Ramón María del Valle-Inclán

"La rosa de papel"

LA ENCAMADA

SIMEON JULEPE

LA MUSA

LA DISA

LA COMADRE

LUDOVINA LA MESONERA

PEPE EL TENDERO

UNA VIEJA

LA PINGONA

CORO DE CRIOS

VOCES DE LA CALLE

(LIVIDAS luces de la mañana. Frío, lluvia, ventisquero. En una encrucijada de caminos, la fragua de Simeón Julepe. Simeón alterna su oficio del yunque con los menesteres de orfeonista y barbero de difuntos: Pálido, tiznado, con tos de alcohólico y pelambre de anarquista, es orador en la taberna y el más fanático sectario del aguardiente de anís. Simeón Julepe, aire extraño, melancolía de enterrador o de verdugo, tiene a bordo cuatro copas. Bate el hierro. Una mujer deshecha, incorporándose en el camastro, gime con las manos en los oídos:)

LA ENCAMADA.- ¡Que me matas, renegado! ¡Que la cabeza se me parte! ¡Deja ese martillar del infierno!

JULEPE.- ¡El trabajo regenera al hombre!

LA ENCAMADA.- ¡Borrachón! Hoy te dió la de trabajar porque me ves a morir, que de no, estarías en la taberna.

JULEPE.- A mí la calumnia no me mancha.

LA ENCAMADA.- ¡Mi Dios, sácame de este mundo!

JULEPE.- ¡No caerá esa breva!

LA ENCAMADA.- ¡Criminal!

JULEPE.- ¡Muy criminal, pero bien me has buscado!

LA ENCAMADA.- ¡Sólo vales para engañar!

JULEPE.- Florianita, atente a las consecuencias.

LA ENCAMADA.- ¡Mal cristiano!

JULEPE.- Ni malo ni bueno.

LA ENCAMADA.- ¡Mala casta!

JULEPE.- Tendré que ausentarme por no zurrarte la pandereta.

LA ENCAMADA.- ¡Espera!

JULEPE.- ¡No seas pelma!

LA ENCAMADA.- ¡Oye!

JULEPE.- Me quedé sordo de un aire.

(JULEPE, ladeándose la gorra, se dirige a la puerta. El viento frío arrebuja la cortina cenicienta de la lluvia, que rebota en el umbral. La Encamada se incorpora con un gemido:)

LA ENCAMADA.- ¡Escucha!

JULEPE.- ¿Qué pasa en Cádiz?

LA ENCAMADA.- Lleva aviso por los Divinos. Espera. En este burujo de trapos tengo cosidos siete mil reales.

JULEPE.- No sería malo.

LA ENCAMADA.- ¡Tantos trabajos para juntarlos! ¡Tantas mojaduras por esos caminos! ¡La vida me cuestan!

JULEPE.- ¡No seas Traviata!

LA ENCAMADA.- ¡Así me lo pagas!

JULEPE.- ¡Qué esperanza!

LA ENCAMADA.- ¡Lo que amasaron mis sudores, tú lo derrocharás en la taberna!

JULEPE.- ¡A ver ese burujo!

LA ENCAMADA.- ¡Dejámelo! ¡Espera! Palparlo, sí... Pero note lo lleves. Ya lo tendrás. Espera que cierre los ojos. Palparlo, sí.

JULEPE.- ¡Pues parece dinero!

LA ENCAMADA.- ¡Siete mil reales! ¡Cuántos trabajos!

JULEPE.- ¡Eres propiamente una heroína!

LA ENCAMADA.- No te lo lleves. Poco tendrás que esperar. Palpa, palpa

cuanto quieras.

JULEPE.- ¿Lo tienes bien contado?

LA ENCAMADA.- ¡Siete mil trabajos!

JULEPE.- ¿No te obcecas?

LA ENCAMADA.- ¡Contados y recontados los tengo!

JULEPE.- ¿Es puro billetaje?

LA ENCAMADA.- Billetaje de a ciento.

JULEPE.- ¡Una heroína! No hay más. ¡Una heroína de las primeras!

LA ENCAMADA.- Simeón, procura mirar por los hijos, y no dejar mis sudores en la taberna.

JULEPE.- Ya estás faltando.

LA ENCAMADA.- ¡Te conozco, Simeón Julepe!

JULEPE.- También yo conozco mis deberes.

LA ENCAMADA.- Lo que gastes en copas, a tus hijos se lo robas. ¡Sé hombre de bien!

JULEPE.- ¡En ese respective ninguno me echa la pata!

LA ENCAMADA.- ¡No me dejes sin los Divinos!

JULEPE.- Tendrás cuanto deseas. Eso y mucho más te mereces. ¡Qué duda tiene! Yo respeto todos los fanatismos.

LA ENCAMADA.- Estarás con la gorra quitada cuando entre el Rey del Cielo.

JULEPE.- ¡Me sobra educación, Floriana!

LA ENCAMADA.- Pasa por la puerta de tía Pepa. Dile que venga para les lavar la cara a los críos y vestirles la ropa nueva. ¡Angeles de Dios, que tan solos en el mundo se quedan!

JULEPE.- ¡Floriana, con ese patetismo me la estás dando! ¡Hablas como si ya fueses propiamente un cadáver! ¡No hay derecho!

LA ENCAMADA.- ¡Avísame los Divinos!

JULEPE.- Entodavía no estás para eso. ¿Dónde has puesto el burujo de los cuartos?

LA ENCAMADA.- Bajo la rabadilla lo tengo. Date priesa, Simeón. ¡Quiero estar despachada!

JULEPE.- ¡Una heroína propiamente!

LA ENCAMADA.- Toma soleta.

(JULEPE se afirma la gorra, y sale contoneándose. Cuando se desvanece el rumor de los pasos, la adolecida se incorpora abrazada al burujo de los dineros: En camisa y trenqueando sube la escalerilla del fayado: Se la oye dolerse, entre un pisar deshecho y con pausas, por la tarima del sobrado: Helada y prudente reaparece en la escalera: Casi a rastras llega al cocho y se sume en las mantas remendadas: Atenta y cadavérica, el rostro perfilándose sobre un montón de trapos, cuenta las tablas del piso: En su mente señala el escondite que acaba de dar al tesoro. Dos vecinas cotillonas, figuras grises con vaho de llovizna, se meten de un pulo por la puerta, ponderando el arrecido de la helada, con canijo estremecimiento de las sayas húmedas y pingonas. Llega de fuera una ferranchada de chicos que arrastran un caldero, y olor de sardinas asadas. La Musa y La Disa -Pepiña Mus y Juana Dis- son las comadres que ahora entraron:)

LA MUSA.- Bien la aciertasquedándote en las pajas, Floriana. ¿Con qué ánimos estás?

LA ENCAMADA.- ¡Acabando!

LA MUSA.- ¡Sí que no tienes muy buena cara!

LA DISA.- ¿Y el médico no te receta?

LA ENCAMADA.- Su receta fué que me dispusiesen.

LA MUSA.- No llames al médico, Floriana. Si quieres gastarte un duro, mándale decir una misa a San Blas. ¡Te aprovechará mejor que si lo tiras en médico y botica!

LA DISA.- Al médico siempre es bueno tenerlo avisado. ¡Y si no, acuerda cuando se despachó tía Cruces! El médico negó el certificado, y trajo mayores gastos, porque se metió la curia.

LA ENCAMADA.- Al Juzgado, para comerse una casa, con poco motivo le basta.

LA MUSA.- ¿Y tú, pues tan sin pulsos te hallas, no piensas arreglar las cuentas del alma?

LA ENCAMADA.- Simeón salió por los Divinos.

LA DISA.- ¿Estás confesada?

LA ENCAMADA.- Desde ayer tarde. Mi cuenta tengo rendida en este mundo y en el otro.

LA MUSA.- ¡Muy dispuesta te encuentras!

LA ENCAMADA.- Acato la divina sentencia.

LA MUSA.- ¡Alabada sea tanta conformidad! Aun cuando no salga ser ésta tu hora, bien haces en estar preparada, Floriana.

LA ENCAMADA.- ¡Acabo!

LA DISA.- ¿No tomas aguas templadas?

LA MUSA.- Una gota de anisado te daría calor.

LA ENCAMADA.- ¡Espantaime el gato de sobre la cama!

LA DISA.- ¿Dónde ves tú el gato?

LA MUSA.- Es propio delirio, Disa. Mírala que vira los ojos como para el tránsito.

LA ENCAMADA.- ¡Espantaime ese gato!

(A ESTAS Simeón Julepe entra de la calle, la gorra cargada sobre una ceja y el paso claudicante de borracho. Da una zapateta viendo a las cotillonas, y se arranca los pelos:)

JULEPE.- ¡Rediós! ¡A se apartar prontamente! Manos en alto.

LA MUSA.- ¡No escandalices, borrachón!

JULEPE.- ¡A ponerse treinta pasos de esa cama!

(SIMEON saca del pecho un papelote de rosquillas, y con doble traspiés se lo entrega a las manos cadavéricas que salen de las mantas remendadas:)

JULEPE.- ¿Floriana, hazme el favor de decir qué hacen aquí estas maulas?

LA ENCAMADA.- ¡Espantaime ese gato!

LA MUSA.- ¡Te repudia con ese texto!

(JULEPE, las manos entre las mantas, cachea bajo el desmadejado fantasma, que se duele con estertores. Julepe se hiergue tirándose de la greña:)

JULEPE.- ¡Puñela! ¡Mala rabia! ¡A cerrar prontamente esas puertas! ¡A soltar lo robado! ¡Los sudores de esta heroína, el pan de mis vástagos!

LA MUSA.- ¡Buena la traes!

JULEPE.- ¡Solemnísimas ladras!

LA DISA.- ¡El ladrón lo eres tú, que así nos quitas la fama!

JULEPE.- ¡Siete mil reales cosidos en un burujo, quién los ha robado?

LA MUSA.- ¡Un burujo! ¿Y de cuánto has dicho?

JULEPE.- ¡Siete mil reales!

LA MUSA.- ¡Quimerista!

LA DISA.- ¡Borrachón!

JULEPE.- ¡Siete mil reales en billetaje de a ciento!

LA MUSA.- ¿Cuándo te tocóla lotería, Simeón?

LA DISA.- ¿Dónde has visto tú siete mil reales? ¿Pintados?

JULEPE.- ¡Rediós! ¡Ahorros y privaciones de esta mártir modelo! Florianita, contesta a estas maulas con un corte de mangas.

LA DISA.- ¡Sácanos de este entredicho, Floriana! ¡Di tú si al jergón hemos tocado!

LA MUSA.- Déjala en el sopor. A mi ver tiene perdida el habla.

JULEPE.- ¡A volver prontamente lo robado!

(DECLAMATORIA, Pepiña de Mus se encorvaba sobre el camastro, tocaba las manos yertas enclavijadas en el papelote de rosquillas, accionaba, movía un brazo en el aire, como alón desplumado:)

LA MUSA.- ¡Descúbrete la cabeza y arrodíllate, Simeón Julepe!

JULEPE.- ¿Pues?

LA MUSA.- ¡Acabó!

JULEPE.- ¡Un ángel pierdo!

LA DISA.- ¡Ya está fría! Para mí acabó cuando este veneno entraba. ¡Aquel gran suspiro que dió ha sido para entregar el alma!

(SIMEON se arranca la gorra. El aire melodramático: Marchando con la cara torcida, sin perder ojo de las cotillonas, cierra la puerta. Recostándose en el muro con un traspiés, se mete la llave en la faja:)

JULEPE.- Voy a cachear por el burujo. ¡Si no parece, os paso de un balazo y me como vuestras entrañas!

LA DISA.- ¡Deja esa tema, grandísimo borracho! ¡Respeta la muerte!

LA MUSA.- ¡No me quites la devoción de rezarle por el alma a la difunta, Julepe!

JULEPE.- ¡Si el burujo no parece, os coso a puñaladas!

(SIMEON catea entre las mantas, hunde en el jergón la ansiosa lividez de sus manos tiznadas, remueve el cuerpo de la difunta:)

JULEPE.- ¡Rediós! ¡Aquí no hay nada! ¡Disponeros a morir por ladras, grandísimas maulas!

LA DISA.- ¡Mala centella te abrase la lengua, borrachón!

JULEPE.- ¡A rezar el Señor Mío!

LA MUSA.- ¡Mira bien, relajado!

JULEPE.- ¡Ladras!

LA DISA.- ¡Esa es la dolor que te pasa, Lutero!

LA MUSA.- ¡Lo que tuvieras, ahí lo tendrás! Vamos a sacar del cocho a la difunta.

(TOMAN el cuerpo en vilo y se deshace el flaco nudo de las manos derramando el papelote de rosquillas: En la lividez de los dedos se aguzan las uñas violadas: Salen de la camisa rabicorta, las canillas doblándose como rotas velas:)

LA DISA.- ¿Dónde la posamos? En el suelo parece escarnio.

LA MUSA.- Pongámosla sobre el banco.

(DEJAN el cuerpo de la difunta arrimado a la pared, en un banco rojo y angosto. Julepe levanta el camastro, aventa el jergón, sacude los guiñapos remendados:)

JULEPE.- ¡Nada! ¡Nada! ¡Nada! ¡Robado! ¡Inicuamente robado! ¡A morir se ha dicho, so maulas!

LA DISA.- ¡Ah de Dios! ¡Acudide vecinos! ¡En cas de Julepe! ¡Nos degüella vivas este sanguinario!

LA MUSA.- ¡Ay, Julepe, si cojo una tranca!

(EN la batalla de las cotillonas y el borracho, la difunta rueda de la tarima, y queda de bruces,con el faldón sobre la rabadilla. Por la escalera del desván, en las alturas del fayo, aparecen tres críos desnudos, encadillados bajo un cobertor: Sucia pelambre, bocas lloronas, ojos apretados:)

CORO DE CRIOS.- ¡Ay, mi madre! ¡Mi madre! ¡Mi madre!

JULEPE.- ¡Ante vuestros ojos inocentes voy a picarle la garganta a estas malas mujeres!

(LAS cotillonas, cada una en su rincón, esperan prevenidas. Pepiña de Mus esgrime un picachón. Juana Dis levanta el martillo del yunque:)

LA DISA.- ¡Ven ahora, borrachón! ¡Ven, que te desmeollo!

LA MUSA.- Como soy Pepa Mus, el pecho te paso.

JULEPE.- ¡Robado! ¡Robado! ¡Robado!

CORO DE CRÍOS.- ¡Mi madre! ¡Mi madre! ¡Mi madre!

JULEPE.- ¿No os conduele la orfandad de estos niños? ¡Puñela! ¡Con la

vida vais a pagarlo!

(ABRE una arquilla que está pareja con el camastro y la vuelca. Entre el baratijo de lilailos sale un revólver antiguo, tomado de orín.-El revólver romántico que de soltero llevaba Julepe.-Ahora lo empuña con gozo y rabia de peliculero melodramático:)

JULEPE.- ¡Tiene siete balas!

CORO DE CRÍOS.- ¡Mi padre! ¡Mi padre! ¡Mi padre!

LA DISA.- ¡Borrachón! ¡Mira qué ejemplo para esos huérfanos!

JULEPE.- ¡A morir se ha dicho! ¡A morir, sin remedio! ¡A morir, por encima de la corona del Papa!

LA MUSA.- No te ofusques, y cachea bien. El burujo de los cuartos, si es verdad que los había, tiene de parecer.

LA DISA.- ¡Inocentes estamos, borrachón! ¡Si pudiese hablar la difunta, lo hablaría igual!

LA MUSA.- Cachea entre las pajas. Bájale primero la camisa a la difunta, que parece un escarnio.

LA DISA.- ¡Y un mal ejemplo para las criaturas!

LA MUSA.- Ponía en el banco.

JULEPE.- ¡Cadáver frío, tú, solamente, puedes aclarar esta causa célebre!

(JULEPE se tira de los pelos. Del cadillo de crios, que hipan y lloran, sale una voz arratada:)

LA VOZ DE RATA.- ¡El burujo de los cuartos lo escondió, después, mi madre, en la bufarda!

JULEPE.- ¿Qué dices, ángel celeste?

LA DISA.- ¡Inocente, tú nos salvas!

(JULEPE se lanza a la escalera y sube en dos trancos, desbaratando el retablo de monigotes que hipa y lloriquea bajo la claraboya. Los calcaños azules y las alpargatas desaparecen por la escotilla del fayado. En torno de la casa rueda un vocerío de comadres. Hay aporreos en la puerta y el ventano:)

VOCES DE LA CALLE.- ¿Qué se pasa? ¿Sois vivos o muertos? ¿Quién pide auxilio?

LA MUSA.- ¡Dos tristes mujeres!

LA DISA.- ¡Con quitarnos la vida nos amenaza el borrachón de Julepe!

VOCES DE LA CALLE.- ¡Julepe, no te ciegues! ¡Abre la puerta!

LA MUSA.- ¡Entregó el alma la Floriana!

LA DISA.- ¡Deja un gato de muchos miles!

VOCES DE LA CALLE.- ¡Abre la puerta! ¡No te arrebates, Julepe!

LA DISA.- ¡Echó lallave para nos degollar!

LA MUSA.- ¡Este verdugo quería morcillas para el velorio!

LA DISA.- ¡Viva me veo de milagro!

VOCES DE LA CALLE.- ¡Julepe, abre! ¡Abre, Julepe!

JULEPE.- ¡Ahí va la llave!

(LA llave cae de lo alto. Julepe, en la boca del escotillón, corta con la navaja el cosido de trapos: Avista el dinero, y se guarda el burujo en la faja:)

CORO DE CRÍOS.- ¡Mamá Floriana! ¡Mamá Floriana!

JULEPE.- ¡Bien hacéis en llorarla, tiernos vástagos! ¡Esposa y madre modelo en los cuatro puntos cardinales! ¡Una heroína de las aventajadas!

(JULEPE se tira por la escalera con los brazos en aspa, y cae a los pies de la difunta: Se levanta abrazado con ella. El retablo de vecinos asoma mudo, sin traspasar la puerta, y en aquel silencio la voz del borracho se remonta con tremo afectado y patético:)

JULEPE.- ¡Floriana, ángel ejemplar, no tengo lágrimas para llorar tu irreparable pérdida! ¡No las tengo! ¡Me falta ese consuelo! ¡Soy propia fiera! ¡Soy un corazón de piedra dura! ¡Floriana, contigo se derrumba esta familia! ¡Vuelve a la vida, Floriana!

(A UNO y otro lado le asisten las dos cotillonas, Juana Dis y Pepiña de Mus: Aquélla sostiene la exangüe cabeza de la difunta, y ésta, los amarillos calcañares: Posan en el jergón la yerta figura de cera, y la cubren con una sábana. Julepe, el aire fatalista y menestral, estruja la gorra entre las manos, mira al cielo y sale:)

LA DISA.- ¡Acompañailo alguno, que es un hombre desesperado!

LA MUSA.- Encarga la caja, Julepe.

(ENTRAN de refilón algunos chicuelos descalzos y pelones, la expresión unánime, curiosa de susto y malicia. Se deshace el cadillo de los tres que lloran bajo la claraboya: Salen coritos de la manta, bajan a la vera del cadáver:)

CORO DE CRÍOS.- ¡Mamá Floriana! ¡Mamá Floriana!

LA DISA.- A estas criaturas hay que ver de cubrirles las carnes.

LA VOZ DE RATA.- Ya mamá sacó, después, de la hucha la ropa nueva.

(LA MUSA, que ha ido a cubrirse con la mantilla, y ha vuelto, comienza un plato. Otra comadre sacude sobre el rígido bulto ensabanado, un aspergis de agua bendita: Otra levanta una punta del lienzo y contempla el rostro de la muerta:)

LA COMADRE.- ¡Qué blanca! ¡No tenía los treinta años! ¡Fué pretendida de caballeros, y cayó con ese mala casta!

LA DISA.- ¡Cegueras!

LA COMADRE.- ¿No disponéis amortajarla antes de que encalle? ¡Mirai que después es mucha faena!

LA DISA.- No sabemos cual sea la voluntad de Julepe.

LA COMADRE.- Cualisquiera aguarda lo que resuelva ese borrachón. Yo, por mi cuenta, voy a disponerla.

LA MUSA.- ¡Ahora te ayudo, curmana!

LA COMADRE.- Pondrémoslela ropa de guarda. ¡Si había de llevarla una intrusa va mejor empleada!

CORO DE CRÍOS.- ¡Mamá Floriana! ¡Mamá Floriana!

(LA MUSA prolonga los alones de su mantilla sobre las cabezas de los tres coritos, y comienza una prosa dramática, ritual de tales fúnebres pasos:)

LA MUSA.- ¡Tiernos ángeles, recordai siempre este momento de la última despedida a la cabecera de vuestra madre! ¡Perdéis el mayor bien de este mundo, cuyo es el amor de madre! ¡No más os digo! ¡El último beso depositai en la frente de esa rosa mártir!

(EL retablo de los tres coritos, se encoge lloroso, bajo los negros alones de la mantilla. Pepiña de Mus los empujaba sobre la difunta, abiertos los brazos y la cara vuelta a las otras comadres:)

LA MUSA.- ¡Son duros de corazón estos rapaces!

LA COMADRE.- ¡Criaturas, salen al tenor del ejemplo que reciben!

LA DISA.- ¡Dióles ahora el aquel de quedarse aboyadas!

LA MUSA.- ¡Rebeldes, el último beso depositai en el rostro de vuestra madre! Deci conmigo: ¡Madre inolvidable, mira por nosotros desde el Cielo! ¡Sé nuestro ángel en tantas ocasiones de pecar como ofrece a la

juventud este valle de lágrimas! Considerai que de aquí va para la cueva.

CORO DE CRÍOS.- ¡Mamá Floriana! ¡Mamá Floriana! ¡Que tan fría! ¡Mamá

Floriana!

LA MUSA.- ¡Al fin rompieron estos rebeldes!

LA DISA.- ¡Están asustados!

LA COMADRE.- Hay que vestirlos.

LA VOZ DE RATA.- ¡Ya, después, sacó mamá la ropa nueva!

LA COMADRE.- ¡Mujer de su casa!

(LA MUSA azota a barullo el corito nalgario de los tres rapaces, y los encamina por la escalera del fayado:)

LA COMADRE.- ¡Criaturas, no saben el bien que pierden!

LA DISA.- ¡Veinte mil reales deja ahorrados! ¡Julepe quería picarnos la garganta porque no daba con ellos!

LUDOVINA LA MESONERA.- ¡Nadie le hacía un gato tan grande a la Floriana!

LA COMADRE.- ¡Mujer de su casa!

PEPE EL TENDERO.- ¡Se me hace mucha plata!

LA DISA.- Veinte mil reales que irán derechos a la taberna.

PEPE EL TENDERO.- ¡Tienen muchas tripas! Si se le pone en la idea puede encargar un panteón para esos restos.

LA COMADRE.- ¿Adonde vas tú?

LA DISA.- ¡No es tan negra la pena de Julepe!

PEPE EL TENDERO.- ¡Ustedes, mujeres, ciertas cosas no las comprenden!

LA COMADRE.- ¡Lo cierto es que sobrecogía verlo abrazado a la difunta! ¡Talmente el sermón del desenclavo!

LA DISA.- Su mérito no se le niega.

UNA VIEJA.- ¡Mucho trabajaste en este mundo, Floriana!

(DURANTE el palique, las cotillonas engalanan a la difunta: Con el pico de un paño, mojado le lavan la cara: La incorporan para meterla el justillo y la saya nueva. Una vecina trae dos cabos de vela bajo la mantilla,y, compungiéndose, los entrega a las comadres gobernadoras:

Otra sale corriendo, y vuelve con una rosa de papel para adornar el lívido nudo de las manos yertas. A uno y otro lado chisporrotean los dos cabos de vela:)

LA COMADRE.- Disa, cachea por unas medias. No sé si le entrarán estas botinas. ¡Mirailas sin estrenar! ¡Por eso la vida mucho enseña! ¡Bien ajena estaba de que las estrenaría al ir para la cueva!

LA DISA.- Las estrena para comparecer en presencia de Dios. ¡Qué mejor empleo!

(ENTRA una vieja pingona con el féretro terciado sobre la cabeza, seguida de un rapaz cirineo que porta la tapa. El retablo de huérfanos, ahora vestidos de domingo, con gorros de estambre y zuecos gaiteros, llora bajo la claraboya:)

CORO DE CRIOS.- ¡Mamá Floriana! ¡Mamá Floriana!

LA PINGONA.- ¡Criaturas, parten el alma! ¿Dónde descargo, Disa?

LA DISA.- Donde halles lugar.

LA PINGONA.- ¿Y el viudo?

LA DISA.- ¡Tramitando el entierro!

LA PINGONA.- El caso es que no demore. Encargó lujo, y veremos como habla al soltar los cuartos. ¡Catorce pesetas, sin caídas, que con ellas son diecinueve!

LA DISA.- ¡Más hereda!

LA PINGONA.- ¿Luego es verdad que la difunta deja un gato de dos mil pesos?

LA DISA.- No se sabe el cuanto. Será más o será menos.

LA PINGONA.- ¡Era muy ahorrativa la Floriana!

LA COMADRE.- ¡Mujer de su casa!

LA PINGONA.- Con muy buenas amistades. ¡Y a todo esto aun no le recé un gloria por el alma!

(SE arrodilla a los pies del cadáver: Las luces de cera, con versátiles fulgores, acentúan el perfil inmóvil, depurado, casi translúcido: En el crispado enclavamiento de las manos, la rosa de papel se enciende como una llama. Rematado el rezo, se santiguaba La Pingona:)

LA PINGONA.- ¡Tiene manos de señorita!

LA COMADRE.- ¡Cuando soltera fué muy madama, hora que estos tiempos no era conocida!

LA PINGONA.- ¡Hasta le dejó una sonrisa la muerte! Asi, lavada y compuesta, parece una propia Hija de María. ¡Y qué prendas! Pañoleta de galería, su buena falda, enagua de piquillos, botinas nuevas, medias listadas. ¡Talmente una novia!

LA COMADRE.- ¡Mujer de su casa!

LA PINGONA.- Sabiendo buscarse las amistades. ¡Déjamele rezar otro gloria por el alma!

(ENTRA, con un traspiés, Simeón Julepe: Metida por la cabeza, hasta los hombros, trae una corona de pensamientos y follaje de latón con brillos de luto, la corona menestral y petulante, de un sentimentalismo alemán. Julepe tiene la mona elocuente:)

JULEPE.- ¡Esposa ejemplar, te rendiré el último tributo en el cementerio! El Orfeón los Amigos te cantará la Marsellesa. Yo, con el alma traspasada, no desertaré de mi puesto. Tu espíritu, libre de este mundo donde tanto sufreel proletario, merece que tu esposo inolvidable sacrifique en el acto fúnebre una mísera parte de tus sudores. ¡En los cuatro puntos cardinales, modelo de esposas, con patente! Tendrás los honores debidos, sin que te falte cosa ninguna. Tu inconsolable viudo te lo garanta. El Orfeón los Amigos te ofrece la corona reservada a los socios de mérito.

(SIMEON deposita la corona a los pies de la difunta, y se retira para juzgar del efecto, con la gorra estrujada entre las manos. El retablo de vecinos guarda silencio. La difunta, en el féretro de esterillas doradas, tiene una desolación de figura de cera, un acento popular y dramático. La pañoleta floreada ceñida al busto, las cejas atirantadas por el peinado, las manos, con la rosa de papel saliendo de los vuelillos blancos, el terrible charol de las botas, promueven un desacorde cruel y patético, acaso una inaccesible categoría estética.)

JULEPE.- ¡Floriana, que tan angélica te contemplo con esa rosa en las manos! ¡Floriana, astro resplandeciente, estas caritativas mujeres muy maja te pusieron! Todos nuestros vecinos se conduelen de mi viudez. El Orfeón los Amigos te ofrece esa corona de mérito. ¿Nada respondes? Inerte en la caja desoyes las rutinas de este mundo político. Me sobrepongo a mi dolor y digo: ¡Solamente existe la nada! No asustarse, vecinos, es el credo moderno.

LA MUSA.- ¡Calla, borrachón, que hasta la propia finada parece escandalizarse!

JULEPE.- Yo no falto. ¡Floriana, que tan angélica te contemplo con esa rosa y las medias listadas! ¡Dispuesta pareces para salir en un espectáculo, visión celeste! ¡Se van a ver cosas chocantes en la puerta del Cielo! ¡Rediós, cuando tú comparezcas con aquel buen pisar que tenías, los atontas!

LA PINGONA.- ¡Eso sería si fuesen profanos!

LA COMADRE.- Date un nudo a la lengua, Julepe.

JULEPE.- ¡Rediós, era mi esposa esta visión celeste, y no sabía que tan blanca era de sus carnes! ¡Una cupletista de mérito, con esa rosa y las medias listadas!

LA MUSA.- ¡Tú apuraste alguna torpe bebida de los Infiernos!

JULEPE.- ¡Fuera de aquí, beatas y alcahuetas!

LA DISA.- ¡Calla, escandaloso!

JULEPE.- ¡Estoy en mi derecho!

(DA un traspiés, abriendo los brazos sobre la difunta, y se entremeten, con escandalizado revuelo, las mujerucas.)

LA COMADRE.- ¡Serénate, Simeón!

LA DISA.- ¡Hay que ser hombre fuerte!

JULEPE.- ¡Lo soy!

LA MUSA.- ¡Es un mal ejemplo!

JULEPE.- ¡Apartarse, puñela! Estoy en mi casa y me pertenece esa visión celeste. ¡Con esa rosa y esas medias listadas, no es menos que una estrella de la Perla!

LA DISA.- ¡Estragado!

JULEPE.- Estoy en mi derecho. ¡Angel embalsamado, qué vale a tu comparación el cupletismo de la Perla! ¡Rediós, médicos y farmacéuticos, vengan a puja paraembalsamar este cuerpo de ilusión! No se mira la plata. Cinco mil pesos para el que lo deje más aparente para una cristalera. ¡No me rajo! ¡Tendrás una cristalera, Floriana! Estoy en mi derecho al pedirte amor. ¡Fuera de aquí!

(OTRO traspiés para llegar a la difunta. Cae una velilla, y en las manos de marfil arde la rosa de papel como una rosa de fuego. Arden las ropas, arde el ataúd. Simeón Julepe, entre las llamas, abrazado al cadáver, grita frenético. Las mujerucas retroceden, aspando los brazos. Toda la fragua tiene un reflejo de incendio.)