Lorca, Federico García

"Campos de Castilla"

I. Retrato

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido

- ya conocéis mi torpe aliño indumentario -;

mas recibí la flecha que me asignó Cupido

y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo

- quien habla solo espera hablar a Dios un día -;

mi soliloquio es plática con este buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje

y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

II. A orillas del Duero

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.

Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,

buscando los recodos de sombra, lentamente.

A trechos me paraba para enjugar mi frente

y dar algún respiroal pecho jadeante;

o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia delante

y hacia la mano diestra vencido y apoyado

en un bastón, a guisa de pastoril cayado,

trepaba por los cerros que habitan las rapaces

aves de altura, hollando las hierbas montaraces

de fuerte olor - romero, tomillo, salvia, espliego - .

Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

Un buitre de anchas alas, con majestuoso vuelo

cruzaba solitario el puro azul del cielo.

Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,

y una redonda loma cual recamado escudo,

y cárdenos alcores sobre la parda tierra

- harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra - ,

las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero

para formar la corva ballesta de un arquero

en torno a Soria. - Soria es una barbacana

hacia Aragón que tiene la torre castellana - .

Veía el horizonte cerrado por colinas

oscuras, coronadas de robles y de encinas;

desnudos peñascales, algún humilde prado

donde el merino pace y el toro arrodillado

sobre la hierba rumia, las márgenes del río

lucir sus verdes álamos al claro sol de estío

y, silenciosamente, lejanos pasajeros,

¡tan diminutos! - carros, jinetes y arrieros - ,

cruzar el largo puente y bajo las arcadas

de piedra ensombrecerse las agujas plateadas

del Duero.

El Duero cruza el corazón de roble

de Iberia y de Castilla.

¡Oh tierra triste y noble,

la de los altos llanos y yermos y roquedas,

de campos sin arados, regatos ni arboledas;

decrépitas ciudades, caminos sin mesones

y atónitos palurdos sin danzas ni canciones

que aún van, abandonando el mortecino hogar,

como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.

¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada

recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?

Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;

cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.

¿Pasó? Sobre sus campos aun el fantasma yerra

de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes

madrastra es apenas de humildes ganapanes.

Castilla no es aquella tan generosa un día,

cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,

ufano de su nueva fortuna y su opulencia,

a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;

o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,

pedía la conquista de los inmensos ríos

indianos a la corte; la madre de soldados,

guerreros y adalides que han de tornar cargados

de plata y oro a España, en regios galeones,

para la presa, cuervos; para la lid, leones.

Filósofos nutridos de sopa de convento

contemplan impasibles el amplio firmamento;

y si les llega en sueños, como un rumor distante,

clamor de mercaderes demuelles de Levante,

no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?

Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Castilla miserable, ayer dominadora;

envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora.

El sol va declinando. De la ciudad lejana

me llega un armonioso tañido de campana

- ya irán a su rosario las enlutadas viejas - .

De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;

me miran y se alejan, huyendo, y aparecen

de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se oscurecen.

Hacia el camino blanco está el mesón abierto

al campo ensombrecido y al pedregal desierto.

III. Por tierras de España

El hombre de estos campos que incendia los pinares

y su despojo aguarda como botín de guerra,

antaño hubo raído los negros encinares,

talado los robustos robledos de la sierra.

Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;

la tempestad llevarse los limos de la tierra

por los sagrados ríos hacia los anchos mares;

y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,

pastores que conducen sus hordas de merinos

a Extremadura fértil, rebaños trashumantes

que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,

hundidos, recelosos, movibles; y trazadas

cual arco de ballesta, en el semblante enjuto

de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.

Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,

capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,

que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,

esclava de los siete pecados capitales.

Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,

guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;

ni para su infortunio ni goza su riqueza;

le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

El numen de estos campos es sanguinario y fiero:

al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,

veréis agigantarse la forma de un arquero,

la forma de un inmenso centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta

- no fue por estos campos el bíblico jardín -;

son tierras para el águila, un trozo de planeta

por donde cruza errante la sombra de Caín.

IV. El hospicio

Es el hospicio, el viejo hospicio provinciano,

el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas

en donde los vencejos anidan en verano

y graznan en las noches de invierno las cornejas.

Con su frontón al Norte, entre los dos torreones

de antigua fortaleza, el sórdido edificio

de agrietados muros y sucios paredones

es un rincón de sombra eterna. ¡El viejo hospicio!

Mientras el sol de enero su débil luz envía,

su triste luz velada sobre los campos yermos,

a un ventanuco asoman, al declinar el día,

algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos,

a contemplar los montes azules de la sierra;

o, de loscielos blancos, como sobre una fosa,

caer la blanca nieve sobre la fría tierra,

sobre la tierra fría la nieve silenciosa...

V. El dios íbero

Igual que el ballestero

tahúr de la cantiga,

tuviera una saeta el hombre ibero

para el Señor que apedreó la espiga

y malogró los frutos otoñales,

y un "gloria a ti" para el Señor que grana

centenos y trigales

que el pan bendito le darán mañana.

"Señor de la ruina

adoro porque aguardo y porque temo:

con mi oración se inclina

hacia la tierra un corazón blasfemo.

"¡Señor, por quien arranco el pan con pena,

sé tu poder, conozco mi cadena!

¡Oh dueño de la nube del estío

que la campiña arrasa,

del seco otoño, del helar tardío

y del bochorno que la mies abrasa!

"¡Señor del iris, sobre el campo verde

donde la oveja pace;

Señor del fruto que el gusano muerde

y de la choza que el turbión deshace,

"tu soplo el fuego del hogar aviva,

tu lumbre da sazón al rubio grano,

y cuaja el hueso de la verde oliva,

la noche de San Juan, tu santa mano!

"¡Oh dueño de fortuna y de pobreza,

ventura y malandanza,

que al rico das favores y pereza

y al pobre su fatiga y su esperanza!

"¡Señor, Señor: en la voltaria rueda

del año he visto mi simiente echada,

corriendo igual albur que la moneda

del jugador en el azar sembrada!

"¡Señor, hoy paternal, ayer cruento,

con doble faz de amor y de venganza,

a Ti, en un dado de tahúr al viento,

va mi oración, blasfemia y alabanza!"

Éste que insulta a Dios en los altares,

no más atento al ceño del Destino,

también soñó caminos en los mares

y dijo: "Es Dios sobre la mar camino".

¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra

más allá de la suerte,

más allá de la tierra,

más allá de la mar y de la muerte?

¿No dio la encina ibera

para el fuego de Dios la buena rama,

que fue en la santa hoguera

de amor una con Dios en pura llama?

Mas hoy... ¡Qué importa un día!

Para los nuevos lares

estepas hay en la floresta umbría,

leña verde en los viejos encinares.

Aún larga patria espera

abrir al corvo arado sus besanas;

para el grano de Dios hay sementera

bajo cardos y abrojos y bardanas.

¡Qué importa un día! Está el ayer alerto

al mañana, mañana al infinito;

¡hombres de España, ni el pasado ha muerto,

ni está el mañana - ni el ayer - escrito!

¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?

Mi corazón aguarda

al hombre ibero de la recia mano,

que tallará en el roble castellano

el Dios adusto de la tierra parda.

VI. Orillas del duero

¡Primavera soriana, primavera

humilde, como el sueño de un bendito,

de un pobre caminante que durmiera

decansancio en un páramo infinito!

¡Campillo amarillento,

como tosco sayal de campesina,

pradera de velludo polvoriento

donde pace la escuálida merina!

¡Aquellos diminutos pegujales

de tierra dura y fría,

donde apuntan centenos y trigales

que el pan moreno nos darán un día!

Y otra vez roca y roca, pedregales

desnudos y pelados serrijones,

la tierra de las águilas caudales,

malezas y jarales,

hierbas monteses, zarzas y cambrones.

¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!

¡Castilla, tus decrépitas ciudades!

¡La agria melancolía

que puebla tus sombrías soledades!

¡Castilla varonil, adusta tierra;

Castilla del desdén contra la suerte,

Castilla del dolor y de la guerra,

tierra inmortal, Castilla de la muerte!

Era una tarde, cuando el campo huía

del sol, y en el asombro del planeta,

como un globo morado aparecía

la hermosa luna, amada del poeta.

En el cárdeno cielo vïoleta

alguna clara estrella fulguraba.

El aire ensombrecido

oreaba mis sienes y acercaba

el murmullo del agua hasta mi oído.

Entre cerros de plomo y de ceniza

manchados de roídos encanares,

y entre calvas roquedas de caliza,

iba a embestir los ocho tajamares

del puente el padre río,

que surca de Castilla el yermo frío.

¡Oh Duero, tu agua corre

y correrá mientras las nieves blancas

de enero el sol de mayo

haga fluir por hoces y barrancas;

mientras tengan las sierras su turbante

de nieve y de tormenta,

y brille el olifante

del sol, tras de la nube cenicienta!...

¿Y el viejo romancero

fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?

¿Acaso como tú y por siempre, Duero,

irá corriendo hacia la mar Castilla?

VII. Las encinas

A los señores de Masriera,en recuerdo de una expedición al Pardo

¡Encinares castellanos

en laderas y altozanos,

serrijones y colinas

llenos de oscura maleza,

encinas, pardas encinas;

humildad y fortaleza!

Mientras que llenándoos va

el hacha de calvijares,

¿nadie cantaros sabrá,

encinares?

El roble es la guerra, el roble

dice el valor y el coraje,

rabia inmoble

en su torcido ramaje;

y es más rudo

que la encina, más nervudo,

más altivo y más señor.

El alto roble parece

que recalca y ennudece

su robustez como atleta

que, erguido, afinca en el suelo.

El pino es el mar y el cielo

y la montaña: el planeta.

La palmera es el desierto,

el sol y la lejanía:

la sed; una fuente fría

soñada en el campo yerto.

Las hayas son la leyenda.

Alguien, en las viejas hayas,

leía una historia horrenda

de crímenes y batallas.

¿Quién ha visto sin temblar

un hayedo en un pinar?

Los chopos son la ribera,

liras de la primavera,

cerca del agua que fluye,

pasa y huye,

viva o lenta,

que se emboca turbulenta

o en remanso se dilata.

En su eterno escalofrío

copian del agua del río

las vivas ondas de plata.

De los parques las olmedas

son las buenas arboledas

que nos han visto jugar,

cuando eran nuestros cabellos

rubios y, con nieve en ellos,

nos han de ver meditar.

Tiene el manzano el olor

de supoma,

el eucalipto el aroma

de sus hojas, de su flor

el naranjo la fragancia;

y es del huerto

la elegancia

el ciprés oscuro y yerto.

¿Qué tienes tú, negra encina

campesina,

con tus ramas sin color

en el campo sin verdor;

con tu tronco ceniciento

sin esbeltez ni altiveza,

con tu vigor sin tormento,

y tu humildad que es firmeza?

En tu copa ancha y redonda

nada brilla,

ni tu verdioscura fronda

ni tu flor verdiamarilla.

Nada es lindo ni arrogante

en tu porte, ni guerrero,

nada fiero

que aderece tu talante.

Brotas derecha o torcida

con esa humildad que cede

sólo a la ley de la vida,

que es vivir como se puede.

El campo mismo se hizo

árbol en ti, parda encina.

Ya bajo el sol que calcina,

ya contra el hielo invernizo,

el bochorno y la borrasca,

el agosto y el enero,

los copos de la nevasca,

los hilos del aguacero,

siempre firme, siempre igual,

impasible, casta y buena,

¡oh tú, robusta y serena,

eterna encina rural

de los negros encinares

de la raya aragonesa

y las crestas militares

de la tierra pamplonesa;

encinas de Extremadura,

de Castilla, que hizo a España,

encinas de la llanura,

del cerro y de la montaña;

encinas del alto llano

que el joven Duero rodea,

y del Tajo que serpea

por el suelo toledano;

encinas de junto al mar

- en Santander - , encinar

que pones tu nota arisca,

como un castellano ceño,

en Córdoba la morisca,

y tú, encinar madrileño,

bajo Guadarrama frío,

tan hermoso, tan sombrío,

con tu adustez castellana

corrigiendo

la vanidad y el atuendo

y la hetiquez cortesana!...

Ya sé, encinas

campesinas,

que os pintaron, con lebreles

elegantes y corceles,

los más egregios pinceles,

y os cantaron los poetas

augustales,

que os asordan escopetas

de cazadores reales;

mas sois el campo y el lar

y la sombra tutelar

de los buenos aldeanos

que visten parda estameña,

y que cortan vuestra leña

con sus manos.

VIII. Caminos

¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,

la sierra gris y blanca,

la sierra de mis tardes madrileñas

que yo veía en el azul pintada?

Por tus barrancos hondos

y por tus cumbres agrias,

mil Guadarramas y mil soles vienen,

cabalgando conmigo, a tus entrañas.

Camino de Balsaín, 1911.

IX. En abril, las aguas mil

Son de abril las aguas mil.

Sopla el viento achubascado,

y entre nublado y nublado

hay trozos de cielo añil.

Agua y sol. El iris brilla.

En una nube lejana,

zigzaguea

una centella amarilla.

La lluvia da en la ventana

y el cristal repiquetea.

A través de la neblina

que forma la lluvia fina,

se divisa un prado verde,

y un encinar se esfumina,

y una sierra gris se pierde.

Los hilos del aguacero

sesgan las nacientes frondas,

y agitan las turbias ondas

en el remanso del Duero.

Lloviendo está en los habares

y en las pardas sementeras;

hay sol en los encinares,

charcos por las carreteras.

Lluvia y sol. Ya se oscurece

el campo, ya se ilumina;

allí un cerro desparece,

allá surge una colina.

Ya son claros, ya sombríos

los dispersos caseríos,

loslejanos torreones.

Hacia la sierra plomiza

van rodando en pelotones

nubes de guata y ceniza.

X. Un loco

Es una tarde mustia y desabrida

de un otoño sin frutos, en la tierra

estéril y raída

donde la sombra de un centauro yerra.

Por un camino en la árida llanura,

entre álamos marchitos,

a solas con su sombra y su locura

va el loco, hablando a gritos.

Lejos se ven sombríos estepares,

colinas con malezas y cambrones,

y ruinas de viejos encinares,

coronando los agrios serrijones.

El loco vocifera

a solas con su sombra y su quimera.

Es horrible y grotesca su figura;

flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,

ojos de calentura

iluminan su rostro demacrado.

Huye de la ciudad... Pobres maldades,

misérrimas virtudes y quehaceres

de chulos aburridos, y ruindades

de ociosos mercaderes.

Por los campos de Dios el loco avanza.

Tras la tierra esquelética y sequiza

- rojo de herrumbre y pardo de ceniza -

hay un sueño de lirio en lontananza.

Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!

- ¡carne triste y espíritu villano! - .

No fue por una trágica amargura

esta alma errante desgajada y rota;

purga un pecado ajeno: la cordura,

la terrible cordura del idiota.

XI. Fantasía iconográfica

La calva prematura

brilla sobre la frente amplia y severa;

bajo la piel de pálida tersura

se trasluce la fina calavera.

Mentón agudo y pómulos marcados

por trazos de un punzón adamantino;

y de insólita púrpura manchados

los labios que soñara un florentino.

Mientras la boca sonreír parece,

los ojos perspicaces,

que un ceño pensativo empequeñece,

miran y ven, profundos y tenaces.

Tiene sobre la mesa un libro viejo

donde posa la mano distraída.

Al fondo de la cuadra, en el espejo,

una tarde dorada está dormida.

Montañas de violeta

y grasientos breñales,

la tierra que ama el santo y el poeta,

los buitres y las águilas caudales.

Del abierto balcón al blanco muro

va una franja de sol anaranjada

que inflama el aire, en el ambiente oscuro

que envuelve la armadura arrinconada.

XII. Un criminal

El acusado es pálido y lampiño.

Arde en sus ojos una fosca lumbre

que repugna a su máscara de niño

y ademán de piadosa mansedumbre.

Conserva del oscuro seminario

el talante modesto y la costumbre

de mirar a la tierra o al breviario.

Devoto de María,

madre de pecadores,

por Burgos bachiller en teología,

presto a tomar las órdenes menores.

Fue su crimen atroz. Hartóse un día

de los textos profanos y divinos,

sintió pesar del tiempo que perdía

enderezando hipérbatons latinos.

Enamoróse de una hermosa niña;

subiósele el amor a la cabeza

como el zumo dorado de la viña,

y despertó su natural fiereza.

En sueños vio a sus padres - labradores

de mediano caudal - iluminados

del hogar por los rojos resplandores,

los campesinos rostros atezados,

Quiso heredar. ¡Oh guindos y nogales

del huerto familiar verde y sombrío,

y doradas espigas candeales

que colmarán las trojes delestío!

Y se acordó del hacha que pendía

en el muro, luciente y afilada;

el hacha fuerte que la leña hacía

de la rama de roble cercenada.

Frente al reo, los jueces en sus viejos

ropones enlutados

y una hilera de oscuros entrecejos

y de plebeyos rostros: los jurados.

El abogado defensor perora,

golpeando el pupitre con la mano;

emborrona papel un escribano,

mientras oye el fiscal, indiferente,

el alegato enfático y sonoro,

y repasa los autos judiciales

o, entre sus dedos, de las gafas de oro

acaricia los límpidos cristales.

Dice un ujier: "Va sin remedio al palo".

El joven cuervo la clemencia espera.

Un pueblo carne de horca, la severa

justicia aguarda que castiga al malo.

XIII. Amanecer de otoño

A Julio Romero de Torres

Una larga carretera

entre grises peñascales,

y alguna humilde pradera

donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.

Está la tierra mojada

por las gotas del rocío,

y la alameda dorada,

hacia la curva del río.

Tras los montes de violeta

quebrado el primer albor.

a la espalda la escopeta,

entre sus galgos agudos, caminando un cazador.

XIV. El tren

Yo, para todo viaje

- siempre sobre la madera

de mi vagón de tercera - ,

voy ligero de equipaje.

Si es de noche, porque no

acostumbro a dormir yo,

y de día, por mirar

los arbolitos pasar,

yo nunca duermo en el tren,

y, sin embargo, voy bien.

¡Este placer de alejarse!

Londres, Madrid, Ponferrada,

tan lindos... para marcharse.

Lo molesto es la llegada.

Luego, el tren, al caminar,

siempre nos hace soñar;

y casi, casi olvidamos

el jamelgo que montamos.

¡Oh el pollino

que sabe bien el camino!

¿Dónde estamos?

¿Dónde todos nos bajamos?

¡Frente a mí va una monjita

tan bonita!

Tiene esa expresión serena

que a la pena

da una esperanza infinita.

Y yo pienso: Tú eres buena;

porque diste tus amores

a Jesús; porque no quieres

ser madre de pecadores.

Mas tú eres

maternal,

bendita entre las mujeres,

madrecita virginal.

Algo en tu rostro es divino

bajo tus cofias de lino.

Tus mejillas

- esas rosas amarillas -

fueron rosadas, y, luego,

ardió en tus entrañas fuego;

y hoy, esposa de la Cruz,

ya eres luz, y sólo luz...

¡Todas las mujeres bellas

fueran, como tú, doncellas

en un convento a encerrarse!...

Y la niña que yo quiero,

¡ay!, preferirá casarse

con un mocito barbero!

El tren camina y camina,

y la máquina resuella,

y tose con tos ferina.

¡Vamos en una centella!

XV. Noche de verano

Es una hermosa noche de verano.

Tienen las altas casas

abiertos los balcones

del viejo pueblo a la anchurosa plaza.

En el amplio rectángulo desierto,

bancos de piedra, evónimos y acacias

simétricos dibujan

sus negras sombras en la arena blanca.

En el cenit, la luna, y en la torre,

la esfera del reloj iluminada.

Yo en este viejo pueblo paseando

solo, como un fantasma.

XVI. Pascua de resurrección

Mirad: el arco de la vida traza

el iris sobre el campo que verdea.

Buscad vuestros amores, doncellitas,

donde brotala fuente de la piedra.

En donde el agua ríe y sueña y pasa,

allí el romance del amor se cuenta.

¿No han de mirar un día, en vuestros brazos,

atónitos, el sol de primavera,

ojos que vienen a la luz cerrados,

y que al partirse de la vida ciegan?

¿No beberán un día en vuestros senos

los que mañana labrarán la tierra?

¡Oh, celebrad este domingo claro,

madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!

Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre.

Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas,

y escriben en las torres sus blancos garabatos.

Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas.

Entre los robles muerden

los negros toros la menuda hierba,

y el pastor que apacienta los merinos

su pardo sayo en la montaña deja.

XVII. Campos de soria

I

Es la tierra de Soria árida y fría.

Por las colinas y las sierras calvas,

verdes pradillos, cerros cenicientos,

la primavera pasa,

dejando entre las hierbas olorosas

sus diminutas margaritas blancas.

La tierra no revive, el campo sueña.

Al empezar abril está nevada

la espalda del Moncayo;

el caminante lleva en su bufanda

envueltos cuello y boca, y los pastores

pasan cubiertos con sus luengas capas.

II

Las tierras labrantías,

como retazos de estameñas pardas;

el huertecillo, el abejar, los trozos

de verde oscuro en que el merino pasta,

entre plomizos peñascales, siembran

el sueño alegre de infantil Arcadia.

En los chopos lejanos del camino,

parecen humear las yertas ramas

como un glauco vapor - las nuevas hojas - ,

y en las quiebras de valles y barrancas

blanquean los zarzales florecidos

y brotan las violetas perfumadas.

III

Es el campo ondulado, y los caminos

ya ocultan los viajeros que cabalgan

en pardos borriquillos,

ya al fondo de la tarde arrebolada

elevan las plebeyas figurillas

que el lienzo de oro del ocaso manchan.

Mas si trepáis a un cerro y veis el campo

desde los picos donde habita el águila,

son tornasoles de carmín y acero,

llanos plomizos, lomas plateadas,

circuidos por montes de violeta,

con las cumbres de nieve sonrosada.

IV

¡Las figuras del campo sobre el cielo!

Dos lentos bueyes aran

en un alcor, cuando el otoño empieza,

y entre las negras testas doblegadas

bajo el pesado yugo,

pende un cesto de juncos y retama,

que es la cuna de un niño;

y tras la yunta marcha

un hombre que se inclina hacia la tierra,

y una mujer que en las abiertas zanjas

arroja la semilla.

Bajo una nube de carmín y llama,

en el oro fluido y verdinoso

del poniente las sombras se agigantan.

V

La nieve. En el mesón al campo abierto,

se ve el hogar donde la leña humea,

y la olla al hervir borbollonea.

El cierzo corre por el campo yerto,

alborotando en blancos torbellinos

la nieve silenciosa.

La nieve sobre el campo y las caminos,

cayendo está como sobre una fosa.

Un viejo acurrucadotiembla y tose

cerca del fuego; su mechón de lana

la vieja hila, y una niña cose

verde ribete a su estameña grana.

Padres los viejos son de un arriero

que caminó sobre la blanca tierra,

y una noche perdió ruta y sendero,

y se enterró en las nieves de la sierra.

En torno al fuego hay un lugar vacío,

y en la frente del viejo, de hosco ceño,

como un tachón sombrío

- tal el golpe de un hacha sobre un leño - .

La vieja mira al campo, cual si oyera

pasos sobre la nieve. Nadie pasa.

Desierta la vecina carretera,

desierto el campo en torno de la casa.

La niña piensa que en los verdes prados

ha de correr con otras doncellitas

en los días azules y dorados,

cuando crecen las blancas margaritas.

VI

¡Soria fría, Soria pura,

cabeza de Extremadura,

con su castillo guerrero

arruinado, sobre el Duero;

con sus murallas roídas

y sus casas denegridas!

¡Muerta ciudad de señores,

soldados o cazadores;

de portales con escudos

de cien linajes hidalgos,

y de famélicos galgos,

de galgos flacos y agudos,

que pululan

por las sórdidas callejas

y a la medianoche ululan,

cuando graznan las cornejas!

¡Soria fría! La campana

de la Audiencia da la una.

Soria, ciudad castellana,

¡tan bella! bajo la luna.

VII

¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, oscuros encanares,

ariscos pedregales, calvas sierras,

caminos blancos y álamos del río,

tardes de Soria, mística y guerrera,

hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor! ¡Campos de Soria,

donde parece que las rocas sueñan,

conmigo vais! ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas!...

VIII

He vuelto a ver los álamos dorados,

álamos del camino en la ribera

del Duero, entre San Polo y San Saturio,

tras las murallas viejas

de Soria - barbacana

hacia Aragón, en castellana tierra - .

Estos chopos del río, que acompañan

con el sonido de sus hojas secas

el son del agua cuando el viento sopla,

tienen en sus cortezas

grabadas iniciales que son nombres

de enamorados, cifras que son fechas.

¡Álamos del amor, que ayer tuvisteis

de ruiseñores vuestras ramas llenas;

álamos que seréis mañana liras

del viento perfumado en primavera;

álamos del amor cerca del agua

que corre y pasa y sueña,

álamos de las márgenes del Duero,

conmigo vais, mi corazón os lleva!

IX

¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,

tardes tranquilas, montes de violeta,

alamedas del río, verde sueño

del suelo gris y de la parda tierra,

agria melancolía

de la ciudad decrépita,

me habéis llegado al alma,

¿o acaso estabais en el fondo de ella?

¡Gentes del alto llano numantino

que a Dios guardáis como cristianas viejas,

que el sol de España os llene

de alegría, de luz y de riqueza!

XVIII. LA TIERRA DE ALVARGONZÁLEZ

(Publicado en la revista Mundial, de París, número 9, enero de 1912).

Unamañana de los primeros días de octubre decidí visitar la fuente del Duero y tomé en Soria el coche de Burgos que había de llevarme hasta Cidones. Me acomodé en la delantera del mayoral y entre dos viajeros: un indiano que tornaba de Méjico a su aldea natal, escondida en tierra de pinares, y un viajero campesino que venía de Barcelona donde embarcara a dos de sus hijos para el Plata. No cruzaréis la alta estepa de Castilla sin encontrar gentes que os hablen de Ultramar.

Tomamos la ancha carretera de Burgos, dejando a nuestra izquierda el

camino de Osma, bordeado de chopos que el otoño comenzaba a dorar. Soria quedaba a nuestra espalda entre grises colinas y cerros pelados. Soria mística y guerrera, guardaba antaño la puerta de Castilla, como una barbacana hacia los reinos moros que cruzó el Cid en su destierro. El Duero, en torno a Soria, forma una curva de ballesta. Nosotros llevábamos la dirección del venablo.

El indiano me hablaba de Veracruz, mas yo escuchaba al campesino que discutía con el mayoral sobre un crimen reciente. En los pinares de Duruelo, una joven vaquera había aparecido cosida a puñaladas y violada después de muerta. El campesino acusaba a un rico ganadero de Valdeavellano, preso por indicios en la cárcel de Soria, como autor indudable de tan bárbara fechoría, y desconfiaba de la justicia porque la víctima era pobre. En las pequeñas ciudades, las gentes se apasionan del juego y de la política, como en las grandes, del arte y de la pornografía - ocios de mercaderes - , pero en los campos sólo interesan las labores que reclaman la tierra y los crímenes de los hombres.

- ¿Va usted muy lejos? - pregunté al campesino.

- A Covaleda, señor - me respondió - . ¿Y usted?

- El mismo camino llevo, porque pienso subir a Urbión y tomaré el valle del Duero. A la vuelta bajaré a Vinuesa por el puerto de Santa Inés.

- Mal tiempo para subir a Urbión. Dios le libre de una tormenta en aquella sierra. - Llegados a Cidones, nos apeamos el campesino y yo, despidiéndonos del indiano, que continuaba su viaje en la diligencia hasta San Leonardo, y emprendimos en sendas caballerías el camino de Vinuesa.

Siempre que trato con hombres del campo, pienso en lo mucho que ellos saben y nosotros ignoramos, y en lo poco que a ellos importa conocer cuanto nosotros sabemos.

El campesino cabalgaba delante de mí, silencioso. El hombre de aquellas tierras, serio y taciturno, habla cuando se le interroga, y es sobrio en la respuesta. Cuando la preguntaes tal que pudiera excusarse, apenas se digna contestar. Sólo se extiende en advertencias inútiles sobre las cosas que conoce bien, o cuando narra historias de la tierra.

Volví los ojos al pueblecillo que dejábamos a nuestra espalda. La iglesia, con su alto campanario coronado por un hermoso nido de cigüeñas, descuella sobre una cuantas casuchas de tierra. Hacia el camino real destácase la casa de un indiano, contrastando con el sórdido

caserío. Es un hotelito moderno y mundano, rodeado de jardín y verja. Frente al pueblo se extiende una calva serrezuela de rocas grises, surcadas de grietas rojizas.

Después de cabalgar dos horas, llegamos a la Muedra, una aldea a medio camino entre Cidones y Vinuesa, y a pocos pasos cruzamos un puente de madera sobre el Duero.

- Por aquel sendero - me dijo el campesino, señalando a su diestra - se va a las tierras de Alvargonzález; campos malditos hoy; los mejores, antaño, de esta comarca.

- ¿Alvargonzález es el nombre de su dueño? - le pregunté.

- Alvargonzález - me respondió - fue un rico labrador; mas nadie lleva ese nombre por estos contornos. La aldea donde vivió se llama como él se llamaba: Alvargonzález, y tierras de Alvargonzález a los páramos que la rodean. Tomando esa vereda llegaríamos allá antes que a Vinuesa por este camino. Los lobos, en invierno, cuando el hambre les echa de los bosques, cruzan esa aldea y se les oye aullar al pasar por las majadas que fueron de Alvargonzález, hoy vacías y arruinadas.

Siendo niño, oí contar a un pastor la historia de Alvargonzález, y sé que anda escrita en papeles y que los ciegos la cantan por tierras de Berlanga.

Roguéle que me narrase aquella historia, y el campesino comenzó así su relato:

Siendo Alvargonzález mozo, heredó de sus padres rica hacienda. Tenía casa con huerta y colmenar, dos prados de fina hierba, campos de trigo y de centeno, un trozo de encinar no lejos de la aldea, algunas yuntas para el arado, cien ovejas, un mastín y muchos lebreles de caza.

Prendóse de una linda moza en tierras del Burgo, no lejos de Berlanga, y al año de conocerla la tomó por mujer. Era Polonia, de tres hermanas, la mayor y la más hermosa, hija de labradores que llaman los Peribáñez, ricos en otros tiempos, entonces dueños de menguada fortuna.

Famosas fueron las bodas que se hicieron en el pueblo de la novia y las tornabodas que celebró en su aldea Alvargonzález. Hubo vihuelas, rabeles, flautas y tamboriles, danza aragonesa y fuego al uso valenciano. De la comarca que riega el Duero, desde Urbión donde nace, hastaque se aleja por tierras de Burgos, se habla de las bodas de Alvargonzález, y se recuerdan las fiestas de aquellos días, porque el pueblo no olvida nunca lo que brilla y truena.

Vivió feliz Alvargonzález con el amor de su esposa y el medro de sus tierras y ganados. Tres hijos tuvo, y, ya crecidos, puso el mayor a cuidar huerta y abejar, otro al ganado, y mandó al menor a estudiar en Osma, porque lo destinaba a la Iglesia.

Mucha sangre de Caín tiene la gente labradora. La envidia armó pelea en el hogar de Alvargonzález. Casáronse los mayores, y el buen padre tuvo nueras que antes de darle nietos, le trajeron cizaña. Malas hembras y tan codiciosas para sus casas, que sólo pensaban en la herencia que les cabría a la muerte de Alvargonzález, y por ansia de lo que esperaban no gozaban lo que tenían.

El menor, a quien los padres pusieron en el seminario, prefería las lindas mozas a rezos y latines, y colgó un día la sotana, dispuesto a no vestirse más por la cabeza. Declaró que estaba dispuesto a embarcarse para las Américas. Soñaba con correr tierras y pasar los mares, y ver el mundo entero.

Mucho lloró la madre. Alvargonzález vendió el encinar, y dio a su hijo cuanto había de heredar.

- Toma lo tuyo, hijo mío, y que Dios te acompañe. Sigue tu idea y sabe que mientras tu padre viva, pan y techo tienes en esta casa; pero a mi muerte, todo será de tus hermanos.

Ya tenía Alvargonzález la frente arrugada, y por la barba le plateaba el bozo de la cara azul de la cara. Eran sus hombros todavía robustos y erguida la cabeza, que sólo blanqueaba en las sienes.

Una mañana de otoño salió solo de su casa; no iba como otras veces, entre sus finos galgos, terciada a la espalda la escopeta. No llevaba arreo de cazador ni pensaba en cazar. Largo camino anduvo bajo los álamos amarillos de la ribera, cruzó el encinar y, junto a una fuente que un olmo gigantesco sombreaba, detúvose fatigado. Enjugó el sudor de su frente, bebió algunos sorbos de agua y acostóse en la tierra.

Y a solas hablaba con Dios Alvargonzález diciendo: "Dios, mi señor, que colmaste las tierras que labran mis manos, a quien debo pan en mi mesa, mujer en mi lecho y por quien crecieron robustos los hijos que engendré, por quien mis majadas rebosan de blancas merinas y se cargan de fruto los árboles de mi huerto y tienen miel las colmenas de mi abejar; sabe, Dios mío, quesé cuanto me has dado, antes que me lo quites".

Se fue quedando dormido mientras así rezaba; porque la sombra de

las ramas y el agua que brotaba la piedra, parecían decirle: Duerme y descansa.

Y durmió Alvargonzález, pero su ánimo no había de reposar porque los sueños aborrascan el dormir del hombre.

Y Alvargonzález soñó que una voz le hablaba, y veía como Jacob una escala de luz que iba del cielo a la tierra. Sería tal vez la franja del sol que filtraban las ramas del olmo.

Difícil es interpretar los sueños que desatan el haz de nuestros propósitos para mezclarlos con recuerdos y temores. Muchos creen adivinar lo que ha de venir estudiando los sueños. Casi siempre yerran, pero alguna vez aciertan. En los sueños malos, que apesadumbran el corazón del durmiente, no es difícil acertar. Son estos sueños memorias de lo pasado, que teje y confunde la mano torpe y temblorosa de un personaje invisible: el miedo.

Soñaba Alvargonzález en su niñez. La alegre fogata del hogar, bajo la ancha y negra campana de la cocina y en torno al fuego, sus padres y sus hermanos. Las nudosas manos del viejo acariciaban la rubia candela. La madre pasaba las cuentas de un negro rosario. En la pared ahumada, colgaba el hacha reluciente, con que el viejo hacía leña de las ramas de roble.

Seguía soñando Alvargonzález, y era en sus mejores días de mozo. Una tarde de verano y un prado verde tras de los muros de una huerta. A la sombra, y sobre la hierba, cuando el sol caía, tiñendo de luz anaranjada las copas de los castaños, Alvargonzález levantaba el odre de cuero y el vino rojo caía en su boca, refrescándole la seca garganta. En torno suyo estaba la familia de Peribáñez: los padres y las tres lindas hermanas. De las ramas de la huerta y de la hierba del prado se elevaba una armonía de oro y cristal, como si las estrellas cantasen en la tierra antes de aparecer dispersas en el cielo silencioso. Caía la tarde y sobre el pinar oscuro aparecía, dorada y jadeante, la luna llena, hermosa luna del amor, sobre el campo tranquilo.

Como si las hadas que hilan y tejen los sueños hubiesen puesto en sus ruecas un mechón de negra lana, ensombrecióse el soñar de Alvargonzález, y una puerta dorada abrióse lastimando el corazón del durmiente.

Y apareció un hueco sombrío y al fondo, por tenue claridad iluminada, el hogar desierto y sin leña. En la pared colgaba de una escarpia el

hacha bruñida y reluciente.

El sueño abrióse al claro día. Tres niños juegan ala puerta de la casa. La mujer vigila, cose, y a ratos sonríe. Entre los mayores brinca un cuervo negro y lustroso de ojo acerado.

- Hijos, ¿qué hacéis? - les pregunta.

Los niños se miran y callan.

- Subid al monte, hijos míos, y antes que caiga la noche, traedme un brazado de leña.

Los tres niños se alejan. El menor, que ha quedado atrás, vuelve la cara y su madre lo llama. El niño vuelve hacia la casa y los hermanos siguen su camino hacia el encinar.

Y es otra vez el hogar, el hogar apagado y desierto, y en el muro colgaba el hacha reluciente.

Los mayores de Alvargonzález vuelven del monte con la tarde, cargados de estepas. La madre enciende el candil y el mayor arroja astillas y jaras sobre el tronco de roble, y quiere hacer el fuego en el hogar, cruje la leña y los tueros, apenas encendidos, se apagan. No brota la llama en el lar de Alvargonzález. A la luz del candil brilla el hacha en el muro, y esta vez parece que gotea sangre.

- Padre, la hoguera no prende; está la leña mojada. Acude el segundo y también se afana por hacer lumbre. Pero el fuego no quiere brotar.

El más pequeño echa sobre el hogar un puñado de estepas, y una roja llama alumbra la cocina. La madre sonríe, y Alvargonzález coge en brazos al niño y lo sienta en sus rodillas, a la diestra del fuego.

- Aunque último has nacido, tú eres el primero en mi corazón y el mejor de mi casta; porque tus manos hacen el fuego.

Los hermanos, pálidos como la muerte, se alejan por los rincones del sueño. En la diestra del mayor brilla el hacha de hierro.

Junto a la fuente dormía Alvargonzález, cuando el primer lucero brillaba en el azul, y una enorme luna teñida de púrpura se asomaba al campo ensombrecido. El agua que brotaba de la piedra parecía relatar una historia vieja y triste: la historia del crimen en el campo.

Los hijos de Alvargonzález caminaban silenciosos, y vieron al padre dormido junto a la fuente. Las sombras que alargaban la tarde llegaron al durmiente antes que los asesinos. La frente de Alvargonzález tenía un tachón sombrío entre las cejas, como la huella de una segur sobre el

tronco de un roble. Soñaba Alvargonzález que sus hijos venían a matarle, y al abrir los ojos vio que era cierto lo que soñaba.

Mala muerte dieron al labrador, los malos hijos, a la vera de la fuente. Un hachazo en el cuello y cuatropuñaladas en el pecho pusieron fin al sueño de Alvagonzález. El hacha que tenían de sus abuelos y que tanta leña cortó para el hogar, tajó el robusto cuello que los años no habían doblado todavía, y el cuchillo con que el buen padre cortaba el pan moreno que repartía a los suyos en torno a la mesa, hendido había el más noble corazón de aquella tierra. Porque Alvargonzález era bueno para su casa, pero era también mucha su caridad en la casa del pobre. Como padre habían de llorarle cuantos alguna vez llamaron a su puerta, o alguna vez le vieron en los umbrales de las suyas.

Los hijos de Alvargonzález no saben lo que han hecho. Al padre muerto arrastran hacia un barranco, por donde corre un río que busca al Duero. Es un valle sombrío lleno de helechos, hayedos y pinares.

Y lo llevan a la Laguna Negra, que no tiene fondo, y allí lo arrojan con una piedra atada a los pies. La laguna está rodeada de una muralla gigantesca de rocas grises y verdosas, donde anidan las águilas y los buitres. Las gentes de la sierra en aquellos tiempos no osaban acercarse a la laguna ni aun en los días claros. Los viajeros que, como usted, visitan hoy estos lugares, han hecho que se les pierda el miedo.

Los hijos de Alvargonzález tornaban por el valle, entre los pinos gigantescos y las hayas decrépitas. No oían el agua que sonaba en el fondo del barranco. Dos lobos asomaron, al verles pasar. Los lobos huyeron espantados. Fueron a cruzar el río, y el río tomó por otro cauce, y en seco lo pasaron. Caminaban por el bosque para tornar a su aldea con la noche cerrada, y los pinos, las rocas y los helechos por todas partes les dejaban vereda como si huyeran de los asesinos. Pasaron otra vez junto a la fuente, y la fuente, que contaba su vieja historia, calló mientras pasaban, y aguardó a que se alejasen para seguir contándola.

Así heredaron los malos hijos la hacienda del buen labrador que una mañana de otoño salió de su casa, y no volvió ni podía volver. Al otro día se encontró su manta cerca de la fuente y un reguero de sangre camino del barranco. Nadie osó acusar del crimen a los hijos de Alvargonzález, porque el hombre del campo teme al poderoso, y nadie se atrevió a sondar la laguna, porque hubiera sido inútil. La laguna jamás devuelve lo que se traga. Un buhonero que erraba por aquellas tierras fue preso y ahorcado en Soria, a los dosmeses, porque los hijos de Alvargonzález le

entregaron a la justicia, y con testigos pagados lograron perderle.

La maldad de los hombres es como la Laguna Negra, que no tiene fondo.

La madre murió a los pocos meses. Los que la vieron muerta una mañana, dicen que tenía cubierto el rostro entre las manos frías y agarrotadas.

El sol de primavera iluminaba el campo verde, y las cigüeñas sacaban a volar a sus hijuelos en el azul de los primeros días de mayo. Crotoraban las codornices entre los trigos jóvenes; verdeaban los álamos del camino y de las riberas, y los ciruelos del huerto se llenaban de blancas flores. Sonreían las tierras de Alvargonzález a sus nuevos amos, y prometían cuanto habían rendido al viejo labrador.

Fue un año de abundancia en aquellos campos. Los hijos de Alvargonzález comenzaron a descargarse del peso de su crimen, porque a los malvados muerde la culpa cuando temen el castigo de Dios o de los hombres; pero si la fortuna ayuda y huye el temor, comen su pan alegremente, como si estuviera bendito.

Mas la codicia tiene garras para coger, pero no tiene manos para labrar. Cuando llegó el verano siguiente, la tierra, empobrecida, parecía fruncir el ceño a sus señores. Entre los trigos había más amapolas y hierbajos, que rubias espigas. Heladas tardías habían matado en flor los frutos de la huerta. Las ovejas morían por docenas porque una vieja, a quien se tenía por bruja, les hizo mala hechicería. Y si un año era malo, otro peor le seguía. Aquellos campos estaban malditos, y los Alvargonzález venían tan a menos, como iban a más querellas y enconos entre las mujeres. Cada uno de los hermanos tuvo dos hijos que no pudieron lograrse, porque el odio había envenenado la leche de las madres.

Una noche de invierno, ambos hermanos y sus mujeres rodeaban el hogar donde ardía un fuego mezquino que se iba extinguiendo poco a poco. No tenían leña, ni podían buscarla a aquellas horas. Un viento helado penetraba por las rendijas del postigo, y se le oía bramar en la chimenea. Fuera, caía la nieve en torbellinos. Todos miraban silenciosos las ascuas mortecinas, cuando llamaron a la puerta.

- ¿Quién será a estas horas? - dijo el mayor - . Abre tú.

Todos permanecieron inmóviles sin atreverse a abrir. Sonó otro golpe en la puerta y una voz que decía: - Abrid, hermanos.

- ¡Es Miguel! Abrámosle.

Cuando abrieron la puerta, cubierto de nieve y embozado en un largo capote, entró Miguel, el menor de Alvargonzález, que volvía de las Indias.

Abrazó a sus hermanos, y se sentó con ellos cercadel hogar. Todos quedaron silenciosos. Miguel tenía los ojos llenos de lágrimas, y nadie le miraba frente a frente. Miguel, que abandonó su casa siendo niño, tornaba hombre y rico. Sabía las desgracias de su hogar, mas no sospechaba de sus hermanos. Era su porte, caballero. La tez morena, algo quemada, y el rostro enjuto, porque las tierras de Ultramar dejan siempre huella, pero en la mirada de sus grandes ojos brillaba la juventud. Sobre la frente, ancha y tersa, su cabello castaño caía en finos bucles. Era el más bello de los tres hermanos, porque al mayor le afeaba el rostro lo espeso de las cejas velludas, y al segundo, los ojos pequeños, inquietos y cobardes, de hombre astuto y cruel.

Mientras Miguel permanecía mudo y abstraído, sus hermanos le miraban al pecho, donde brillaba una gruesa cadena de oro.

El mayor rompió el silencio, y dijo:

- ¿Vivirás con nosotros?

- Si queréis - contestó Miguel - . Mi equipaje llegará mañana.

- Unos suben y otros bajan - añadió el segundo - . Tú traes oro y nosotros, ya ves, ni leña tenemos para calentarnos.

El viento batía la puerta y el postigo, y aullaba en la chimenea. El frío era tan grande, que estremecía los huesos.

Miguel iba a hablar cuando llamaron otra vez a la puerta. Miró a sus hermanos como preguntándoles quién podría ser a aquellas horas. Sus hermanos temblaron de espanto.

Llamaron otra vez, y Miguel abrió.

Apareció el hueco sombrío de la noche, y una racha de viento le salpicó de nieve el rostro. No vio a nadie en la puerta, mas divisó una figura que se alejaba bajo los copos blancos. Cuando volvió a cerrar, notó que en el umbral había un montón de leña. Aquella noche ardió una hermosa llama en el hogar de Alvargonzález.

Fortuna traía Miguel de las Américas, aunque no tanta como soñara la codicia de sus hermanos. Decidió afincar en aquella aldea donde había nacido, mas como sabía que toda la hacienda era de sus hermanos, les

compró una parte, dándoles por ella mucho más oro del que nunca había valido. Cerróse el trato, y Miguel comenzó a labrar en las tierras malditas.

El oro devolvió la alegría al corazón de los malvados. Gastaron sin tino en el regalo y el vicio y tanto mermaron su ganancia, que al año volvieron a cultivar la tierra abandonada.

Miguel trabajaba de sol a sol. Removió la tierra con el arado, limpióla de malas hierbas, sembró trigo y centeno, y mientras los campos de sus hermanos parecían desmedrados y secos, los suyos se colmaron de rubias ymacizas espigas. Sus hermanos le miraban con odio y con envidia. Miguel les ofreció el oro que le quedaba a cambio de las tierras malditas.

Las tierras de Alvargonzález eran ya de Miguel, y a ellas tornaba la abundancia de los tiempos del viejo labrador. Los mayores gastaban su dinero en locas francachelas. El juego y el vino llevábanles otra vez a la ruina.

Una noche volvían borrachos a su aldea, porque habían pasado el día bebiendo y festejando en una feria cercana. Llevaba el mayor el ceño fruncido y un pensamiento feroz bajo la frente.

- ¿Cómo te explicas tú la suerte de Miguel? - dijo a su hermano. La tierra le colma de riquezas, y a nosotros nos niega un pedazo de pan.

- Brujería y artes de Satanás - contestó el segundo.

Pasaba cerca de la huerta, y se les ocurrió asomarse a la tapia. La huerta estaba cuajada de frutos. Bajo los árboles, y entre los rosales, divisaron un hombre encorvado hacia la tierra.

- Mírale - dijo el mayor - . Hasta de noche trabaja.

- ¡Eh!, Miguel - le gritaron.

Pero el hombre aquel no volvía la cara. Seguía trabajando en la tierra, cortando ramas o arrancando hierbas. Los dos atónitos borrachos achacaron al vino que les aborrascaba la cabeza el cerco de luz que parecía rodear la figura del hortelano. Después, el hombre se levantó y avanzó hacia ellos sin mirarles, como si buscase otro rincón del huerto para seguir trabajando. Aquel hombre tenía el rostro del viejo labrador. ¡De la laguna sin fondo había salido Alvargonzález para labrar el huerto de Miguel!

Al día siguiente, ambos hermanos recordaban haber bebido mucho

vino y visto cosas raras en su borrachera. Y siguieron gastando su dinero hasta perder la última moneda. Miguel labraba sus tierras, y Dios le colmaba de riqueza.

Los mayores volvieron a sentir en sus venas la sangre de Caín, y el recuerdo del crimen les azuzaba al crimen.

Decidieron matar a su hermano, y así lo hicieron.

Ahogáronle en la presa del molino, y una mañana apareció flotando sobre el agua. Los malvados lloraron aquella muerte con lágrimas fingidas, para alejar sospechas en la aldea donde nadie les quería. No faltaba quien les acusase del crimen en voz baja, aunque ninguno osó llevar pruebas a la justicia.

Y otra vez volvió a los malvados la tierra de Alvargonzález.

Y el primer año tuvieron abundancia, porque cosecharon la labor de Miguel, pero al segundo la tierra se empobreció.

Un día, seguía el mayor encorvado sobre la reja del arado que abría penosamente un surco en la tierra. Cuando volvió losojos, reparó que la tierra se cerraba y el surco desaparecía.

Su hermano cavaba en la huerta, donde sólo medraban las malas hierbas, y vio que de la tierra brotaba sangre. Apoyado en la azada contemplaba la huerta, y un frío sudor corría por su frente.

Otro día, los hijos de Alvargonzález tomaron silenciosos el camino de la Laguna Negra.

Cuando caía la tarde, cruzaban por entre las hayas y los pinos.

Dos lobos que se asomaron a verles, huyeron espantados.

- ¡Padre! - gritaron - . Y cuando en los huecos de las rocas el eco repetía: ¡Padre!, ¡Padre!, ¡Padre!, ya se los había tragado el agua de la laguna sin fondo.

XVIII. La tierra de alvargonzález

Al poeta Juan Ramón Jiménez

I

Siendo mozo Alvargonzález,

dueño de mediana hacienda,

que en otras tierras se dice

bienestar y aquí opulencia,

en la feria de Berlanga

prendóse de una doncella,

y la tomó por mujer

al año de conocerla.

Muy ricas las bodas fueron,

y quien las vio las recuerda;

sonadas las tornabodas

que hizo Alvar en su aldea;

hubo gaitas, tamboriles,

flauta, bandurria y vihuela,

fuegos a la valenciana

y danza a la aragonesa.

II

Feliz vivió Alvargonzález

en el amor de su tierra.

Naciéronle tres varones,

que en el campo son riqueza,

y, ya crecidos, los puso,

uno a cultivar la huerta,

otro a cuidar los merinos,

y dio el menor a la iglesia.

III

Mucha sangre de Caín

tiene la gente labriega,

y en el hogar campesino

armó la envidia pelea.

Casáronse los mayores;

tuvo Alvargonzález nueras,

que le trajeron cizaña,

antes que nietos le dieran.

La codicia de los campos

ve tras la muerte la herencia;

no goza de lo que tiene

por ansia de lo que espera.

El menor, que a los latines

prefería las doncellas

hermosas y no gustaba

de vestir por la cabeza,

colgó la sotana un día

y partió a lejanas tierras.

La madre lloro, y el padre

diole bendición y herencia.

IV

Alvargonzález ya tiene

la adusta frente arrugada;

por la barba le platea

la sombra azul de la cara.

Una mañana de otoño

salió solo de su casa;

no llevaba sus lebreles,

agudos canes de caza;

iba triste y pensativo

por la alameda dorada;

anduvo largo camino

y llego a una fuente clara.

Echóse en la tierra, puso

sobre una piedra la manta,

y a la vera de la fuente

durmió al arrullo del agua.

XLIIV

EL SUEÑO

I

Y Alvargonzález veía,

como Jacob, una escala

que iba de la tierra al cielo,

y oyó una voz que le hablaba.

Mas las hadas hilanderas,

entre las vedijas blancas

y vellones de oro, han puesto

un mechón de negra lana.

II

Tres niños están jugando

a la puerta de su casa;

entre los mayores brinca

un cuervo de negras alas.

La mujer vigila, cose

y, a ratos, sonríe y canta.

- Hijos, ¿qué hacéis? - les pregunta.

Ellos se miran y callan.

- Subid al monte, hijosmíos,

y antes que la noche caiga,

con un brazado de estepas

hacedme una buena llama.

III

Sobre el lar de Alvargonzález

está la leña apilada;

el mayor quiere encenderla,

pero no brota la llama.

- Padre, la hoguera no prende,

está la estepa mojada.

Su hermano viene a ayudarle

y arroja astillas y ramas

sobre los troncos de roble;

pero el rescoldo se apaga.

Acude el menor y enciende,

bajo la negra campana

de la cocina, una hoguera

que alumbra toda la casa.

IV

Alvargonzález levanta

en brazos al más pequeño

y en sus rodillas lo sienta:

- Tus manos hacen el fuego;

aunque el último naciste,

tú eres en mi amor primero.

Los dos mayores se alejan

por los rincones del sueño.

Entre los dos fugitivos

reluce un hacha de hierro.

AQUELLA TARDE...

I

Sobre los campos desnudos,

la luna llena manchada

de un arrebol purpurino,

enorme globo, asomaba.

Los hijos de Alvargonzález

silenciosos caminaban,

y han visto al padre dormido

junto de la fuente clara.

II

Tiene el padre entre las cejas

un ceño que le aborrasca

el rostro, un tachón sombrío

como la huella de un hacha.

Soñando está con sus hijos,

que sus hijos lo apuñalan,

y cuando despierta mira

que es cierto lo que soñaba.

III

A la vera de la fuente

quedó Alvargonzález muerto.

Tiene cuatro puñaladas

entre el costado y el pecho,

por donde la sangre brota,

más un hachazo en el cuello.

Cuenta la hazaña del campo

el agua clara corriendo,

mientras los dos asesinos

huyen hacia los hayedos.

Hasta la Laguna Negra,

bajo las fuentes del Duero,

llevan el muerto, dejando

detrás un rastro sangriento;

y en la laguna sin fondo,

que guarda bien los secretos,

con una piedra amarrada

a los pies, tumba le dieron.

IV

Se encontró junto a la fuente

la manta de Alvargonzález,

y camino del hayedo,

se vio un reguero de sangre.

Nadie de la aldea ha osado

a la laguna acercarse,

y el sondarla inútil fuera,

que es la laguna insondable.

Un buhonero que cruzaba

aquellas tierras errante,

fue en Dauria acusado, preso

y muerto en garrote infame.

V

Pasados algunos meses,

la madre murió de pena.

Los que muerta la encontraron

dicen que las manos yertas

sobre su rostro tenía,

oculto el rostro con ellas.

VI

Los hijos de Alvargonzález

ya tienen majada y huerta,

campos de trigo y centeno

y prados de fina hierba;

en el olmo viejo, hendido

por el rayo, la colmena,

dos yuntas para el arado,

un mastín y mil ovejas.

OTROS DÍAS

I

Ya están las zarzas floridas

y los ciruelos blanquean;

ya las abejas doradas

liban para sus colmenas,

y en los nidos, que coronan

las torres de las iglesias,

asoman los garabatos

ganchudos de las cigüeñas.

Ya los olmos del camino

y chopos de las riberas

de los arroyos, que buscan

al padre Duero, verdean.

El cielo está azul, los montes

sin nieve son de violeta.

La tierra de Alvargonzález se

colmará de riqueza;

muerto está quien la ha labrado,

mas no le cubre la tierra.

II

La hermosa tierra de España,

adusta, finay guerrera

Castilla, de largos ríos,

tiene un puñado de sierras

entre Soria y Burgos como

reductos de fortaleza,

como yelmos crestonados,

y Urbión es una cimera.

III

Los hijos de Alvargonzález,

por una empinada senda,

para tomar el camino

de Salduero a Covaleda,

cabalgan en pardas mulas,

bajo el pinar de Vinuesa.

Van en busca de ganado

con que volver, a su aldea,

y por tierra de pinares

larga jornada comienzan.

Van Duero arriba, dejando

atrás los arcos de piedra

del puente y el caserío

de la ociosa y opulenta

villa de indianos. El río,

al fondo del valle, suena,

y de las cabalgaduras

los cascos baten las piedras.

A la otra orilla del Duero

canta una voz lastimera:

"La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza,

y el que la tierra ha labrado

no duerme bajo la tierra".

IV

Llegados son a un paraje

en donde el pinar se espesa,

y el mayor, que abre la marcha,

su parda mula espolea,

diciendo: - Démonos prisa;

porque son más de dos leguas

de pinar y hay que apurarlas

antes que la noche venga.

Dos hijos del campo, hechos

a quebradas y asperezas,

porque recuerdan un día

la tarde en el monte tiemblan.

Allá en lo espeso del bosque

otra vez la copla suena:

"La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza,

y el que la tierra ha labrado

no duerme bajo la tierra".

V

Desde Salduero el camino

va al hilo de la ribera;

a ambas márgenes del río

el pinar crece y se eleva,

y las rocas se aborrascan,

al par que el valle se estrecha.

Los fuertes pinos del bosque,

con sus copas gigantescas

y sus desnudas raíces

amarradas a las piedras;

los de troncos plateados

cuyas frondas azulean,

pinos jóvenes; los viejos

cubiertos de blanca lepra,

musgos y líquenes canos

que el grueso tronco rodean,

colman el valle y se pierden

rebasando ambas laderas.

Juan, el mayor, dice: - Hermano,

si Blas Antonio apacienta

cerca de Urbión su vacada,

largo camino nos queda.

- Cuanto hacia Urbión alarguemos

se puede acortar de vuelta,

tomando por el atajo,

hacia la Laguna Negra,

y bajando por el puerto

de Santa Inés a Vinuesa.

- Mala tierra y peor camino.

Te juro que no quisiera

verlos otra vez. Cerremos

los tratos en Covaleda;

hagamos noche y, al alba,

volvámonos a la aldea

por este valle, que, a veces,

quien piensa atajar rodea.

Cerca del río cabalgan

los hermanos, y contemplan

cómo el bosque centenario,

al par que avanzan, aumenta,

y los peñascos del monte

el horizonte les cierran.

El agua que va saltando,

parece que canta o cuenta;

"La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza,

y el que la tierra ha labrado

no duerme bajo la tierra".

CASTIGO

I

Aunque la codicia tiene

redil que encierre la oveja,

trojes que guardan el trigo,

bolsas para la moneda,

y, garras, no tiene manos

que sepan labrar la tierra.

Así, a un año de abundancia

siguió un año de pobreza.

II

En los sembrados crecieron

las amapolas sangrientas;

pudrió el tizónlas espigas

de trigales y de avenas;

hielos tardíos mataron

en flor la fruta en la huerta,

y una mala hechicería

hizo enfermar las ovejas.

A los dos Alvargonzález

maldijo Dios en sus tierras,

y al año pobre siguieron

luengos años de miseria.

III

Es una noche de invierno.

Cae la nieve en remolinos.

Los Alvargonzález velan

un fuego casi extinguido.

El pensamiento amarrado

tienen a un recuerdo mismo,

y en las ascuas mortecinas

del hogar los ojos fijos.

No tienen leña ni sueño.

Larga es la noche y el frío

arrecia. Un candilejo humea

en el muro ennegrecido.

El aire agita la llama,

que pone un fulgor rojizo

sobre las dos pensativas

testas de los asesinos.

El mayor de Alvargonzález,

lanzando un ronco suspiro,

rompe el silencio, exclamando:

- Hermano, ¡qué mal hicimos!

El viento la puerta bate,

hace temblar el postigo,

y suena en la chimenea

con hueco y largo bramido.

Después el silencio vuelve,

y a intervalos el pabilo

del candil chisporrotea

en el aire aterecido.

El segundo dijo: - ¡Hermano,

demos lo viejo al olvido!

EL VIAJERO

I

Es una noche de invierno.

Azota el viento las ramas

de los álamos. La nieve

ha puesto la tierra blanca.

Bajo la nevada, un hombre

por el camino cabalga;

va cubierto hasta los ojos,

embozado en negra capa.

Entrado en la aldea, busca

de Alvargonzález la casa,

y ante su puerta llegado,

sin echar pie a tierra, llama.

II

Los dos hermanos oyeron

una aldaba a la puerta,

y de una cabalgadura

los cascos sobre las piedras.

Ambos los ojos alzaron

llenos de espanto y sorpresa.

- ¿Quién es?, responda - gritaron.

- Miguel - respondieron fuera.

Era la voz del viajero

que partió a lejanas tierras.

III

Abierto el portón, entróse

a caballo el caballero

y echó pie a tierra. Venía

todo de nieve cubierto.

En brazos de sus hermanos

lloro algún rato en silencio.

Después dio el caballo al uno,

al otro capa y sombrero,

y en la estancia campesina

busco el arrimo del fuego.

IV

El menor de los hermanos,

que niño y aventurero

fue más allá de los mares

y hoy torna indiano opulento,

vestía con negro traje

de peludo terciopelo,

ajustado a la cintura

por ancho cinto de cuero.

Gruesa cadena formaba

un bucle de oro en su pecho.

Era un hombre alto y robusto,

con ojos grandes y negros

llenos de melancolía;

la tez, de color moreno,

y sobre la frente comba

enmarañados cabellos;

el hijo que saca porte

señor de padre labriego,

a quien fortuna le debe

amor, poder y dinero.

De los tres Alvargonzález

era Miguel el más bello;

porque al mayor afeaba

el muy poblado entrecejo

bajo la frente mezquina;

y al segundo, los inquietos

ojos que mirar no saben

de frente, torvos y fieros.

V

Los tres hermanos contemplan

el triste hogar en silencio;

y con la noche cerrada

arrecia el frío y el viento.

- Hermanos, ¿no tenéis leña?

- dice Miguel.

- No tenemos

- responde el mayor.

Un hombre,

milagrosamente, ha abierto

la gruesa puerta cerrada

condoble barra de hierro.

El hombre que ha entrado tiene

el rostro del padre muerto.

Un halo de luz dorada

orla sus blancos cabellos.

Lleva un haz de leña al hombro

y empuña un hacha de hierro.

EL INDIANO

I

De aquellos campos malditos,

Miguel a sus dos hermanos

compró una parte, que mucho

caudal de América trajo,

y aun en tierra mala, el oro

luce mejor que enterrado,

y más en mano de pobres

que oculto en orza de barro.

Diose a trabajar la tierra

con fe y tesón el indiano,

y a laborar los mayores

sus pegujales tornaron.

Ya con macizas espigas,

preñadas de rubios granos,

a los campos de Miguel

tornó el fecundo verano;

y ya de aldea en aldea

se cuenta como un milagro

que los asesinos tienen

la maldición en sus campos.

Ya el pueblo canta una copla

que narra el crimen pasado:

"A la orilla de la fuente

lo asesinaron.

¡Qué mala muerte le dieron

los hijos malos!

En la laguna sin fondo

al padre muerto arrojaron.

No duerme bajo la tierra

el que la tierra ha labrado".

II

Miguel, con sus dos lebreles

y armado de su escopeta,

hacia el azul de los montes,

en una tarde serena,

caminaba entre los verdes

chopos de la carretera,

y oyó una voz que cantaba:

"No tiene tumba en la tierra.

entre los pinos del valle

del Revinuesa,

al padre muerto llevaron

hasta la Laguna Negra".

LA CASA

I

La casa de Alvargonzález

era una casona vieja,

con cuatro estrechas ventanas,

separada de la aldea

cien pasos y entre dos olmos

que, gigantes centinelas,

sombra le dan en verano

y en el otoño hojas secas.

Es casa de labradores,

gente, aunque rica, plebeya,

donde el hogar humeante

con sus escaños de piedra

se ve sin entrar, si tiene

abierta al campo la puerta.

Al arrimo del rescoldo

del hogar borbollonean

dos pucherillos de barro,

que a dos familias sustentan.

A diestra mano, la cuadra

y el corral; a la siniestra,

huerto y abejar, y al fondo,

una gastada escalera,

que va a las habitaciones

partidas en dos viviendas.

Los Alvargonzález moran

con sus mujeres en ellas.

A ambas parejas, que hubieron,

sin que lograrse pudieran,

dos hijos, sobrado espacio

les da la casa paterna.

En una estancia que tiene

luz al huerto, hay una mesa

con gruesa tabla de roble,

dos sillones de vaqueta,

colgado en el muro un negro

ábaco de enormes cuentas,

y unas espuelas mohosas

sobre un arcón de madera.

Era una estancia olvidada

donde hoy Miguel se aposenta.

Y era allí donde los padres

veían en primavera

el huerto en flor, y en el cielo

de mayo, azul, la cigüeña

- cuando las rosas se abren

y los zarzales blanquean -

que enseñaba a sus hijuelos

a usar de las alas lentas.

Y en las noches del verano,

cuando la calor desvela,

desde la ventana al dulce

ruiseñor cantar oyeran.

Fue allí donde Alvargonzález,

del orgullo de su huerta

y del amor de los suyos,

sacó sueños de grandeza.

Cuando en brazosde la madre

vio la figura risueña

del primer hijo, bruñida

de rubio sol la cabeza

del niño que levantaba

las codiciosas, pequeñas

manos a las rojas guindas

y a las moradas ciruelas,

o aquella tarde de otoño

dorada, plácida y buena,

él pensó que ser podría

feliz el hombre en la tierra.

Hoy canta el pueblo una copla

que va de aldea en aldea:

"¡Oh casa de Alvargonzález,

qué malos días te esperan;

casa de los asesinos,

que nadie llame a tu puerta!".

II

Es una tarde de otoño.

En la alameda dorada

no quedan ya ruiseñores;

enmudeció la cigarra.

Las últimas golondrinas

que no emprendieron la marcha,

morirán, y las cigüeñas,

de sus nidos de retamas

en torres y campanarios,

huyeron.

Sobre la casa

de Alvargonzález, los olmos

sus hojas, que el viento arranca,

van dejando. Todavía

las tres redondas acacias,

en el atrio de la iglesia,

conservan verdes sus ramas,

y las castañas de Indias

a intervalos se desgajan

cubiertas de sus erizos;

tiene el rosal rosas grana

otra vez, y en las praderas

brilla la alegre otoñada.

En laderas y en alcores,

en ribazos y en cañadas,

el verde nuevo y la hierba,

aun del estío quemada,

alternan; los serrijones

pelados, las lomas calvas,

se coronan de plomizas

nubes apelotonadas;

y bajo el pinar gigante,

entre las marchitas zarzas

y amarillentos helechos,

corren las crecidas aguas

a engrosar el padre río

por canchales y barrancas.

Abunda en la tierra un gris

de plomo y azul de plata,

con manchas de roja herrumbre,

todo envuelto en luz violada.

¡Oh tierras de Alvargonzález,

en el corazón de España,

tierras pobres, tierras tristes,

tan tristes que tienen alma!

Páramo que cruza el lobo

aullando a la luna clara

de bosque a bosque, baldíos

llenos de peñas rodadas,

donde roída de buitres

brilla una osamenta blanca;

pobres campos solitarios

sin caminos ni posadas,

¡oh pobres campos malditos,

pobres campos de mi patria!

LA TIERRA

I

Una mañana de otoño,

Juan y el indiano aparejan

las dos yuntas de la casa.

Martín se quedó en el huerto

arrancando hierbas malas.

II

Una mañana de otoño,

cuando los campos se aran,

sobre un otero, que tiene

el cielo de la mañana

por fondo, la parda yunta

de Juan lentamente avanza.

Cardos, lampazos y abrojos,

avena loca y cizaña

llenan la tierra maldita,

tenaz a pico y escarda.

Del corvo arado de roble

la hundida reja trabaja

con vano esfuerzo; parece

que al par que hiende la entraña

del campo y hace camino,

se cierra otra vez la zanja.

"Cuando el asesino labre

será su labor pesada;

antes que un surco en la tierra,

tendrá una arruga en la cara".

III

Martín, que estaba en la huerta

cavando, sobre su azada

quedó apoyado un momento;

frío sudor le bañaba

el rostro.

Por el oriente,

la luna llena, manchada

de un arrebol purpurino,

lucía tras de la tapia

del huerto.

Martín tenía

la sangre de horror helada.

La azada que hundió en la tierra

teñida de sangre estaba.

IV

En la tierra en que ha nacido

supo afincar el indiano;

por mujer a una doncella

ricay hermosa ha tomado.

La hacienda de Alvargonzález

ya es suya, que sus hermanos

todo le vendieron: casa,

huerto, colmenar y campo.

LOS ASESINOS

I

Juan y Martín, los mayores

de Alvargonzález, un día

pesada marcha emprendieron

con el alba, Duero arriba.

La estrella de la mañana

en el alto azul ardía.

Se iba tiñendo de rosa

la espesa y blanca neblina

de los valles y barrancos,

y algunas nubes plomizas

a Urbión, donde el Duero nace,

como un turbante ponían.

Se acercaban a la fuente.

El agua clara corría,

sonando cual si contara

una vieja historia dicha

mil veces y que tuviera

mil veces que repetirla.

Agua que corre en el campo

dice en su monotonía:

"Yo sé el crimen; ¿no es un crimen,

cerca del agua, la vida?".

Al pasar los dos hermanos

relataba el agua limpia:

"A la vera de la fuente

Alvargonzález dormía".

II

- Anoche, cuando volvía

a casa - Juan a su hermano

dijo - , a la luz de la luna

era la huerta un milagro.

Lejos, entre los rosales,

divisé un hombre inclinado

hacia la tierra; brillaba

una hoz de plata en su mano.

Después irguióse y, volviendo

el rostro, dio algunos pasos

por el huerto, sin mirarme,

y a poco lo vi encorvado

otra vez sobre la tierra.

Tenía el cabello blanco.

La luna llena brillaba,

y era la huerta un milagro.

III

Pasado habían el puerto

de Santa Inés, ya mediada

la tarde, una tarde triste

de noviembre, fría y parda.

Hacia la Laguna Negra

silenciosos caminaban.

IV

Cuando la tarde caía,

entre las vetustas hayas

y los pinos centenarios,

un rojo sol se filtraba.

Era un paraje de bosque

y peñas aborrascadas;

aquí bocas que bostezan

o monstruos de fieras garras;

allí una informe joroba,

allá una grotesca panza,

torvos hocicos de fieras

y dentaduras melladas,

rocas y rocas, y troncos

y troncos, ramas y ramas.

En el hondón del barranco,

la noche, el miedo y el agua.

V

Un lobo surgió; sus ojos

lucían como dos ascuas.

Era la noche, una noche

húmeda, oscura y cerrada.

Los dos hermanos quisieron

volver. La selva ululaba.

Cien ojos fieros ardían

en la selva, a sus espaldas.

VI

Llegaron los asesinos

hasta la Laguna Negra,

agua transparente y muda

que enorme muro de piedra,

donde los buitres anidan

y el eco duerme, rodea;

agua clara donde beben

las águilas de la sierra,

donde el jabalí del monte

y el ciervo y el corzo abrevan;

agua pura y silenciosa

que copia cosas eternas;

agua impasible que guarda

en su seno las estrellas.

- ¡Padre! - gritaron; al fondo

de la laguna serena

cayeron, y el eco, ¡padre!

repitió de peña en peña.

XIX. A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamoscantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas, de alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

Soria 1912.

XX. Recuerdos

¡Oh Soria!, cuando miro los frescos naranjales

cargados de perfume, y el campo enverdecido,

abiertos los jazmines, maduros los trigales,

azules las montañas y el olivar florido;

Guadalquivir corriendo al mar entre vergeles;

y al sol de abril los huertos colmados de azucenas,

y los enjambres de oro, para libar sus mieles

dispersos en los campos, huir de sus colmenas;

yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares,

barriendo el cierzo helado tu campo empedernido;

y en sierras agrias sueño - ¡Urbión, sobre pinares!

¡Moncayo blanco, al cielo aragonés erguido! - .

Y pienso: Primavera, como un escalofrío

irá a cruzar el alto solar del romancero,

ya verdearán de chopos las márgenes del río.

¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero?

Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas,

y la roqueda parda más de un zarzal en flor;

ya los rebaños blancos, por entre grises peñas,

hacia los altos prados conducirá el pastor.

¡Oh, en el azul, vosotras, viajeras golondrinas

que vais al joven Duero, rebaños de merinos,

con rumbo hacia las altas praderas numantinas,

por las cañadas hondas y al sol de los caminos;

hayedos y pinares que cruza el ágil ciervo;

montañas, serrijones, lomazos, parameras,

en donde reina el águila, por donde busca el cuervo

su infecto expoliario; menudas sementeras

cual sayos cenicientos; casetas y majadas

entre desnuda roca; arroyos y hontanares

donde a la tarde beben las yuntas fatigadas;

dispersos huertecillos, humildes abejares! ...

¡Adiós, tierra de Soria; adiós el alto llano

cercado de colinas y crestas miliares,

alcores y roquedas del yermo castellano,

fantasmas de robledos y sombras de encinares!

En la desesperanza y en la melancolía

de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva.

Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía,

por los floridos valles, mi corazón te lleva.

En el tren, abril de 1912.

XXI. Al maestro Azorín por su libro Castilla

La venta de Cidones está en la carretera

que va de Soria a Burgos. Leonarda, la ventera,

que llaman la Ruipérez, es unaviejecita

que aviva el fuego donde borbolla la marmita.

Ruipérez, el ventero, un viejo diminuto

- bajo las cejas grises, dos ojos de hombre astuto - ,

contempla silencioso la lumbre del hogar.

Se oye la marmita al fuego borbollar.

Sentado ante una mesa de pino, un caballero

escribe. Cuando moja la pluma en el tintero,

dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto.

El caballero es joven, vestido va de luto.

El viento frío azota los chopos del camino.

Se ve pasar de polvo un blanco remolino.

La tarde se va haciendo sombría. El enlutado,

la mano en la mejilla, medita ensimismado.

Cuando el correo llegue, que el caballero aguarda,

la tarde habrá caído sobre la tierra parda

de Soria. Todavía los grises serrijones,

con ruinas de encanares y mellas de aluviones,

las lomas azuladas, las agrias barranqueras,

picotas y colinas, ribazos y laderas

del páramo sombrío por donde cruza el Duero

darán al sol de ocaso su resplandor de acero.

La venta se oscurece. El rojo lar humea.

La mecha de un mohoso candil arde y chispea.

El enlutado tiene clavados en el fuego

los ojos largo rato; se los enjuga luego

con un pañuelo blanco. ¿Por qué le hará llorar

el son de la marmita, el ascua del hogar?

Cerró la noche. Lejos se escucha el traqueteo

y el galopar de un coche que avanza. Es el correo.

XXII. Caminos

De la ciudad moruna

tras las murallas viejas,

yo contemplo la tarde silenciosa,

a solas con mi sombra y con mi pena.

El río va corriendo,

entre sombrías huertas

y grises olivares,

por los alegres campos de Baeza.

Tienen las vides pámpanos dorados

sobre las rojas cepas.

Guadalquivir, como un alfanje roto

y disperso, reluce y espejea.

Lejos, los montes duermen

envueltos en la niebla,

niebla de otoño, maternal; descansan

las rudas moles de su ser de piedra

en esta tibia tarde de noviembre,

tarde piadosa, cárdena y violeta.

El viento ha sacudido

los mustios olmos de la carretera,

levantando en rosados torbellinos

el polvo de la tierra.

La luna está subiendo

amoratada, jadeante y llena.

Los caminitos blancos

se cruzan y se alejan,

buscando los dispersos caseríos

del valle y de la sierra.

Caminos de los campos...

¡Ay, ya no puedo caminar con ella!

XXIII

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.

Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.

Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.

Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

XXIV

Dice la esperanza: Un día

la verás, si bien esperas.

Dice la desesperanza:

Sólo tu amargura es ella.

Late, corazón... No todo

se lo ha tragado la tierra.

XXV

Allá, en las tierras altas,

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, entre plomizos cerros

y manchas de raídos encinares,

mi corazón está vagando, en sueños...

¿No ves, Leonor, los álamosdel río

con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame

tu mano y paseemos.

Por estos campos de la tierra mía,

bordados de olivares polvorientos,

voy caminando solo,

triste, cansado, pensativo y viejo.

XXVI

Soñé que tú me llevabas

por una blanca vereda,

en medio del campo verde,

hacia el azul de las sierras,

hacia los montes azules,

una mañana serena.

Sentí tu mano en la mía,

tu mano de compañera,

tu voz de niña en mi oído

como una campana nueva,

como una campana virgen

de un alba de primavera.

¡Eran tu voz y tu mano,

en sueños, tan verdaderas!...

Vive, esperanza, ¡quién sabe

lo que se traga la tierra!

XXVII

Una noche de verano

- estaba abierto el balcón

y la puerta de mi casa -

la muerte en mi casa entró.

Se fue acercando a su lecho

- ni siquiera me miró - ,

con unos dedos muy finos,

algo muy tenue rompió.

Silenciosa y sin mirarme,

la muerte otra vez pasó

delante de mí. ¿Qué has hecho?

La muerte no respondió.

Mi niña quedó tranquila,

dolido mi corazón.

¡Ay, lo que la muerte ha roto

era un hilo entre los dos!

XXVIII

Al borrarse la nieve, se alejaron

los montes de la sierra.

La vega ha verdecido

al sol de abril, la vega

tiene la verde llama,

la vida, que no pesa;

y piensa el alma en una mariposa,

atlas del mundo, y sueña.

Con el ciruelo en flor y el campo verde,

con el glauco vapor de la ribera,

en torno de las ramas,

con las primeras zarzas que blanquean,

con este dulce soplo

que triunfa de la muerte y de la piedra,

esta amargura que me ahoga fluye

en esperanza de Ella...

XXIX

En estos campos de la tierra mía,

y extranjero en los campos de mi tierra

- yo tuve patria donde corre el Duero

por entre grises peñas

y fantasmas de viejos encinares,

allá en Castilla, mística y guerrera;

Castilla la gentil, humilde y brava;

Castilla del desdén y de la fuerza - ,

en estos campos de mi Andalucía,

¡oh tierra en que nací!, cantar quisiera.

Tengo recuerdos de mi infancia, tengo

imágenes de luz y de palmeras,

y en una gloria de oro,

de lueñes campanarios con cigüeñas,

de ciudades con calles sin mujeres,

bajo un cielo de añil, plazas desiertas

donde crecen naranjos encendidos

con sus frutas redondas y bermejas;

y en un huerto sombrío, el limonero

de ramas polvorientas

y pálidos limones amarillos,

que el agua clara de la fuente espeja,

un aroma de nardos y claveles

y un fuerte olor de albahaca y hierbabuena;

imágenes de grises olivares

bajo un tórrido sol que aturde y ciega,

y azules y dispersas serranías

con arreboles de una tarde inmensa;

mas falta el hilo que el recuerdo anuda

al corazón, el ancla en su ribera,

o estas memorias no son alma. Tienen,

en susabigarradas vestimentas,

señal de ser despojos del recuerdo,

la carga bruta que el recuerdo lleva.

Un día tornarán, con luz del fondo ungidos,

los cuerpos virginales a la orilla vieja.

Lora del Río, 4 de Abril de 1913.

XXX. A José María Palacio

Palacio, buen amigo,

¿está la primavera

vistiendo ya las ramas de los chopos

del río y los caminos? En la estepa

del alto Duero, Primavera tarda,

¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...

¿Tienen los viejos olmos

algunas hojas nuevas?

Aún las acacias estarán desnudas

y nevados los montes de las sierras.

¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,

allá en el cielo de Aragón, tan bella!

¿Hay zarzas florecidas

entre las grises peñas,

y blancas margaritas

entre la fina hierba?

Por esos campanarios

ya habrán ido llegando las cigüeñas.

Habrá trigales verdes,

y mulas pardas en las sementeras,

y labriegos que siembran los tardíos

con las lluvias de abril. Ya las abejas

libarán del tomillo y el romero.

¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?

Furtivos cazadores, los reclamos

de la perdiz bajo las capas luengas,

no faltarán. Palacio, buen amigo,

¿tienen ya ruiseñores las riberas?

Con los primeros lirios

y las primeras rosas de las huertas,

en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra...

Baeza, 29 de Abril de 1913.

XXXI. Otro viaje

Ya en los campos de Jaén

amanece. Corre el tren

por los brillantes rieles,

devorando matorrales,

alcaceles,

terraplenes, pedregales,

olivares, caseríos,

praderas y cardizales,

montes y valles sombríos.

Tras la turbia ventanilla,

pasa la devanadera

del campo de primavera.

La luz en el techo brilla

de mi vagón de tercera.

Entre nubarrones blancos,

oro y grana;

la niebla de la mañana

huyendo por los barrancos.

¡Este insomne sueño mío!

¡Este frío

de un amanecer en vela!...

Resonante,

jadeante,

marcha el tren. El campo vuela.

Enfrente de mí, un señor

sobre su manta dormido;

un fraile y un cazador

- el perro a sus pies tendido - .

Yo contemplo mi equipaje,

mi viejo saco de cuero;

y recuerdo otro viaje

hacia las tierras del Duero.

Otro viaje de ayer

por la tierra castellana,

¡pinos del amanecer

entre Almazán y Quintana!

¡Y alegría

de un viajar en compañía!

¡Y la unión

que ha roto la muerte un día!

¡Mano fría

que aprietas mi corazón!

Tren: camina, silba, humea,

acarrea

tu ejército de vagones,

ajetrea

maletas y corazones.

Soledad,

sequedad.

Tan pobre me estoy quedando,

que ya ni siquiera estoy

conmigo, ni sé si voy

conmigo a solas viajando.

XXXI(bis). Adiós

Primera versión

Y nunca más la tierra de ceniza

he de volver a ver, que el Duero abraza.

¡Oh loma de Santana, ancha y maciza;

placeta del Mirón; desierta plaza

con el sol de la tarde en mis balcones,

nunca os veré! No me pidáis presencia;

las almas huyen para dar canciones:

alma es distancia y horizonte: ausencia.

Mas quien escuche el agria melodía

con que divierto el corazón viajero

por estos campos de la tierra mía,

ya sabe manantial, cauce y reguero

del aguaclara de mi huerta umbría.

No todas vais al mar, aguas del Duero.

Escrito en Baeza en 1915.

Segunda versión

Y nunca más la tierra de ceniza

a pisar volveré, que Duero abraza.

¡Oh loma de Santana, ancha y maciza;

placeta del Mirón; desierta plaza

con el sol de la tarde en mis balcones,

nunca os veré! No me pidáis presencia;

las almas huyen para dar canciones:

alma es distancia y horizonte: ausencia.

Mas quien escuche el agria melodía

con que divierto el corazón viajero

por estos campos de mi Andalucía,

ya sabe manantial, cauce y reguero

del agua santa de la huerta mía.

No todas vais al mar, aguas del Duero!

Córdoba 1919.

XXXII. Poema de un día

MEDITACIONES RURALES

Heme aquí ya, profesor

de lenguas vivas(ayer

maestro de gay-saber,

aprendiz de ruiseñor)

en un pueblo húmedo y frío,

destartalado y sombrío,

entre andaluz y manchego.

Invierno. Cerca del fuego.

Fuera llueve un agua fina,

que ora se trueca en neblina,

ora se torna aguanieve.

Fantástico labrador,

pienso en los campos. ¡Señor,

qué bien haces! Llueve, llueve

tu agua constante y menuda

sobre alcaceles y habares,

tu agua muda,

en viñedos y olivares.

Te bendecirán conmigo

los sembradores del trigo;

los que viven de coger

la aceituna;

los que esperan la fortuna

de comer;

los que hogaño

como antaño

tienen toda su moneda

en la rueda,

traidora rueda del año.

¡Llueve, llueve; tu neblina

que se torne en aguanieve,

y otra vez en agua fina!

¡Llueve, Señor; llueve, llueve!

En mi estancia, iluminada

por esta luz invernal

- la tarde gris tamizada

por la lluvia y el cristal - ,

sueño y medito.

Clarea

el reloj arrinconado,

y su tic-tic, olvidado

por repetido, golpea.

Tic-tic, tic-tic... Ya te he oído.

Tic-tic, tic-tic... Siempre igual,

monótono y aburrido.

Tic-tic, tic-tic, el latido

de un corazón de metal.

En estos pueblos, ¿se escucha

el latir del tiempo? No.

En estos pueblos se lucha

sin tregua con el reló,

con esa monotonía

que mide un tiempo vacío.

Pero ¿tu hora es la mía?

¿Tu tiempo, reloj, el mío?

(Tic-tic, tic-tic...) Era un día

(tic-tic, tic-tic) que pasó,

y lo que yo más quería

la muerte se lo llevó.

Lejos suena un clamoreo

De campanas...

Arrecia el repiqueteo

de la lluvia en las ventanas.

Fantástico labrador,

vuelvo a mis campos. ¡Señor,

cuánto te bendecirán

los sembradores del pan!

Señor, ¿no es tu lluvia ley

en los campos que ara el buey

y en los palacios del rey?

¡Oh agua buena, deja vida

en tu huida!

¡Oh tú, que vas gota a gota,

fuente a fuente y río a río,

como este tiempo de hastío

corriendo a la mar remota,

con cuanto quiere nacer,

cuanto espera

florecer

al sol de la primavera,

sé piadosa,

que mañana

serás espiga temprana,

prado verde, carne rosa,

y más: razón y locura

y amargura

del querer y no poder

creer, creer y creer!

Anochece;

el hilo de la bombilla

se enrojece;

luego brilla,

resplandece

poco más que una cerilla.

Dios sabe dónde andarán

mis gafas... Entre librotes,

revistas y papelotes,

¿quién las encuentra?... Aquí están.

Librosnuevos. Abro uno

de Unamuno.

¡Oh el dilecto,

predilecto

de esta España que se agita,

porque nace o resucita!

Siempre te ha sido, ¡oh Rector

de Salamanca!, leal

este humilde profesor

de un instituto rural.

Esa tu filosofía

que llamas diletantesca,

voltaria y funambulesca,

gran don Miguel, es la mía.

Agua del buen manantial,

siempre viva,

fugitiva;

poesía, cosa cordial.

¿Constructora?

- No hay cimiento

ni en el agua ni en el viento - .

Bogadora,

marinera

hacia la mar sin ribera.

Enrique Bergson: Los datos

inmediatos

de la conciencia. ¿Esto es

otro embeleco francés?

Este Bergson es un tuno;

¿verdad, maestro Unamuno?

Bergson no da, como aquel

Immanuel,

el volatín inmortal;

este endiablado judío

ha hallado el libre albedrío

dentro de su mechinal.

No está mal:

cada sabio, su problema,

y cada loco, su tema.

Algo importa

que en la vida mala y corta

que llevamos

libres o siervos seamos;

mas, si vamos

a la mar,

lo mismo nos ha de dar.

¡Oh estos pueblos! Reflexiones,

lecturas y acotaciones

pronto dan en lo que son:

bostezos de Salomón.

¿Todo es

soledad de soledades,

vanidad de vanidades,

que dijo el Eclesiastés?

Mi paraguas, mi sombrero,

mi gabán... El aguacero

amaina... Vámonos, pues.

Es de noche. Se platica

al fondo de una botica:

- Yo no sé,

don José,

cómo son los liberales

tan perros, tan inmorales.

- ¡Oh, tranquilícese usté!

Pasados los carnavales

vendrán los conservadores,

buenos administradores

de su casa.

Todo llega y todo pasa.

Nada eterno:

ni gobierno

que perdure,

ni mal que cien años dure.

- Tras estos tiempos, vendrán

otros tiempos y otros y otros,

y lo mismo que nosotros,

otros se jorobarán.

Así es la vida, don Juan.

- Es verdad, así es la vida.

- La cebada está crecida.

- Con estas lluvias...

Y van

las habas que es un primor.

- Cierto; para marzo, en flor.

Pero la escarcha, los hielos...

- Y, además, los olivares

están pidiendo a los cielos

agua a torrentes.

- A mares.

¡Las fatigas, los sudores

que pasan los labradores!

En otro tiempo...

- Llovía

también cuando Dios quería.

- Hasta mañana, señores.

Tic-tic, tic-tic... Ya pasó

un día como otro día,

dice la monotonía

del reló

Sobre mi mesa Los datos

de la conciencia, inmediatos.

No está mal

este yo fundamental,

contingente y libre, a ratos,

creativo, original;

este yo que vive y siente

dentro la carne mortal,

¡ay!, por saltar impaciente

las bardas de su corral.

Baeza, 1913.

XXXIII. Noviembre 1913

Un año más. El sembrador va echando

la semilla en los surcos de la tierra.

Dos lentas yuntas aran,

mientras pasan las nubes cenicientas

ensombreciendo el campo,

las pardas sementeras,

los grises olivares. Por el fondo

del valle, el río el agua turbia lleva.

Tiene Cazorla nieve,

y Mágina, tormenta;

su montera, Aznaitín. Hacia Granada,

montes con sol, montes de sol y piedra.

XXXIV. La saeta

¿Quién me presta una escalera,

para subir al madero

para quitarle los clavos

a Jesús el Nazareno?

SAETA POPULAR

¡Oh la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz

quetodas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar, ni quiero,

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

XXXV. Del pasado efímero

Este hombre del casino provinciano

que vio a Carancha recibir un día,

tiene mustia la tez, el pelo cano,

ojos velados de melancolía;

bajo el bigote gris, labios de hastío,

y una triste expresión que no es tristeza,

sino algo más o menos: el vacío

del mundo en la oquedad de su cabeza.

Aun luce de corinto terciopelo

chaqueta y pantalón abotinado,

y un cordobés color de caramelo,

pulido y torneado.

Tres veces heredó; tres ha perdido

al monte su caudal; dos ha enviudado.

Sólo se anima ante el azar prohibido,

sobre el verde tapete reclinado,

o al evocar la tarde un torero,

o la suerte un tahúr, o si alguna cuenta

la hazaña de un gallardo bandolero,

o la proeza de un matón, sangrienta.

Bosteza de política banales

dicterios al Gobierno reaccionario,

y augura que vendrán los liberales,

cual torna la cigüeña al campanario.

Un poco labrador, del cielo aguarda

y al cielo teme; alguna vez suspira,

pensando en su olivar, y al cielo mira

con ojo inquieto, si la lluvia tarda.

Lo demás, taciturno, hipocondríaco,

prisionero en la Arcadia del presente,

le aburre; sólo el humo del tabaco

simula algunas sombras en su frente.

Este hombre no es de ayer ni es de mañana,

sino de nunca; de la cepa hispana

no es el fruto maduro ni podrido,

es una fruta vana

de aquella España que pasó y no ha sido,

esa que hoy tiene la cabeza cana.

XXXVI. Los olivos

A Manolo Ayuso

I

¡Viejos olivos sedientos

bajo el claro sol del día,

olivares polvorientos

del campo de Andalucía!

¡El campo andaluz, peinado

por el sol canicular,

de loma en loma rayado

de olivar y de olivar!

¡Son las tierras

soleadas,

anchas lomas, lueñes sierras

de olivares recamadas!

Mil senderos. Con sus machos,

abrumados de capachos,

van gañanes y arrieros.

¡De la venta del camino

a la puerta, soplan vino

trabucaires bandoleros!

¡Olivares y olivares

de loma en loma prendidos

cual bordados alamares!

¡Olivares coloridos

de una tarde anaranjada;

olivares rebruñidos

bajo la luna argentada!

¡Olivares centelleados

en las tardes cenicientas,

bajo los cielos preñados

de tormentas!...

Olivares, Dios os dé

los eneros

de aguaceros,

los agostos de agua al pie,

los vientos primaverales

vuestras flores recamadas;

y las lluvias otoñales,

vuestras olivas moradas.

Olivar, por cien caminos,

tus olivitas irán

caminando a cien molinos.

Ya darán

trabajo en las alquerías

a gañanes y braceros,

¡oh buenas fuentes sombrías

bajo los anchos sombreros!...

¡Olivar y olivareros,

bosque y raza,

campo y plaza

de los fieles al terruño

y al arado y al molino,

de los que muestran el puño

al Destino,

los benditos labradores,

los bandidos caballeros,

los señores

devotos y matuteros!...

¡Ciudades y caseríos

en la margen de los ríos,

enlos pliegues de la sierra!...

¡Venga Dios a los hogares

y a las almas de esta tierra

de olivares y olivares!

II

A dos leguas de Úbeda, la Torre

de Pero Gil, bajo este sol de fuego,

triste burgo de España. El coche rueda

entre grises olivos polvorientos.

Allá, el castillo heroico.

En la plaza, mendigos y chicuelos:

una orgía de harapos...

Pasamos frente al atrio del convento

de la Misericordia.

¡Los blancos muros, los cipreses negros!

¡Agria melancolía

como asperón de hierro

que raspa el corazón! ¡Amurallada

piedad, erguida en este basurero!...

Esta casa de Dios, decid, hermanos,

esta casa de Dios, ¿qué guarda dentro?

Y ese pálido joven,

asombrado y atento,

que parece mirarnos con la boca,

será el loco del pueblo,

de quien se dice: es Lucas,

Blas o Ginés, el tonto que tenemos.

Seguimos. Olivares. Los olivos

están en flor. El carricoche lento,

al paso de dos pencos matalones,

camina hacia Peal. Campos ubérrimos.

La tierra da lo suyo; el sol trabaja;

el hombre es para el suelo:

genera, siembra y labra

y su fatiga unce la tierra al cielo.

Nosotros enturbiamos

la fuente de la vida, el sol primero,

con nuestros ojos tristes,

con nuestro amargo rezo,

con nuestra mano ociosa,

con nuestro pensamiento

- se engendra en el pecado,

se vive en el dolor. ¡Dios está lejos! - .

Esta piedad erguida

sobre este burgo sólido, sobre este basurero,

esta casa de Dios, decid, ¡oh santos

cañones de von Kluck!, ¿qué guarda dentro?

XXXVII. Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido

Al fin, una pulmonía

mató a don Guido, y están

las campanas todo el día

doblando por él: ¡din-dan!

Murió don Guido, un señor

de mozo muy jaranero,

muy galán y algo torero;

de viejo, gran rezador.

Dicen que tuvo un serrallo

este señor de Sevilla;

que era diestro

en manejar el caballo,

y un maestro

en refrescar manzanilla.

Cuando mermó su riqueza,

era su monomanía

pensar que pensar debía

en asentar la cabeza.

Y asentóla

de una manera española,

que fue casarse con una

doncella de gran fortuna;

y repintar sus blasones,

hablar de las tradiciones

de su casa,

a escándalos y amoríos

poner tasa,

sordina a sus desvaríos.

Gran pagano,

se hizo hermano

de una santa cofradía;

y el Jueves Santo salía,

llevando un cirio en la mano

- ¡aquel trueno! - ,

vestido de nazareno.

Hoy nos dice la campana

que han de llevarse mañana

al buen don Guido, muy serio,

camino del cementerio.

Buen don Guido, ya eres ido

y para siempre jamás...

Alguien dirá: ¿Qué dejaste?

Yo pregunto: ¿Qué llevaste

al mundo donde hoy estás?

¿Tu amor a los alamares

y a las sedas y a los oros,

y a la sangre de los toros

y al humo de los altares?

¡Buen don Guido y equipaje,

buen viaje! ...

El acá

y el allá,

caballero,

se ve en tu rostro marchito,

lo infinito:

cero, cero.

¡Oh las enjutas mejillas,

amarillas,

y los párpados de cera,

y la fina calavera

enla almohada del lecho!

¡Oh fin de una aristocracia!

La barba canosa y lacia

sobre el pecho;

metido en tosco sayal,

las yertas manos en cruz,

¡tan formal!

el caballero andaluz.

XXXVIII. La mujer manchega

La Mancha y sus mujeres... Argamasilla, Infantes,

Esquivias, Valdepeñas. La novia de Cervantes,

y del manchego heroico, el ama y la sobrina

- el patio, la alacena, la cueva y la cocina,

la rueca y la costura, la cuna y la pitanza - ,

la esposa de don Diego y la mujer de Panza,

la hija del ventero, y tantas como están

bajo la tierra, y tantas que son y que serán

encanto de manchegos y madres de españoles

por tierras de lagares, molinos y arreboles.

Es la mujer manchega garrida y bien plantada,

muy sobre sí, doncella, perfecta de casada.

El sol de la caliente llanura veraniega

quemó su piel, mas guarda frescura de bodega

su corazón. Devota, sabe rezar con fe

para que Dios nos libre de cuanto no se ve.

Su obra es la casa - menos celada que en Sevilla,

más gineceo y menos castillo que en Castilla - .

Y es del hogar manchego la musa ordenadora;

alinea los vasares, los lienzos alcanfora;

las cuentas de la plaza anota en su diario;

cuenta garbanzos, cuenta las cuentas del rosario.

¿Hay más? Por estos campos hubo un amor de fuego

Dos ojos abrasaron un corazón manchego.

¿No tuvo en esta Mancha su cuna Dulcinea?

¿No es el Toboso patria de la mujer idea

del corazón, engendro e imán de corazones,

a quien varón no impregna y aun parirá varones?

Por esta Mancha - prados, viñedos y molinos -

que so el igual del cielo iguala sus caminos,

de cepas arrugadas sobre el tostado suelo

y mustios pastos como raído terciopelo;

por este seco llano de sol y lejanía,

en donde un ojo alcanza su pleno mediodía

- un diminuto bando de pájaros puntea

el índigo del cielo sobre la blanca aldea,

y allá se yergue un soto de verdes alamillos,

tras leguas y más leguas de campos amarillos -;

por esta tierra, lejos del mar y la montaña,

el ancho reverbero del claro sol de España,

anduvo un pobre hidalgo ciego de amor un día

- amor nublóle el juicio; su corazón veía - .

Y tú, la cerca y lejos, por el inmenso llano

eterna compañera y estrella de Quijano,

lozana labradora fincada en tus terrones

- ¡oh madre de manchegos y numen de visiones! - ,

viviste, buena Aldonza, tu vida verdadera

cuando tu amante erguía su lanza justiciera

y, en tu casona blanca ahechando el rubio trigo,

aquel amor de fuego era por ti y contigo.

Mujeres de la Mancha, con elsagrado mote

de Dulcinea, os salva la gloria del Quijote.

XXXIX. El mañana efímero

A Roberto Castrovido

La España de charanga y pandereta,

cerrado y sacristía,

devota de Frascuelo y de María,

de espíritu burlón y de alma quieta,

ha de tener su mármol y su día,

su inefable mañana y su poeta.

El vano ayer engendrará un mañana

vacío y ¡por ventura! pasajero.

Serán un joven lechuzo y tarambana,

un sayón con hechuras de bolero:

a la moda de Francia, realista,

un poco al uso de París, pagano,

y al estilo de España, especialista

en el vicio al alcance de la mano.

Esa España inferior que ora y bosteza,

vieja y tahúr, zaragatera y triste;

esa España inferior que ora y embiste

cuando se digna usar de la cabeza,

aun tendrá luengo parto de varones

amantes de sagradas tradiciones

y de sagradas formas y maneras;

florecerán las barbas apostólicas,

y otras calvas en otras calaveras

brillarán, venerables y católicas.

El vano ayer engendrará un mañana

vacío y ¡por ventura! pasajero,

la sombra de un lechuzo tarambana,

de un sayón con hechuras de bolero.

El vacuo ayer dará un mañana huero.

Como la náusea de un borracho ahíto

de vino malo, un rojo sol corona

de heces turbias las cumbres de granito;

hay un mañana estomagante escrito

en la tarde pragmática y dulzona.

Mas otra España nace,

la España del cincel y de la maza,

con esa eterna juventud que se hace

del pasado macizo de la raza.

Una España implacable y redentora,

España que alborea

con un hacha en la mano vengadora,

España de la rabia y de la idea.

1913.

XL. Proverbios y cantares

I

Nunca perseguí la gloria

ni dejar en la memoria

de los hombres mi canción;

yo amo los mundos sutiles,

ingrávidos y gentiles

como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse

de sol y grana, volar

bajo el cielo azul, temblar

súbitamente y quebrarse.

II

¿Para qué llamar caminos

a los surcos del azar?...

Todo el que camina anda,

como Jesús, sobre el mar.

III

A quien nos justifica nuestra desconfianza

llamamos enemigo, ladrón de una esperanza.

jamás perdona el necio si ve la nuez vacía

que dio a cascar al diente de la sabiduría.

IV

Nuestras horas son minutos

cuando esperamos saber,

y siglos cuando sabemos

lo que se puede aprender.

V

Ni vale nada el fruto

cogido sin sazón...

Ni aunque te elogie un bruto

ha de tener razón.

VI

De lo que llaman los hombres

virtud, justicia y bondad,

una mitad es envidia,

y la otra no es caridad.

VII

Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;

conozco grajos mélicos y líricos marranos...

El más truhán se lleva la mano al corazón,

y el bruto más espeso se carga de razón.

VIII

En preguntar lo que sabes

el tiempo no has de perder...

Y a preguntas sin respuesta,

¿quién te podrá responder?

IX

El hombre, a quien el hambre de la rapiña acucia,

de ingénita maliciay natural astucia,

formó la inteligencia y acaparó la tierra.

¡Y aun la verdad proclama! ¡Supremo ardid de guerra!

X

La envidia de la virtud

hizo a Caín criminal.

¡Gloria a Caín! Hoy el vicio

es lo que se envidia más.

XI

La mano del piadoso nos quita siempre honor;

mas nunca ofende al darnos su mano el lidiador.

Virtud es fortaleza, ser bueno es ser valiente;

escudo, espada y maza llevar bajo la frente;

porque el valor honrado de todas armas viste:

no sólo para, hiere, y más que aguarda, embiste.

Que la piqueta arruine, y el látigo flagele;

la fragua ablande el hierro, la lima pula y gaste,

y que el buril burile, y que el cincel cincele,

la espada punce y hienda y el gran martillo aplaste.

XII

¡Ojos que a la luz se abrieron

un día para, después,

ciegos tornar a la tierra,

hartos de mirar sin ver!

XIII

Es el mejor de los buenos

quien sabe que en esta vida

todo es cuestión de medida:

un poco más, algo menos...

XIV

Virtud es la alegría que alivia el corazón

más grave y desarruga el ceño de Catón.

El bueno es el que guarda, cual venta del camino,

para el sediento, el agua; para el borracho, el vino.

XV

Cantad conmigo en coro: Saber, nada sabemos,

de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos...

Y entre los dos misterios está el enigma grave;

tres arcas cierra una desconocida llave.

La luz nada ilumina y el sabio nada enseña.

¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?

XVI

El hombre es por natura la bestia paradójica,

un animal absurdo que necesita lógica.

Creó de nada un mundo y, su obra terminada,

"Ya estoy en el secreto - se dijo - , todo es nada".

XVII

El hombre sólo es rico en hipocresía.

En sus diez mil disfraces para engañar confía;

y con la doble llave que guarda su mansión para la ajena hace ganzúa

de ladrón.

XVIII

¡Ah, cuando yo era niño

soñaba con los héroes de la Iliada!

Ayax era más fuerte que Diomedes;

Héctor, más fuerte que Ayax,

y Aquiles, el más fuerte; porque era

el más fuerte... ¡Inocencias de la infancia!

¡Ah, cuando yo era niño

soñaba con los héroes de la Iliada!

XIX

El casca-nueces-vacías,

Colón de cien vanidades,

vive de supercherías

que vende como verdades.

XX

¡Teresa, alma de fuego;

Juan de la Cruz, espíritu de llama;

por aquí hay mucho frío, padres; nuestros

corazoncitos de Jesús se apagan!

XXI

Ayer soñé que veía

a Dios y que a Dios hablaba;

y soñé que Dios me oía...

Después soñé que soñaba.

XXII

Cosas de hombres y mujeres:

los amoríos de ayer

casi los tengo olvidados,

si fueron alguna vez.

XXIII

No extrañéis, dulces amigos,

que esté mi frente arrugada;

yo vivo en paz con los hombres

y en guerra con mis entrañas.

XXIV

De diez cabezas,nueve

embisten y una piensa.

Nunca extrañéis que un bruto

se descuerne luchando por la idea.

XXV

Las abejas, de las flores

sacan miel, y melodía

del amor, los ruiseñores;

Dante y yo - perdón, señores -

Trocamos - perdón, Lucía -

el amor en Teología.

XXVI

Poned sobre los campos

un carbonero, un sabio y un poeta.

Veréis cómo el poeta admira y calla,

el sabio mira y piensa...

Seguramente, el carbonero busca

las moras o las setas.

Llevadlos al teatro

y sólo el carbonero no bosteza.

Quien prefiere lo vivo a lo pintado

es el hombre que piensa, canta o sueña.

El carbonero tiene

llena de fantasías la cabeza.

XXVII

¿Dónde está la utilidad

de nuestras utilidades?

Volvamos a la verdad:

vanidad de vanidades.

XXVIII

Todo hombre tiene dos

batallas que pelear.

En sueños lucha con Dios;

y despierto, con el mar.

XXIX

Caminante, son tus huellas

el camino, y nada más;

caminante, no hay camino:

se hace camino al andar.

Al andar se hace camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.

XXX

"El que espera desespera",

dice la voz popular.

¡Qué verdad tan verdadera!

La verdad es lo que es,

y sigue siendo verdad

aunque se piense al revés.

XXXI

Corazón, ayer sonoro,

¿ya no suena

tu monedilla de oro?

Tu alcancía,

antes que el tiempo la rompa,

¿se irá quedando vacía?

Confiemos

en que no será verdad

nada de lo que sabemos.

XXXII

¡Oh fe del meditabundo!

¡Oh fe después del pensar!

Sólo si viene un corazón al mundo

rebosa el vaso humano y se hincha el mar.

XXXIII

Soñé a Dios como una fragua

de fuego que ablanda el hierro,

como un forjador de espadas,

como un bruñidor de aceros

que iba firmando en las hojas

de luz: Libertad. - Imperio.

XXXIV

Yo amo a Jesús que nos dijo:

Cielo y Tierra pasarán.

Cuando Cielo y Tierra pasen,

mi palabra quedará.

¿Cuál fue, Jesús, tu palabra?

¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?

Todas tus palabras fueron

una palabra: Velad.

XXXV

Hay dos modos de conciencia:

una es luz, y otra paciencia.

Una estriba en alumbrar

un poquito el hondo mar;

otra, en hacer penitencia

con caña o red, y esperar

el pez, como pescador.

Dime tú: ¿Cuál es mejor?

¿Conciencia de visionario

que mira en el hondo acuario

peces vivos,

fugitivos,

que no se pueden pescar,

o esta maldita faena

de ir arrojando a la arena,

muertos, los peces del mar?

XXXVI

Fe empirista. Ni somos ni seremos.

Todo nuestro vivir es emprestado.

Nada trajimos; nada llevaremos.

XXXVII

¿Dices que nada se crea?

No te importe; con el barro

de la tierra, haz una copa

para que beba tu hermano.

XXXVIII

¿Dices que nada se crea?

Alfarero, a tus cacharros.

Haz tu copa, y no te importe

si no puedes hacer barro.

XXXIX

Dicen que el ave divina,

trocada en pobre gallina

por obra de las tijeras

de aquel sabio profesor

- fue Kant un esquilador

de las aves altaneras;

toda su filosofía,

un sport decetrería - ,

dicen que quiere saltar

las tapias del corralón

y volar

otra vez, hacia Platón.

¡Hurra! ¡Sea!

¡Feliz será quien lo vea!

XL

Sí, cada uno y todos sobre la tierra iguales:

el ómnibus que arrastran dos pencos matalones,

por el camino, a tumbos, hacia las estaciones;

el ómnibus completo de viajeros banales,

y en medio un hombre mudo, hipocondríaco, austero,

a quien se cuentan cosas y a quien se ofrece vino...

Y allá, cuando se llegue, ¿descenderá un viajero

no más? ¿O habránse todos quedado en el camino?

XLI

Bueno es saber que los vasos

nos sirven para beber;

lo malo es que no sabemos

para qué sirve la sed.

XLII

¿Dices que nada se pierde?

Si esta copa de cristal

se me rompe, nunca en ella

beberé, nunca jamás.

XLIII

Dices que nada se pierde,

y acaso dices verdad;

pero todo lo perdemos,

y todo nos perderá.

XLIV

Todo pasa y todo queda;

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo caminos,

caminos sobre la mar.

XLV

Morir... ¿Caer como gota

de mar en el mar inmenso?

¿O ser lo que nunca he sido:

uno, sin sombra y sin sueño,

un solitario que avanza

sin camino y sin espejo?

XLVI

Anoche soñé que oía

a Dios gritándome: ¡Alerta!

Luego era Dios quien dormía,

y yo gritaba: ¡Despierta!

XLVII

Cuatro cosas tiene el hombre

que no sirven en la mar:

ancla, gobernalle y remos,

y miedo de naufragar.

XLVIII

Mirando mi calavera

un nuevo Hamlet dirá:

He aquí un lindo fósil de una

careta de carnaval.

XLIX

Ya noto, al paso que me torno viejo,

que en el inmenso espejo

donde orgulloso me miraba un día,

era el azogue lo que yo ponía.

Al espejo del fondo de mi casa

una mano fatal

va rayando el azogue, y todo pasa

por él como la luz por el cristal.

L

- Nuestro español bosteza.

¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?

Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?

- El vacío es más bien en la cabeza.

LI

Luz del alma, luz divina,

faro, antorcha, estrella, sol...

Un hombre a tientas camina;

lleva a la espalda un farol.

LII

Discutiendo están dos mozos

si a la fiesta del lugar

irán por la carretera

o a campo traviesa irán.

Discutiendo y disputando

empiezan a pelear.

Ya con las trancas de pino

furiosos golpes se dan;

ya se tiran de las barbas,

que se las quieren pelar.

Ha pasado un carretero,

que va cantando un cantar:

"Romero, para ir a Roma,

lo que importa es caminar;

a Roma por todas partes,

por todas partes se va".

LIII

Ya hay un español que quiere

vivir y a vivir empieza,

entre una España que muere

y otra España que bosteza.

Españolito que vienes

al mundo, te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.

XLI. Parábolas

I

Era un niño que soñaba

un caballo de cartón.

Abrió los ojos el niño

y el caballito no vio.

Con un caballito blanco

el niño volvió a soñar;

y por la crin lo cogía...

¡Ahora no te escaparás!

Apenaslo hubo cogido,

el niño se despertó.

Tenía el puño cerrado.

¡El caballito voló!

Quedóse el niño muy serio

pensando que no es verdad

un caballito soñado.

Y ya no volvió a soñar.

Pero el niño se hizo mozo

y el mozo tuvo un amor,

y a su amada le decía:

¿Tú eres de verdad o no?

Cuando el mozo se hizo viejo

pensaba: Todo es soñar,

el caballito soñado

y el caballo de verdad.

Y cuando vino la muerte,

el viejo a su corazón

preguntaba: ¿Tú eres sueño?

¡Quién sabe si despertó!

II

A D. Vicente Ciurana

Sobre la limpia arena, en el tartesio llano

por donde acaba España y sigue el mar,

hay dos hombres que apoyan la cabeza en la mano:

uno duerme, y el otro parece meditar.

El uno, en la mañana de tibia primavera,

junto a la mar tranquila,

ha puesto entre sus ojos y el mar que reverbera,

los párpados, que borran el mar en la pupila.

Y se ha dormido, y sueña con el pastor Proteo,

que sabe los rebaños del marino guardar

y sueña que le llaman las hijas de Nereo,

y ha oído a los caballos de Poseidón hablar.

El otro mira al agua. Su pensamiento flota;

hijo del mar, navega - o se pone a volar - .

Su pensamiento tiene un vuelo de gaviota,

que ha visto un pez de plata en el agua saltar.

Y piensa: "Es esta vida una ilusión marina

de un pescador que un día ya no puede pescar".

El soñador ha visto que el mar se le ilumina,

y sueña que es la muerte una ilusión del mar.

III

Érase de un marinero

que hizo un jardín junto al mar,

y se metió a jardinero.

Estaba el jardín en flor,

y el jardinero se fue

por esos mares de Dios.

IV

CONSEJOS

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya

- así en la costa un barco - , sin que el partir te inquiete.

Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;

porque la vida es larga y el arte es un juguete.

Y si la vida es corta

y no llega la mar a tu galera,

aguarda sin partir y siempre espera,

que el arte es largo y, además, no importa.

V

PROFESIÓN DE FE

Dios no es el mar, está en el mar; riela

como luna en el agua, o aparece

como una blanca vela;

en el mar se despierta o se adormece.

Creó la mar, y nace

de la mar cual la nube y la tormenta;

es el Criador y la criatura lo hace;

su aliento es alma, y por el alma alienta.

Yo he de hacerte, mi Dios, cual Tú me hiciste,

y para darte el alma que me diste

en mí te he de crear. Queel puro río

de caridad que fluye eternamente,

fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío,

de una fe sin amor la turbia fuente!

VI

El Dios que todos llevamos,

el Dios que todos hacemos,

el Dios que todos buscamos

y que nunca encontraremos.

Tres dioses o tres personas

del solo Dios verdadero.

VII

Dice la razón: Busquemos

la verdad.

Y el corazón: Vanidad.

La verdad ya la tenemos.

La razón: ¡Ay, quién alcanza

la verdad!

El corazón: Vanidad.

La verdad es la esperanza.

Dice la razón: Tú mientes.

Y contesta el corazón:

Quien miente eres tú, razón,

que dices lo que no sientes.

La razón: Jamás podremos

entendernos, corazón.

El corazón: Lo veremos.

VIII

Cabeza meditadora,

¡qué lejos se oye el zumbido

de la abeja libadora!

Echaste un velo de sombra sobre

el bello mundo, y vas

creyendo ver porque mides

la sombra con un compás.

Mientras la abeja fabrica,

melifica,

con jugo de campo y sol,

yo voy echando verdades

que nada son, vanidades

al fondo de mi crisol.

De la mar al precepto,

del precepto al concepto,

del concepto a la idea

- ¡oh la linda tarea! - ,

de la idea a la mar.

¡Y otra vez a empezar!

XLII. Mi bufón

El demonio de mis sueños

ríe con sus labios rojos,

sus negros y vivos ojos,

sus dientes finos, pequeños.

Y jovial y picaresco

se lanza a un baile grotesco,

luciendo el cuerpo deforme

y su enorme

joroba. Es feo y barbudo,

y chiquitín y panzudo.

Yo no sé por qué razón,

de mi tragedia, bufón,

te ríes... Mas tú eres vivo

por tu danzar sin motivo.

ELOGIOS

XLIII

A don Francisco Giner de los Ríos

Como se fue el maestro,

la luz de esta mañana

me dijo: Van tres días

que mi hermano Francisco no trabaja.

¿Murió?... Sólo sabemos

que se nos fue por una senda clara,

diciéndonos: Hacedme

un duelo de labores y esperanzas.

Sed buenos y no más, sed lo que he sido

entre vosotros: alma.

Vivid, la vida sigue,

los muertos mueren y las sombras pasan;

lleva quien deja y vive el que ha vivido.

¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

Y hacia otra luz más pura

partió el hermanó de la luz del alba,

del sol de los talleres,

el viejo alegre de la vida santa.

... ¡Oh, sí!, llevad, amigos,

su cuerpo a la montaña,

a los azules montes

del ancho Guadarrama.

Allí hay barrancos hondos

de pinos verdes donde el viento canta.

Su corazón repose

bajo una encina casta,

en tierra de tomillos, donde juegan

mariposas doradas...

Allí el maestro un día

soñaba un nuevo florecer de España.

Baeza, 21 de febrero de 1915.

XLIV

Al joven meditador José Ortega y Gasset

A ti laurel y yedra

corónente, dilecto

de Sofía, arquitecto.

Cincel, martillo y piedra

y masones te sirvan; las montañas

de Guadarrama frío

te brinden el azul de sus entrañas,

meditador de otro Escorial sombrío,

y que Felipe austero,

al borde de su regia sepultura,

asome a ver la nueva arquitectura

y bendiga la prole de Lutero.

XLV

A Xavier

... En el intermedio de la primavera

Valcarce, dulce amigo, si tuviera

la voz que tuve antaño, cantaría

el intermedio de tu primavera

- porque aprendiz he sido de ruiseñor un día - ,

y el rumor de tu huerto - entre las flores

el agua oculta corre, pasa y suena

por acequias, regatos y atanores - ,

y el inquieto bullir de tu colmena,

y esa doliente juventud que tiene

ardores de faunalías,

y que pisando viene

la huella a mis sandalias.

Mas hoy... ¿Será porque el enigma grave

me tentó en la desierta galería,

y abrí con una diminuta llave

el ventanal del fondo que da a la mar sombría?

¿Será porque se ha ido

quien asentó mis pasos en la tierra,

y en este nuevo ejido

sin rubia mies, la soledad me aterra?

No sé, Valcarce, mas cantar no puedo:

se ha dormido la voz en mi garganta,

y tiene el corazón un salmo quedo.

Ya sólo reza el corazón, no canta.

Mas hoy, Valcarce, como un fraile viejo

puedo hacer confesión, que es dar consejo.

En este día claro, en que descansa

tu carne de quimeras y amoríos

- así en amplio silencio se remansa

el agua bullidora de los ríos - ,

no guardes en tu cofre la galana

veste dominical, el limpio traje,

para llenar de lágrimas mañana

la mustia seda y el marchito encaje,

sino viste, Valcarce, dulce amigo,

gala de fiesta para andar contigo.

Y cíñete la espada rutilante,

y lleva tu armadura,

el peto de diamante

debajo de la blanca vestidura.

¡Quién sabe! Acaso tu domingo

sea la jornada guerrera y laboriosa,

el día del Señor que no reposa,

el claro día en que el Señor pelea.

XLVI

Mariposa de la sierra

A Juan Ramón Jiménez,por su libro Platero y yo.

¿No eres tú, mariposa,

el alma de estas sierras solitarias,

de sus barrancos hondos

y de sus cumbres agrias?

Para que tú nacieras,

con su varita mágica

a las tormentas de la piedra, un día,

mandó callar un hada,

y encadenó los montes

para que tú volaras.

Anaranjada y negra,

morenita y dorada,

mariposa montés, sobre el romero

plegadas las alillas o, voltarias,

jugando con el sol, o sobre un rayo

de sol crucificadas.

¡Mariposa montés y campesina,

mariposa serrana,

nadie ha pintado tu color; tú vives

tu color y tus alas

en el aire, en el sol, sobre el romero,

tan libre, tan salada! ...

Que Juan Ramón Jiménez

pulse por ti su lira franciscana.

Sierra de Cazorla, 28 de mayo de 1915.

XLVII

Desde mi rincón

Al libro Castilla, del maestroAzorín, con motivos del mismo.

ELOGIOS

Con este libro de melancolía,

toda Castilla a mi rincón me llega;

Castilla la gentil y la bravía;

la parda y la manchega.

¡Castilla, España de los largos ríos

que el mar no ha visto y corre hacía los mares;

Castilla de los páramossombríos,

Castilla de los negros entinares!

Labriegos transmarinos y pastores

trashumantes - arados y merinos -;

labriegos con talante de señores,

pastores del color de los caminos.

Castilla de grasientos peñascales,

pelados serríjones,

barbechos y trigales,

malezas y cambrones.

Castilla azafranada y polvorienta,

sin montes, de arreboles purpurinos.

Castilla visionaria y soñolienta

de llanuras, viñedos y molinos.

Castilla - hidalgos de semblante enjuto,

rudos jaques y orondos bodegueros - ,

Castilla - trajinantes y arrieros

de ojos inquietos, de mirar astuto - ,

mendigos rezadores,

y frailes pordioseros,

boteros, tejedores,

arcadores, peraíles, chicarreros,

lechuzos y rufianes,

fulleros y truhanes,

caciques y tahúres y logreros.

¡Oh venta de los montes! - Fuencebada,

Fonfría, Oncala, Manzanal, Robledo - .

¡Mesón de los caminos y posada

de Esquivias, Salas, Almazán, Olmedo!

La ciudad diminuta y la campana

de las monjas que tañe, cristalina...

¡Oh dueña doñeguil tan de mañana

y amor de Juan Ruiz a doña Endrina!

Las comadres - Gerarda y Celestina - .

Los amantes - Fernando y Dorotea - .

¡Oh casa, oh huerto, oh sala silenciosa!

¡Oh divino vasar en donde posa

sus dulces ojos verdes Melíbea!

¡Oh jardín de cipreses y rosales,

donde Calisto ensimismado piensa

que tornan con las nubes inmortales

las mismas olas de la mar inmensa!

¡Y este hoy que mira a ayer; y este mañana

que nacerá tan viejo!

¡Y esta esperanza vana

de romper el encanto del espejo!

¡Y esta agua amarga de la fuente ignota!

¡Y este filtrar la gran hipocondría

de España siglo a siglo y gota a gota!

¡Y este alma de Azorín..., y este alma mía

que está viendo pasar, bajo la frente,

de una España la inmensa galería,

cual pasa del ahogado en la agonía

todo su ayer, vertiginosamente!

Basta. Azorín, yo creo

en el alma sutil de tu Castilla,

y en esa maravilla

de tu hombre triste del bacón, que veo

siempre añorar, la mano en la mejilla.

Contra el gesto del persa, que azotaba

la mar con su cadena;

contra la flecha que el tahúr tiraba

al cielo, creo en la palabra buena.

Desde un pueblo que ayuna y se divierte,

ora y eructa, desde un pueblo impío

que juega al mus, de espaldas a la muerte,

creo en la libertad y en la esperanza,

y en una fe que nace

cuando se busca a Dios y no se alcanza,

y en el Dios que se lleva y que se hace.

ENVIO

¡Oh tú, Azorín, que de la mar de Ulises

viniste al ancho llano

en donde el gran Quijote, el buen Quijano,

soñó con Esplandianes y Amadises;

buen Azorín, por adopción manchego,

que guardas tu alma ibera,

tu corazón de fuego

bajo el recio almidón de tu pechera

- un poco libertario

de cara a la doctrina,

¡admirable Azorín, el reaccionario

por asco de la greña jacobina! -;

pero tranquilo, varonil - la espada

ceñida ala cintura

y con su santo rencor acicalada - ,

sereno en el umbral de tu aventura - .

¡Oh tú, Azorín, escucha: España quiere

surgir, brotar, toda una España empieza!

¿Y ha de helarse en la España que se muere?

¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?

Para salvar la nueva epifanía

hay que acudir, ya es hora,

con el hacha y el fuego al nuevo día.

Oye cantar los gallos de la aurora.

Baeza 1913.

XLVIII

Una españa joven

... Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,

la malherida España, de Carnaval vestida

nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,

para que no acertara la mano con la herida.

Fue ayer; éramos casi adolescentes; era

con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios,

cuando montar quisimos en pelo una quimera,

mientras la mar dormía ahíta de naufragios.

Dejamos en el puerto la sórdida galera,

y en una nave de oro nos plugo navegar

hacia los altos mares, sin aguardar ribera,

lanzando velas y anclas y gobernalle al mar.

Ya entonces, por el fondo de nuestro sueño - herencia

de un siglo que vencido sin gloria se alejaba -

un alba entrar quería; con nuestra turbulencia

la luz de las divinas ideas batallaba.

Mas cada cual el rumbo siguió de su locura;

agilitó su brazo, acreditó su brío;

dejó como un espejo bruñida su armadura

y dijo: "El hoy es malo, pero el mañana... es mío".

Y es hoy aquel mañana de ayer... Y España toda,

con sucios oropeles de Carnaval vestida

aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda;

mas hoy de un vino malo: la sangre de su herida.

Tú, juventud más joven, si de más alta cumbre

la voluntad te llega, irás a tu aventura

despierta y transparente a la divina lumbre:

como el diamante clara, como el diamante pura.

Enero 1914.

XLIX

España, en paz

En mi rincón moruno, mientras repiquetea

el agua de la siembra bendita en los cristales,

yo pienso en la lejana Europa que pelea,

el fiero norte, envuelto en lluvias otoñales.

Donde combaten galos, ingleses y teutones,

allá, en la vieja Flandes y en una tarde fría,

sobre jinetes, carros, infantes y cañones

pondrá la lluvia el velo de su melancolía.

Envolverá la niebla el rojo expolïario

- sordina gris al férreo claror del campamento -;

las brumas de la Mancha caerán como un sudario

de la flamenca duna sobre el fangal sangriento.

Un César ha ordenado las tropas de Germania

contra el francés avaro y el triste moscovita,

y osó hostigar la rubia pantera de Britania.

Medio planeta en armas contra el teutón milita.

¡Señor! La guerra es mala y bárbara; la guerra,

odiada por las madres, las almas entigrece;

mientras la guerra pasa, ¿quién sembrarála tierra?

¿Quién segará la espiga que junio amarillece?

Albión acecha y caza las quillas en los mares;

Germania arruina templos, moradas y talleres;

la guerra pone un soplo de hielo en los hogares,

y el hambre en los caminos, y el llanto en las mujeres.

Es bárbara la guerra, y torpe y regresiva;

¿por qué otra vez a Europa esta sangrienta racha

que siega el alma y esta locura acometiva?,

¿por qué otra vez el hombre de sangre se emborracha?

La guerra nos devuelve las podres y las pestes

del ultramar cristiano; el vértigo de horrores

que trajo Atila a Europa con sus feroces huestes;

las hordas mercenarias, los púnicos rencores;

la guerra nos devuelve los muertos milenarios

de cíclopes, centauros, Heracles y Teseos;

la guerra resucita los sueños cavernarios

del hombre con peludos mamutes giganteos.

¿Y bien? El mundo en guerra, y en paz España sola.

¡Salud, oh buen Quijano! Por si este gesto es tuyo,

yo te saludo. ¡Salve! Salud, paz española,

si no eres paz cobarde, sino desdén y orgullo.

Si eres desdén y orgullo, valor de ti; si bruñes

en esa paz, valiente, la enmohecida espada,

para tenerla limpia, sin tacha, cuando empuñes

el arma de tu vieja panoplia arrinconada;

si pules y acicalas tus hierros para, un día,

vestir de luz, y erguida: Heme aquí, pues, España,

en alma y cuerpo, toda, para una guerra mía,

heme aquí, pues, vestida para la propia hazaña,

decir, para que diga quien oiga: Es voz, no es eco,

el buen manchego habla palabras de cordura,

parece que el hidalgo amojamado y seco

entró en razón, y tiene espada a la cintura;

entonces, paz de España, yo te saludo.

Si eres

vergüenza humana de esos rencores cabezudos

con que se matan miles de avaros mercaderes,

sobre la madre tierra que los parió desnudos;

si sabes cómo Europa entera se anegaba

en una paz sin alma, en un afán sin vida,

y que una calentura cruel la aniquilaba,

que es hoy la fiebre de esta pelea fratricida;

si sabes que esos pueblos arrojan sus riquezas

al mar y al fuego - todos - para sentirse hermanos

un día ante el divino altar de la pobreza,

gabachos y tudescos, latinos y britanos,

entonces, paz de España, también yo te saludo,

y a ti, la España fuerte, si, en esta paz bendita,

en tu desdeño esculpes, como sobre un escudo,

dos ojos que avizoran y un ceño que medita.

Baeza, 10 de Noviembre de 1914.

L

Esta leyenda en sabio romance campesino

Flor de santidad, novela milenaria por don Ramón del Valle-Inclán.

Esta leyenda en sabio romance campesino,

ni arcaico ni moderno, por Valle-Inclán escrita,

revela en los halagos de un viento vespertino

la santa flor de alma que nuncase marchita.

Es la leyenda campo y campo. Un peregrino

que vuelve solitario de la sagrada tierra

donde Jesús morara, camina sin camino,

entre los agrios montes de la galaica sierra.

Hilando silenciosa, la rueca a la cintura,

Adega, en cuyos ojos la llama azul fulgura

de la piedad humilde, en el romero ha visto,

al declinar la tarde, la pálida figura,

la frente gloriosa de luz y la amargura

de amor que tuvo un día el SALVADOR DOM. CRISTO.

LI

Al maestro Rubén Darío

Este noble poeta que ha escuchado

los ecos de la tarde y los violines

del otoño en Verlaine, y que ha cortado

las rosas de Ronsard en los jardines

de Francia, hoy, peregrino

de un ultramar de Sol, nos trae el oro

de su verbo divino.

¡Salterios del loor vibran en coro!

La nave bien guarnida,

con fuerte casco y acerada prora,

de viento y luz la blanca vela henchida,

surca, pronta a arribar, la mar sonora;

y yo le grito ¡Salve! a la bandera

flamígera que tiene

esta hermosa galera,

que de una Nueva España a España viene.

LII

A la muerte de Rubén Darío

Si era toda en tu verso la armonía del mundo,

¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?

Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,

corazón asombrado de la música astral,

¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno

y con las nuevas rosas triunfantes volverás?

¿Te han herido buscando la soñada Florida,

la fuente de la eterna juventud, capitán?

Que en esta lengua madre la clara historia quede;

corazones de todas las Españas, llorad.

Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,

esta nueva nos vino atravesando el mar.

Pongamos, españoles, en un severo mármol

su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:

Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo;

nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.

1916.

LIII

A Narciso Alonso Cortés, poeta de Castilla

"Iam senior, sed cruda deoviridisque senectus".VIRGILIO: Eneida.

Tus versos me han llegado a este rincón manchego,

regio presente en arcas de rica taracea,

que guardan, entre ramos de castellano espliego,

narcisos de Citeres y lirios de Judea.

En tu árbol viejo anida un canto adolescente,

del ruiseñor de antaño la dulce melodía.

Poeta, que declaras arrugas en tu frente,

tu musa es la más noble: se llama Todavía.

Al corazón del hombre con red sutil envuelve

el tiempo, como niebla de río una arboleda.

¡No mires: todo pasa; olvida: nada vuelve!

Y el corazón del hombre se angustia... ¡Nada queda!

El tiempo rompe el hierro y gasta los marfiles.

Con limas y barrenas, buriles y tenazas,

el tiempo lanza obreros a trabajar febriles,

enanos con punzones y cíclopes con mazas.

El tiempo lame y roe y pule y mancha y muerde;

socavael alto muro, la piedra agujerea;

apaga la mejilla y abrasa la hoja verde;

sobre las frentes cava los surcos de la idea.

Pero el poeta afronta el tiempo inexorable,

como David al fiero gigante filisteo;

de su armadura busca la pieza vulnerable,

y quiere obrar la hazaña a que no osó Teseo.

Vencer al tiempo quiere. ¡Al tiempo! ¿Hay un seguro

donde afincar la lucha? ¿Quién lanzará el venablo

que cace esa alimaña? ¿Se sabe de un conjuro

que ahuyente ese enemigo, como la cruz al diablo?

El alma. El alma vence - ¡la pobre cenicienta,

que en este siglo vano, cruel, empedernido,

por esos mundos vaga escuálida y hambrienta! -

al ángel de la muerte y al agua del olvido.

Su fortaleza opone al tiempo, como el puente

al ímpetu del río sus pétreos tajamares;

bajo ella el tiempo lleva bramando su torrente,

sus aguas cenagosas huyendo hacia los mares.

Poeta, el alma sólo es ancla en la ribera,

dardo cruel y doble escudo adamantino;

y en el diciembre helado, rosal de primavera;

y el sol del caminante y sombra del camino.

Poeta, que declaras arrugas en tu frente,

tu noble verso sea más joven cada día;

que en tu árbol viejo suene el canto adolescente,

del ruiseñor eterno la dulce melodía.

Venta de Cárdenas, 24 de octubre 1914.

LIV

Mis poetas

El primero es Gonzalo de Berceo llamado,

Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino,

que yendo en romería acaeció en un prado,

y a quien los sabios pintan copiando un pergamino.

Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María,

y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria

y dijo: Mi dictado non es de juglaría;

escrito lo tenemos; es verdadera historia.

Su verso es dulce y grave: monótonas hileras

de chopos invernales en donde nada brilla;

renglones como surcos en pardas sementeras,

y lejos, las montañas azules de Castilla.

Él nos cuenta el repaire del romero cansado;

leyendo en santorales y libros de oración,

copiando historias viejas, nos dice su dictado,

mientras le sale afuera la luz del corazón.

LV

A don Miguel de Unamuno

Por su libro Vida deDon Quijote y Sancho

Este donquijotesco

don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,

lleva el arnés grotesco

y el irrisorio casco

del buen manchego. Don Miguel camina,

jinete de quimérica montura,

metiendo espuela de oro a su locura,

sin miedo de la lengua que malsina.

A un pueblo de arrieros,

lechuzos y tahúres y logreros

dicta lecciones de caballería.

Y el alma desalmada de su raza,

que bajo el golpe de su férrea maza

aun duerme, puede que despierte un día.

Quiere enseñar el ceño de la duda,

antes de que cabalgue, al caballero;

cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda

cerca del corazón la hoja de acero.

Tiene el aliento de unaestirpe fuerte

que soñó más allá de sus hogares,

y que el oro buscó tras de los mares.

Él señala la gloria tras la muerte.

Quiere ser fundador y dice: Creo;

Dios y adelante el ánima española...

Y es tan bueno y mejor que fue Loyola:

sabe a Jesús y escupe al fariseo.

LVI

A Juan Ramón Jiménez

Por su libro Arias tristes.

Era una noche del mes

de mayo, azul y serena.

Sobre el agudo ciprés

brillaba la luna llena,

iluminando la fuente

en donde el agua surtía

sollozando intermitente.

Sólo la fuente se oía.

Después, se escuchó el acento

de un ocultó ruiseñor.

Quebró una racha de viento

la curva del surtidor.

Y una dulce melodía

vagó por todo el jardín:

entre los mirtos tañía

un músico su violín.

Era un acorde lamento

de juventud y de amor

para la luna y el viento,

el agua y el ruiseñor.

"El jardín tiene una fuente

y la fuente una quimera..."

Cantaba una voz doliente,

alma de la primavera.

Calló la voz y el violín

apagó su melodía.

Quedó la melancolía

vagando por el jardín.

Sólo la fuente se oía.