA:

Y sin amor, señor mío,

dijérades muy mejor.

REY:

Celos son rabia, y amor

siempre della está vacío;

y de la causa que es buena

mal efecto no procede.

REINA:

En mí al contrario sucede:

siempre celos me dan pena,

y siempre los ha engendrado

el grande amor que yo os tengo.

Los trabajos de Persiles y Segismunda,

Libro tercero, Capítulo XIX

Oyeron decir a un huésped suyo que lo más que había que ver en aquella ciudad era la Academia de los Entronados, que estaba adornada de eminentísimos académicos, cuyos sutiles entendimientos daban que hacer a lafama a todas horas y por todas las partes del mundo. Dijo también que aquel día era de academia, y que se había de disputar en ella si podía haber amor sin celos.

- Sí puede - dijo Periandro -; y, para probar esta verdad, no es menester gastar mucho tiempo.

- Yo - replicó Auristela - no sé qué es amor, aunque sé lo que es querer bien.

A lo que dijo Belarminia:

- No entiendo ese modo de hablar, ni la diferencia que hay entre amor y querer bien.

- Ésta - replicó Auristela -: querer bien puede ser sin causa vehemente que os mueva la voluntad, como se puede querer a una criada que os sirve o a una estatua o pintura que bien os parece o que mucho os agrada; y éstas no dan celos, ni los pueden dar; pero aquello que dicen que se llama amor, que es una vehemente pasión del ánimo, como dicen, ya que no dé celos, puede dar temores que lleguen a quitar la vida, del cual temor a mí me parece que no puede estar libre el amor en ninguna manera.

- Mucho has dicho, señora - respondió Periandro - , porque no hay ningún amante que esté en posesión de la cosa amada, que no tema el perderla; no hay ventura tan firme que tal vez no dé vaivenes; no hay

clavo tan fuerte que pueda detener la rueda de la fortuna; y si el deseo que nos lleva a acabar presto nuestro camino no lo estorbara, quizá mostrara yo hoy en la academia que puede haber amor sin celos, pero no sin temores.

Los trabajos de Persiles y Segismunda,

Libro cuarto, Capítulo IV

-(...) Mira, amigo Periandro, esta enfermedad que los amantes llaman celos, que la llamaran mejor desesperación rabiosa, entran a la parte con ella la invidia y el menosprecio, y, cuando una vez se apodera del alma enamorada, no hay consideración que la sosiegue, ni remedio que la valga; y, aunque son pequeñas las causas que la engendran, los efetos que hace son tan grandes que por lo menos quitan el seso, y por lo más menos la vida; que mejor es al amante celoso el morir desesperado, que vivir con celos; y el que fuere amante verdadero no ha de tener atrevimiento para pedir celos a la cosa amada; y, puesto que llegue a tanta perfeción que no los pida, no puede dejarlos de pedir a sí mismo; digo, a su misma ventura, de la cual es imposible vivir seguro, porque las cosasde mucho precio y valor tienen en continuo temor al que las posee, o al que las ama, de perderlas, y esta es una pasión que no se aparta del alma enamorada, como accidente inseparable.

Sobre el deseo

La Galatea,

Libro cuarto

Estas canciones son las de mi gusto - dijo a este punto el desamorado Lenio - , y no aquellas que a cada paso llegan a mis oídos, llenas de mil simples conceptos amorosos, tan mal dispuestos e intricados que osaré jurar que hay algunas que, ni las alcanza quien las oye, por discreto que sea, ni las entiende quien las hizo. Pero no menos fatigan otras que se enzarzan en dar alabanzas a Cupido y en exagerar su poder, su valor, sus maravillas y milagros, haciéndole señor del cielo y de la tierra, dándole otros mil atributos de potencia, de mando y señorío. Y lo que más me cansa de los que las hacen es que, cuando hablan de amor, entienden de un no sé quién que ellos llaman Cupido, que la mesma significación del nombre nos declara quién es él, que es un apetito sensual y vano, digno de todo vituperio.

La Galatea,

Tercero libro

- Bien dices - dijo Erastro -; pero todavía no me podrás negar que a no ser Galatea tan hermosa, no fuera tan deseada, y a no ser tan deseada, no fuera tanta nuestra pena, pues toda ella nace del deseo.

- No te puedo yo negar, Erastro - respondió Elicio - , que todo cualquier dolor y pesadumbre no nazca de la privación y falta de aquello que deseamos; mas juntamente con esto te quiero decir que ha perdido conmigo mucho la calidad del amor con que yo pensé que a Galatea querías; porque si solamente la quieres por ser hermosa, muy poco tiene que agradecerte, pues no habrá ningún hombre, por rústico que sea, que la mire que no la desea, porque la belleza, dondequiera que está, trae consigo el hacer desear. Así que, a este simple deseo, por ser tan natural, ningún premio se le debe, porque si se le debiera, con sólo desear el cielo le tuviéramos merescido; mas ya ves, Erastro, ser esto tan al revés como nuestra verdadera ley nos lo tiene mostrado. Y, puesto caso que la hermosura y belleza sea una principal parte para atraernos a desearla y a procurar gozarla, el que fuere verdadero enamorado no ha de tener tal gozo por último fin suyo, sino que, aunque la belleza le acarree este deseo, la ha de querer solamente por ser bueno, sin que otro algún interesele mueva. Y éste se puede llamar, aun en las cosas de acá, perfecto y verdadero amor, y es digno de ser agradecido y premiado, como vemos que premia conocida y aventajadamente el Hacedor de todas las cosas a aquellos que sin moverles otro interese alguno de temor, de pena o de esperanza de gloria, le quieren, le aman y le sirven solamente por ser bueno y digno de ser amado; y ésta es la última y mayor perfectión que en el amor divino se encierra, y en el humano también, cuando no se quiere más de por ser bueno lo que se ama, sin haber error de entendimiento; porque muchas veces lo malo nos parece bueno y lo bueno malo; y así, amamos lo uno y aborrecemos lo otro, y este tal amor no meresce premio, sino castigo. Quiero inferir de todo lo que he dicho, ¡oh Erastro!, que si tú quieres y amas la hermosura de Galatea con intención de gozarla, y en esto para el fin de tu deseo, sin pasar adelante a querer su virtud, su acrescentamiento de fama, su salud, su vida y bienes, entiende que no amas como debes, ni debes ser remunerado como quieres.

Pedro de Urdemalas,

Jornada primera

CLEMENTE:

De tu ingenio, Pedro amigo,

y nuestra amistad se puede

fiar más de lo que digo,

porque él al mayor excede,

y della el mundo es testigo;

así, que es de calidad

tu ingenio y nuestra amistad,

que, sin buscar otro medio,

en ambos pongo el remedio

de toda mi enfermedad.

Esa hija de tu amo,

la que se llama Clemencia,

a quien yo Justicia llamo,

la que huye mi presencia,

cual del cazador el gamo;

ésa, a quien naturaleza

dio el estremo de belleza

que has visto, me tiene tal,

que llega al punto mi mal

do llega el de su lindeza.

Cuando pensé que ya estaba

algo crédula al cuidado

que en mis ansias le mostraba,

yo no sé quién la ha trocado

de cordera en tigre brava,

ni sé yo por qué mentiras

sus mansedumbres en iras

ha vuelto, ni sé, ¡oh Amor!,

por qué con tanto rigor

contra mí tus flechas tiras.

PEDRO:

Bobear; dime, en efeto,

lo que quieres.

CLEMENTE:

Pedro, hermano,

que me libres deste aprieto

con algún consejo sano

o ayuda de hombre discreto.

PEDRO:

¿Han llegado tus deseos

a más que dulces floreos,

o has tocado en el lugar

donde Amor suele fundar

el centro de sus empleos?

CLEMENTE:

Pues sabes que soy pastor,

entona más bajo el punto,

habla con menos primor.

PEDRO:

Que si eres, te pregunto,

Amadís o Galaor.

CLEMENTE:

No soy sino Antón Clemente,

y andas, Pedro, impertinente

en hablar por tal camino.

PEDRO:

((Aparte) Pan por pan, vino por vino,

se ha de hablar con esta gente).

¿Haste visto con Clemencia

a solas o en parte escura,

donde ellate dio licencia

de alguna desenvoltura

que encargase la conciencia?

CLEMENTE:

Pedro, el cielo me confunda,

y la tierra aquí me hunda,

y el aire jamás me aliente,

si no es un amor decente

en quien el mío se funda.

La Galatea,

Segundo libro

En los estados de amor,

nadie llega a ser perfecto,

sino el honesto y secreto.

Para llegar al süave

gusto de amor, si se acierta,

es el secreto la puerta,

y la honestidad la llave.

Y esta entrada no la sabe

quien presume de discreto,

sino el honesto y secreto.

Amar humana beldad

suele ser reprehendido,

si tal amor no es medido

con razón y honestidad.

Y amor de tal calidad

luego le alcanza, en efecto,

el qu'es honesto y secreto.

Es ya caso averiguado,

que no se puede negar,

que a veces pierde el hablar

lo qu'el callar ha ganado.

Y el que fuere enamorado,

jamás se verá en aprieto,

si fuere honesto y secreto.

Cuanto una parlera lengua

y unos atrevidos ojos

suelen causar mil enojos

y poner al alma en mengua,

tanto este dolor desmengua

y se libra deste aprieto

el qu'es honesto y secreto.

Las dos doncellas

-(...) La primera vez que le miré no sentí otra cosa que fuese más de una complacencia de haberle visto; y no fue mucho, porque su gala, gentileza, rostro y costumbres eran de los alabados y estimados del pueblo, con su rara discreción y cortesía. Pero, ¿de qué me sirve alabar a mi enemigo ni ir alargando con razones el suceso tan desgraciado mío, o, por mejor decir, el principio de mi locura? Digo, en fin, que él me vio una y muchas veces desde una ventana que frontero de otra mía estaba. Desde allí, a lo que me pareció, me envió el alma por los ojos; y los míos, con otra manera de contento que el primero, gustaron de miralle, y aun me forzaron a que creyese que eran puras verdades cuanto en sus ademanes y en su rostro leía. Fue la vista la intercesora y medianera de la habla, la habla de declarar su deseo, su deseo de encender el mío y de dar fe al suyo. Llegóse a todo esto las promesas, los juramentos, las lágrimas, los suspiros y todo aquello que, a mi parecer, puede hacer un firme amador para dar a entender la entereza de su voluntad y la firmeza de su pecho. Y en mí, desdichada(que jamás en semejantes ocasiones y trances me había visto), cada palabra era un tiro de artillería que derribaba parte de la fortaleza de mi honra; cada lágrima era un fuego en que se abrasaba mi honest(i) dad; cada suspiro, un furioso viento que el incendio aumentaba, de tal suerte que acabó de consumir la virtudque hasta entonces aún no había sido tocada; y, finalmente, con la promesa de ser mi esposo, a pesar de sus padres, que para otra le guardaban, di con todo mi recogimiento en tierra; y, sin saber cómo, me entregué en su poder a hurto de mis padres, sin tener otro testigo de mi desatino que un paje de Marco Antonio, que éste es el nombre del inquietador de mi sosiego. Y, apenas hubo tomado de mí la posesión que quiso, cuando de allí a dos días desapareció del pueblo, sin que sus padres ni otra persona alguna supiesen decir ni imaginar dónde había ido.

Don Quijote de la Mancha,

Primera parte, Capítulo XXIV

Sucedió, pues, que, como el amor en los mozos, por la mayor parte, no lo es, sino apetito, el cual, como tiene por último fin el deleite, en llegando a alcanzarle se acaba(y ha de volver atrás aquello que parecía amor, porque no puede pasar adelante del término que le puso naturaleza, el cual término no le puso a lo que es verdadero amor), quiero decir que así como don Fernando gozó a la labradora, se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus ahíncos; y si primero fingía quererse ausentar, por remediarlos, ahora de veras procuraba irse, por no ponerlos en ejecución.

Don Quijote de la Mancha,

Primera parte, Capítulo LI

Este soldado, pues, que aquí he pintado, este Vicente de la Rosa, este bravo, este galán, este músico, este poeta fue visto y mirado muchas veces de Leandra, desde una ventana de su casa, que tenía la vista a la plaza. Enamoróla el oropel de sus vistosos trajes; encantáronla sus romances, que de cada uno que componía daba veinte traslados; llegaron a sus oídos las hazañas que él de sí mismo había referido, y, finalmente, que así el diablo lo debía de tener ordenado, ella se vino a enamorar dél, antes que en él naciese presunción de solicitalla. Y como en los casos de amor no hay ninguno que con más facilidad se cumpla que aquel que tiene de su parte el deseo de la dama, con facilidad se concertaron Leandra y Vicente, y primero que alguno de sus muchos pretendientes cayesen en la cuenta de su deseo, ya ella le tenía cumplido, habiendo dejado la casa de su querido y amado padre, que madre no la tiene, y ausentádose de la aldea con el soldado, que salió con más triunfo desta empresa que de todas las muchas que él se aplicaba.

Don Quijote de la Mancha,

Primera parte, Capítulo XXXIV

Con estos pensamientos, más honrados que acertados ni provechosos, estuvo otro día escuchando aLotario, el cual cargó la mano de manera que comenzó a titubear la firmeza de Camila, y su honestidad tuvo harto que hacer en acudir a los ojos, para que no diesen muestra de alguna amorosa compasión que las lágrimas y las razones de Lotario en su pecho habían despertado. Todo esto notaba Lotario, y todo le encendía.

Finalmente, a él le pareció que era menester, en el espacio y lugar que daba la ausencia de Anselmo, apretar el cerco a aquella fortaleza, y así, acometió a su presunción con las alabanzas de su hermosura, porque no hay cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas que la mesma vanidad, puesta en las lenguas de la adulación. En efecto, él, con toda diligencia, minó la roca de su entereza, con tales pertrechos que, aunque Camila fuera toda de bronce, viniera al suelo. Lloró, rogó, ofreció, aduló, porfió y fingió Lotario con tantos sentimientos, con muestras de tantas veras, que dio al través con el recato de Camila y vino a triunfar de lo que menos se pensaba y más deseaba.

Rindióse Camila; Camila se rindió; pero ¿qué mucho, si la amistad de Lotario no quedó en pie? Ejemplo claro que nos muestra que sólo se vence la pasión amorosa con huilla, y que nadie se ha de poner a brazos con tan poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas humanas. Sólo supo Leonela la flaqueza de su señora, porque no se la pudieron encubrir los dos malos amigos y nuevos amantes. No quiso Lotario decir a Camila la pretensión de Anselmo, ni que él le había dado lugar para llegar a aquel punto, porque no tuviese en menos su amor, y pensase que asi, acaso y sin pensar, y no de propósito, la había solicitado.

(...)

- No corre por ti esa razón - respondió Leonela - , porque el amor, según he oído decir, unas veces vuela, y otras anda; con éste corre, y con aquél va despacio; a unos entibia, y a otros abrasa; a unos hiere, y a otros mata; en un mesmo punto comienza la carrera de sus deseos, y en aquel mesmo punto la acaba y concluye; por la mañana suele poner el cerco a una fortaleza, y a la noche la tiene rendida, porque no hay fuerza que le resista. Y siendo así, ¿de qué te espantas, o de qué temes, si lo mismo debe de haber acontecido a Lotario, habiendo tomado el amor por instrumento de rendirnos la ausencia de mi señor? Y era forzoso queen ella se concluyese lo que el amor tenía determinado, sin dar tiempo al tiempo para que Anselmo le tuviese de volver, y con su presencia quedase imperfecta la obra; porque el amor no tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea que es la ocasión: de la ocasión se sirve en todos sus hechos, principalmente en los principios. Todo esto sé yo muy bien, más de experiencia que de oídas, y algún día te lo diré, señora; que yo también soy de carne y de sangre moza.

Cuanto más, señora Camila, que no te entregaste ni diste tan luego, que primero no hubieses visto en los ojos, en los suspiros, en las razones y en las promesas y dádivas de Lotario toda su alma, viendo en ella y en sus virtudes cuán digno era Lotario de ser amado. Pues si esto es ansí, no te asalten la imaginación esos escrupulosos y melindrosos pensamientos; sino asegúrate que Lotario te estima como tú le estimas a él, y vive con contento y satisfación de que ya que caíste en el lazo amoroso, es el que te aprieta de valor y de estima, y que no sólo tiene las cuatro SS que dicen que han de tener los buenos enamorados, sino todo un A, B, C entero: si no, escúchame, y verás como te le digo de coro. Él es, según yo veo y a mí me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, onesto, principal, quantioso, rico, y las SS que dicen, y luego, tácito, verdadero. La X no le cuadra, porque es letra áspera; la Y ya está dicha; la Z, zelador de tu honra.

El celoso extremeño

Madre, la mi madre,

guardas me ponéis;

que si yo no me guardo,

no me guardaréis.

Dicen que está escrito,

y con gran razón,

ser la privación

causa de apetito;

crece en infinito

encerrado amor;

por eso es mejor

que no me encerréis;

que si yo, etc.

Si la voluntad

por sí no se guarda,

no la harán guarda

miedo o calidad;

romperá, en verdad,

por la misma muerte,

hasta hallar la suerte

que vos no entendéis;

que si yo, etc.

Quien tiene costumbre

de ser amorosa,

como mariposa

se irá tras su lumbre,

aunque muchedumbre

de guardas le pongan,

y aunque más propongan

de hacer lo que hacéis;

que si yo, etc.

Es de tal manera

la fuerza amorosa,

que a la más hermosa

la vuelve en quimera;

el pecho de cera,

de fuego la gana,

las manos de lana,

de fieltro los pies;

que si yo no me guardo,

mal me guardaréis.

Sobre el amor en el tiempo

Los trabajos de Persiles y Segismunda,

Libro cuarto, Capítulo III

Ninguna cosa quita o borra el amor más presto de la memoriaque el desdén en los principios de su nacimiento; que el desdén en los principios del amor tiene la misma fuerza que tiene la hambre en la vida humana: a la hambre y al sueño se rinde la valentía, y al desdén los más gustosos deseos. Verdad es que esto suele ser en los principios, que, después que el amor ha tomado larga y entera posesión del alma, los

desdenes y desengaños le sirven de espuelas, para que con más ligereza corra a poner en efeto sus pensamientos.

El rufián dichoso,

Primera jornada

LUGO:

En el recato se halla

buen fin del dudoso intento.

Retiradla, que la ausencia

hace, pasando los días,

volver las entrañas frías

que abrasaba la presencia;

y nunca en la poca edad

tiene firme asiento amor,

y siempre el mozo amador

huye la dificultad.

La Gitanilla

- Perdóneme, abuela, de que me tomo licencia para responder a este tan enamorado señor.

- Responde lo que quisieres, nieta - respondió la vieja - , que yo sé que tienes discreción para todo.

Y Preciosa dijo:

- Yo, señor caballero, aunque soy gitana pobre y humildemente nacida, tengo un cierto espiritillo fantástico acá dentro, que a grandes cosas me lleva. A mí ni me mueven promesas, ni me desmoronan dádivas, ni me inclinan sumisiones, ni me espantan finezas enamoradas; y, aunque de quince años(que, según la cuenta de mi abuela, para este San Miguel los haré), soy ya vieja en los pensamientos y alcanzo más de aquello que mi edad promete, más por mi buen natural que por la esperiencia. Pero, con lo uno o con lo otro, sé que las pasiones amorosas en los recién enamorados son como ímpetus indiscretos que hacen salir a la voluntad de sus quicios; la cual, atropellando inconvenientes, desatinadamente se arroja tras su deseo, y, pensando dar con la gloria de sus ojos, da con el infierno de sus pesadumbres. Si alcanza lo que desea, mengua el deseo con la posesión de la cosa deseada, y quizá, abriéndose entonces los ojos del entendimiento, se vee ser bien que se aborrezca lo que antes se

adoraba. Este temor engendra en mí un recato tal, que ningunas palabras creo y de muchas obras dudo. Una sola joya tengo, que la estimo en más que a la vida, que es la de mi entereza y virginidad, y no la tengo de vender a precio de promesas ni dádivas, porque, en fin, será vendida, y si puede ser comprada, será de muy poca estima; ni me la han de llevar trazas ni embelecos: antes pienso irme con ella a la sepultura, y quizá al cielo, que ponerla en peligro quequimeras y fantasías soñadas la embistan o manoseen. Flor es la de la virginidad que, a ser posible, aun con la imaginación no había de dejar ofenderse. Cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad se marchita! Éste la toca, aquél la huele, el otro la deshoja, y, finalmente, entre las manos rústicas se deshace. Si vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habéis de llevar sino atada con las ligaduras y lazos del matrimonio; que si la virginidad se ha de inclinar, ha de ser a este santo yugo, que entonces no sería perderla, sino emplearla en ferias que felices ganancias prometen. Si quisiéredes ser mi esposo, yo lo seré vuestra, pero han de preceder muchas condiciones y averiguaciones primero. Primero tengo de saber si sois el que decís; luego, hallando esta verdad, habéis de dejar la casa de vuestros padres y la habéis de trocar con nuestros ranchos; y, tomando el traje de gitano, habéis de cursar dos años en nuestras escuelas, en el cual tiempo me satisfaré yo de vuestra condición, y vos de la mía; al cabo del cual, si vos os contentáredes de mí, y yo de vos, me entregaré por vuestra esposa; pero hasta entonces tengo de ser vuestra hermana en el trato, y vuestra humilde en serviros. Y habéis de considerar que en el tiempo deste noviciado podría ser que cobrásedes la vista, que ahora debéis de tener perdida, o, por lo menos, turbada, y viésedes que os convenía huir de lo que ahora seguís con tanto ahínco. Y, cobrando la libertad perdida, con un buen arrepentimiento se perdona cualquier culpa. Si con estas condiciones queréis entrar a ser soldado de nuestra milicia, en vuestra mano está, pues, faltando alguna dellas, no habéis de tocar un dedo de la mía.

Pasmóse el mozo a las razones de Preciosa, y púsose como embelesado, mirando al suelo, dando muestras que consideraba lo que responder debía. Viendo lo cual Preciosa, tornó a decirle:

- No es este caso de tan poco momento, que en los que aquí nos ofrece el tiempo pueda ni deba resolverse. Volveos, señor, a la villa, y considerad de espacio lo que viéredes que más os convenga, y en este mismo lugar me podéis hablar todas las fiestas que quisiéredes, al ir o

venir de Madrid.

A lo cual respondió el gentilhombre:

- Cuando el cielo me dispuso para quererte, Preciosa mía, determiné de hacer por ti cuanto tu voluntad acertase a pedirme, aunque nunca cupo en mi pensamiento que me habías de pedir lo que me pides; pero, pues es tu gustoque el mío al tuyo se ajuste y acomode, cuéntame por gitano desde luego, y haz de mí todas las esperiencias que más quisieres; que siempre me has de hallar el mismo que ahora te significo. Mira cuándo quieres que mude el traje, que yo querría que fuese luego; que, con ocasión de ir a Flandes, engañaré a mis padres y sacaré dineros para gastar algunos dias, y serán hasta ocho los que podré tardar en acomodar mi partida. A los que fueren conmigo yo los sabré engañar de modo que salga con mi determinación. Lo que te pido es(si es que ya puedo tener atrevimiento de pedirte y suplicarte algo) que, si no es hoy, donde te puedes informar de mi calidad y de la de mis padres, que no vayas más a Madrid; porque no querría que algunas de las demasiadas ocasiones que allí pueden ofrecerse me saltease la buena ventura que tanto me cuesta.

- Eso no, señor galán - respondió Preciosa -: sepa que conmigo ha de andar siempre la libertad desenfadada, sin que la ahogue ni turbe la pesadumbre de los celos; y entienda que no la tomaré tan demasiada, que no se eche de ver desde bien lejos que llega mi honestidad a mi desenvoltura; y en el primero cargo en que quiero estaros es en el de la confianza que habéis de hacer de mí. Y mirad que los amantes que entran pidiendo celos, o son simples o confiados.

- Satanás tienes en tu pecho, muchacha - dijo a esta sazón la gitana vieja -: ¡mira que dices cosas que no las diría un colegial de Salamanca! Tú sabes de amor, tú sabes de celos, tú de confianzas: ¿cómo es esto?, que me tienes loca, y te estoy escuchando como a una persona espiritada, que habla latín sin saberlo.

- Calle, abuela - respondió Preciosa - , y sepa que todas las cosas que me oye son nonada, y son de burlas, para las muchas que de más veras me quedan en el pecho.

Todo cuanto Preciosa decía y toda la discreción que mostraba era añadir leña al fuego que ardía en el pecho del enamorado caballero. Finalmente, quedaron en que de allí a ocho días se verían en aquel mismo lugar, donde él vendría a dar cuenta del término en que sus negocios estaban, y ellas habrían tenido tiempo de informarse de la

verdad que les había dicho.

(...)

A lo cual respondió Preciosa:

- Puesto que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que soy tuya, y que por tuyate me han entregado, yo he hallado por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que antes que aquí vinieses entre los dos concertamos. Dos años has de vivir en nuestra compañía primero que de la mía goces, porque tú no te arrepientas por ligero, ni yo quede engañada por presurosa. Condiciones rompen leyes; las que te he puesto sabes: si las quisieres guardar, podrá ser que sea tuya y tú seas mío; y donde no, aún no es muerta la mula, tus vestidos están enteros, y de tus dineros no te falta un ardite; la ausencia que has hecho no ha sido aún de un día; que de lo que dél falta te puedes servir y dar lugar que consideres lo que más te conviene. Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere. Si te quedas, te estimaré en mucho; si te vuelves, no te tendré en menos; porque, a mi parecer, los ímpetus amorosos corren a rienda suelta, hasta que encuentran con la razón o con el desengaño; y no querría yo que fueses tú para conmigo como es el cazador, que, en alcanzado la liebre que sigue, la coge y la deja por correr tras otra que le huye. Ojos hay engañados que a la primera vista tan bien les parece el oropel como el oro, pero a poco rato bien conocen la diferencia que hay de lo fino a lo falso. Esta mi hermosura que tú dices que tengo, que la estimas sobre el sol y la encareces sobre el oro, ¿qué sé yo si de cerca te parecerá sombra, y tocada, cairás en que es de alquimia? Dos años te doy de tiempo para que tantees y ponderes lo que será bien que escojas o será justo que deseches; que la prenda que una vez comprada nadie se puede deshacer della, sino con la muerte, bien es que haya tiempo, y mucho, para miralla y remiralla, y ver en ella las faltas o las virtudes que tiene; que yo no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas, cuando se les antoja; y, como yo no pienso hacer cosa que llame al castigo, no quiero tomar compañía que por su gusto me deseche.

- Tienes razón, ¡oh Preciosa! - dijo a este punto Andrés -; y así,si quieres que asegure tus temores y menoscabe tus sospechas, jurándote que no saldré un punto de las órdenes que me pusieres, mira qué

juramento quieres que haga, o qué otra seguridad puedo darte, que a todo me hallarás dispuesto.

- Los juramentos y promesas que hace el cautivo porque le den libertad, pocas veces se cumplen con ella - dijo Preciosa -; y así son, según pienso, los del amante: que, por conseguir su deseo, prometerá las alas de Mercurio y los rayos de Júpiter, como me prometió a mí un cierto poeta, y juraba por la laguna Estigia. No quiero juramentos, señor Andrés, ni quiero promesas; sólo quiero remitirlo todo a la esperiencia deste noviciado, y a mí se me quedará el cargo de guardarme, cuando vos le tuviéredes de ofenderme.

La española inglesa

- Isabela de mi alma: mis padres, con el grande amor que me tienen, aún no bien enterados del mucho que yo te tengo, han traído a casa una doncella escocesa, con quien ellos tenían concertado de casarme antes que yo conociese lo que vales. Y esto, a lo que creo, con intención que la mucha belleza desta doncella borre de mi alma la tuya, que en ella estampada tengo. Yo, Isabela, desde el punto que te quise fue con otro amor de aquel que tiene su fin y paradero en el cumplimiento del sensual apetito; que, puesto que tu corporal hermosura me cautivó los sentidos, tus infinitas virtudes me aprisionaron el alma, de manera que, si hermosa te quise, fea te adoro; y, para confirmar esta verdad, dame esa mano.

Y, dándole ella la derecha y asiéndola él con la suya, prosiguió diciendo:

- Por la fe católica que mis cristianos padres me enseñaron, la cual si no está en la entereza que se requiere, por aquélla juro que guarda el Pontífice romano, que es la que yo en mi corazón confieso, creo y tengo, y por el verdadero Dios que nos está oyendo, te prometo, ¡oh Isabela, mitad de mi alma!, de ser tu esposo, y lo soy desde luego si tú quieres levantarme a la alteza de ser tuyo.

Quedó suspensa Isabela con las razones de Ricaredo, y sus padres atónitos y pasmados. Ella no supo qué decir, ni hacer otra cosa que besar muchas veces la mano de Ricaredo y decirle, con voz mezclada con lágrimas, que ella le aceptaba por suyo y se entregaba por su esclava. Besóla Ricaredo en el rostro feo, no habiendo tenido jamás atrevimiento de llegarse a él cuando hermoso.

Don Quijote de la Mancha,

Segunda parte, Capítulo XLVI

Suelen las fuerzasde amor

sacar de quicio a las almas,

tomando por instrumento

la ociosidad descuidada.

Suele el coser y el labrar,

y el estar siempre ocupada,

ser antídoto al veneno

de las amorosas ansias.

Las doncellas recogidas

que aspiran a ser casadas,

la honestidad es la dote

y voz de sus alabanzas.

Los andantes caballeros,

y los que en la Corte andan,

requiébranse con las libres;

con las honestas se casan.

Hay amores de Levante,

que entre huéspedes se tratan,

que llegan presto al Poniente,

porque en el partirse acaban.

El amor recién venido,

que hoy llegó y se va mañana,

las imágines no deja

bien impresas en el alma.

Pintura sobre pintura,

ni se muestra, ni señala;

y do hay primera belleza,

la segunda no hace baza.

Dulcinea del Toboso

del alma en la tabla rasa

tengo pintada de modo,

que es imposible borrarla.

La firmeza en los amantes

es la parte más preciada,

por quien hace Amor milagros,

y asimesmo los levanta.

La Galatea,

Segundo libro

TIRSI:

El firme y puro amor jamás descrece

en el discurso de la ausencia amarga;

antes en fe de la memoria crece.

Así que, en el ausencia, corta o larga,

no vee remedio el amador perfecto

de dar alivio a la amorosa carga.

Que la memoria puesta en el objecto

que amor puso en el alma, representa

la amada imagen viva al intelecto.

Y allí en blando silencio le da cuenta

de su bien o su mal, según la mira

amorosa, o de amor libre y esenta.

Y si ves que mi alma no sospira,

es porque veo a Fili acá en mi pecho,

de modo que a cantar me llama y tira.

La Galatea,

Segundo libro

-(...) No sé yo si crea que ese caballero sea tan valeroso y discreto como dices, pues tan fácilmente se ha dejado rendir a un mal deseo tan recién nacido, entregándose tan sin ocasión alguna en los brazos de la desesperación. Y, aunque a mí se me alcanza poco destos amorosos efectos, todavía me parece que es simplicidad y flaqueza dejar, el que se vee fatigado dellos, de descubrir su pensamiento a quien se le causa, puesto que sea del valor que imaginar se puede; porque, ¿qué afrenta se le puede seguir a ella de saber que es bien querida, o a él qué mayor mal de su aceda y desabrida respuesta, que la muerte que él mesmo se

procura callando? Y no sería bien que por tener un juez fama de riguroso, dejase alguno de alegar de su derecho. Pero pongamos que sucede la muerte de un amante tan callado y temeroso como ese tu amigo; dime, ¿llamarías tú cruel a la dama de quien estaba enamorado? No, por cierto; que mal puede remediar nadie la necesidad que no llega a su noticia,ni cae en su obligación procurar saberla para remediarla. Así que, Astor, perdóname, que las obras de ese tu amigo no hacen muy verdaderas las alabanzas que le das.

El juez de los divorcios

Cantan los músicos

Entre casados de honor,

cuando hay pleito descubierto,

más vale el peor concierto

que no el divorcio mejor.

Donde no ciega el engaño

simple, en que algunos están,

las riñas de por San Juan

son paz para todo el año.

Resucita allí el honor,

y el gusto, que estaba muerto,

donde vale el peor concierto

más que el divorcio mejor.

Aunque la rabia de celos

es tan fuerte y rigurosa,

si los pide una hermosa,

no son celos, sino cielos.

Tiene esta opinión Amor,

que es el sabio más experto:

que vale el peor concierto

más que el divorcio mejor.

El casamiento engañoso

-(...) Con esta hacienda busco marido a quien entregarme y a quien tener obediencia; a quien, juntamente con la enmienda de mi vida, le entregaré una increíble solicitud de regalarle y servirle; porque no tiene

príncipe cocinero más goloso ni que mejor sepa dar el punto a los guisados que le sé dar yo, cuando, mostrando ser casera, me quiero poner a ello. Sé ser mayordomo en casa, moza en la cocina y señora en la sala; en efeto, sé mandar y sé hacer que me obedezcan. No desperdicio nada y allego mucho; mi real no vale menos, sino mucho más cuando se gasta por mi orden. La ropa blanca que tengo, que es mucha y muy buena, no se sacó de tiendas ni lenceros; estos pulgares y los de mis criadas la hilaron; y si pudiera tejerse en casa, se tejiera. Digo estas alabanzas mías porque no acarrean vituperio cuando es forzosa la necesidad de decirlas. Finalmente, quiero decir que yo busco marido que me ampare, me mande y me honre, y no galán que me sirva y me vitupere. Si vuesa merced gustare de aceptar la prenda que se le ofrece, aquí estoy mo(l) iente y corriente, sujeta a todo aquello que vuesa merced ordenare, sin andar en venta, que es lo mismo andar en lenguas de casamenteros, y no hay ninguno tan bueno para concertar el todo como las mismas partes.

Don Quijote de la Mancha,

Segunda parte, Capítulo XIX

- Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar - dijo don Quijote - , quitaríase la elección y juridición a los padres de casar sus hijos con quien y cuando deben; y si a la voluntad de las hijas quedase escoger los maridos, tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle,a su parecer, bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado espadachín; que el amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el del matrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle. Quiere hacer uno un viaje largo, y si es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse: pues, ¿por qué no hará lo mesmo el que ha de caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes, como es la de la mujer con su marido? La de la propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se vuelve, o se trueca o cambia; porque es accidente inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una vez le echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle. Muchas más cosas pudiera decir en esta materia, si no lo estorbara el deseo que tengo de saber si le queda más que decir al

señor licenciado acerca de la historia de Basilio.

Don Quijote de la Mancha,

Segunda parte, Capítulo XXII

- No se pueden ni deben llamar engaños - dijo don Quijote - los que ponen la mira en virtuosos fines. Y que el de casarse los enamorados era el fin de más excelencia, advirtiendo que el mayor contrario que el amor tiene es la hambre y la continua necesidad; porque el amor es todo alegría, regocijo y contento, y más cuando el amante está en posesión de la cosa amada, contra quien son enemigos opuestos y declarados la necesidad y la pobreza; y que todo esto decía con intención de que se dejase el señor Basilio de ejercitar las habilidades que sabe, que aunque le daban fama, no le daban dineros, y que atendiese a granjear hacienda por medios lícitos e industriosos, que nunca faltan a los prudentes y aplicados. El pobre honrado(si es que puede ser honrado el pobre) tiene prenda en tener mujer hermosa, que cuando se la quitan, le quitan la honra y se la matan. La mujer hermosa y honrada cuyo marido es pobre merece ser coronada con laureles y palmas de vencimiento y triunfo. La hermosura, por sí sola, atrae las voluntades de cuantos la miran y conocen, y como a señuelo gustoso se le abaten las águilas reales y los pájarosaltaneros; pero si a la tal hermosura se le junta la necesidad y la estrecheza, también la embisten los cuervos, los milanos y las otras aves de rapiña; y la que está a tantos encuentros firme bien merece llamarse corona de su marido.

- Mirad, discreto Basilio - añadió don Quijote -: opinión fue de no sé qué sabio que no había en todo el mundo sino una sola mujer buena, y daba por consejo que cada uno pensase y creyese que aquella sola buena era la suya, y así viviría contento. Yo no soy casado, ni hasta agora me ha venido en pensamiento serlo; y, con todo esto, me atrevería a dar consejo al que me lo pidiese del modo que había de buscar la mujer con quien se quisiese casar. Lo primero, le aconsejaría que mirase más a la fama que a la hacienda; porque la buena mujer no alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo; que mucho más dañan a las honras de las mujeres las desenvolturas y libertades públicas que las maldades secretas. Si traes buena mujer a tu casa, fácil cosa sería conservarla, y aun mejorarla, en aquella bondad; pero si la traes mala, en trabajo te pondrá el enmendarla; que no es muy hacedero pasar de un extremo a otro. Yo no digo que sea imposible, pero téngolo por dificultoso.