Lope de Vega

"Mujeres y criados"

1ª Jornada

Personajes

El Conde Próspero

Claridán, camarero

Teodoro, secretario

Riselo, gentilhombre

Martes, lacayo

Lope, lacayo

Emiliano, viejo

Don Pedro, su hijo

Florencio, viejo

Luciana, su hija

Violante, su hermana

Inés, criada

Salen el conde Próspero desnudándose, Claridán, camarero suyo, Riselo y otros criados con una fuente para la golilla.

Conde:

Tomad allá, que os prometo

que me ha cansado el jugar.

Claridán:

Cansa el perder.

Conde:

Y el ganar.

Claridán:

Advertimiento discreto.

Mas dicen que preguntando

a un sabio cómo criarían

a un rey los que le servían,

dijo: jugando y ganando,

porque dicen ques la cosa

que más la sangre refresca.

Conde:

¡Propia sentencia greguesca!

¿Hallástela en verso o prosa?

Claridán:

En el sueño que me ha dado

esperarte hasta las dos.

¡Desnúdate, que por Dios

que te ha el perder desvelado!

Conde:

Qué prisa me das...

Claridán:

¿No es hora

de dormir?

Riselo:

Y aun con hablar

tanto lo es de levantar,

que ya se afeita el aurora.

Conde:

¡Poética traslación!

Claridán:

¡Duerme acaba!

Conde:

Claridán,

los que pierden siempre están

después en conversación,

que haya quien juegue a los trucos.

Claridán:

Un hombre es cosa notoria,

que se hace macho de noria.

Riselo:

Dromedarios, mamelucos,

no sufrirán la tahona

deste juego.

Conde:

El ajedrez

es notable.

Claridán:

Desta vez

la noche se va a chacona.

¡Acuéstate ya, por Dios!

Conde:

¿Hay cosa como sentados

al ajedrez dos honrados,

deshonrándose los dos

y diciendo refrancitos?

Riselo:

Es juego de entendimiento

y piérdese el sentimiento.

Conde:

No hay desatinos escritos

como están diciendo allí.

Riselo:

Cierto que el juego ha de ser

juego y no estudio.

Conde:

Anteayer

jugar unos hombres vi

con uno que llaman mallo.

Riselo:

Para el ejercicio es bueno.

Conde:

Tanto ejercicio condeno.

¿Callas Claridán?

Claridán:

Ya callo

por ver si dejas de hablar

y te acuestas.

Conde:

La pelota

es galán.

Riselo:

Ver una sota

los pies arriba asomar

es juego menos dañoso.

Conde:

Si dura una noche o dos

es muy dañoso, por Dios,

y a la saludpeligroso.

Claridán:

En fin, ya vueseñoría

determina no acostarse.

Riselo:

Querrá de noche esquitarse

de lo que pierde de día.

Conde:

¿Qué se hizo Florianica,

la de la calle del Pez?

Claridán:

(Él no duerme desta vez).

Conde:

¿Está pobre?

Riselo:

No está rica.

Conde:

Sospecho que se enamora.

Riselo:

Mal la tratan los deseos

destos hombres con manteos

que andan en la corte ahora.

Conde:

¿No hablas ya, Claridán?

Claridán:

Estoy durmiendo, Señor,

que se va la noche en flor.

Conde:

¿En pie duermes?

Claridán:

Soy truhán

que como en pie y duermo en pie.

Conde:

Ahora bien, dejadme aquí.

Claridán:

¿Iremos a dormir?

Conde:

¡Sí!

Claridán:

Dios buenos días te dé.

(Queda solo el conde)

Conde:

Cuidados de Claridán

me han puesto en nuevo cuidado.

¡Notable prisa me ha dado!

Cosa que fuese galán

de mi sujeto amoroso...

¡Que celos no lo dijera!

Un loco mi amor tuviera

si no estuviera celoso.

Vive Dios que puede ser

que me haya dado esta prisa

por verla, que no me avisa

sin causa amor. Sin temer,

temo, luego no es sin causa.

¿Qué perderé por sabello?

Ahora bien, yo quiero vello,

pues temor de amor se causa.

¡Hola! ¡Teodoro! ¡Teodoro!

(Sale Teodoro, secretario)

Teodoro:

¡Señor! ¡Señor!

Conde:

Entra acá.

¿Quién en mi cámara está?

Teodoro:

Nadie, que Fabio y Lidoro

se fueron con Claridán

a sus posadas ahora.

Conde:

Yo he de ver cierta señora.

Dame un vestido galán.

Digo herreruelo y ropilla,

que así en valona me iré.

Teodoro:

¿Qué acero?

Conde:

El que me quité.

Y aquel broquel de Sevilla.

Teodoro:

Voy, y no con poca pena.

Más, que ha de ser por mi mal.

(Sale)

Conde:

¿Hase visto prisa igual?

Mas la prevención es buena.

Yo sabré si Claridán

sirve lo que sirvo yo.

Desde ayer celos me dio.

(Vuelve Teodoro)

Teodoro:

Aquí espada y capa están,

ropilla y sombrero.

Conde:

Muestra.

Teodoro:

¿Quiere vuestra señoría

mi compañía?

Conde:

Sería

dar de mis flaquezas muestra,

y no ha de entender mi dueño

que doy del secreto parte.

(Vístese)

Teodoro:

Bien quisiera acompañarte.

Conde:

No pierdas, Teodoro, el sueño,

que seguramente voy.

Teodoro:

Dios te guíe y con bien vuelva.

Conde:

A esto es bien que me resuelva.

(Vase el conde)

Teodoro:

Celoso del conde estoy

porque ha más de quince días

que mira lo que yo adoro

y los asaltos del oro

son temerarias porfías.

No tengo por hombre cuerdo

quien del oro no se guarda;

no hay petardo, no hay bombarda,

ni de instrumento me acuerdo,

que más brevemente rompa

la puerta a la voluntad,

ni la casta honestidad

más fácilmente corrompa.

Pero, ¿qué puedo perder

en ir a ver si va allá?

Pues no me conocerá

aunque me echase de ver.

Ahora bien, estos son celos;

no los quiero dar lugar,

que de no los remediar

vienen a parar en duelos.

(Éntrase. Salen Claridán, de noche, y Martes, lacayo)

Claridán:

Recorre, Martes, la calle.

Mira si hay algún rumor.

Martes:

Sólo en la calle, Señor,

suena el rumor de tu talle.

Medroso sin causa estás.

Llega y habla descuidado,

que va Martes a tu lado,

de Marte una letra más.

Déjame en aquesta esquina.

Verás que tiemblan de mí

cuantos pasan por aquí.

Claridán:

A esa otra parte camina,

porquesi en esquina estás,

como cédula has de ser

que te han de querer ver.

Martes:

Parte y no me enseñes más,

que nadie llega de noche

a le her ni a buscar nada.

Claridán:

Si está Violante acostada...

Martes:

Tarde se apeó del coche.

Mas no temas que se duerma

mujer con amor.

Claridán:

Yo llego.

Martes:

Y yo de miedo me anego,

que es aquesta calle yerma

y, en habiendo cuchilladas,

no hay barbero ni varal;

que en todo este lienzo igual

están las puertas cerradas,

y es gran cosa en las pendencias

la horquilla de las bacías.

Claridán:

¿Estáis solas, celosías?

(Violante en lo alto)

Violante:

Cuando hay celos en ausencias

no se duerme tan despacio.

Claridán:

Bien sabéis vos la disculpa

que reserva de la culpa

a los hombres de palacio.

No se quería acostar

el conde. ¿Qué había de hacer?

Violante:

No hay en amor que temer,

sino sólo el disculpar;

que parece que las culpas

a que ya el amor condena

dan a veces menos pena

que el pasar por las disculpas.

Mañana iremos mi hermana

y yo a tomar el acero.

Claridán:

Y yo en esta noche espero

esa dichosa mañana.

¿Está acostada? ¿Qué hace?

Violante:

De cansada se acostó.

(Entra el conde)

Conde:

Nunca el temor engañó,

que de amor celoso nace.

¡En la reja está, por Dios!

Martes:

Un hombre viene embozado.

Muy ancho viene y cuadrado.

Uno dije, mas son dos.

¿Qué digo dos? Tres parecen.

Yo me escurro por aquí.

Conde:

Claridán habla. ¡Ay de mí!

Mis celos se lo merecen.

Pero bien pudiera ser

que no hablase con Luciana.

¿Cómo sabré si es su hermana

por no darme a conocer?

Pero fingiré un engaño...

¡Ay! ¡Que me han muerto!

Claridán:

Señora:

Martes, mi lacayo ahora,

y valiente, por su daño

se ha quejado. Voy allá,

que me guardaba la calle.

Violante:

No os pongáis por remedialle,

si en tanto peligro está,

adonde os cueste la vida.

Llena quedo de temor.

(Entra el conde por otra parte)

Conde:

Las invenciones de amor

con que sus celos olvida.

Ahora bien quiero llegar.

¡Ah de la reja!

Violante:

¿Quién es?

Conde:

Claridán, que por los pies

nunca pretendo alcanzar

lo que no puede la espada.

Bien podéis, Luciana, hablarme.

Violante:

Bueno... Venís a engañarme,

el alma y la voz trocada.

Que ni vos sois Claridán,

ni yo Luciana.

Conde:

(¡Los cielos

han sosegado mis celos,

que es de Violante galán!)

Violante:

Caballero, no os conozco,

y así, os cierro la ventana.

Conde:

Cerrad, pues no sois Luciana;

que en la voz os desconozco.

(Sale Claridán)

Claridán:

¿Tan presto ocupó el lugar

otro galán? ¡Es esgrima!

Al gran agravio le anima,

que aún no me dejó asentar.

Huyó Martes, que hasta el lunes

alcanzarle no podré.

Vuelvo al puesto que dejé

y hallo los pastos comunes,

pues que me impiden el paso.

¡Ah, caballero!

Conde:

¿Qué quiere?

Claridán:

Que la que espera no espere,

si espera en tal casa acaso.

Conde:

Aquí esperaba un criado

que me pareció infiel,

y ya estoy mejor con él

porque estoy asegurado.

Que dejándome acostar

pensé que a servir venía

la dama a quien yoservía,

pero púdeme engañar.

No es de quien yo pensé amante;

mi maquinación fue vana,

porque yo sirvo a Luciana

y Claridán a Violante.

Claridán:

¡Es el conde, mi Señor!

Conde:

El mismo.

Claridán:

Señor...

Conde:

Detente,

pues ya sabes claramente

qué estado tiene mi amor.

Violante te quiere a ti;

dile que ablande a Luciana,

que Luciana por su hermana

hará lo que ella por ti,

y no seré mal amigo

para venir a tu lado,

porque de Luciana amado

vendré de noche contigo.

Harto he dicho, Claridán.

A buenas noches.

Claridán:

Señor,

iré contigo.

Conde:

El favor

que en esas rejas te dan

no le has de perder por mí.

Yo sé lo que es.

Claridán:

Señor...

Conde:

Tente.

Goza la ocasión presente.

Quédate. Quédate aquí.

(Vase el conde)

Claridán:

Obligado me ha dejado,

aunque puesto en confusión.

Mas cuando amores no son

la misma pena y cuidado,

él quiere bien a Luciana

y ya sabe mi deseo.

(Sale Teodoro)

Teodoro:

El conde es este que veo.

No fue mi esperanza vana.

A la puerta está. ¿Qué haré?

Cierta fue mi desventura.

Hay inconstante hermosura

donde no hay verdad ni fe.

Claridán:

¿Quién va?

Teodoro:

Quien acaso pasa.

Claridán:

Pues pase si pasa acaso.

Teodoro:

Supuesto que acaso paso,

hay cosas en esta casa

que me pueden detener.

Claridán:

Pues no se detenga en ella

porque sabré defendella.

Teodoro:

Y yo la sabré ofender.

Claridán:

¡Es Teodoro!

Teodoro:

¡Es Claridán!

Claridán:

Claridán soy.

Teodoro:

Yo Teodoro.

Claridán:

Si ha de guardarse el decoro

a un dueño amante y galán,

bien puedo yo defenderte

que no llegues a esta casa.

Teodoro:

Sospechando lo que pasa

he venido a ver mi muerte.

Claridán:

El conde se va de aquí,

y me contó que a Luciana

adora, y que yo y su hermana

se lo digamos así.

Me pidió con humildad

que le obliga a acompañarme.

Yo no supe disculparme,

puesto que nuestra amistad

me daba voces, Teodoro.

Que el conde es Señor en fin.

Teodoro:

El conde será mi fin.

Muero y a Luciana adoro.

Claridán:

Si con él te descompones,

Teodoro, tú solo pierdes.

Y ruégote que te acuerdes

sólo destas dos razones:

Luciana te quiere a ti

para marido y su igual;

si al conde tratase mal

ha de llover sobre ti.

Si estas mujeres, tú y yo

le engañamos, y Luciana

le trae de hoy a mañana,

¿qué amante no se cansó?

Ya sabes que los señores

sufren dilaciones mal,

pues viendo que es inmortal

el fin de aquestos amores

ha de mudar de opinión.

Tú, pues, firme en la estacada

gozarás sin perder nada

el premio de tu afición.

Teodoro:

Bien dices. No quiero ser

necio en no admitir consejo.

Mi honor en tus manos dejo.

Claridán:

Ya comienza a amanecer,

pero yo sé que saldrán

mañana a tomar su acero.

Allí hablarás.

Teodoro:

¡Qué más fiero

que el de celos, Claridán!

Claridán:

Ven. Mudaremos vestido.

Y fía que si mujer

llega a querer, no hay poder

para contrastar su olvido.

Que si en las que no son tales

suele mostrar su valor,

qué efetos hará el amor

en mujeres principales.

(Vanse y sale Florencio viejo)

Florencio:

¿Tiene dueño esta casa? ¡Hola, criados!

¡Lope, Laurencio, Inés! ¡Ah gente! ¡Hola!

Porfuerza ha de salir el sol primero.

(Sale Lope, lacayo, vistiéndose)

Lope:

¡Dios me deje llegar a tus setenta!

¿Todos los viejos sois madrugadores?

Debe de ser que como poco os queda

no debéis de querer pasarlo en sueños,

fuera de que es imagen de la muerte

y no queréis temerla de esa suerte.

Florencio:

Engáñaste, ignorante, que los gallos

madrugan mucho más y son más mozos.

Y lo mismo las aves y animales,

a quien enseña la naturaleza

que el hombre duerme más de lo que es justo

porque es vicioso, y no porque es robusto.

Lope:

La humedad de que abundan los muchachos

del sueño es causa, y no tenerla un viejo

es por la sequedad.

Florencio:

Gentil filósofo,

mira que han de ir al campo esas doncellas.

Inés, señor, podrá decirte de ellas.

(Sale Inés)

Inés:

Por cierto que madrugas los vecinos

con las voces que das.

Florencio:

Inés, despierta

a Violante y Luciana que es muy tarde.

Inés:

Vistiéndose están ya.

Florencio:

Qué buen acero.

El sol entrado ya, llamarlas quiero.

Lope:

Sea vuesa merced bien levantada.

Inés:

Vuesa merced mal levantado sea,

que parece en la cara testimonio.

Lope:

¿Hase dormido bien?

Inés:

Bastantemente.

Lope:

Por acá no dejó cierto accidente.

Inés:

¿Falta salud?

Lope:

Amor es el que sobra;

que aun hasta en el dormir sus deudas cobra.

¿Soñó vuesa merced?

Inés:

Soñé.

Lope:

¿Qué sueño?

Inés:

Jardines, aguas, flores, fuentes, ríos.

Lope:

En agua pocas veces son los míos.

Yo soñé toros.

Inés:

Mal agüero...

Lope:

¡Y cómo

y mal! Que por las casas me seguían

y en los zaquizamíes se subían.

¿Sabe vuesa merced lo que interpreta?

Inés:

Vuesa merced no es hombre de ganado

vacuno, ni ovejuno, ni obligado.

Advierta que señala hacia la frente.

Lope:

De ahí le voy, señora Inés.

Inés:

¡Detente,

que salen nuestros amos!

(Salen Violante, Luciana y Florencio viejo)

Luciana:

No te espantes

que de la cama no salgamos antes;

que tomamos por fuerza aqueste acero.

Florencio:

Parte, Lope, por él.

Lope:

Parto ligero.

Florencio:

Si os ha de hacer provecho el ejercicio,

que algunos en Madrid toman por vicio,

¿para qué rehusáis el ir al campo?

Violante:

Ninguna vez en él la planta estampo

que no venga cansada para un año.

(Lope con dos vasillos dorados en una salva)

Lope:

Aquí están las dos pócimas. ¡Mal año

para quien tal bebiera aun si esto fuera

acero de Alaejos o de Coca.

Pudiera un hombre perfilar la boca,

pero récipe: gazmios y colondrios

para los intestinos hipocondrios.

Bébalo el boticario, que a él se debe.

Que él solamente sabe lo que bebe.

(Toma cada una un vaso)

Inés:

Allí te llama cierto forastero.

Florencio:

Luego vuelvo.

Luciana:

Pues ya se fue mi padre,

toma estos vasos, Lope, y en la calle

arroja su licor.

Lope:

Qué bien has hecho.

Para el fuego de amor que hay en mi pecho

no es esta la templanza y medicina.

Inés:

Yo le engañé por que de aquí se fuese,

de lástima de veros con las pócimas.

Violante:

Daca los mantos, presto, que ya creo

que nos aguarda amor con másdeseo.

(Vuelve Florencio)

Florencio:

No hallé nadie en la sala.

Inés:

Debió de irse.

Florencio:

¿Tomastes el acero?

Luciana:

Solamente

pudiera la salud ponernos ánimo.

¡Qué cosa tan amarga!

Florencio:

Advierte, hija,

que la salud que el cuerpo regocija

se ha de cobrar por medios que dan pena.

Esto, el doctor por vuestro bien ordena.

Vaya. Lope e Inés, que os acompañen.

Violante:

Guarde el cielo tu vida.

(Vanse)

Florencio:

Hasta que vea

vuestro remedio, que es lo que desea

mi corazón que tiernamente os ama,

a cuidados de padre bien os llama.

Solicitud del alma el que os conoce,

pues de quietud no puede ser que goce

en tanto que no llega su remedio,

ni si apretáis la vida puesta en medio.

(Salen Emiliano, viejo, y don Pedro, su hijo)

Emiliano:

Muchos años gocéis, Florencio amigo,

los ángeles que ahora vi, tan bellos

como dos soles, ir al campo, y digo

que os tuve envidia, y con razón, por ellos.

Florencio:

Emiliano, a solas hoy conmigo

solicito trate el remedio de ellos,

que os juro que me ponen en cuidado

de su edad triste y de la mía cansado.

Emiliano:

Si tuviera dos hijos yo os quitara

todo el cuidado. La mitad que puedo

os ofrezco en don Pedro.

Florencio:

Y yo estimara

mi buena dicha a que obligado quedo.

Emiliano:

Aunque fuera razón que os visitara

por las obligaciones en que excedo

a los demás amigos, este día

propio interés es la visita mía.

¿Conocéis a mi hijo?

Florencio:

No le he visto,

que yo me acuerde.

Emiliano:

Llega, Pedro, y besa

las manos a Florencio.

Don Pedro:

Si hoy conquisto

con vuestro justo amor tan alta empresa,

de todas las estrellas soy bien quisto.

Emiliano:

Es mozo que valor y honor profesa.

Florencio:

Es vuestro hijo, que con esto siento

lo más de su valor y entendimiento.

Don Pedro:

Soy vuestro servidor, que de este nombre

mi padre, yo y mi casa nos honramos.

Emiliano:

Es Pedro muy cortés y gentilhombre.

Ejemplo allá de su quietud sacamos.

Cuerdo en las paces y en las armas, hombre.

Pero si con Violante le casamos

a quien inclinación notable muestra,

mucho se ha de aumentar la amistad nuestra.

Florencio:

Yo, puesto que soy padre, Emiliano,

y he de ganar en cambio semejante,

no puedo dar el sí, palabra y mano

hasta saber el gusto de Violante.

Yo pienso que estará seguro y llano,

por lo menos en viéndole delante;

que las doncellas son de buen contento

y en don Pedro hay valor y entendimiento.

Ellas han ido al campo esta mañana

a tomar el acero provechoso,

que anda quebrada de color Luciana.

Aguardar ocasión será forzoso.

Emiliano:

Tanto don Pedro en merecerla gana,

que esperara mil siglos codicioso;

cuanto y más a que venga del acero.

Don Pedro:

Más ha de un año que este bien espero.

Emiliano:

¿Pensáis que es Pedro como algunos mozos

del uso deste tiempo sin consejos,

que apenas tienen los primeros bozos

y ya deenfermedad parecen viejos?

No es robador de los ajenos gozos,

ni de sí le enamoran sus espejos;

no es fábula y chacota de las damas,

ni historiador de las ajenas famas;

no presume saber lo que no sabe,

ni está en las partes públicas inquieto;

sello en el alma y en la boca llave

le ha puesto un proceder cuerdo y discreto;

con los amigos es blando y suave;

publica el bien y tiene el mal secreto;

huye de necios y venera sabios.

Florencio:

Basta que sepa reprimir los labios.

Emiliano:

Estudió; su poquito latín sabe.

Florencio:

Bien hacéis en loar lo que habéis hecho.

Don Pedro:

Soy desigual a pretensión tan grave,

mas supla el alma lo que falta al pecho.

Emiliano:

El amor bien permite que le alabe,

y más cuando pretendo su provecho.

Florencio:

Vamos a entretenernos entretanto.

Don Pedro:

Justo es.(Mi amor socorro, cielo santo).

(Éntrense, y salgan Claridán, Teodoro y Martes)

Claridán:

Entretanto que esperamos

preguntadle cómo huyó.

Teodoro:

No me atrevo.

Claridán:

¿Por qué no?

Mientras, en el campo estamos.

Teodoro:

Martes, dice Claridán

que no sois Marte en la espada

y que en tomar la posada

sois más cierto que galán,

pues dejándoos en la esquina

temblando en casa os halló.

Martes:

Eso me merezco yo

por no haber sido gallina,

que si no fuera por mí

le hubieran hecho pedazos

a puros pistoletazos.

Teodoro:

¡Válgame Dios! ¿Cómo así?

Martes:

Diez hombres contra él venían.

Los once eran montanteros,

y los trece rodeleros,

sin cuatro o seis que traían

ricas pistolas francesas.

Salgo al paso y en el puente,

como el romano valiente,

a puras puntas espesas

los detengo y hago huir.

Sígolos, derribo, mato,

y como es justo el recato

y temer hombre el morir

a manos de la justicia,

en casa quise esconderme

y escondido defenderme

de la escribanil codicia.

Teodoro:

¡Pues cómo! ¿Nadie os hirió

con tanta espada y pistola?

Martes:

Luego fue una herida sola.

Teodoro:

Pues, ¿quién tan presto os curó?

Martes:

Hay lindos ensalmadores

que, con sólo hablar en griego,

zurcen como paño luego

los desgarrones mayores.

¿No los has visto ensalmar?

Teodoro:

¿Y vienen de Grecia?

Martes:

No,

que acá lo aprenden. Y yo

lo quiero ahora estudiar.

Sabré que se llama el pan

"panarra" y "vinore" el vino

Claridán:

¡Dejad ese desatino!

Teodoro:

¡Por vida de Claridán

que huelgo deste borracho!

Claridán:

Violante y Luciana vienen.

Teodoro:

¡Nuevo olor las flores tienen!

Martes:

No dijera más un macho.

Teodoro:

¡Calla bestia!

Martes:

Callaré.

(Violante, Luciana, Lope e Inés)

Violante:

Ellos son, Luciana.

Luciana:

Ya.

Sé que Teodoro aquí está

porque al llegar me turbé.

Claridán:

Convidar con lo que es prado

a las que son primaveras

no será justo. En riveras

que habéis honrado y pisado,

vuestra es el agua, y las flores

y las sombras vuestras son.

Martes:

(Extremada introducción

para un libro de pastores).

Violante:

Los campos mejor serán

para los mayos y abriles,

que en vuestros talles gentiles

entrambos meses están.

Tomad, si queréis, asientos,

que a fe que estamos cansadas.

Teodoro:

Con el silencio me agradas.

¿No te da el verme contento?

Luciana:

Amor lo sabe, Teodoro,

pero suspensa en mirarte,

no he dado ala lengua parte;

sólo en los ojos te adoro.

Teodoro:

¡Árboles, dadme licencia

que en vuestra corteza escriba,

por que crezca y por que viva

esta palabra en mi ausencia!

¿Cuándo en sus bosques Medoro,

no con tan dichosa estrella,

puso por su amada bella:

"sólo en los ojos te adoro"?

Luciana:

Dejad la daga, que ya

son esas muchas finezas;

ni escribáis en las cortezas

la que en las almas está.

Pagar amor es amor.

Claridán:

¿Qué dices de esto, Violante?

Violante:

Que es pintor un tibio amante

que en lejos pone el favor.

Claridán:

También yo me suspendí.

Lope:

Y ella cómo calla. Hermana

de Inés se ha vuelto semana,

que tiene el Martes aquí.

No puede esperar buen pago

de este amor una mujer,

pues que se deja querer

de un Martes, que es hombre aciago.

Y si en tal día casarse

es negocio tan cruel,

de quien se casa con él,

¿qué dicha puede esperarse?

Inés:

Seó Lope tráteme bien,

que aunque no tomo el acero,

tengo aceros con que espero

matarle a puro desdén.

¿De qué sabe el muy lacayo

que de Martes soy devota?

Lope:

¡De eso poco se alborota!

Inés:

En viendo celos desmayo.

Martes:

¿Llámame vuesa merced?

Inés:

No señor.

Martes:

No sé que oí

de Martes. Soylo, y así

vine a que me hagáis merced.

Lope:

Vuesa merced se retire

que esto corre por mi cuenta.

Martes:

Si de eso Inés se contenta

ni aun quiera amor que la mire.

Inés:

Señores, el pretender

sea pleito de señores,

porque mientras son mayores

más juntos suelen comer.

Estén en conversación.

Las mujeres son jardín:

todos las ven pero, en fin,

goza el fruto de quien son.

Martes:

¡Bien dicho!

Lope:

(Para él será

bien dicho).

Teodoro:

¡Ay, bella Luciana,

cómo mi esperanza vana

se va declarando ya!

Pues, ¿sabéis lo que ha pasado

y lo que el conde os adora?

¡Mas con el Señor, señora,

competirá su criado!

¡Por fuerza me ha de rendir

o el conde me ha de matar!

Y aunque es poco aventurar

vida que osa de servir,

debo sentir el perderos.

Luciana:

No podrá el conde ni el mundo,

que amor que en el alma fundo

tiene inmortales aceros.

¿Qué cosa, amando mujer,

le ha sido dificultosa?

Teodoro:

No podrá un alma celosa

vivir, sufrir y querer.

Martes:

Señor, advierte que viene

el conde.

Claridán:

¡El conde!

Teodoro:

Verdad.

Suyo es el coche.

Violante:

Esperad,

que menos peligro tiene

pues mil disculpas habrá.

Y si os ha visto el huir

le dará bien que sentir,

pues ama y celoso está.

Teodoro:

¡Nunca tuve más ventura!

Martes:

Él se apea.

(Entra el conde)

Teodoro:

Ya me matan

celos.

Conde:

Un lienzo retratan

de Flandes brava pintura:

aquí hay árboles, galanes,

damas, flores, prado ameno,

montes lejos, fuentes... ¡bueno!

Claridán:

Cuando a las selvas te allanes

sus flores te dan alfombras.

Conde:

Bellas damas...

Luciana:

Gran Señor...

Teodoro:

Y si da el amor calor,

árboles ofrecen sombras.

Conde:

Teodoro, ¿tú estás acá?

Teodoro:

A Claridán acompaño

porque no le venga daño

si alguno celoso está.

Conde:

¿Cómo os va de acero?

Luciana:

Bien.

Conde:

Parece que el pecho armáis

después que acero tomáis.

¿Sólo es de amor el desdén?

Luciana:

Nunca señor me he preciado

de cruel ni desdeñosa,

aunque no hesido piadosa.

Conde:

Yo sé que me habéis mirado

con deseos de crueldad.

Luciana:

Fuera yo muy descortés;

que estimar amor no es

contrario a la honestidad,

y amor de vueseñoría

no merece ingratitud.

Teodoro:

(¡Qué temeraria inquietud

amor en mi pecho cría!)

Conde:

Si fuese verdad, señora,

serviros con esta vida

es poco.

Luciana:

De ser querida

no puede pesarme ahora,

sino de verme tan falta

como al fin, pobre mujer,

para poder merecer

una esperanza tan alta.

Teodoro:

Yo he de perder el juicio

si aquesto pasa adelante.

¡Ataja, por Dios, Violante,

de amor el primero indicio

o verásme hacer locuras!

[...]

Violante:

Estamos, Señor, de modo

y aquí, tan poco seguras

de los que nos pueden ver,

que pues allá habrá lugar

para que podáis hablar,

con vos me quiero atrever

y pediros que licencia

nos deis de que nos entremos

en esta huerta, que hacemos

de casa también ausencia

y sin esto, Claridán

un almuerzo nos previno,

que nos topó en el camino

y quiso andar tan galán.

Perdone vueseñoría

si este es grande atrevimiento.

Conde:

No lo haber sabido siento

y me he corrido a fe mía.

No me hubieras avisado,

Claridán, por que mandara

que a estas damas regalara

quien tiene allá mi cuidado.

Ahora bien, id en buenhora

y vosotros a servillas,

que yo por estas orillas

que esmalta de flores flora

quiero a la villa volverme.

Luciana:

Prospere tu vida el cielo.

(Entranse. Queda solo el conde)

Conde:

Acerca el coche, Riselo.

Antes pretendo esconderme,

pues estos árboles son

tan propios para ocultarme

que para desengañarme

es esta grande ocasión.

A Teodoro vi impaciente;

sí, quiere a Luciana bien,

que dos celosos tan bien

conócense fácilmente.

Estos, en fin, son criados

y, entre ellos, a la amistad

guardan más firme lealtad

que a la que están obligados.

Yo adoro en esta mujer.

Si ella se inclina a Teodoro

necio seré si la adoro,

pudiendo no la querer.

Árboles, no como Eneas,

os pido que me ocultéis,

pues que celos no daréis

a vuestras verdes oreas.

Sólo quiero averiguar.

Celos, prestadme favor,

pues tantos bienes de amor

sabéis cubrir y callar.

(Escóndase y salgan Teodoro y Luciana teniéndole de la capa)

Luciana:

¡Hiciera por dicha un loco

a mi honor tanto desprecio!

Vuelve, Teodoro, a sentarte.

Vuelve por Dios al almuerzo.

Ea, que muy necio estás.

Teodoro:

Confieso que estoy muy necio,

pues voy huyendo de ti

y vivir sin ti no puedo.

Mas, ¡ay, Luciana! ¿Qué haré?

¿Con quién tomaré consejo

que me defienda de mí,

cuando yo propio me ofendo?

Luciana:

Vuelve, no seas cansado.

Come, no seas grosero.

Mira que se hace tarde

y que es ya fuerza volvernos.

Teodoro:

¿Que coma dices, Luciana?

¡Antes comeré veneno!

¡Antes perderé la vida

y mil vidas!

Conde:

¡Bueno es esto!

¿Cuándo quien se puso a oír,

sus sospechas oyó menos?

Luciana:

Mira que estás enojado

sin causa.

Teodoro:

Yo lo confieso,

mas no puedo más conmigo,

que con los celos me has muerto

del conde, señor al fin,

rico, gallardo y mi dueño.

Luciana:

¡Oh, mal fuego queme al conde!

Conde:

No es malo que sea mal fuego,

porque si buenfuego fuera

abrasárame más presto.

Luciana:

¿Qué querías tú que hiciese

con un señor y, tras esto,

señor tuyo? ¿Era mejor

que a tanto comedimiento

respondiera descortés?

Pues con los hombres del pueblo

y aun con la gente más vil

no se sufriera hacer eso.

Yo, Teodoro, soy quien soy,

y si te escucho y te quiero

es porque tengo esperanza

del tratado casamiento.

Pero el conde no pretende

con ese fin, y yo tengo

muchos fines que mirar,

que es muy principal Florencio

y no le seré yo ingrata,

pues el amor que le debo

bastaba aun no siendo padre,

cuanto más, padre y tan bueno.

Conde:

¡Buena va mi pretensión!

¡Bien asegurado quedo!

¡Estos son buenos criados!

Teodoro:

¿Ves cuanto me estás diciendo?

Pues no es posible templarse

la cólera de mis celos.

Luciana:

Pues, ¿que te haré yo, Teodoro?

Teodoro:

Darme, pues me ves muriendo,

palabra de aborrecer

al conde con juramento.

Di que jamás le darás,

Luciana, puerta en tu pecho;

que rasgarás sus papeles,

que no escucharás sus ruegos,

que de sus ricos presentes

harás burla y menosprecio.

Dime que tiene mal talle,

mal proporcionado cuerpo

y si quisieras hacer

comparación de algún feo,

sea con el conde.

Luciana:

¡Basta!

Conde:

Eso será si yo quiero,

que con tan bajos partidos

no podré hacer el asiento.

Ved lo que pasa en el mundo

estando amor de por medio.

¡Bien solicita mi causa

Teodoro! ¡Muy bien ha hecho

oficio de buen criado!

En obligación le quedo...

Luciana:

Digo, Teodoro, que juro...

Teodoro:

¡Di por tus ojos!

Luciana:

... por ellos,

de a Próspero, tu Señor,

aborrecer por extremo;

de no admitir papel suyo

y de no escuchar sus ruegos;

de despreciar sus regalos,

comparar con él los feos

y de decir mal de su talle.

¿Vendrás a almorzar con esto?

Teodoro:

Vendré a servirte animoso

y de esa fe satisfecho,

por la cual juro de amarte

mil años después de muerto,

ser tu esposo y con fervor

mientras puedo merecerlo,

los pensamientos más castos,

los deseos más honestos

de no mirar hermosura

si no fuera con desprecio,

ni a gusto ajeno ninguno

levantar el pensamiento.

Si viere una frente hermosa

con cabello rubio o negro,

diré: todo aquesto es sombra

de tu frente y tus cabellos.

Si viere unos verdes ojos,

negros, rasgados o enteros,

azules, zarcos o garzos,

diré luego: todos estos

son esclavos de Luciana,

que son sus ojos más bellos,

su boca y labios de rosa.

Diré...

Luciana:

¡Detente! Que creo

que sin almuerzo nos vamos.

Teodoro:

Perdona si soy molesto,

que corre postas amor

cuando corre sobre celos.

(Éntrense los dos)

Conde:

¡Pues yo juro, no a los ojos,

tan ingratos y soberbios,

de la más necia mujer,

sino a los del amor ciego,

no de procurar venganza

con declarados intentos,

que no está bien a mi honor

por ser mis criados estos,

sino de buscar cautelas

con tan sutiles enredos,

disimulando el agravio

que todos cuatro me han hecho,

que me vengan a las manos!

Y será, por dicha, a tiempo

que, pidiéndome piedad,

no hallen piedad en mi pecho.

Que yo matara aTeodoro

por cosa cierta lo tengo

si me dejara vencer

de tan bajo pensamiento.

Y al traidor de Claridán

pusiera en tan fuerte aprieto

que aprendieran los que sirven

a guardar lealtad al dueño.

Mas viendo que esto es amor

y considerando luego

que se han criado en mi casa,

quiero, a fuerza del ingenio,

ser traidor al que es traidor,

lisonjero al lisonjero,

desleal al desleal.

Tal causa, tales efetos.

No me engañarán los cuatro

por mucho que sepan desto,

porque engañar al que avisa,

¿cómo es posible si es cuerdo?

(Fin del primero acto)

2ª Jornada

Personajes

Teodoro

Claridán

Lope

Inés

Luciana

Violante

Emiliano

Don Pedro

Florencio

El Conde Próspero

Riselo

Dos turcos

Salen Teodoro y Claridán

Teodoro:

¿Y cómo ha tomado el conde

hallarnos juntos allí?

Claridán:

No sé qué siente de ti.

Suspéndese y no responde.

Teodoro:

No debe de imaginar

que Luciana favorece

mi amor.

Claridán:

Antes me parece

que ha recibido pesar.

Teodoro:

Pues en caso que lo entienda,

¿qué remedio?

Claridán:

Algún engaño

con que cuando entienda el daño

en ningún modo te ofenda.

Teodoro:

Sí, pero puede ofender

eso a la fidelidad,

correspondencia y verdad

que al dueño se ha de tener.

Claridán:

No, Teodoro, pues primero

fuiste que el conde en querella

y es tu amor para con ella

legítimo y verdadero;

que en fin será tu mujer

y él su deshonra pretende,

y así tu amor la defiende

de quien la quiere ofender.

Teodoro:

Luego no será traición

que se defienda Luciana.

Claridán:

Antes virtud, pues es vana

y loca su pretensión.

Teodoro:

Jurado tiene a sus ojos

que ha de aborrecer su talle,

y en la ventana y la calle

recibir, viéndole, enojos,

y compararla con él

cuando haya una cosa fea.

Claridán:

Pues como ella firme sea

hará mil lances en él.

Teodoro:

Las mujeres, Claridán,

quieren más a sus iguales,

que de prendas desiguales

menos seguras están.

Amor no se corresponde

bien de menor a mayor,

que vuelve atrás el amor...

Claridán:

Habla bajo.

Teodoro:

¿Cómo?

Claridán:

El conde.

(Entra el conde)

Conde:

Ponte luego de camino,

Teodoro, así Dios te guarde,

que has de partirte esta tarde

porque el marqués, mi sobrino,

me ha dicho que está indispuesto;

a quien has de visitar

con esta, y dile el pesar

y cuidado en que me ha puesto,

y que si adelante pasa

iré en persona.

Teodoro:

La mía

no está muy buena, y podría

un gentilhombre de casa

ir mejor este camino

sin faltar a tus papeles.

Conde:

Discúlpaste como sueles.

Las cosas de mi sobrino

sólo las fío de ti,

a quien él sabe que tengo

inclinación.

Teodoro:

Ya prevengo

partirme.

Conde:

Oblígame así,

y mira que ha de ser luego.

Teodoro:

Luego que me den recado.

Conde:

(Piensan que me han engañado

y llevo entendido el juego;

¡vive Dios, que ha de salir

hoy de la corte Teodoro!)

(Vase el conde)

Teodoro:

Bien los engaños mejoró

que pensaba prevenir.

¿Qué te parece?

Claridán:

No sé.

Mas no se puede excusar.

Teodoro:

Si de aquí me quiere echar,

poderosa industria fue

y aprovecharse, en efeto,

de ser dueño.

Claridán:

¿En quince días

piensan sus locas porfías,

con engañado conceto,

que han de rendir a Luciana?

Ríete de esa invención.

Teodoro:

Claridán, mujeres son:

lo que no es hoy es mañana.

Pordicha en los quince días,

viendo al conde y no a Teodoro,

podrá él asistir y el oro

dar premio a injustas porfías.

Dejónos la antigüedad

gran ejemplo en Atalanta,

cuya codicia fue tanta

que venció su honestidad;

pues si tres manzanas de oro

para los que huyendo van,

con quien no corre, ¿qué harán

tantas libras de tesoro?

Claridán:

Siempre es el miedo villano.

Teodoro:

¿Puedo amar sin tener celos?

Claridán:

Deja esos locos desvelos

que el temor te ofrece en vano

y fía de la virtud

de Luciana.

Teodoro:

Verla quiero

antes de partirme.

Claridán:

Espero

con mucho gusto y salud

verte volver a sus brazos.

Teodoro:

Luego verás cómo intento

mi casamiento.

Claridán:

Esos siento

que son los mejores lazos.

Y hasta ese punto, silencio.

Teodoro:

Luciana es rica. Si el conde

me falta, amor me responde

que tengo dueño en Florencio.

(Entren Luciana e Inés, su criada)

Luciana:

Por el conde no me atrevo

a salir al campo ya.

Inés:

Si tan abrasado está,

será de sus ansias cebo,

y así tengo por mejor

que no tomes el acero.

Luciana:

Perder esos ratos quiero

por no despertar su amor.

Juréle a Teodoro, Inés,

no tomar papel del conde

y lo contrario responde

a nuestro propio interés;

porque si yo trato mal

al conde, ha de ver que ha sido

causa Teodoro y, ofendido,

tomará venganza igual,

que los hombres no reparan,

con celosos accidentes,

en muchos inconvenientes.

Inés:

Todos esos celos paran

en que no tomes papeles.

¿Y con secreto podrás?

Luciana:

¿Y el juramento?

Inés:

Eso más.

Mas oye y no te desveles:

¿señalástele la mano

con que habías de tomar

el papel?

Luciana:

No.

Inés:

Pues lugar

te queda seguro y llano,

y aun por si no se te acuerda

el juramento que hiciste,

si la derecha dijiste

le tomaras con la izquierda.

Ríome yo que en ausencia

traten verdad los amantes,

que firmezas semejantes

son finas impertinencias.

Cuando dice una mujer:

"no comeré de pesar",

diez veces ha de almorzar,

porque almorzar no es comer.

Si dice que no ha dormido,

vestida se ha de entender,

que claro está que ha de ser

quitado todo el vestido.

Y cuando dice: "sin veros,

todas las cosas me ofenden",

se entiende que no se entienden

galas, hombres y dineros.

Si dice, jura y porfía:

"toda mi vida he de ser

vuestra esclava", es de entender

que es toda la vida un día.

Hay religión que no puede

- mira qué ejemplo te doy -

hacer que el sustento de hoy

para mañana se quede.

Y en la del amor tirana,

era yo de parecer

que no dejase mujer

hombre de hoy para mañana.

Luciana:

Bien pienso, Inés, que te burlas

y que no hablas de veras.

Inés:

Todas estas son quimeras

y hablar contigo de burlas,

que bien sé que habiendo honor

se ha de profesar verdad,

firmeza y honestidad

hasta que pare el amor

en el matrimonio santo.

Luciana:

¡Es Teodoro!

Inés:

El mismo es.

Luciana:

Pues, ¿cómo se ha entrado, Inés?

Inés:

Porque celos pueden tanto.

(Teodoro, triste)

Teodoro:

Habiéndome de partir

adonde el conde celoso

me envía, ha sido forzoso

el despedir yel morir.

Con esto me ha dado amor

licencia y atrevimiento.

Luciana:

Teodoro, el dolor que siento

bien disculpa tu dolor.

¿Adónde el conde te envía?

Teodoro:

Yo no sé si es invención

o le obliga la ocasión,

pues en este mismo día

voy a ver a su sobrino

con esta carta.

Luciana:

¿Hasla abierto?

Teodoro:

¿Yo abierto?

Luciana:

De celos, cierto.

¿Te parece desatino?

No lleva cubierta.

Teodoro:

Sí.

Luciana:

Pues echarle otra cubierta.

Teodoro:

Esa es traición descubierta

y poca lealtad en mí.

Luciana:

Amando, hay breve de amor

para toda deslealtad.

¿No ves que la voluntad

jamás permite señor

y que todos los desprecia?

Que sólo hay un duque en ella

y es elegido por ella

como Génova o Venecia.

¡Rompe la cubierta!

Teodoro:

Ya.

De la cáscara salió.

Luciana:

Lee, o leeréla yo.

Teodoro:

Así dice...

Luciana:

Sí, dirá:

(Lea)

"Sobrino:

A mí me importa la vida que con los mayores engaños que sean posibles me entretengáis a Teodoro, mi secretario, seis o siete meses en vuestra casa, que en cierta pretensión mía me da disgusto, y por no matarle me ha parecido este el más seguro remedio. Cosas son estas que sólo de vuestro ingenio y sangre las fiara.

Dios os guarde".

Luciana:

¿Qué te parece?

Teodoro:

¡Estoy loco!

Luciana:

¿Parécete que mujeres

somos algo?

Teodoro:

¡Única eres!

Luciana:

Pues cuanto he pensado es poco

si no remedio este daño.

Teodoro:

Pues, ¿aquí hay remedio?

Luciana:

Sí.

Teodoro:

¿Remedio...?

Luciana:

Espérame aquí,

verás un notable engaño.

(Éntrase)

Teodoro:

Platón supo muy bien filosofía;

económica supo Jenofonte;

historia Livio; amor Anacreonte;

Plutarco la moral sabiduría;

bien supo Tolomeo geografía,

y Colón el antártico horizonte;

Ovidio la amistad; Virgilio el monte,

y Horacio supo lírica poesía;

Homero supo bien la competencia;

Arnaldo cómo el oro se acrisola

y le produce química experiencia;

pintura supo Zeuxis y enseñóla.

Pero si el arte de engañar es ciencia,

el arte de engañar, Luciana sola.

(Lope entre)

Lope:

¡Qué bien pareces en casa,

Teodoro, qué bien pareces!

Teodoro:

Templanza con verte ofreces,

Lope, al fuego que me abrasa,

y así quiero que te acuerdes

que te tengo de servir.

Lope:

Para ser Guadalquivir

te faltan los ramos verdes.

¡Qué bien pareces!

Teodoro:

Sospecho

que si las galeras blancas

adornan sus ondas francas

también las traigo en mi pecho.

Lope:

Pues, ¿cómo en casa y forzado?

Teodoro:

Aquí por mi gusto estoy;

forzado a un camino voy.

(Entra Luciana)

Luciana:

Lope...

Lope:

Señora...

Luciana:

Cuidado

en dar aqueste papel.

Teodoro:

¿A quién escribes?

Luciana:

Al conde.

Teodoro:

¿Tú al conde?

Luciana:

En lo que responde

sabrás qué trato con él.

Teodoro:

Puesto me has en más cuidado...

Luciana:

Camina, Lope.

Lope:

Yo voy.

(Vase Lope)

Teodoro:

Suspenso señora estoy.

Luciana:

Tu partida he remediado.

Teodoro:

Tú me has de echar a perder...

Luciana:

Calla, Teodoro, no estés triste.

Tú has de fingir que partiste

y en casa te has de esconder.

Teodoro:

¿En tu casa? ¿De qué modo?

Luciana:

Mi padre mismo ha de ser,

Teodoro, quien te ha de esconder.

Teodoro:

¡Tú quieres perderlo todo!

Luciana:

Tú verás una invención

que admire tu entendimiento.

Teodoro:

En ella vamos con tiento,

porque peligrosas son.

Cuéntame aquí lo que intentas.

(Salen Claridán y Violante)

Violante:

Sólo el estar de por medio

el conde impide el remedio.

Claridán:

En mostrándoos descontentas

verás que amaina el amor

del conde todaslas velas;

que al amor sirve de espuelas

la esperanza del favor.

Bien es verdad que en la ausencia

de Teodoro ha de intentar

rendirla.

Violante:

No ha de bastar

del conde la diligencia

porque aquí no pasa el oro;

que somos gente de bien.

Claridán:

Grandes milagros se ven...

(Se aparece)

Teodoro:

¡Bien, por vida de Teodoro!

Luciana:

¿No es lindo enredo?

Teodoro:

¡Extremado!

Luciana:

Pues ven conmigo.

Teodoro:

¿Y seguro?

Luciana:

De nuevo, Teodoro, juro

lo mismo que te he jurado.

(Vanse los dos)

Claridán:

¿Quién estaba aquí?

Violante:

Mi hermana,

y pienso que con Teodoro.

Claridán:

Habrá habido eterno lloro

al despedir de Luciana.

De vergüenza se entrarían.

Violante:

¡Ay, Claridán, nadie quiera

que se ausente!

Claridán:

Antes quisiera

la muerte.

Violante:

¿Qué se dirían

de concetos mal formados?

Claridán:

¡Cómo! ¿Eso enseña el amor?

Violante:

Mi padre y todo el rigor

de ciertos novios cansados.

Claridán:

Aquí me escondo.

Violante:

Y es bien.

En los amorosos daños,

ausencias hacen engaños

y celos causan desdén.

(Entran Florencio, Emiliano y don Pedro)

Florencio:

Aquí Violante está, y así quisiera,

para poderla hablar más libremente,

que los dos esperárades afuera.

Emiliano:

Don Pedro esperará más obediente,

que yo tengo quehacer.

Florencio:

Guárdeos el cielo.

Don Pedro:

Aquí estaré, señor, secretamente.

Florencio:

Hija, ya vuestra edad me da recelo.

Ayer traté con vos, aunque no claro,

lo que en vuestro remedio me desvelo.

No siempre en mí tendréis seguro amparo.

El hombre que os propuse es getilhombre

y rico, aunque yo en esto no reparo.

Emiliano es de su padre el nombre;

él se llama don Pedro y a mi gusto

no se pudiera hacer de cera un hombre

que a vuestra calidad viniera al justo

como este que os propongo.

Violante:

Señor mío,

humilde estoy de vuestro justo gusto,

y así en él vuestro pongo mi albedrío;

sólo os suplico que a ese caballero

le hable yo a solas.

Florencio:

De tu ingenio fío

que examinarle intentarás primero.

Violante:

Si compran un caballo y le pasean

para ver si es pesado o si es ligero,

si los pies, si las manos le rodean,

si los dientes le miran, ¿no es más justo

que las mujeres lo que compran vean?

Florencio:

Y es gran razón de que le veas a gusto.

¡Señor don Pedro!

(Sale don Pedro)

Violante

(¿Aquí tan cerca estaba?)

Don Pedro:

(En mi vida he tenido tal disgusto.

Escondíme entretanto que la hablaba,

y otro novio también hallé escondido

que la mano en la daga me miraba.

Yo, en la misma, también descolorido,

no menos le he mirado y de esta suerte

dos hombres de reloj habemos sido.

Quiera el amor que en la campana acierte.)

Florencio:

Señor don Pedro, hablad con mi Violante,

que su contento y elección me advierte.

Don Pedro:

Grande merced.

Florencio:

No quiero estar delante.

¿Tendrá vuesamerced a atrevimiento

querer hablarle en tiempo semejante?

Don Pedro:

Alabo vuestro raro entendimiento,

porque requiere examen riguroso

el que llega a oficial de casamiento.

Violante

Vuesamerced, según el talle airoso,

sano debe de estar.

Don Pedro:

Cuando eso importe

veráme algún albéitar cuidadoso.

Violante

No es poco para mozo de la corte.

¿Eshombre de esto de ángulos de esgrima?

Trae daga a lo pendiente y sólo un corte...

Don Pedro:

Si se ofrece, la cólera me anima.

Violante

¿Acostumbra ser lámpara del pecho

con una cadenita y otra encima?

Don Pedro:

Vestir suelo galán.

Violante

¿Nunca le han hecho

para con la sotana lo que llaman

manteo de color? ¿Cálzase estrecho?

¿Va muchas veces donde no le llaman?

¿Suele hablar con vocablos exquisitos

o con aquellos que los niños maman?

¿Pone "salud y vida" en sobreescritos

y suele hablar adonde callan todos,

y en los corrillos públicos a gritos?

¿Desciende de los griegos o los godos?

Don Pedro:

(¡Por Dios que para novia no muy santa,

que me examina por extraños modos!)

Pero escuche también, pues se adelanta,

y dígame si acaso de difuntos

como de vivos su merced se espanta;

si calza pocos o si muchos puntos,

y si suele detrás de los tapices

tener en ocasión dos novios juntos,

cual suelen presentarse las perdices.

Si se viste silicios y pañazos

de pitos azulados y matices;

si descubre juanetes en los brazos

por llamar como a niñas con muñecas

a los hombres que dan en tales lazos;

si tiene blandas o respuestas secas;

si es amiga de coches o de toros

más que de las almohadas y las ruecas.

Violante

¿Tiene más que decir, caballo de oros?

Don Pedro:

Sí dijera, a no estar enamorado,

que vierto vivas llamas por los poros.

Violante

¡Por los poros, vocablo licenciado!

Ahora bien, ¿cómo queda este concierto?

Don Pedro:

Que quedo despedido y agraviado.

Pero por estas burlas, que es lo cierto

me habéis de hacer merced en cierta cosa.

Violante

Que os serviré creed si en ello acierto.

Don Pedro:

Yo os amo por discreta y por hermosa,

y desenamorarme de repente

me parece lección dificultosa

por Dios de procurarlo diligente,

pero entretanto me daréis licencia

que en una silla aquí tal vez me siente.

Violante

Vuestro estilo cortés, vuestra paciencia,

me obligan a tenerla de serviros,

mas nunca amor se cura con presencia.

Don Pedro:

Yo haré mi diligencia con oíros.

Violante

Y yo os diré por desenamoraros

lo que pueda bastar a persuadiros.

Don Pedro:

Pues ya con esto será bien dejaros,

porque en estos tapices hay figura

que se puede enfadar de verme hablaros.

Violante

¡Un santo os haga Dios!

Don Pedro:

¡Bendición pura!

De novio de este tiempo el cielo os guarde.

(Vase don Pedro y sale Claridán)

Claridán:

Necia has estado.

Violante

Sí, pero segura.

Claridán:

¿De qué ha servido ahora hacer alarde

de tantos desatinos?

Violante

Pretendía

hacer que este mancebo se acobarde,

que los que riñen mal el primer día

para toda la vida se acobardan.

Claridán:

Licencia de volver no fue osadía.

Violante

Cuando firmeza las mujeres guardan

no temas desiguales competencias.

Claridán:

Amo y temo.

Violante

Luciana y Teodoro tardan.

Vamos, consolaremos sus ausencias.

Claridán:

Milagro fue que no matase este hombre.

Violante

Claridán, ya no es tiempo de pendencias.

Quien tiene más prudencia, ese es máshombre.

(Salen el conde, Riselo y criados y Lope con la carta)

Lope:

Buscaba a vueseñoría

con buena nueva y bien cierta

en su casa, y a la puerta

le vengo a hallar de la mía.

Este papel de Luciana

buenas albricias merece.

Conde:

Por quien le da y quien le ofrece

id Lope a casa mañana,

donde os darán un vestido

y cien escudos con él.

Lope:

¡Libranza ha sido el papel,

buen correspondiente ha sido!

¿A letra vista aceptaste?

Conde:

Aún no ha sido a letra vista.

Lope:

Lee pues...

Conde:

Hoy mi conquista,

dulce amor, aseguraste.

(Lee)

"Y yo he dado traza cómo vueseñoría pueda visitarme en mi casa siempre que tuviere gusto, y el modo es este: un hermano de una amiga mía, que se llama don Pedro, ha dado unas heridas a un competidor suyo; vueseñoría ha de hablar a mi padre y, diciendo que es su deudo, rogarle que le tenga en su casa escondido hasta ver si el hombre muere, con cuya ocasión podrá entrar a visitarle y a verme. Dios os guarde".

¿Hay más gallarda invención?

¿Hay cosa más bien trazada?

¡Mi dicha está declarada,

cierta es ya la posesión!

¡Oh, qué bien hice en echar

a Teodoro de Madrid!

¡Hola! Preguntad, decid

si a Florencio puedo hablar.

Lope:

Yo le iré a llamar, Señor,

como que me has avisado.

Conde:

Ya con venir sea excusado,

hoy me favorece amor.

(Entra Florencio)

Lope:

Señor, a hablarte viene el conde Próspero.

Florencio:

Pues, ¿qué me manda a mí Su Señoría,

en esta casa gran Señor? ¿Qué honra,

qué merced es aquesta?

Conde:

La noticia

que de vuestro valor y entendimiento

me ha dado la opinión que justamente

tenéis, Florencio, a hablaros me ha traído.

Conmigo os retirad.

Florencio:

Si de provecho

fuere para serviros, desde ahora

casa y hacienda ofrezco.

Conde:

Confiado

en lo que he dicho y siéndome forzoso

valerme de un hidalgo en cierto caso,

Florencio, a todos quise preferiros.

Florencio:

De nuevo me obligáis para serviros.

Conde:

Don Pedro, un caballero de mi casa,

no menos que mi primo, anoche tuvo

en una calle ciertas cuchilladas,

que entre mozos no huelgan las espadas.

Queríale esconder de la justicia

en tanto que descansa la malicia

de sus competidores, y he pensado

que estará en vuestra casa bien guardado,

que es grande, con jardín y algo apartada.

¿Podeisme hacer esta merced?

Florencio:

Quisiera

que esta casilla alguna alcázar fuera,

para que fuera digno el aposento

de un hombre de su igual merecimiento.

Venga mil veces en buena hora, y crea

que con la voluntad servido sea

cuando las fuerzas falten al deseo.

Conde

Muy obligado voy. Y porque es justo

remitir a las obras lo que os debo

ellas darán, Florencio, el testimonio.

Florencio:

Enviadle luego.

Conde:

Haré que venga al punto.

Guárdeos el cielo.

Florencio:

El mismo, conde ilustre,

prospere vuestra vida largos años;

a ventura he tenido que me mande

el conde alguna cosa.

Lope:

Es un gran príncipe.

Florencio:

Entra, Lope, allamar a mis dos hijas,

que quiero darles cuenta del suceso,

por que en casa se viva con recato.

Lope:

Yo sé muy bien que guardarán silencio;

mas ellas vienen, diles lo que pasa.

(Luciana, Violante e Inés)

Florencio:

Ahora se partió de nuestra casa,

hijas, el conde Próspero.

Violante

¿Tenemos

por dicha casamiento de criado?

Florencio:

Lejos de la verdad, Violante, has dado.

Un hombre quiere que le tenga en casa,

hombre que ni pretende ni se casa;

que es un don Pedro, un primo hermano suyo

que se esconde por ciertas cuchilladas.

Luciana:

¿Y hombres que tratan de teñir espadas

metes en casa tú?

Florencio:

Luciana, advierte

que se ganan amigos de esta suerte,

y que el conde es un príncipe discreto

de quien tiene la corte gran conceto.

¿Fuera bien que esconderse le negara

a un hombre de sus prendas cara a cara?

¿Qué importa que le tenga aquí seis días?

Escondeos vosotras si esto os cansa.

Luciana:

Señor, nadie replica a lo que es justo,

que basta para serlo ser tu gusto.

(Entra Teodoro)

Teodoro:

No sé si me atreva a entrar.

Lope:

Un hombre ha entrado.

Luciana:

¿Quién es?

Teodoro:

Dadme, Señor, esos pies.

Florencio:

Los brazos os quiero dar,

que en el mirar y el recato

conozco que sois el primo

del conde.

Teodoro:

En veros me animo

con tal nobleza y buen trato.

Don Pedro soy aquí, quien manda

venir el conde a serviros.

No tengo más que deciros

de que tras mis pasos anda

el rigor de mis contrarios.

Ya mi vida en vos estriba.

Florencio:

Yo pondré para que viva

los remedios necesarios.

Teodoro:

Señoras, dadme perdón,

que a los hombres retraídos

trae siempre divertidos

el temor de la prisión.

Mal huésped os vengo a ser,

mas no me puedo excusar,

que habiéndome de fiar

lo mejor supe escoger.

Y aunque el delito acobarda,

que me aseguro, os confieso,

de que no puedo ser preso

con dos ángeles de guarda.

Luciana:

Estad seguro, señor,

de que aquí seréis servido,

no como habrá merecido

tan generoso valor,

mas como posible sea.

Florencio:

Prevenid el aposento.

Lope:

Creed que daros contento

toda la casa desea.

Florencio:

Si os agradare el jardín

en él os entretendréis;

si libros también queréis,

que son amigos en fin,

ahí tengo las novelas

del Cintio. ¡Alegraos, que todo

se acaba en bueno o mal modo!

Por dinero o por cautelas

cerraremos bajo y alto

y a todo rigor también;

hay tapias que pueden bien

dar paso a cualquier asalto.

No estéis triste.

Teodoro:

No estuviera

si este villano de amor

celos del competidor

escondido no me diera;

que quiero en efeto bien

a quien me hace andar así.

Florencio:

Como eso pasó por mí

en mi mocedad también,

si quisiéredes salir

y ver de noche quién pasa,

yo tengo gente en mi casa

de quien os podéis servir;

y aun yo, si vuelvo a tomar

la espada me iré con vos.

Teodoro:

Guárdeos muchos años Dios,

que así sabéis animar

a los hombres afligidos.

Yo no he de salir, señor,

que es fuerte el competidor

y llegaraa sus oídos.

Mas mientras dura esta fama

con vos tomaré consejo

para engañar cierto viejo

que es padre de aquesta dama;

que con esto podré vella

y ha de venir a ser mía.

Florencio:

Quien ama con osadía

no tema contraria estrella.

Yo os diré cosas notables

con que a ese padre engañéis,

porque cierto que tenéis,

don Pedro, partes amables.

Aquí pasaréis muy bien

esta fortuna que os corre.

Teodoro:

Si la vuestra me socorre

ya me doy el parabién.

Florencio:

Entraos al jardín en tanto

que se os hace el aposento.

Teodoro:

Yo voy con mucho contento.

(Vase Teodoro)

Florencio:

Hijas, nunca yo me espanto

de aquello por que pasé.

Mozo fui, peligro tuve,

acuchillé, preso estuve;

llegó el tiempo y sosegué.

Este ilustre caballero

habemos de regalar

si me queréis obligar.

Luciana:

Servirle, si gustas, quiero.

Lope:

¿Qué tropel de gente es esta?

Inés:

Dos turcos están aquí

y un paje.

Florencio:

¿Turcos a mí?

Inés:

¿Qué les daré por respuesta?

Florencio:

Que entren. Turcos o quien sea

no nos han de cautivar.

Luciana:

Qué bien lo supe engañar.

Violante

Él mismo tu bien desea.

(Entran Riselo, dos turcos con platos y una cantimplora de plata)

Riselo:

El conde, mi Señor, con gran secreto

me mandó que trujese esta comida,

mas no me dijo para quién.

Florencio:

No era,

señor, esta comida necesaria,

gracias a Dios, que en casa se le diera.

Tomad, Lope, Inés, los platos presto,

pues que su señoría gusta de esto.

Turco:

A la noche volvemos por el "plata".

Guardar "el" cantimplora.

Lope:

¿No trujera

un turco de vosotros siempre el vino?

Turco:

En "Espania" bebemos con tocino.

(Vanse)

Florencio:

Pésame de que el conde no se fie

de nuestra casa en regalar su primo.

Querrá cumplir su obligación en esto,

y poco importa, pues se ha de ir tan presto.

(Entra Claridán)

Claridán:

Con vuestra licencia entré

porque el conde me ha mandado

que dé a don Pedro un recado.

Florencio:

Ahora al jardín se fue

y le llevan la comida.

Claridán:

Camarero soy del conde,

ningún secreto me esconde.

Florencio:

Ni aquí habrá quien os lo impida

pero voyle a hablar primero.

(Vase)

Claridán:

Id en buenhora. ¡Qué cosa

has hecho tan ingeniosa!

¡De risa, por Dios, me muero!

Mas si el conde quiere ver

este don Pedro, ¿qué haremos?

Luciana:

Algún achaque pondremos

que le pueda entretener

mientras los dos nos casamos.

Violante

Quien hizo el primer enredo

hará otros mil...

Luciana:

Cierta quedo

de que seguros estamos,

pero, ¿no ves cómo el conde

piensa que va caminando

Teodoro a quien regalando

él propio en mi casa esconde?

Claridán:

Ya lo estoy viendo, Luciana,

y que, de puro discreto,

ha dado tan loco efeto

a su confianza vana.

Lope viene alborotado.

(Entra Lope)

Lope:

Teodoro y Señor están

a la mesa, Claridán,

que el viejo se ha convidado.

Bien parecen suegro y yerno,

pero advierte que está aquí

don Pedro.

Violante

¿Él? ¿Mi "novio"?

Lope:

¡Sí!

Violante

Y está mi cansancio eterno...

Luciana:

Violante, hablémosle bien,

que en este don Pedro fundo

mi bien.

Violante

Pues enfade al mundo

cómo te importe tan bien.

Vete adentro, Claridán,

que ya es del conde estacasa.

Claridán:

Voy a ver cómo lo pasa

Teodoro.

Lope:

Comiendo están

él y el viejo con mil cuentos,

que el alma que dentro mora

de la fría cantimplora

le ha dado lindos alientos.

(Entra don Pedro)

Don Pedro:

Si te parece, Violante,

que tomo aprisa licencia,

aborrece con paciencia,

que yo soy con ella amante;

que aunque te juré, arrogante,

desenamorarme presto,

no se junta para esto

consejo de aborrecer

tan presto como a querer,

que se halla todo dispuesto.

Presto un hombre se enamora

hasta que se vuelve loco,

pero después, poco a poco

se aparta y desenamora.

Para amar he visto ahora

que, hasta rendir los despojos,

entra un hombre sin enojos

y halla el camino trillado.

Mas para volver mojado,

quizá, en llanto de los ojos,

termino: vengo a pedirte

de otros tres días siquiera

para olvidarte, que fuera

imposible persuadirte

que tengo, por sólo oírte,

Violante, de aborrecerte.

Y apenas sé conocerte,

pues caminando a otra parte

pienso que voy a olvidarte

y debo de ir a quererte.

Otras cosas he mirado,

y aunque me parecen bien,

no tienen aquel desdén

con que de ti voy picado.

Pon, señora, más cuidado

en aborrecerme más;

pero no, que me darás

más ocasión de quererte,

porque para aborrecerte

me has de amar, y no querrás.

Violante

Con qué pensada oración,

don Pedro, me persuades...

Don Pedro:

Pensarse pueden verdades,

y cuantas digo lo son.

Violante

En fin, ¿me pides tres días

para acabar con tu amor?

Don Pedro:

Tienen de perder temor

tus ojos las ansias mías,

que bien sé que no han de ser

tres ni tres mil poderosos.

Violante

Tantos sujetos hermosos

¿no te esfuerzan a querer?

Don Pedro:

Como al hombre que ha comido,

aunque de un príncipe sea,

la mesa no le recrea

ni le despierta el sentido,

así a mí, muerto el deseo,

me dan notables enojos

cómo te llevo en los ojos,

cuántas hermosuras veo.

Violante

Pues don Pedro a mí me importa

que me aborrezcas.

Don Pedro:

Y a mí,

quererte.

Lope:

¡El conde está aquí!

Luciana:

Pues la plática reporta

y en esta silla te asienta,

por que en medio de las dos

disimules.

(Entra el conde)

Conde:

Guárdeos Dios.

Luciana:

De que venga estoy contenta

el conde a tal ocasión.

Conde:

Solas pensé que os hallara...

Luciana:

Aquí está el señor don Pedro,

por quien escribí la carta.

Conde:

Téngame vuesamerced

por muy suyo.

Don Pedro:

Mi tardanza

estuvo en no conoceros.

Conde:

A Florencio esta mañana

hablé para que os tuviese

como a hijo en esta casa

y así me lo prometió,

y bien se ha visto que os guarda

con cuidado, pues la cierra

y apenas del patio pasa

quien sospechoso parezca.

Luciana:

¿Lo ves que el conde le habla

en razón de mi papel?

Don Pedro:

La nobleza que acompaña

aquel antiguo valor

que publican vuestras armas,

las banderas enemigas,

la coronada celada,

los anales, las historias

que reverencia la fama

y en los archivos del tiempo

para memoria se guardan,

¿qué podrían prometer

sino que esa mano franca

mi protección tomaría,

y que a Florencio en mi casa

daríades mil consejos

dignos de sangre tan alta?

Porque tengomás amor

que méritos ni esperanzas;

aunque Violante, cruel,

siempre me responde ingrata

Conde:

¿Eso más? Luego queréis

a Violante y a esta casa;

por esta ocasión venís,

que no es la pendencia tanta

como su hermana me ha dicho.

Don Pedro:

Favor me ha dado su hermana

y Florencio favorece

mis partes, pero no bastan.

Conde:

Yo pensé que sólo aquí,

don Pedro, os trajo la causa

de las heridas.

Don Pedro:

Heridas

tengo que el alma me pasan,

y la mayor, conde ilustre,

aborrecerme sin causa.

Conde:

Luego por ella las diste...

Don Pedro:

Por ella y por agradalla

haré hazañas espantosas.

Conde:

Si supiera que os trataba

Violante de esa manera

tratara yo de ablandarla,

pues poneros a peligro

entre tantas cuchilladas

os paga de esa manera.

Don Pedro:

De esa manera me paga,

que me acuchilla el amor

por tantas partes el alma.

Conde:

Lindamente os ha venido

la pendencia, pues es causa

de que, retraído aquí,

solicitéis vuestra dama.

Don Pedro:

Pendencias tengo con ella

harto sangrientas y extrañas,

que quiere que la aborrezca

y me ha mandado olvidarla.

Conde:

No os hallará la justicia

por más que os busque.

Don Pedro:

No guarda

justicia porque la pido

piedad.

Conde:

Perdonad, Luciana,

que hablar al señor don Pedro,

que conocer deseaba,

disculpa mi dilación.

Luciana:

Pues ya sabéis lo que pasa;

que le deis favor os ruego.

Conde:

El ser vuestro gusto basta.

¿Cómo no me preguntáis

de Teodoro?

Luciana:

Porque cansa

mucho esta casa Teodoro

después que otro dueño aguarda.

Conde:

Ya está fuera de Madrid.

Luciana:

¡Válgame Dios!

Conde:

Él os valga.

¡Y con qué fuerza os salió

esa admiración del alma!

Luciana:

Malicias no han de faltar.

Conde:

Esta noche a las diez dadas

os quiero hablar sin testigos.

Luciana:

Si no es que don Pedro anda

por la casa, yo saldré.

Conde:

Ya sé todas sus desgracias,

y le he de fiar las mías

antes que de casa salga.

Luciana:

En fin, Teodoro se fue.

Conde:

Bravamente os toca alarma

esta ausencia de Teodoro.

Luciana:

¿Fue muy lejos la jornada?

Conde:

A ver un sobrino mío.

Luciana:

¿Volverá presto?

Conde:

Si tarda

para vos, volverá presto;

si no, será ausencia larga

que pasara de seis meses.

Luciana:

La salud no le haga falta

y nunca vuelva de allá.

Conde:

Por esa sola palabra

una cadena os prometo

que cien diamantes engasta.

Y voyme porque no quiero

dar sospechas, que quien ama

por pesado se descubre,

Violante. Adiós.

Violante

Ya mi hermana

confiesa, Próspero ilustre,

que os está muy obligada.

Conde:

Una palabra, don Pedro.

Don Pedro:

Vueseñoría, ¿qué manda

a un esclavo que aquí tiene?

Conde:

Que pues le truje a esta casa

y con Violante procuro

que conquistemos su gracia,

me pague en el mismo oficio

con la divina Luciana.

Don Pedro:

Serviré a Vueseñoría

por obligaciones tantas.

Conde:

Si salieren enemigos

lleve a su lado mi espada,

porque son las más seguras

cuando señores las sacan.

Don Pedro:

Bésoos mil veces los pies.

Conde:

Pues, ¿para qué me acompaña?

Don Pedro:

Iré con vos a la puerta.

Conde:

¡Eso ha de hacer! ¡Ni aun mirarla!

¿No ve que lo puede ver

por la puerta o la ventana

quien lo diga a la justicia?

Don Pedro:

Pues eso no importa nada,

que no es casarsedelito.

Conde:

En tanto que se levanta

el herido es lo mejor

que no sepan lo que pasa.

Adiós señoras.

Luciana:

Adiós.

Violante

¡Grande nobleza!

Don Pedro:

¡Extremada!

Y los señores así

cierto que roban las almas.

Lope:

¡Al salir me dio este anillo!

Inés:

A mí esta bolsa dorada.

Lope:

¿Hay tal príncipe?

Inés:

¡Del dar,

un soberano monarca!

Don Pedro:

¡Gran llaneza de señor!

Lope:

En no lo mostrar se engañan

algunos notablemente,

que de cortesías llanas

a ningún mortal sombrero

el tafetán se le gasta.

Don Pedro:

Aficionado le quedo,

pero no mucho me agrada

su entendimiento.

Luciana:

¿Por qué?

Don Pedro:

Porque en metáforas habla.

No sé qué dice de heridas,

presos, justicias, espadas,

esconderse, retraídos

y otras cosas a esta traza.

Luciana:

Son usos nuevos de corte.

Don Pedro:

Yo os tengo mal ocupadas.

Guárdeos Dios.

Violante

El mismo os guarde.

Don Pedro:

De vuestra injusta venganza.

(Vase)

Luciana:

¿Qué te parece?

Violante

Que ha sido

la cosa más bien trazada

que he visto en toda mi vida,

pues piensa el conde que habla

con don Pedro retraído

por fingidas cuchilladas,

y habla con éste de suerte

que el uno al otro se engañan;

y entretanto está Teodoro

por orden suya en tu casa

- aunque piensa que le tiene

mil leguas de ti, Luciana - ,

con gusto de nuestro padre

donde los dos le regalan.

Luciana:

Ve, Lope, delante y mira

si juegan o de qué tratan

suegro y yerno.

Violante

Voy delante.

En río vuelto hay ganancia.

Luciana:

En fin, ¿te agrada Violante

la invención?

Violante

Ser tuya basta;

que mujeres y criados

pueden revolver a España.

(Fin de la segunda de Mujeres y criados)

3ª Jornada

Personajes

Emiliano

Florencio

Don Pedro

El Conde Próspero

Riselo

Claridán

Violante

Lope

Inés

Martes

Luciana

Teodoro

Salen Emiliano y Florencio

Emiliano:

Hame dado, Florencio, gran contento

que esté don Pedro allá tan admitido.

Florencio:

¿Quién os lo ha dicho? Que en el alma siento

que sepan que lo tengo retraído.

Emiliano:

De que le honréis con tan honesto intento

estoy, como es razón, agradecido.

Florencio:

Antes quiero dejaros satisfecho

que sólo el conde Próspero lo ha hecho

y todo fue temor de la justicia.

Emiliano:

¿Qué temor, qué justicia y a qué efeto?

Florencio:

Ciertas heridas son, y la malicia

fue bien temer que es el contrario inquieto.

Emiliano:

¿Qué contrarios, qué heridas, si codicia

sólo serviros?

Florencio:

Que pensé, os prometo,

que sabíades todo lo que pasa.

Como trataste de que está en mi casa

yo anduve necio. Cosas son de mozo;

ya sabéis que los años juveniles

traen estos disgustos y alborozos;

que celos tienen siempre efetos viles,

nunca prometen muy seguros gozos,

la vida y el honor roban sutiles.

El conde le honra, en fin, como a pariente

y por él le servimos yo y mi gente.

¿Qué me mandáis?

Emiliano:

No tengo qué advertiros.

Florencio:

El cielo os guarde.

(Vase Florencio)

Emiliano:

Vuestro bien deseo.

Para tanta vejez tan flacos tiros...

Necio, don Pedro, en conservarme os veo;

tras desto de mis canas encubriros

no fue respeto, y a fin deseo

adonde le hallare... Pero allí viene.

Pues, ¿cómo sale si enemigos tiene?

(Sale don Pedro)

Don Pedro:

Amor, que nunca das lo que prometes

y como niño pides loque has dado,

que no hay segura edad, que no hay estado

que no turbes, derribes e inquietes.

Amor que no hay libranza que no acetes

y al tiempo de pagarla ya has quebrado,

tú que luego te rindes despreciado

y siempre a los cobardes acometes.

Amor, vestido de inconstantes lunas,

hijo de la esperanza y del desprecio,

necio mil veces y discreto algunas,

¿quién de discreto te ha de dar el precio,

pues donde cansas más, más importunas?

Importunar es condición de necio.

Emiliano:

Quisiera hallarte en más secreta parte

para dar el castigo a tus locuras,

Pedro, que como padre puedo darte,

pues ya conozco que mi fin procuras.

Mas ya que heriste a un hombre, que guardarte

de la justicia y de otras desventuras

supiste en una casa tan honrada,

que no es milagro no sacar la espada,

dime: ¿por qué saliste de esta suerte,

y más teniendo tantos enemigos?

Pues, ¿no era padre yo para tenerte

más guardado entre deudos o entre amigos?

Dícenme que el herido está a la muerte;

pues si te prenden faltarán testigos.

¡Oh, Pedro, tú caminas a matarme!

Don Pedro:

Ni acierto a responderte ni a enojarme.

¿Yo? ¿Herido? A nadie.

Emiliano:

¡Qué gentil silencio!

Pregúntale a Florencio lo que pasa...

Don Pedro:

Es verdad que en su casa de Florencio

hallé un mancebo, aunque es tan noble casa;

mas de un mármol por Dios no diferencio

- si bien con celos el amor me abrasa -

porque él tuvo la mano puesta al puño

y yo también, señor, la espada empuño.

Mas ni me acometió ni dijo nada;

así nos estuvimos escondidos.

Emiliano:

¿Ninguno de los dos sacó la espada?

Pues, ¿quién son los que están de muerte heridos?

Porque sin sangre ni pendencia honrada,

¿quién ha visto los hombre retraídos?

Tú niegas y tú mientes; mas responde,

¿por qué te ayuda y favorece el conde?

Don Pedro:

Porque sirve a Luciana y le parece

que yo he de ser marido de Violante,

y yo sé que Violante me aborrece

y debe de tener secreto amante.

Emiliano:

¿Esa sospecha, Pedro, te enloquece

y te ha puesto en peligro semejante?

Vuelve, vuélvete a casa de Florencio

y guarda el retraimiento y el silencio.

Don Pedro:

Eso haré yo, por lo que amor codicia:

conquistar el desdén de aquella ingrata.

Emiliano:

Mira que no te tope la justicia...

Don Pedro:

¿A mí, señor?

Emiliano:

¿No han de prender quien mata?

Don Pedro:

¡Pues prendan a Violante!

(Vase don Pedro)

Emiliano:

¡Qué malicia!

¡Qué mal en las costumbres me retrata!

¡Ay, hijos! Cuando buenos, duráis poco;

cuando malos, volvéis a un padre loco.

(Entran el conde, Riselo y criados)

Riselo:

¿Nunca te ha escrito Teodoro?

Conde:

Debe de estar enojado,

que estará desengañado

de que a su Luciana adoro,

pues fío de mi sobrino

que le sepa entretener.

Riselo:

En fin, ¿él no ha de volver?

Conde:

Que será tarde imagino.

Emiliano:

No por cumplimientosvanos,

que en mi edad nunca lo son,

hallando tal ocasión

os quiero besar las manos;

muy poco he dicho: los pies

me dé vuestra señoría.

Conde:

Levantaos, por vida mía,

no me hagáis ser descortés.

Emiliano:

Padre de don Pedro soy

a quien Florencio ha contado

lo que allí le habéis honrado

y en la obligación que estoy.

¡Mil años os guarde el cielo

para que a todos nos deis

tanto favor!

Conde:

Vos podéis

perder cualquiera recelo

que del peligro tengáis

adonde está retraído.

Yo, a lo menos, le he servido

- no porque lo agradezcáis -

lo más que posible fue,

pues dije públicamente

que es don Pedro mi pariente,

y aun mi primo le llamé.

Emiliano:

Pues crea vueseñoría

que no habrá perdido honor,

supuesto que su valor

serlo del Rey merecía,

porque Pedro es muy hidalgo;

que en el valle de Carriedo

tengo un solar con que puedo,

por noble, tenerme en algo,

y no me faltan dineros,

que es la más cierta hidalguía

que ofrezco a vueseñoría.

Conde:

Mucho debo agradeceros

tal voluntad, tal intento.

Emiliano:

De todo sois dueño vos.

Riselo:

(¡No lo ofrezca, que por Dios

que acepte el ofrecimiento!).

Emiliano:

Pues ya, Señor, que sabéis

los pasos de este rapaz,

y su intento pertinaz

tan noble favorecéis,

pedid a Florencio guste

de casarle con Violante,

que de otro secreto amante

recelo que se disguste;

que os juro que la nobleza

que, como primo, le dais

no perdéis ni deslustráis,

porque puede ser cabeza

de algún linaje de España

estimado por el nombre.

Conde:

Yo le tengo por un hombre

cuya persona acompaña

tanta virtud como honor,

y así a Florencio hablaré

y la respuesta daré.

Emiliano:

Mil años viváis, Señor,

que yo voy muy confiado

de la merced que le hacéis.

Conde:

En el efeto veréis

si he puesto amor y cuidado.

(Vase Emiliano)

Riselo:

A grandes cosas te obliga

de Luciana el amor.

Conde:

Creo

que me ha de hacer el deseo

que mil imposibles siga;

más, pues con esta ocasión

de tratar el casamiento

de don Pedro, a mi tormento,

a mi engaño, a mi prisión

daré alivio con hablar

a Luciana. Ven, Riselo,

que, de otra suerte, recelo

que pueda el vivir durar.

(Claridán y Violante)

Claridán:

Con razón me lamento,

bellísima Violante, de mi suerte,

pues por Teodoro siento,

supuesto que por él merezco verte,

las muchas dilaciones

que para el fin de nuestro intento pones.

Él, con aqueste enredo

que Luciana ha fingido, retraído

goza de ver, sin miedo

del conde, el bien que tuvo ya perdido,

mas yo voy dilatando

el bien que voy perdiendo y deseando,

que don Pedro porfía

y el engañado conde favorece

su intento y su osadía.

Y en fin un largo amor premio merece,

casaráse Teodoro

y yo te perderé porque te adoro.

Violante

¡Qué villanas sospechas,

qué malnacidos pensamientos vanos

si no es que te aprovechas

de la ocasión que tienes en las manos!

Pues los aborrecidos

suelen dar celos, pero son fingidos.

Claridán:

¿Fingidos son, Violante?

¿Quién ama con verdad que finja celos?

(Entra don Pedro)

DonPedro:

(¿Siempre he de hallar delante

la injusta causa de mis celos? ¡Cielos!

¿No es este el que escondido

espantó mis principios de marido?

¿Qué haré, que estoy muriendo?)

Claridán:

En fin, Violante, yo he de ver mi muerte.

Don Pedro:

(Y yo, ¿qué estaré viendo?)

Claridán:

Que quieres que Teodoro desconcierte

todas mis esperanzas.

Don Pedro:

(Con este son, ¿qué amor no hará mudanzas?)

Violante

¡Qué sin razón te quejas!

Claridán:

¿Cuándo has visto razón en los celosos?

Don Pedro:

(Con harta a mí me dejas.)

Claridán:

Violante, entre dos novios enfadosos,

¿hay más razón que pidas?

Don Pedro:

(Más, que han de ser verdad estas heridas).

Violante

¡Don Pedro es este!

Claridán:

¡Ay, cielos!

Don Pedro:

(Ya me han visto). ¡Oh, señora, Dios os guarde!

Claridán:

(Notablemente, celos

hacen valiente al hombre más cobarde).

Violante

Vos seáis bienvenido.

Don Pedro:

¿Qué hacéis ociosa aquí?

Claridán:

(¡Yo estoy perdido!)

Violante

Por el conde, su dueño,

al señor Claridán le preguntaba.

Claridán:

(Si con este me empeño

y la paciencia la razón acaba,

gran mal espero). Es tarde,

señora, ¿qué mandáis?

Violante

Que Dios os guarde

(Vase Claridán)

Don Pedro:

Por que no os canséis de mí,

sobre lo que estáis, señora,

no me atrevo a pedir celos

de este galán, de esta sombra.

En fin, me tenéis de suerte

que de lo que me acongoja

apenas oso advertiros.

Callo, aunque razón me sobra.

Violante

Nunca os he visto discreto,

don Pedro, si no es ahora.

Don Pedro:

¿Tan necio fui?

Violante

Pues, ¿no es necio

quien visita a quien enoja,

quien quiere a quien le aborrece,

quien presta de quien no cobra,

quien sigue a quien huye de él,

responde a quien no le nombra

y se burla con los filos

de la espada que le corta?

Don Pedro:

¿No dicen que amor, entonces,

merece lauro y corona

cuando persevera firme

y los agravios adora?

Violante

Es verdad, pero eso es

cuando esperanzas le exhortan,

cuando favores le animan

que por imposibles rompa;

pero si nuestro concierto

es obligación forzosa

para desenamorarnos

daros términos por horas,

¿quién os ha de agradecer

que compitáis con las rocas

en firmeza y con los polos

en que la máquina toda

del cielo sus cursos mueva?

Don Pedro:

Para tan difícil cosa

como es desenamorar

a quien de vos se enamora

quisiera algunas lecciones.

Porque yo no he de ir por rosas

a las plantas de Tesalia,

ni donde la luna llora,

suplícoos que me las deis.

Violante

Por lo que veros me asombra,

por lo que me cansa hablaros

y que me dejéis me importa,

oíd algunas lecciones.

Don Pedro:

Este libro de memoria

sacaré para escribillas,

¡ea!

Violante

¡Vaya!

Don Pedro:

Diga...

Violante

Ponga:

es el primer argumento

no pensar en la persona

que se quiere...

Don Pedro:

Está muy bien...

Violante

... porque si despacio toma

sus partes el pensamiento

volveráse un alma loca.

La segunda es no la ver...

Don Pedro:

Esa tiene mucha costa...

Violante

... pues viéndola no es posible,

si este edificio se apoya

en privarse de la vista;

que en viendo una cosa hermosa

el más firme bambolea

y el más fuerte se trastorna.

La tercera- esta es más fácil - ...

Don Pedro:

Diga, a ver...

Violante

... buscar a otra,

y si es su dama discreta

- por lo menos no sea tonta - ,

aquí pondrá sus deseos;

si es noble, fingirá historias,

y si trata de interés,

hará plato de la bolsa,

que tras ella se irá el alma;

que mil hombres se apasionan

mucho más de lo que gastan

que de los gustos que gozan.

Bastarán estas lecciones.

Don Pedro:

Tres puntos son que me tornan

loco; repetillos quiero

por que mejor me disponga.

Lo primero es no pensar.

Dad licencia que responda

contra la primer lección.

Violante

Darle las lecciones sobra

sin que en el poste argumente;

no soy doctor, que soy novia.

Don Pedro:

Razón será que el maestro

a los discípulos oiga.

Yo me pongo a no pensar

porque el olvido socorra

mi amor; si en no pensar pienso

que pienso es cosa notoria,

luego no pensar no puedo.

Violante

Que en argumentos me coja

no es mucho, si a tantos piensos

vuesamerced se acomoda.

Don Pedro:

A la lección del no ver,

que no es justo que me corra,

responde el alma que tiene

esas dos ventanas solas,

que Dios hizo para ver

la hermosura de las cosas,

por donde el entendimiento

de su calidad se informa.

Al amar otra mujer

pienso que el amor se dobla,

porque dice quien lo sabe

que el amor no se soborna,

pues si se ha de acrecentar

amor mudándole en otra,

toda la lección es falsa.

Violante

Pues señor, Dios le socorra,

que no hallo más en mis libros.

Don Pedro:

Vuestro entendimiento forja

remedios que me destruyen,

porque si se abrasa Troya

y decís que le den nieve,

la de los Alpes es poca.

(Entra Lope)

Lope:

Un poco tengo que hablarte

si estas sola.

Violante

Sola estoy.

Don Pedro:

Bien dice, pues yo me voy

y cansado de cansarte,

¡oh, larga desdicha mía!

Violante dice verdad,

porque no hay más soledad

que una necia compañía.

(Vase don Pedro)

Lope:

¿Qué quiere este tonto aquí?

Violante

Quiere olvidar y querer.

Lope:

¿Dos contrarios pueden ser?

Violante

Es necio y piensa que sí.

Lope:

Así, señora, te veas

casada con Claridán,

hidalgo noble y galán

- que yo sé que lo deseas - ,

que quites, pues tú podrás,

a Inés, del entendimiento,

de Martes el casamiento,

pues no fue bueno jamás.

Porque si no ha sido treta

con que me quiere matar,

que con él se ha de casar

me dice en cada estafeta,

y Martes, que es tan cruel,

¿cómo a Inés le regocija?

¡Pues no se ha de casar, hija,

ni aun urdirse tela en él!

Si quieres a Claridán,

hazme, señora, este bien.

Violante

Yo haré que tiemple el desdén.

Y los celos que te dan,

advierte que son martelos.

Lope:

Plega a los cielos que goces

a tu marido sin voces,

sin disgustos y sin celos;

no veas necesidad,

plata ni vestido empeñes;

duermas segura y no sueñes

ni prisión ni enfermedad;

de la seda y telafina

en vestidos te fastidies,

y nunca en la iglesia envidies

las galas de tu vecina;

no veas tus enemigos

soberbios de sus venganzas,

ni te engañen con fianzas

de tus mayores amigos;

cubras de plata el chapín,

y tengas casa que sea

con sol en la azotea

y con sombra en el jardín;

nunca de ir donde quisieres

tu esposo se sobresalte,

y jamás coche te falte,

que es centro de las mujeres;

no dure tu suegra un mes,

y en lo que toca a enviudar

llores, no des que llorar,

y holanda cubra tus pies.

Violante

Escóndete, Lope, allí,

que pienso que viene.

Lope:

El cielo

te guarde y me dé consuelo.

(Entra Inés)

Inés:

No sé que piensa de sí

esta mi ama inconstante,

pues no han de durar mil años

estos sus locos engaños.

Violante

Inés...

Inés:

Señora Violante...

Violante

¿Qué hace mi hermana?

Inés:

Allá está

con su don Pedro fingido.

Violante

¿Claridán es ido?

Inés:

Es ido.

Violante

¿Ha mucho llegaste acá?

Inés:

Ahora, en aqueste instante.

Violante

Inés, Lope se ha quejado,

celoso y desesperado,

de que Martes se adelante

a pretender fiesta en ti.

Si quieres tener buen año

sácale de aqueste engaño.

Inés:

¿Lope se queja de mí

de manera que me arguyas

de tan injustos efetos?

¿Húrtole yo sus concetos?

¿Vendo mis cosas por suyas?

¿Canto yo con otros grillos

y en su fin al cisne agravio?

¿Sustento yo, por ser sabio,

que es ignorante en corrillos?

¿Cuándo procuré, envidiosa,

que su opinión se consuma?

¿Cuándo murmuré su pluma

ni dije mal de su prosa?

¡No tiene Lope razón!

Violante

De Martes sólo se queja,

por quien dice que le deja

tu mal fundada opinión.

Inés:

¡Ay, Violante! Aunque es verdad

que le doy celos con Martes

todas son fingidas artes

para cazar voluntad.

Así procuro tener

más seguros sus cuidados,

que quieren ser maltratados

los hombres para querer.

Pero si verdad te digo,

por él me consumo.

Lope:

(¿Así?

Pues yo sabré desde aquí

cómo habéis de andar conmigo.)

Violante

Siendo de esa suerte, Inés,

no tengo que te rogar.

A mi hermana voy a hablar.

Inés:

Quiero que segura estés

de que toda soy de Lope.

(Vase Violante, sale Lope)

Lope:

¿Está, Señor, por aquí?

Inés:

(¡Es Lope!)

Lope:

¡Pienso que sí!

Inés:

En hora buena te tope.

Lope:

Eso de tope es muy propio

para ramiros, Inés,

y aunque por propio le des

quisiérale Lope impropio.

¿Con quién hablabas?

Inés:

¿Ahora?

Con Violante.

Lope:

¿Y esperabas

algún Martes con octavas?

Inés:

Ya le he dicho a mi señora

el estado de mi amor,

porque de ti me asegura

que el tuyo mi bien procura.

Lope:

Fue de mi señora error,

y no debe de saber

que me traen un casamiento.

Inés:

¿Casamiento?

Lope:

No te miento.

Inés:

¿Con quién?

Lope:

Con una mujer.

Inés:

¿Tú te casas?

Lope:

¿Por qué no?

¿Qué defetos ves en mí?

Inés:

No lo digo yo por ti,

que por mí lo digo yo.

Lope:

¡Oh, si vieses...! La mujer

es un puro escarramán.

¡Una noche de san Juan

no tiene tanto placer!

Tierna como una zamboa;

la ceja la tinta excede;

con una boca que puede

alcanzar de popa a proa;

pestañas como de raso;

ojos como dos ojales;

dientes parecende iguales

sonetos de Garcilaso;

la garganta y los gargueros

que exceden la nieve pura;

por lo de cisne y blancura

se pueden llamar cisneros;

manos como de papel,

y toda, si no te pesa,

como tapador de inglesa,

o como hojuelas con miel.

Inés:

¡Que con desvergüenza igual

en que te casas me hables...!

Lope:

¿No tiene partes notables?

Inés:

¡Desmáyome!

Lope:

No hagas tal.

Inés:

Pues dejaréme caer.

Lope:

(Así estaremos vengados,

"que quieren ser maltratados

los hombres para querer").

(Entra Martes)

Martes:

(¿Que un día que vengo aquí

he de hallar este picaño

siempre ocupado en mi daño?)

Inés:

¡Es Martes!

Martes:

Un tiempo fui

martes de carnestolendas,

pero ya...

Inés:

Calla, que vienes

a tiempo. Que darme tienes

el valor de ciertas prendas.

Martes:

¿En qué puedo servir?

Lope:

Inés, aunque venga Martes,

no es bien que con él te apartes

y que me dejes morir;

que todo ha sido burlando...

Martes:

¡Hágase el lacayo allá,

que cuando conmigo está

la estoy como dueño honrando!

Lope:

Sacaréla del perillo

contra el lacayo alquilón.

Inés:

¡Aquí no ha de haber quistión!

Martes:

Pues, hombre de Peralvillo,

¿tú tienes atrevimiento

contra quien en la naval

se halló detrás de un fanal

por ponerse en salvamento?

¡Hoy morirás sin remedio!

Lope:

¡Sin remedio, extraño caso!

Inés:

¡Caballeros, paso, paso,

miren que estoy de por medio!

Lope:

Pues, ¿qué es lo que se ha de hacer?

Inés:

Que, proponiendo él y Martes

méritos, servicios, partes,

juzgue de quien he de ser.

Martes:

Yo digo que soy hidalgo

como un caballo alazán;

franco como un gavilán

y ligero como un galgo;

soy como un gallo cantor

y diestro como un tahúr,

y no hay desde el norte al sur

más reverendo amador.

Mis servicios personales

Inés los diga por mí.

Lope:

¿Ha dicho...?

Martes:

Cuido que sí.

Lope:

¡Oiga!

Martes:

¡Diga!

Lope:

En casos tales,

tengo de ser Mandricardo

de la bella Doralice.

Martes:

Veamos lo que nos dice...

Lope:

Soy por extremo gallardo:

el sombrerito en los ojos

sirviéndole puntales

los bigotes criminales

- negros, porque no son rojos -

es negocio temerario.

Lo que es la fisonomía,

de extraordinaria podía

hacer un vocabulario.

Soy saludador...

Martes:

¿Él?

Lope:

Sí,

que tengo salud ahora

y saludo a cualquier hora

a quien me saluda a mí.

Canto como un sacristán

y bebo como una esponja.

Higüelo como, toronja

o hierba de por san Juan.

Mato cosas de comer

y como lo que otros matan.

Trato de aquello que tratan

y callo si es menester.

Por que sepan que estudié,

sé latín y griego niego,

porque si yo lo sé en griego,

¿cómo sabrán lo que sé?

Inés:

Visto por mi tribunal

lo probado y alegado,

fallo que Lope ha ganado.

Lope:

¿Yo? ¡Vítor!

Martes:

Tal para tal,

la sentencia ha sido en fin

como tuya.

Inés:

Eso la abona.

Martes:

¿Por qué sea tal persona

de lacayo tan ruin?

Lope:

Corrido va...

Martes:

¿Yo? ¿Por qué?

Antes libré de ser toro.

(Vase Martes; entran Luciana y Teodoro)

Luciana:

Presumiendo voy, Teodoro,

que te cansa tanta fe.

Teodoro:

De esperar estoy cansado,

pero no de estar aquí

favorecido de ti,

pero, en efeto, encerrado.

El conde, con la ocasión

que tú le diste, aquí viene,

conque celoso me tiene

de tanta conversación.

Pienso que me has encerrado

para sólo hablarcon él,

que ha sido industria cruel

en que yo he sido engañado.

Luciana:

Aquí están Lope e Inés.

¡Hola, salid allá fuera!

Lope:

Mas, ¿qué hay? ¿Alguna quimera?

Inés:

Celillos son.

Lope:

Eso es.

(Vanse)

Luciana:

Hermoso pago me das

de engañar a un padre viejo

y a un Señor.

Teodoro:

Ese es consejo

que yo no te di jamás,

pues cuando yo me partía

la carta me hiciste abrir,

porque estorbarme el partir

fue industria tuya y no mía.

El conde, de que no pudiera

verte una vez en un año,

viene mil con este engaño,

que ha sido linda quimera.

Él te visita, y aun sé

que viene a hablarte de noche;

tú sales y él en el coche

ya por el Prado te ve,

ya por la calle Mayor,

y como que es para mí,

te regala el conde a ti

que ha sido extraño primor,

de suerte que vengo a ser

de estas cartas la cubierta

y el Tántalo de esta huerta

donde no puedo comer.

Líndamente me encerraste

y al conde a casa trajiste.

Luciana:

Siempre, Teodoro, loco fuiste;

siempre ingrato me pagaste.

¿Yo por ver al conde aquí

tracé este engaño, Teodoro?

¿No dirás porque te adoro

y no apartarte de mí?

¡Cuáles sois los hombres todos!

Cuando ya locas nos veis,

u os cansáis, u os ofendéis,

u os vais con tan bajos modos.

Teodoro:

¿El lienzo a los ojos llegas,

esta es ocasión de llanto?

No ha sido el agravio tanto.

Deja el lienzo, que los ciegas.

Mira que ya me avergüenzo...

Luciana:

Fuiste a los ojos ingrato

y como a muertos los trato,

que los amortajo en lienzo.

Teodoro:

¡Oh, nunca yo te dijera

mis celos y mis verdades!

Luciana:

¡Di celosas necedades!

Teodoro:

Vuelve a mirarme siquiera...

Mira que no puedo estar

tanto tiempo en tu desgracia.

¡Mírame o mata!

Luciana:

¡Oh, qué gracia!

¿Yo te tengo de matar?

Teodoro:

Sí, con dejarme morir.

Luciana:

Si yo te he de dar perdón

ha de ser con condición:

que te has...

Teodoro:

¿Qué?

Luciana:

... de desdecir.

(Lope entra alborotado)

Lope:

¡El conde queda aquí fuera!

Luciana:

¡Huye, Teodoro!

Teodoro:

¿Y ahora?

¿No tengo razón, señora?

Lope:

Mira, señora, que espera...

Teodoro:

¡Oh, lágrimas de mujer!

¡Mentiras como verdades!

¡Qué de injustas amistades

sabéis y podéis hacer!

(Sale el conde, vase Teodoro)

Conde:

Pásolo tan mal sin vos

que no me excuso de veros,

aunque sé que he de ofenderos.

Luciana:

¡Buena disculpa, por Dios!

Conde:

Igual a vuestro decoro

y a mi justa cortesía.

Luciana:

¿No sabe vueseñoría

cómo supe de Teodoro?

Conde:

¿Que hubo de entrar aquí?

¿En fin él os escribió?

Luciana:

Si no le respondo yo,

¿qué importa?

Conde:

¿Y es eso así?

Luciana:

El eco os ha respondido.

Conde:

¿Cómo dice que le va?

Luciana:

Bueno me dice que está,

aunque de vos ofendido,

que en vivos celos se abrasa

porque dice que me habláis

y que a lo seguro entráis

hasta de noche en mi casa.

Quéjase de que en el coche

causa de verme os ha dado

la calle Mayor y el Prado.

Conde:

¿Cuándo os hablo yo de noche?

Luciana:

Celos de ausente, en efeto.

Conde:

Bien holgáis de hablaren él.

Pero no seáis cruel

con un hombre tan sujeto

que os sufre estas sinrazones.

Y mirad que tiempo es ya

de pagarme.

Luciana:

¿Quién podría

con tantas obligaciones?

Porque yo podré quereros,

pero no podré pagaros.

Conde:

Pues yo tengo de obligaros

cuando fui dichoso en veros...

Luciana:

¡Tened las manos, Señor!

¿Qué descompostura es esta?

Conde:

Pesar le dé ver compuesta

vuestra crueldad a mi amor.

(Entra Florencio)

Florencio:

¿Pondrás la mesa y cenara temprano?

Luciana:

¡Mi padre!

Florencio:

¡El conde es este!

Conde:

¡Oh, buen Florencio!

Florencio:

¡Señor, tantas mercedes!

Conde:

Vine a hablaros

sobre cierto negocio de importancia.

Luciana:

Pues yo, Señor, os dejo.

Conde:

El cielo os guarde.

Luciana:

(¡Qué bien he satisfecho a mi Teodoro

de que aborrezco al conde y que le adoro!)

(Vase)

Conde:

Los mozos - ya pasaste por ser mozo -

tienen, Florencio, furias en el alma,

y es que la voluntad que entonces reina

resbala fácilmente por la sangre.

Sabed, para que os hable claramente,

que don Pedro, viviendo en vuestra casa,

se ha inclinado a Violante de tal suerte,

que está de amor no menos que a la muerte.

Con lágrimas me pide que os lo diga

para que se la deis en casamiento,

y yo recibo de ello gran contento

porque sé que mi primo se ha empleado

en personas de méritos tan grandes

que, con ser él tan noble caballero,

aun no merece descalzarla.

Florencio:

Quiero

echarme a vuestros pies tan obligado

que desde hoy más, mis hijas, yo y mis deudos

tendremos como esclavos vuestro nombre

y nos han de llamar vuestro apellido.

Conde:

Don Pedro quedará favorecido

y nuestra casa honrada con Violante.

Florencio:

¿Quién ha tenido dicha semejante?

Conde:

Pues bien será, Florencio, que esta noche,

porque yo mismo le traeré en mi coche,

el desposorio alegre se prevenga,

que él me irá a ver por que conmigo venga

galán de pensamientos, seda y oro.

Florencio:

Pues yo le avisaré para que os vea

luego, conde y Señor, que noche sea.

Conde:

El cielo os dé mil nietos de tal yerno.

(Vase)

Florencio:

Y aumente vuestra vida un siglo eterno.

¿A quién ha sucedido tanta dicha?

¿Cuál hombre en tanta edad fue tan dichoso?

¡Oh, amor casamentero de los cielos,

que a ti mismo te das en dote sólo!

¡Norabuena del conde el noble primo

estas heridas dio, y en norabuena

en mi dichosa casa le escondimos!

En fin nietos tendré, de un conde primos.

¡Hola! ¡Lope, Fabricio! ¡Hola! Llamadme

luego al señor don Pedro.

(Entra Teodoro)

Teodoro:

Siempre dicen

que oye mejor su nombre el mismo dueño.

Mirad en lo que os sirvo, que deseo

saber la causa por que alegre os veo.

Florencio:

El conde Próspero aquí,

señor don Pedro, contento

me ha tratado un casamiento,

puedo decir para mí,

porque lo mucho que os quiero

casi me obliga a pensar

que soy quien se ha de casar.

Teodoro:

El conde es gran caballero

y quiere favorecerme

en que vuestro yerno sea,

porque si bien me desea,

¿qué mayor bienpuede hacerme?

Florencio:

No me respondáis así

que esta casa no merece

tanto bien.

Teodoro:

Ella enriquece

la nuestra al conde y a mí.

Y, ¿cuándo se concertó?

Florencio:

Ahora y para esta noche,

que aquí vendrá con su coche

en que os quiere traer.

Teodoro:

Y yo

le aguardaré en vuestra casa

porque aún no estoy muy seguro,

aunque amistades procuro.

Florencio:

Voy a decir lo que pasa

a mis hijas y sospecho

que locas se han de volver.

(Entra Claridán, vase Florencio)

Claridán:

¿Qué fin intentas poner

a los enredos que has hecho?

Que en este punto, Teodoro,

envía el conde a llamar

a don Pedro.

Teodoro:

No hay guardar

al conde, a nadie, decoro.

En llegando la ocasión,

Claridán, para casarme,

¿él no quiso desterrarme

y no buscó su invención?

Pues yo también, Claridán,

la contracifra busqué.

¿Yerro fue de amor?

Claridán:

Sí fue.

Teodoro:

Pues disculpados están.

Claridán:

Aquesta noche perdemos

al conde.

Teodoro:

Sí, mas ganamos

rica hacienda, y nos casamos

donde en efeto queremos.

Cuando un Señor se disgusta,

¿qué hace?

Claridán:

Despide luego,

donde no le vale el ruego

aunque sea la causa injusta.

Teodoro:

Pues la misma libertad

podrá tener el criado

si otro dueño le ha llamado

con mayor comodidad.

Claridán:

Perderemos la opinión

con el pueblo.

Teodoro:

Eso es locura.

Su gusto el conde procura,

pero no lo que es razón,

y por un vicioso gusto

no han de perder dos criados,

que él sabe que son honrados,

un remedio que es tan justo.

Vámonos a prevenir,

que el conde, en fin, es quien es

y nos ha de honrar después.

Claridán:

Ahora bien, si del servir

tal vez hay mal galardón,

sigamos nuestra fortuna,

pues no hay que esperar ninguna

si se pierde la ocasión.

(El conde, Riselo y criados)

Conde:

¿Ha venido ya don Pedro?

Riselo:

Ya lo estamos aguardando,

porque para más presteza

llevó tu coche Ricardo.

Conde:

¿Disjístele que viniese

con galas de desposado?

Riselo:

Ya sabe su buena dicha.

Conde:

Yo por mi interés le caso;

por obligar a Violante,

de cuyas manos aguardo

la posesión de Luciana.

Riselo:

Pues ya don Pedro ha llegado... 

(Don Pedro muy galán, de novio)

Don Pedro:

Perdone vueseñoría

si he tardado; si esperando

ya el sastre, ya el zapatero,

no pude más.

Conde:

Disculpado

estáis conmigo, don Pedro,

sólo en venir tan gallardo.

Don Pedro:

No menos me prometía

vuestro generoso amparo

en cuyas alas, señor,

merezco del sol los rayos.

Conde:

Haberos hecho mi primo

a toda la casa ha dado

materia para serviros.

Don Pedro:

No pudo favor tan alto

ser de menos noble pecho.

Conde:

Paréceme que nos vamos.

Riselo:

¡Hachas! ¡Hola, hachas!

Conde:

Oíd,

señor don Pedro, de paso...

Don Pedro:

Ya entiendo lo que queréis;

que me lo digáis me agravio.

Y Luciana ha de ser vuestra

o he de vivir mal casado

con Violante.

Conde:

(¡Estoy perdido!)

Don Pedro:

(¡Vive Dios que si me caso

que no ha de entrar por mis puertas!)

Conde:

Llega el coche.

Riselo:

¡Hachas!

Conde:

¡Partamos!

(Violante y Luciana de boda, muy gallardas, Inés y Lope)

Violante

Descoge ese estrado bien.

Inés:

Esta sí que es noche.

Luciana:

En tanto

que no llegare el efeto

estaré con sobresalto.

Violante

Ya no tienes qué temer,

porque habemos concertado

declararnos conel conde.

Lope:

¡Que intenten estos bellacos,

Inés, rebelarse al pan

que han comido de sus amos,

y estotras darles favor!

Inés:

Lope, a lo viejo te hallo;

mal conoces los enredos

de mujeres y criados.

Lope:

¡Qué sentadas y compuestas

están las dos en sus estrados!

Inés:

Dos días tienen las mujeres

que los celebran entrambos

con notable ostentación,

aunque riendo y llorando:

uno el de casarse y otro

el de enviudar.

Lope:

Habla bajo

que vienen Señor y el novio.

Inés:

Novios dirás, que son cuatro.

(Entran Florencio, Teodoro y Claridán)

Teodoro:

Es camarero del conde

Claridán, y el que ha tratado

todas mis cosas con él.

Florencio:

Ya sé que ha venido a honrarnos.

Claridán:

A serviros, como tengo

la obligación.

Florencio:

Asentaros

podéis los dos mientras viene

quien os ha de dar las manos.

Luciana:

Aquí, señor Claridán.

Claridán:

No fuera razón quitaros

el lugar de vuestro esposo.

Lope:

¡El conde y Emiliano

con don Pedro!

Violante

¡Aquí fue Troya!

Teodoro:

¡Muerto estoy!

Claridán:

Yo estoy temblando...

(Entran el conde y don Pedro de novio, Emiliano, Riselo, Martes y criados)

Conde:

Aquí, Florencio, a mi primo,

al señor don Pedro os traigo.

Don Pedro:

Yo, señor, vengo a serviros

y a ser de Violante esclavo.

Emiliano:

Ya Florencio somos deudos;

ya nuestra sangre juntamos.

Florencio:

¿Que don Pedro y primo vuestro,

a quien yo mi hija he dado,

aquí está? ¡Que no es don Pedro,

el hijo de Emiliano,

sino aqueste caballero!

Conde:

¿Cómo es eso? Haceos a un lado.

¿Otro don Pedro?

Lope:

(¡Este ha sido

de don Pedros muy buen año!)

Conde:

¿No es este que miro aquí

Teodoro, mi secretario?

Teodoro:

Sí, señor, yo soy Teodoro.

Florencio:

Luego hay en aquesto engaño.

Teodoro:

Señor, cuando me enviaste

al marqués, vine turbado

a despedirme a esta casa,

donde habrá más de seis años

que sirvo a Luciana, y ella,

sospechosa de mi daño,

abrió la carta y leyendo

tu crueldad y mis agravios,

sin darme parte trazó

el engaño en que has estado:

que Florencio me ha tenido

por don Pedro, y tú, pensando

que era el don Pedro el que traes,

con Violante le has casado.

De tu invención aprendió:

ya estoy casado. Si acaso

de mi remedio te ofendes,

más quiero morir honrado

a los filos de tu espada

que en un destierro tan largo

estar ausente seis meses.

Conde:

¡Pues vive el cielo, villano,

que ha de ser así verdad!

Violante

Señor, ¿un príncipe claro,

que es ejemplo a todo el mundo,

intenta un hecho tan bajo?

¡Vos, contra un criado vuestro

la espada!

Conde:

Si es él tan malo,

de mi nobleza es indigno.

Florencio:

¿Que no es don Pedro? ¡Matadlo!

Don Pedro:

Señor, ya es hecho. No es justo,

pues fue su delito amando,

que le castiguéis de culpa

en que vos estáis culpado.

Con Luciana se casó.

Si por mí estáis enojado

aquí Violante me queda.

Claridán:

No queda, señor hidalgo,

que Violante es mi mujer.

Don Pedro:

¡Eso es poco y mal hablado!

¡Mataré yo!

Claridán:

¡No matéis

a nadie!

Conde:

¡Mirad si ando

bien vendido entre los dos!

¡Pues hoy moriréis entrambos!

Luciana:

Violante os rogó, Señor,

por Teodoro y me ha obligado

a rogar porClaridán.

Conde:

¡Linda libertad!

Florencio:

¿Qué aguardo,

que no vuelvo por mi honor?

Emiliano:

¡Amigo Florencio, paso!

No incitéis al conde así.

Vuestras hijas se han casado

con dos hidalgos muy nobles

y de un gran Señor criados;

peor fuera... Oíd aparte.

Lope:

Los dos están consultando

qué harán de estos palominos.

Inés:

¿Y cuántos pares son?

Lope:

Cuatro.

Florencio:

Conozco que esto es mejor

y que quedo más honrado.

Señor conde, yo fui dueño

de este suceso, y pensando

que de no acabarle aquí

me resulta mayor daño,

os pido tengáis por bien

que criados tan honrados

como vuestros sean mis deudos.

Conde:

Si vos lo queréis yo callo.

Florencio:

Vos habéis de ser padrino,

vos habéis de perdonarlos.

Conde:

Yo los perdono por vos

y a los dos les doy los brazos,

y usando de ser quien soy

les doy doce mil ducados

de dote a esas dos señoras.

Lope:

¿Y a mí, que también me caso

con Inés, no hay cualquier cosa?

Conde:

A ti doscientos te mando.

Lope:

Declare vueseñoría

si son ducados o palos,

que es mal número doscientos...

Conde:

Martes lo diga.

Martes:

Pues fallo

que le den doscientos priscos.

Lope:

¡Priscos! Sin dote me caso.

Don Pedro:

La burla viene a ser mía.

Teodoro:

Aquí puso fin Belardo

a lo que pasa en el mundo

por mujeres y criados.

Fin de la tercera jornada de Mujeres y criados. Acabóse de trasladar en Barcelona, a 8 de diciembre, día de Nuestra Señora de la Concepción de este año de 1631.